La idea fija. Testosterona, el nuevo disco de la Bersuit
Por Gabriel Falzetti
Grupo de Investigación de la
Música en Argentina- CEICS
Apenas extinguidos los últimos acordes de La argentinidad al palo, la Bersuit se despacha con un nuevo disco. Testosterona es, esta vez, el título elegido por la banda. Trece canciones que combinan a un mismo tiempo diversos ritmos, temáticas y músicos. Podemos intuir un movimiento constante que atraviesa a todas las piezas musicales, donde cada tema parecería contrastar con el anterior. La angustia individual aparece frente a la culpa y la impotencia ante los males sociales, mientras los ritmos se suceden como queriendo levantar al hombre sumido en el escepticismo. Cada descontento, cada desilusión, cada canción pareciera afectar “testicularmente” a los miembros de la banda. La lucha de clases, evidentemente, afecta a todos, incluyendo a la Bersuit. Resta ver qué solución proponen a la barbarie capitalista. Veamos la obra tema por tema.
Yo, vos, yo
Empecemos con el primer tema, Yo, una canción con un interesante desarrollo instrumental. La voz entra sobre el sutil “martilleo” constante de una especie de clave y unos pizzicatos de violín (“Venía, vengo, estoy”) y se corta como si frente a sí se presentara un abismo. Las cuerdas acompañan ese lamento existencial “estoy aquí solo, disfrazado de yo”. De a poco el tema se va tornando más desesperante. La violencia de la distorsión aparece con el lamento más escéptico que se le haya escuchado a la banda: “reventado por exceso de todo lo que no hay, de lo que no habrá, de lo que no existe, de lo que no quiero, de lo que no sé”, dice. Final abrupto. Contrastando con esta apertura aparece Me duele festejar. Pieza festiva de tono despreocupado, en melodía y letra. A la voz solitaria del primer canto se le suma el coro en el “¡Ay, me duele festejar! Me gusta igual”.
Repetido hasta el hartazgo, como queriendo superar una culpa típicamente pequeño- burguesa ante la miseria ajena. Frente a toda la adversidad imaginable, el tipo festeja, aunque le duela. El dolor, presente sin más superación que mover el cuerpo a fuerza de ritmos repetitivos, se vuelve sufrimiento. Este tema chiquito, que hasta suena un poco fuera de contexto, es seguido por En la ribera, la descripción de Cordera y la Mona Jiménez sobre la vida en los barrios bajos, en La Boca, Laferrere, La Matanza. Percusión de ritmos rioplatenses y coros melismáticos que preparan el caldo de cultivo para el sitio donde “sólo se arroja basura” y “se aspira pimienta blanca”. En medio de la miseria aparece la salida: con voz muy baja Cordera susurra “murguean danzas guerreras, bailan al hambre, cantan a la peste…”. Cuando el coro se suma en “es el arte de la pelea”, el susurro se convierte en una especie de cumbia que nos adentra en la salvación individual: el robo “es una cámara de fotos comida del día” (“un auto puede salvarnos un mes más”). La cumbia, el delito, el mal gusto aparecen asociados. El estribillo nos dice: “En la ribera, en la ribera se culea, el parapléjico te mueve, los abuelos te voltean”. A la pobreza lírica se le suma la voz de la Mona Jiménez, pero el resultado es efectivo. El texto es netamente descriptivo, contemplativo. No plantea más salida que la individual. ¡Cómo si no existiera el movimiento piquetero!
Nuevos descontentos que suman a la hinchazón testicular. Sigue el reggae Sencillamente. Retoma la idea del primer tema “no hay pan que tape el agujero, el de la angustia existencial”. El wah-wah llorón y un ritmo reiterativo se suman a una letra también llorona y reiterativa: “dame sencillamente lo que más te guste, lo que más te guste, lo que más te guste y nada más”. Así, conformista. A este intimismo le sigue el título más vulgar que haya existido jamás en canción alguna: O vas a misa, o vas a misalamín. De un nivel muy elemental y con una intro entre berreta y ochentosa. Con el “aporte” de la inefable voz de Andrés Calamaro, nos encontramos frente una evocación del soltero “libre”. Un rechazo al compromiso matrimonial que se basa en un rechazo a todo tipo de compromiso. “Mis amigos son todos maricones, eran libres y ahora son panzones […] más te comprometés, más canas pintás”. Sigue a este tema una balada: Esperando el impacto. Un slide introduce a la historia de un kamikaze sin causa. Nuevamente, la angustia existencial y la soledad en un camino que no tiene otra salida que “estar cayendo”. “Resignación o lucidez”, esa es la cuestión. Un estribillo bien marcado por la batería, como queriendo corroborar todo lo anterior. Masoquismo puro, otra vez no hay salida más que el estrellarse “cerca de la eternidad”. “Todo sigue igual”, repite el cantante. El cierre de la canción es la espera del impacto, en un fondo de guitarras que parecerían representar la misma caída.
Con la canción siguiente vuelven al ritmo y temática de En la ribera: la percusión candombera, la exclusión. Andan Yugando nos habla de los pibes de la calle, con visión humanista a lo Berni y su Juanito Laguna: “andan pidiendo una moneda en la parada del autobús”. El reemplazo del término “colectivo” por el de “autobús” suena a extranjero. Esa visión extranjera se compensa con una forma de canto que obvia las eses y acentúa al “viejita”, al “chabón” que aún conserva Cordera. El estribillo nos dice: “¡Ay qué pena! Y sin acuare- la. ¡Ohh qué pecado! Mirar al costado.” Las guitarras criollas y los teclados nos muestran el mayor grado de avance en la conciencia Vergarabat: “vamos a ayudar a esos atorrantes para que salgan de ese lugar”. ¿Revolución de la clase obrera? No. Asistencialismo. Veremos más adelante porqué la Bersuit propone esta forma de “cambio”.
La culpa es de todos
Fiel a la posición que tomaron ante Cromañón, vuelven sobre la culpa de todos. Todos destruimos día a día a nuestra única madre: la madre naturaleza, la tierra. Al menos eso aparece, a modo de réquiem, en Madre hay una sola, primer corte de difusión del disco. Canción de una concepción musical muy similar al Creep del primer Radiohead: frases sobre una guitarra acústica rasgueada que nos lleva a un estribillo que explota en distorsión. En medio de la distorsión, una guitarra chilla punzante, contrapunteando a la voz que le dice a la tierra “te agradezco porque aquí estoy, vos sos mi única madre, con alma y vida hoy venero tu jardín”. El desconcertado Cordera, cual militante de Greenpeace, se avergüenza de su condición humana y contaminante. Obviamente no hay una sola propuesta para cambiar nada. En la próxima canción, como si fuera la contracara de la anterior, pareciera haber un indicio de mejora. En Vamo´ en la salud, Verenzuela (guitarrista de la banda) nos muestra irónicamente, en un ska desenfrenado, la vida de un naturista adicto a las vitaminas. No hay demasiado para decir. Próximo tema: Inundación. Apenas una leve distorsión, un poco de percusión y el bajo nos meten en el charco. El Sindicato Argentino de Hip Hop quiebra el tema con un fragmento rapeado. Al estilo de la ya mencionada Madre hay una sola, aparece nuevamente la culpa por la destrucción del ecosistema. En uno de los estribillos más “lavados”, la banda nos dice “porque vinimos, porque nacimos, porque somos como el agua” (¿?). Contradictoriamente, es el fragmento más “pesado” del tema. En el siguiente, Barriletes, como no podía faltar, aparece la vuelta al pasado ideal: “Todo cambia y también cambio yo”, extraído casi textualmente de Cambia todo cambia, de Violeta Parra. Una melodía melosa, suave manifiesta el miedo a la verdad, a asumir la realidad. Suavidad a fuerza de esos pianísimos que, Cordera cree, amenizan su voz. Es el anhelo por encontrar en el presente “todo lo bueno del pasado”. Pero no, los barriletes que planean en el presente son “barriletes de desilusión”, desilusión que sigue sumando hinchazón testicular. Barriletes que no llegan a ascender, en una armonía que gira y gira en torno a lo mismo de modo constante. Cuando parece que sube, baja y vuelve a subir para volver a bajar. El pasado retorna en el próximo tema, La flor de mis heridas. Especie de continuación vulgar del tema anterior. “Aquella bombacha que fue blanca, hoy se encuentra casi casi toda negra”, es una evocación a viejas conquistas. Cromáticamente, se acrecienta el clima caliente y nostálgico, el regocijo ante las andanzas sexuales pasadas. Los huevos ahora se llenan de sentimiento: “la flor de mis heridas que se abre cualquier día y me despierta por las noches sudando y extrañándote”. Así llegamos al resumen inseparablemente político y musical de la banda: Y llegará la paz. A lo descrito en Andan Yugando, la Bersuit da su propia solución reformista, asistencialista, kirchnerista en definitiva, invitando a la orquesta de la ZAP (Zona de Acción Prioritaria, de Villa Lugano), formada por “niños pobres” y dirigida por el director del Conservatorio Manuel de Falla, Claudio Espector. En un canto de desesperanza, acorde contodo lo cantado anteriormente, Cordera nos grita, en una desafinación extrema y probablemente buscada: “Me cortaré los huevos y llegará la paz”. La desesperanza, la hinchazón, la elección de caminos errados, indefectiblemente culmina en deshacerse del motor impulsor. La pasión trae problemas. Pero la pasión es el movimiento, es lo que permite el curso de la vida. La paz es la muerte, la falta de pasión es esquivar los problemas, es renuncia a la vida. Eso hace la Bersuit, banda acomodaticia como pocas, vestida con el ya muy difundido manto progre. Víctima de un fracaso anunciado por las mismas contradicciones de su mismo discurso, la banda hoy no tiene más remedio que castrarse. Quizá el error haya sido ver en la Bersuit otra cosa. La Bersuit tiene ideas fijas. La de vender discos a como sea es la primera. Su actitud compositiva también: no se han alejado un ápice de la línea que les marcó Santaolalla. La repetición de fórmulas efectistas es otra, tanto como la de remarcar el machismo más primitivo y recalcitrante. Igual que la de ocultar su aburguesamiento en una máscara de lástima. Esta vez son los testículos, antes era el palo, como si cualquier excusa fuera buena para esquivar el bulto (con perdón de la expresión) de la lucha de clases.