La turbulencia del macrismo

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Durante el mes de mayo el macrismo sufrió una importante turbulencia, de la mano de la disparada del dólar y las negociaciones con el FMI. Para muchos, entre los que se cuenta el kirchnerismo y lamentablemente el grueso de la izquierda, fueron tiempos de helicópteros y de retorno al 2001. Los días rápidamente mostraron que la realidad estaba lejos de ello y que, aunque el Argentinazo no se borró del horizonte cercano, no está a la orden del día. Creer que está a la vuelta de la esquina puede generar ilusiones en el corto plazo, pero a la larga genera falsas expectativas y no nos prepara realmente para las tareas que tenemos por delante. Para combatir esta idea, es necesario un análisis serio del problema. A eso vamos.

Los años de bonanza kirchnerista se sostuvieron, principalmente, por los buenos precios de los productos del campo, sobre todo la soja, en el mercado mundial. Pero su caída, ya en el segundo gobierno de Cristina, comenzó a mostrar los problemas del país. Mauricio heredó ese problema. Pongámosle números al asunto. En 2011 el valor de las exportaciones argentinas era de 83.000 millones, y en el 2017 fue de 58.400 millones. Una caída muy grande. Obviamente, con esos ingresos a la baja, los gastos se hicieron más pesados y se incrementaron los déficits tanto fiscales como financieros y en la balanza de pagos. Para no perdernos en tecnicismos, seamos claros: la Argentina es como una empresa quebrada, gasta más de lo que gana.

¿Qué sucedió entonces? Lo mismo que pasó en otros momentos históricos, lo mismo que hicieron los gobiernos de todo signo y color, lo mismo que intentó Kilicof: hubo que pedir plata afuera. Ahí es cuando entra la cuestión FMI. Macri logró el acuerdo sin demasiadas exigencias, sencillamente porque ya desde tiempos de Cristina se viene avanzando en el ajuste. El FMI no tiene mucho que exigir. Con esto, el gobierno consiguió un respiro, que le permite patear el estallido. Pero, en el fondo, la situación es la misma: la Argentina está quebrada.

Esto nos lleva al segundo punto del análisis, la situación de fondo del capitalismo. La Argentina es un país que funciona con parches. En realidad, es un país malparido. Nació mal porque fue y es chico, es decir, tiene poca capacidad de acumular capital y poca población. Y, además, llegó tarde a la competencia. Por ejemplo, la industria textil es de 1920-1930, mientras que Inglaterra había desarrollado en ese ámbito la revolución industrial en 1750. Casi dos siglos tarde. Y si se llega tarde, se queda con poco.

Estos problemas de nacimiento pueden ser compensados. Por ejemplo, los países del sudeste asiático llegaron tarde a la competencia mundial, pero pagan salarios muy bajos y con eso se vuelven más “competitivos”. Claro, como todo país capitalista, la riqueza de los burgueses en la miseria de los trabajadores. La Argentina no tiene ese elemento, aunque cueste creerlo nuestros salarios son altos en comparación con otros países. Solo tiene el plus que saca de la venta de los productos del campo, gracias a la fertilidad de la pampa húmeda, que le da un beneficio por sobre otros países. Pero como señalamos, eso es lo que se está agotando, porque cayeron los precios internacionales.

El resultado de todo esto es que la Argentina cada vez funciona peor como economía. En términos de productividad, que es lo que mide la eficiencia de los países capitalistas, el país es un quinto de Estados Unidos y un tercio de Alemania. Más allá del campo, la industria es costosa e ineficiente. Necesita que le den subsidios (sí, la mayoría de los burgueses locales son “planeros”), pero justamente a medida que crece requiere de más ingresos y termina aplastando a la gallina de los huevos de oro: el agro que ingresa la plata que necesitan. En conclusión, la industria nacional es un parásito.

Con el fin de los buenos precios del campo, al macrismo no le queda más que avanzar en los dos otros mecanismos que le han permitido al país seguir viviendo: endeudarse más y ajustar. Es decir, avanzar más sobre nuestras condiciones de vida. Lo vemos con el “sinceramiento” de tarifas, servicios, la inflación, los despidos en el Estado, etc. Son todos mecanismos con un gran costo social, porque afectan a todos los trabajadores y nosotros no nos quedamos de brazos cruzados. Y solo patean el estallido para más adelante. Compensan el problema, pero no lo solucionan.

Justamente por esto, el Argentinazo no está a la vuelta de la esquina, pero está en nuestro horizonte cercano. Es la única opción que tenemos para alcanzar un futuro que valga la pena vivir, porque el capitalismo solo nos ofrece más miseria. Sin embargo, no va a caer del cielo en forma de helicóptero. Tenemos que construirlo nosotros mismos. Nadie nos regaló nada y nadie nos va a regalar nada. El primer paso para eso es poner en pie una Asamblea Nacional de Trabajadores Ocupados y Desocupados y trazar un plan de lucha para quebrar el ajuste y avanzar en la solución definitiva de todos nuestros problemas: el Socialismo.

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