El Nunca Más es parte de la batalla ideológica que el estado burgués desplegó para someter la voluntad militante de los explotados y no, como sostiene Emilio Crenzel, la expresión de un giro democrático humanista de la sociedad argentina.
Stella Grenat
Grupo de Investigación de la lucha de clases en los ’70 – CEICS
La academia, siempre reacia al estudio de los años ’60 y ‘70, le ha otorgado un lugar al Nunca Más en su campo de discusiones. Luis Alberto Romero, fiel referente de los “profesionales” que ocuparon los claustros en la democracia y que públicamente festejó la tarea de despolitización de la historia realizada por la dictadura, ha salido al ruedo. En este caso, dirigiendo la Colección Pasado Presente que ha editado La historia política del Nunca Más, la memoria de las desapariciones en la argentina de Emilio Crenzel. El libro, resultado de una tesis doctoral presentada como un “sólido” aporte al conocimiento es, al contrario, una pieza más del entramado ideológico burgués para liquidar la moral revolucionaria de los trabajadores.
Fuimos todos
Lejos de la temática de su primer libro, las insurrecciones populares de fines de los ’60, la nueva investigación de Emilio Crenzel se ubica en el ámbito de los estudios de la memoria.1 Un campo que, según sus palabras, habría cobrado impulso en los ’80 al calor de las “crisis nacionales y de los grandes relatos”.2 En esta línea se propone analizar el proceso político de elaboración, circulación y uso del Nunca Más. Su objetivo es discutir con enfoques que lo visualizan como resultado de una imposición oficial. Al contrario, sostiene que el texto sería el portador de una “nueva verdad pública” sobre la desaparición de personas y sobre la violencia política, producto de una construcción plural impulsada por el “Estado y la sociedad civil”. Su contenido constituiría un “régimen de memoria” integrando sentidos “producidos por actores que, al calor de sus luchas contra las ideas dominantes, logran elaborar e imponer sus propios marcos interpretativos”. El principal aporte de la sociedad civil a la construcción de esta verdad sería una “narrativa humanitaria” formulada, a fines de la dictadura, por los organismos de DDHH. El contenido de esta narrativa se expresaría en los cambios producidos en la formulación de las denuncias. A diferencia de lo que ocurría antes del golpe, los desaparecidos ya no serían denunciados como militantes sino como victimas de las que no se mencionaba su filiación política sino su edad, sexo y profesión. Asimismo, se dejaría atrás la asociación de la represión con el sistema capitalista y, lo más importante, la reivindicación de la “violencia […] como instrumento legítimo de ciertas metas políticas”. A partir de esta comunión el Nunca Más sintetizaría “el deseo, entonces extendido en la sociedad argentina de clausurar definitivamente un ciclo histórico”. No sólo se asistiría a este rechazo de toda “violencia política” sino a la “revalorización de la democracia política y los derechos individuales, valores, otrora denostados por las formaciones revolucionarias”. El autor refuerza esta concepción pluralista cuando se detiene en el tema del proceso de elaboración del informe. En este punto afirma que en el mismo no se observaría la presencia exclusiva de la voluntad del Estado y del conjunto de personalidades que integraron la CONADEP, sino que incluiría a la mayoría de los organismos de DDHH. Lo mismo sucedería respecto a los usos ya que todos los participantes en la construcción del informe reclamarían, con derecho, definir su utilización. En este aspecto, Crenzel destaca la continua disputa entre los actores. Entre 1984 y los indultos todos acordarían en considerar al Nunca Más una herramienta fundamental en el plano judicial. Pero la intervención de los organismos habría logrado quebrar la voluntad Estatal al ampliar los objetivos limitados de “justicia y castigo del gobierno.” La confrontación entre los actores se habría acentuado con la implementación de las sucesivas leyes de impunidad. Sin embargo, otra vez, los organismos habrían logrado resguardarlo como vehiculo legítimo para transmitir el pasado a las nuevas generaciones. Dando lugar, de este modo al segundo uso del texto. Finalmente, Crenzel destaca que la principal resignificación del texto fue la incorporación de un segundo prólogo promovida por el gobierno de Néstor Kirchner en el 2006. El cambio más significativo habría sido la incorporación de una nueva lectura del pasado, sostenida, no en la contraposición de democracia y dictadura, sino en la crítica a los gobiernos democráticos anteriores. Asimismo, se opondría y criticaría como justificatoria a la explicación que dio la CONADEP, según la cual la “violencia estatal” habría surgido en respuesta a una “violencia insurgente”. Al contrario, Crenzel afirma que el viejo prólogo, al plantear que cabe mayor responsabilidad a la violencia de Estado, “postuló al terror de estado como respuesta […] pero no lo justificó […] sino que lo condenó”. Definitivamente este es un argumento muy débil que no alcanza a negar la acusación kirchnerista. El autor, a pesar de su afán crítico, no apunta que el principal déficit del espíritu “rupturista” de Kirchner se esfuma si se observa la obstaculización a la realización concreta de los juicios.3 Según el autor, a pesar de estos cambios, la supervivencia de los principales presupuestos construidos en los ’80, develarían un defecto de la sociedad argentina incapaz de asumir su “pasado de violencia”, de examinar las “responsabilidades colectivas” y de afirmar “el carácter universal de los derechos ciudadanos.”
El conflicto
El principal argumento de Crenzel consiste en señalar que la teoría de los dos demonios es un producto colectivo que expresa la voz de la sociedad civil, vehiculizada uniformemente por los organismos de DDHH. Para sostener esta conclusión minimiza las diferencias existentes entre los organismos y la fuerte oposición a la CONADEP impulsada por la Asociación Madres de Plaza de Mayo, sin duda el más importante de todos ellos. Al contrario de las afirmaciones del autor, la elaboración del informe exacerbó la discusión dentro y fuera de los organismos. El autor, no hace ninguna referencia a las diferencias existentes entre Abuelas y Madres originadas en la estrecha vinculación al Estado de las primeras. Asimismo, no destaca que, desde un primer momento, Madres, se negó a avalar una “verdad” que responsabilizaba a los militantes de la represión ejercida por la dictadura. Este organismo, no sólo siempre reivindicó el carácter militante y revolucionario de sus hijos desaparecidos, sino que, por el rechazo a las medidas alfonsinistas -la CONADEP, la exhumación de cadáveres y la propuesta de una pensiónse quebró, y ocho Madres formaron la Línea Fundadora. La tozudez de las Madres llevó a que el presidente de la Comisión, Ernesto Sábato, las acusara en sectarias y antidemocráticas. En los ’90, la “sociedad civil” de Crenzel, vuelve a escindirse en torno a la cuestión de las indemnizaciones, cuando Madres se opone a ellas, se separa más hondamente de otros organismos y denuncia que quienes “cobran reparaciones económicas se prostituyen”.4 . Otra de las falacias que se encuentran en las páginas de Crenzel es su afirmación respecto a que la “nueva verdad pública” del Nunca Más echó por tierra la asociación entre represión y capitalismo promovida por los organismos antes del golpe. En el año 2000 las Madres sacaron un comunicado en el cual reafirman esta relación y alertan sobre los nuevos planes promovidos por el gobierno junto al FMI para desarrollar una nueva ola de represión interna.5 Asimismo, y en contra de los dichos de Crenzel acerca del rechazo unánime a la violencia política, ese mismo año las Madres sostenían: “los pueblos tenemos derecho a rebelarnos contra toda injusticia”.6 Aclarando que “no sólo se puede morir por la revolución, sino que también debemos aprender a matar por la revolución”.7 Lo dicho demuestra las enormes limitaciones de un texto incapaz de referir la realidad de los conflictos existentes en torno a la problemática que estudia. De allí que no mencione siquiera el profundo giro político de Madres hacia el gobierno de Kirchner. Hecho que manifiesta el abandono de las consignas de lucha que supieron mantener frente a las sucesivas ofensivas oficiales. De igual modo es importante destacar que, desde 1983, otras fuerzas políticas no contempladas por Crenzel, denuncian la vinculación entre las corporaciones económicas y el golpe y el mantenimiento del aparato represivo en la etapa democrática.8 En la actualidad, en el contexto de los nuevos juicios a los represores, de la desaparición de Julio López y del asesinato de Febrés, el tema de la continuidad del aparato represivo de la dictadura ha sido reflotado. Sin embargo, nada de esto parece tener significado para el autor, que insiste en proclamar la existencia de un “giro cultural y político” de la sociedad argentina, incluido el Estado, de rechazo a la violencia. Todo ello sin mencionar a todos los muertos que debemos sumar a la cuenta de la democracia de Crenzel: los del 20 de diciembre del 2001, Kosteki y Santillán o Fuentealba, son algunos ejemplos de los muchos que podríamos dar, desde 1983 para acá.
¿Fuimos todos?
Partiendo de una supuesta posición progresista y democrática, en función de la cual todos participamos en la construcción del saber social, el autor termina en otra mucho más reaccionaria: la sociedad civil no sólo tiene una cuota de responsabilidad en la construcción y difusión del la teoría de los dos demonios sino también en la desaparición, la tortura y asesinato de miles de militantes. Una conclusión que sólo sirve para sostener una idílica visión de las relaciones sociales construida, como toda ideología burguesa, escondiendo las diferencias económicas, reales y concretas, que separan a los seres humanos y que explican el carácter conflictivo de la vida social en el capitalismo. La explicación de los hechos ocurridos entre 1976 y 1983 no se encuentra en la supervivencia de tal o cual cultura política sino en el nivel alcanzado por la lucha de clases. Su resultado fue la derrota de la fuerza social que amenazaba al Estado, mediante el exterminio de los militantes que revistaban en sus filas. Al contrario de la imagen lavada de los organismos de DDHH que presenta Crenzel, su función no fue abonar un nuevo discurso democrático. Frente a la abrumadora catástrofe popular, su constitución expresa la última reacción de una fuerza en retirada que intenta frenar su avasallamiento a través del rescate de sobrevivientes y de rehenes. En este marco, la democracia impuesta en el ’83, más que la victoria de nuevos valores sociales humanistas fue la coronación política de una victoria alcanzada a sangre y fuego en las calles. Este es el contexto en el cual debe inscribirse el análisis del Nunca Más. Por este camino y orientando su mirada hacia los grupos económicos que avalaron y colaboraron con los militares, un estudio serio ayudaría a ampliar la búsqueda de todos los responsables de la violencia de aquellos años y de éstos.
Notas
1 Crenzel, Emilio: El Tucumanazo, CEAL, Bs. As., 1991.
2 Crenzel, Emilio: Las historia política del Nunca Más, Siglo XXI, Bs. As., 2008. De aquí en adelante todas las comillas refieren a transcripciones literales del autor.
3 Grenat, Stella: “El tiro del final”, en El Aromo, Buenos Aires, Año IV, N° 30, agosto 2006
4 Asociación Madres de Plaza de Mayo: Nuestras consignas, 2000.
5 Asociación Madres de Plaza de Mayo: A la Opinión Pública Mundial, 19 de abril de 2000.
6 Asociación Madres de Plaza de Mayo: Nuestras consignas, 2000.
7 Asociación Madres de Plaza de Mayo: El único y verdadero valor de la vida, 2000.
8 Véase, por ejemplo, Prensa Obrera n° 40, 24/11/1983. Se trata, además, de una posición bastante común en la izquierda, no sólo del Partido Obrero.