Liberales kirchneristas – Juan Kornblihtt

en El Aromo n° 23

Ilusiones de vuelo corto

 

La ilusión de un capitalismo argentino renovado es, quizás, una de las armas más poderosas de la burguesía en su lucha contra la clase obrera después del Argentinazo. Si la acumulación de capital va rumbo a una expansión sostenida, la posibilidad de una lucha revolucionaria, por supuesto, se verá limitada. En consecuencia, las ilusiones reformistas y desarrollistas tendrán más oportunidad de desplegarse.  A lo largo del último año señalamos desde estas páginas que la expansión económica actual, por más potente que parezca, está sustentada en bases poco sólidas. El grueso del boom argentino, dijimos, está radicado en un fuerte alza del precio de las materias primas como la soja y el petróleo y, por lo tanto, supeditado al desarrollo de la crisis mundial, donde la demanda china es el principal impulsor del alza de precios. Al mismo tiempo, marcamos que el crecimiento industrial estaba sostenido en capitales chicos y atrasados, inviables para impulsar la conquista de nuevos mercados internacionales. Estos límites, también dijimos, sin embargo, permiten un crecimiento del PBI, una fuerte recuperación industrial en relación al 2001, un aumento de las reservas del Banco Central y, por supuesto, el pago de la deuda pública (en eso que Kirchner ha dado en llamar el “desendeudamiento”). Sobre esta base, la secretaría de prensa del superministro Lavagna ha hecho un excelente trabajo de propaganda. Pero no es la propaganda oficial la que nos preocupa, ya que el autobombo siempre es sospechoso. Por el contrario, lo que resulta más peligroso es la serie de libros y artículos en diarios y revistas que intentan demostrar que las posibilidades del capitalismo argentino no son meramente coyunturales. Una de las vías para hacerlo es una particular (y superficial) lectura de la historia económica argentina. En ella el fracaso argentino resulta producto de decisiones de política económica erradas que distorsionaron el desarrollo capitalista argentino. Esta mirada supone que “otra Argentina es posible” si elegimos bien la receta o apoyamos a la fracción correcta de la burguesía. La crisis nunca es analizada como producto del propio desenvolvimiento del capital, sino como una excepción, un “error humano”. Estos economistas “de las oportunidades perdidas” llaman, explícita o implícitamente, a la clase obrera a apoyar el plan económico K y no poner palos en la rueda. Llach y Gerchunoff, los dos autores examinados más abajo, demuestran que no hace falta abandonar el liberalismo para estar al lado de Kirchner.


Liberales kirchneristas

Por Juan Kornblihtt

Grupo de Investigación de la Historia de la Economía Argentina – CEICS

 

Demonizados y denostados por todo el mundo, ya pocos quedan que se revindiquen públicamente como “liberales” o “neoliberales”. Hasta López Murphy y Macri, lanzados a ganar el voto de derecha, se cuidan de no aparecer demasiado ortodoxos en términos económicos. Sin embargo, la concepción liberal de la economía domina el sentido común: la culpa siempre es de la clase obrera, porque en este país “no trabaja el que no quiere”. En forma más sutil, también se culpabiliza a los políticos populistas que despilfarran nuestras riquezas por no enfrentarse a los obreros, otorgándoles salarios más altos de los que corresponden. Alguna culpa tienen también los burgueses, sobre todo los más chicos que, pese a ser poco productivos, también reciben su parte de la torta demagógica de subsidios y favores del Estado. Esta interpretación se hizo fuerte después del peronismo. El economista cubano Carlos Díaz Alejandro fue el que dio el sustento académico 1al gorilismo económico.  Para él, la Argentina estaba llamada a ser una potencia económica.

Hasta 1930, librados de toda regulación estatal, los factores económicos llevaron a un crecimiento sin igual. Pero a partir del gobierno de Perón, esto cambió: el sector más dinámico, el agro, fue trabado por los impuestos, creció el estatismo y el reparto de la riqueza. La economía se cerró sobre sí misma, no recibió inversiones y se redujo la producción de riqueza.

Estos males no se notaron durante el primer gobierno peronista gracias a las ventas de granos durante la Segunda Guerra Mundial. Al agotarse esas reservas, se vio la realidad: en lugar de utilizarse para expandir la capacidad productiva se habían despilfarrado en beneficios a los obreros y a los pequeños capitalistas.

El Estado había reemplazado y distorsionado la economía real. Según esta teoría, el mercado, a través de la ley de oferta y demanda, es el único instrumento democrático de distribución de riquezas, que además garantiza el equilibrio entre producción de riqueza y reparto. Cualquier distorsión lleva al desequilibrio y del desequilibrio a la crisis hay un sólo paso. Como el Estado creó una industria local ineficiente por los altos costos, esta estaba imposibilitada para exportar. Al no poder exportar no había divisas (dólares). Esta falta de dólares, explica Díaz Alejandro, llevó a que la economía se estancara cada vez más al no poder importar maquinaria. A pesar de su naturaleza reaccionaria, el planteo de Díaz Alejandro pega en el blanco a la hora de analizar las consecuencias del peronismo. En efecto, su capacidad redistributiva es muy limitada por no aumentar la productividad. Eso explica que la bonanza peronista durara no más de tres años. Sin embargo, a la hora de adjudicar responsabilidades Díaz Alejandro se enfrenta a una realidad difícil de explicar: ya en su segundo gobierno, Perón comienza a liberalizar la economía, ajustar salarios y condiciones laborales y abrir la economía a la inversión extranjera. Pese a esto, no se revierte el progresivo estancamiento de la economía. Peor aún: con la caída de Perón y su reemplazo por militares ligados a los sectores más concentrados de la burguesía local, las cosas siguen sin mejorar. A despecho de una creciente adopción de medidas liberales, el famoso equilibrio no llegó nunca. La explicación de Díaz Alejandro es la misma de todos los liberales de todas las épocas: las reformas liberales no llegaron a fondo, no fueron todas las necesarias. Por temor a la clase obrera, los militares que siguieron a Perón (y luego los gobiernos semi-democráticos de Illia y Frondizi) mantuvieron las políticas populistas y no se animaron a destruir el andamiaje que Perón había instalado. La salida sólo llegaría si los políticos se decidían, de una vez por todas, a barrer por completo las conquistas obreras. Publicado en 1970, el trabajo de Díaz Alejandro no era más que un anticipo de lo que vendría. El golpe de 1976 parecía destinado a cumplir con ese programa, en buena medida porque partía de las condiciones políticas necesarias para llevarlo a cabo. Sin embargo, los resultados no fueron los esperados: pese a la represión a la clase obrera y a la reducción salarial provocada, el “equilibrio económico” tampoco llegó. Ya no será Díaz Alejandro, sino sus sucesores, los que tomarán la tarea de explicar por qué, pese a que se aplicaron casi todas las recetas neoliberales, las crisis se sucedieron unas a otras sin solución de continuidad y con una fuerza cada vez mayor.2

Llach y Gerchunoff , dos autores de moda en historia económica actual, se hicieron cargo de esa difícil tarea ideológica, sintetizada en una simple pregunta: ¿por qué, pese aplicarse todas las recetas del FMI y el Banco Mundial, la economía argentina sigue el mismo rumbo decadente? La respuesta no podía sino decepcionar: el problema es que se siguió redistribuyendo la riqueza en lugar de ajustar. Para llegar a esta conclusión estos autores no parten de la misma matriz teórica que Díaz Alejandro, e incluso se ofenderían si, como vamos a hacer, los ubicásemos junto a los liberales. Sin embargo, al igual que el economista cubano, consideran que los problemas de la economía argentina se encuentran en el inveterado populismo de los gobiernos argentinos, que siempre apostaron a quedar bien con los sectores menos productivos de la sociedad (la clase obrera y la pequeña burguesía) antes que a crear condiciones para aumentar la productividad. Incluso la dictadura militar funcionó así. Para estos autores, los 30 mil desaparecidos son una anécdota. En lugar de aplicar un ajuste fiscal y abrir la economía para que la Argentina se convirtiese en una economía exportadora, los militares apostaron a “quedar bien” con el pueblo argentino:

“En última instancia, el motivo por el cual el gobierno militar apenas logró remontar el trabajoso camino de la reforma fue la aparición de un atajo que, al menos en el corto plazo, se presentaba mucho más atractivo. Recorte fiscal y apertura eran en lo inmediato una combinación extremadamente impopular. […] iniciar el camino […] era convertir en oposición militante la sorda antipatía que enfrentó desde muy temprano la dictadura de Videla. Ningún gobierno disfruta su impopularidad. La sorpresiva disponibilidad de abundante financiamiento privado desde el exterior ofrecía una salida más tolerable para la sociedad. Podía abrirse la economía y acomodarse a la nueva situación de manera indolora porque en el Proceso los capitales darían financiamiento para consumir, mientras se esperaba que las actividades de exportación empezaran a reaccionar a las ventajas que brindaba la apertura económica.”

Así, para esta mirada tan poco ingeniosa de la realidad argentina, la política adoptada por Videla y compañía fue una salida indolora y el endeudamiento externo una medida en favor de la clase obrera. Planteo similar realizan con Menem. Tampoco allí se siguieron recetas liberales. La Convertibilidad fue un mecanismo que garantizó salarios altos ya que dolarizaba la economía. El endeudamiento en lugar de utilizarse para favorecer a los capitales más concentrados, únicos capaces de impulsar el crecimiento, se había despilfarrado, otra vez, en redistribuir la riqueza. Por supuesto, el gobierno aliancista, pese a seguir todos los mandados del FMI, tampoco pudo resolver el problema por … populista… No hay que desesperar ante semejante persistencia demagógica: el ajuste necesario, que no se hizo ni con la dictadura ni con el menemismo, llegó finalmente de la mano de la devaluación. Ahora sí, dicen, el pueblo argentino y sus políticos están dispuestos a sacrificarse por el futuro. Al devaluar, los salarios cayeron mucho, lo que para nuestros economistas resulta una buena noticia. Mejor aún, no habrá tentaciones proteccionistas porque el comercio exterior es el principal motor de la economía, de modo que nadie se animará a tocarlo. Tampoco se podrá apelar al endeudamiento por la crisis financiera mundial. Es decir, ajuste y apertura, las dos medidas históricas que faltaban (según Díaz Alejandro, Llach y Gerchunoff), se podrán aplicar ahora. El libro, escrito en el 2004, además de un análisis económico, es un planteo explícitamente político. Los mismos que dicen que ni la dictadura ni Menem ajustaron lo suficiente, son los que se entusiasman con Kirchner porque ven que lo está haciendo. El texto se convierte así en la explicación académica ya no del gorilismo, sino del apoyo de la burguesía más concentrada al gobierno “nacional y popular” de Kirchner.

 

Notas

 

1Díaz Alejandro, Carlos: Ensayos de Historia Económica Argentina, Amourrortu, Bs. As, 1970.

2Llach, L. y Gerchunoff, P.: Entre la equidad y el crecimiento. Ascenso y caída de la economía argentina, 1880-2002, Siglo XXI Editores Argentina, Bs. As., 2004.

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