La pedagogía del fuego – Marina Kabat

en El Aromo n° 26

La pedagogía del fuego. La revuelta de los jóvenes de los suburbios franceses y la cobertura de los medios.

 

Por Marina Kabat

Grupo de Investigación de los Procesos de Trabajo – CEICS

El lector argentino interesado en la problemática social no habrá podido menos que decepcionarse ante la pobre cobertura de los sucesos de Francia. La crónica ha sido incompleta y fragmentaria. A medida que la revuelta crecía, se modificaron varias opiniones. Al mismo tiempo, datos que inicialmente se tomaban en cuenta para el análisis, luego fueron silenciados. Dentro de los mismos artículos es posible encontrar fuertes contradicciones entre la información que se presenta y las conclusiones que de ella se extraen. Salvo por el número de autos incendiados, no se han difundido cifras globales. En su defecto se han colmado páginas con testimonios o casos aislados descriptos en detalle, que tienen siempre un carácter impresionista y tienden a construir una imagen sesgada de lo ocurrido. En Francia la prensa decidió hacer “un ejercicio responsable de su profesión”, con el supuesto fin de evitar la imitación de los casos. Los que sí imitaron a sus pares franceses fueron los medios argentinos. Veamos.

 

Los sucesos franceses según los diarios argentinos

 

El 28 de octubre comenzaron los disturbios. El saldo: 30 vehículos quemados, un edificio público apedreado y un centro sanitario también incendiado. El detonante fue la muerte por electrocución de dos jóvenes de 15 y 17 años y la hospitalización de otro de 21, severamente quemado, que se escondieron en una central de energía para escapar de agentes policiales que los perseguían. No habían sido sorprendidos en un delito, sino que, junto a otros seis compañeros, iban a ser interrogados y sometidos por la policía a un “control de identidad”, al parecer en forma arbitraria. Los primeros informes dan por cierta esta versión; posteriormente se dirá que los jóvenes “presuntamente” escapaban de la policía. Si este hecho ya parece sospechado de manipulación informativa, peor suerte recibirá la correspondiente a la revuelta que le siguió, plagada de contradicciones y silencios. El asunto no atañe sólo a la prensa francesa. Por el contrario, los diarios argentinos parecen estar comprometidos en la conspiración destinada a presentar el fenómeno como pura irracionalidad. Así, según estos mismos diarios, en Clichy una marcha silenciosa habría sido organizada para el domingo 31. Poco después la policía atacó con gas lacrimógeno una mezquita donde se encontraban mujeres y niños en pleno rezo: ¿una represalia de la policía frente a la marcha? En la mayoría de los artículos no se lo menciona como una nueva leña al fuego de la revuelta. Sólo una nota de La Nación alude, a destiempo, a este suceso. Clarín repite siempre los mismos datos, sin mencionarlo nunca, a pesar de que uno de los testimonios que reproduce parece aludir a él: un joven, ante la pregunta de por qué incendiaban autos, responde entre otras cosas que “gasean a nuestros abuelos y madres” (Clarín 6/11).

Por estos días, Sarkozy, Ministro de Interior, pide más represión y se refiere a los jóvenes involucrados como “canalla social”. Los jóvenes comienzan a pedir su renuncia. La noche del 31 también implicó un punto de inflexión en cuanto a la forma de la protesta. Las tres primeras noches (antes de la bomba lacrimógena a la mezquita y de la extensión a otros barrios), los grupos eran más numerosos y se enfrentaban directamente con la policía. Progresivamente se adopta la táctica de guerrillas, que permite que la rebelión progrese a pesar del continuo incremento de la policía apostada en la zona. “Las bandas se han dividido en grupos más pequeños, muy móviles y con precisas tácticas de guerrilla urbana” (Clarín 5/11). Los jóvenes aprenden rápido: evitan a la policía, por celular se comunican sus posiciones, utilizan cócteles molotov e incorporan motocicletas para ganar velocidad. (La Nación, 5/11). Hacia el martes 8 la rebelión seguía creciendo (en Francia abarcaba ya 300 ciudades) y se había extendido también con incidentes aislados a Bélgica y Alemania. Las autoridades francesas deciden enviar a las calles a 1.500 reservistas de la policía y la gendarmería. A esta altura, la suma de agentes que interviene llegaría a 8.000. Comienza a evaluarse el establecimiento por decreto de la Ley de Estado de Emergencia, creada en 1955 para facilitar la represión durante la guerra de Argelia. En particular buscan establecer el toque de queda para facilitar las detenciones, a pesar de que 1.000 jóvenes ya estaban en los tribunales. Al mismo tiempo que se anticipan estas medidas, se prometen subsidios: el Primer Ministro

Villepin anuncia la triplicación de becas, restauración de contribuciones del Estado que habían sido cortadas a asociaciones comunitarias, contratos de formación y pasantías (Clarín, 4/11). Con el estado de emergencia disminuyen los disturbios y aumentan los detenidos. La revuelta parece declinar. Antes de hacerlo por completo, pareciera intentar un nuevo viraje: como res- puesta a la crítica por la destrucción de bienes en barrios pobres, dirigen su furia contra los barrios burgueses. Los medios señalan que se prepara una “invasión sobre París”. Suena a técnica anti-insurreccional, como las aplicadas en Argentina durante los saqueos del gobierno de Alfonsín, cuando se denunciaba la invasión de Buenos Aires desde las villas próximas. Los periódicos señalan que esta consigna era levantada desde varios sitios de internet, pero la esperada invasión no se produce. Lo que sí se produce es un gigantesco operativo de control sobre los accesos a París. Las líneas de subte y otras comunicaciones se interrumpen, la policía defiende el anillo de autopistas que rodea la capital francesa y detiene o dispersa a las bandas de jóvenes que se dirigen allí, que según la prensa no parecen haber sido demasiado numerosas. Se interceptan celulares, se clausuran páginas web y logs personales que incitaban a la acción, deteniéndose a sus propietarios.

Recién con el toque de queda parece haber ganado efectividad el llamado del gobierno a que los padres controlen a sus hijos y les impidan salir por la noche. Parte de los detenidos son, como dijo el Ministro Villepin “muy menores” (10 a 12 años). Es difícil explicar en esos casos la ausencia de control de los padres si no es por una corriente de simpatía hacia lo que sus hijos estaban haciendo. Por el contrario, todos los testimonios recogidos y publicados por la prensa señalan que los adultos entienden los motivos, pero critican y se oponen al accionar de los jóvenes. ¿Manipulación de la información para aislar a los jóvenes? Muy probablemente.

 

¿Apolíticos, lúmpenes, fundamentalistas?

 

Se ha buscado presentar a los jóvenes que participaron de la revuelta como completamente apolíticos, identificados por la religión y lúmpenes relacionados con pandillas y con el narcotráfico. Ninguna de estas caracterizaciones es correcta. En primer lugar, el movimiento tiene una demanda política: la renuncia de Sarkozy. Incluso en los primeros días se sostenía la existencia de una radicalización previa de estos jóvenes, comprobable en las letras de grupos de hip hop de estas barriadas. Por otra parte, esa imagen de violencia ciega de pobres contra pobres que destruyen escuelas y centros comunitarios no se vio respaldada en los diarios por cifras que las respaldaran. Los argentinos tenemos una vasta experiencia en este tipo de selección informativa, que magnifica hechos aislados, y de influencia emocional, a través de la reproducción de testimonios de personas directamente afectadas. Por otra parte, el sistema educativo, que es presentado como algo útil para los jóvenes, es claramente percibido por ellos como un elemento de la selección clasista. Un “villero” francés de 23 años que participó en la revuelta, cuya madre es una exiliada argentina, a la pregunta de por qué queman escuelas responde: “Porque el sistema está mal. Ya desde chicos te discriminan entre los que van a progresar y los que no; en mi barrio te enseñan oficios; no pretendas ser otra cosa” (La Nación 13/11). Otro elemento que ha sido distorsionado es la identidad religiosa de los participantes. Se trata en su mayoría de jóvenes de segunda o tercera generación como residentes. Sus lazos con su cultura de origen son casi inexistentes. A su vez, las autoridades religiosas que desde un principio intentaron mediar en el conflicto se mostraron completamente ineficaces para esa tarea. Los jóvenes no se referenciaron con ellos, ni acataron su autoridad. Sin embargo, los diarios no se cansan de repetir que la única identidad que nuclearía a estos jóvenes es la común pertenencia a la religión musulmana. Clarín, por ejemplo, reconoce que “aún ellos no han logrado calmar la bronca” (6/11), pero esto no le impide seguir afirmando que los líderes religiosos son los únicos a los que los jóvenes escuchan y respetan. Efectivamente, lo que los une es su condición de clase: constituyen el sector más explotado de la clase obrera francesa, el más afectado por el desempleo. Desde un principio el gobierno trató de asociar a estos jóvenes a bandas delictivas y al narcotráfico. Que esta asociación es incorrecta se comprueba con sólo leer las declaraciones oficiales: la mayoría de los detenidos no tiene antecedentes penales (Clarín 8/11). Sólo 80 de los 3.000 detenidos figuraban en registros de la policía (El País 24/11), apenas un 2%. La gran mayoría, el restante y abrumador 98% de los jóvenes encarcelados por participar en la revuelta, carece de antecedentes penales de ningún tipo. Muchos son desocupados, aunque varios poseen trabajo. Empleado de fast food, ayudantes de cocina, aprendiz de plomero, son algunas de las ocupaciones declaradas por los entrevistados.

Algunos sectores de la izquierda han repetido las declaraciones oficiales: se habla de jóvenes a los que el capitalismo empuja hacia su lumpenización o que su comportamiento es propio de lúmpenes. Sin embargo, se trata de un grueso error teórico, propio de un análisis impresionista: el lumpen proletariado no se define por un tipo de comportamiento, es una capa social a la que pertenecen prostitutas, ladrones, mendigos, patotas políticas, cafishios, etc..“Son la escoria de todas las clases sociales”, dijo Marx. Como hemos señalado, los mismos datos del gobierno refutan esta caracterización. Por el contrario, resulta claro que estamos ante una revuelta del sector más explotado de la clase obrera europea. Las estadísticas laborales nos presentan una clara confirmación de esto.

 

El empleo en los suburbios

 

La tasa de desempleo actual de Francia es de un 10%; la de desempleo juvenil (entre 15 y 25 años) es de un 20%; la de desempleo juvenil de los inmigrantes es del 40% y se aproxima al 50% en el caso de los jóvenes inmigrantes de los suburbios problemáticos (Clarín 11/11). El desempleo juvenil es llamativamente alto, dado que ha aumentado la escolarización, o sea, el tiempo que los jóvenes quedan apartados del mercado laboral y no se los contabiliza como desocupados. Otro punto importante es el crecimiento de la pobreza entre los trabajadores ocupados que alcanza al 9,9% de asalariados franceses. En este sector destacan los empleados a tiempo parcial, principalmente jóvenes que cobran sueldos por debajo del mínimo legal. En torno a París, la tasa de desempleo es de 9,4% para los hombres y de 13,4 para las mujeres, pero asciende a 18,6 para los hombres inmigrantes y a 27,3 para las mujeres de igual procedencia. Entre los inmigrantes de esa región los argelinos tienen un 28% de desempleo y las argelinas un 44%, los marroquíes un 28,7 %, las marroquíes un 41,7%. Al problema del empleo se suma el de la vivienda: los alquileres han subido un 15% el último año. Los inmigrantes son un tercio de los demandantes de viviendas subsidiadas por el Estado, pero tienen mayores dificultades para acceder a ellas. Los edificios de los suburbios están muy deteriorados y debieran haber sido restaurados hace más de 20 años (La Nación, 4/11).

 

Los resultados

 

La moraleja que los medios burgueses quieren enseñar a sus lectores es que nada se consigue mediante la lucha y que el saldo de esta revuelta es negativo para sus participantes, ya que se incrementarán el racismo, la discriminación y la represión. Sin embargo, nuevamente, basta con una lectura atenta para desmontar esta mentira. Ya vimos que el Primer Ministro promete devolver subsidios y ampliar las becas. El gobierno también ha dispuesto 30.000 planes de “Servicio Civil Voluntario” para el 2006 y 50.000 para el 2007 (El País, 24/11). También prevé desbloquear el “Plan de renovación urbana de barrios desfavorecidos” paralizado desde hace 25 años, que llevaría a la duplicación de viviendas gastando 25 mil millones de euros. Una trabajadora social comenta que “los jóvenes se nos burlan. Dicen que nosotros con nuestro pacifismo, no conseguimos nada. Y que ellos lograron lo que quisieron a fuerza de cócteles molotov. Lo peor es que a la vista de lo ocurrido ellos tienen razón.” (La Nación, 10/11).

Los jóvenes consiguieron, entonces, planes de empleo, subsidios para asociaciones comunitarias, más docentes para las escuelas y que se resucite el plan de viviendas. La revuelta resulta entonces exitosa. Nada más infundado que el juicio generalizado de los medios, nada más cierto que el comentario de la trabajadora social. Finalmente, entre los “fracasos” de la protesta se ha querido enumerar un supuesto crecimiento de la derecha: Sarkozy, Ministro del Interior con aspiraciones presidenciales, habría logrado mejorar su imagen a pesar de que al inicio de la crisis se pidiera su renuncia. Villepin, el más moderado e igualmente aspirante a la presidencia, habría quedado en segundo lugar. Sin embargo, se omite que se piensa desmantelar toda la estructura policial que Sarkozy había organizado, lo que, sin lugar a dudas, constituye otra victoria de la revuelta. Sarkozy había eliminado la “Policía de proximidad”, que cumplía funciones sociales dentro de la comunidad y establecido un régimen de tolerancia cero a cargo de la CRS, un cuerpo acusado de tener entre sus filas a numerosos militantes de extrema derecha. El gobierno planifica ahora volver al sistema anterior (El País 24/11).

 

Los límites

 

La revuelta la protagonizaron los sectores más explotados de la clase obrera francesa. Tenían algunas demandas concretas y cierto nivel de politización. Pero aunque sus acciones fueron exitosas, ninguna de estas concesiones arrancadas al calor de la revuelta podrá verse materializada si el movimiento no da un salto cualitativo y comienza a organizarse y a adquirir una dirección política centralizada. Los movimientos autonomistas de origen pequeño burgués pueden solazarse con el carácter primitivo de la revuelta, y esperar que nuevas “situaciones” aparezcan y se eclipsen de igual manera. Pero esto no mejorará las condiciones de vida de nadie. Hay que apostar a la organización revolucionaria de estos jóvenes, que han dado prueba de su disposición para el combate; es un desafío de la izquierda internacional organizarlos y promover el avance de la conciencia de este movimiento. Repetir la acusación de lúmpenes que la prensa burguesa formula a despecho de todas las evidencias disponibles, no es un buen camino para ello. Que la burguesía teme su expansión, lo demuestra la enorme conjura mediática que intenta transformar una revuelta contra condiciones de vida que se agravan sin cesar, en hechos irracionales. Es decir, sin explicación, sin causa. Sin embargo, los jóvenes franceses, como los piqueteros argentinos, han aprendido ya que nada enseña mejor que la pedagogía del fuego.

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