Por Fabián Harari*
El 12 de Agosto se cumplieron 200 años de la Reconquista, gesta que suele asociarse a otro fenómeno: la Revolución de Mayo. Nos hemos cansado de escuchar que se trató del despertar de la “conciencia nacional”, que los criollos se percataron entonces, que los criollos se percataron entonces de que eran los verdaderos dueños del lugar, ante la vergonzosa actitud de los peninsulares que osciló entre la huida y el reconocimiento de las nuevas autoridades. Según esta visión consagrada, las milicias que protagonizaron la reconquista son el comienzo del ejército nacional. Por eso el 13 de agosto, en la representación montada por el Gobierno, desfiló el Regimiento 1 de Patricios, dándole al acto un aire de orden castrense, como a todos los que tienen que ver con la revolución.
Esa historia sostiene que fue la acción externa la que trajo la crisis. Los ingleses destruyeron la dominación colonial. Los criollos tomaron el problema en sus manos: echaron a los invasores y restauraron la autoridad. Si a eso le sumamos que ya existía un “ejército nacional”, entonces, para 1806 la revolución estaba hecha. Estamos frente a un relato donde la transformación social no es producto de un conflicto interno sino que viene de afuera y la revolución es un proceso gradual, pacífico y fortuito. El problema no es que oculte el conflicto y la lucha de nuestra burguesía, sino que es esencialmente falso.
En primer lugar los cuerpos que combatieron en la reconquista no son un antecedente del ejército ya que la mitad de los combatientes eran soldados peninsulares traídos de Montevideo, y el resto no respondía a estructura militar alguna: era la población armada. El Regimiento de Patricios puede asistir a todos los festejos, pero lo cierto es que en aquel momento no existía. Es curioso que sus autoridades no hayan averiguado la fecha de su creación: el 9 de noviembre de 1806.
En segundo lugar, luego de la primera invasión se desató una crisis política de tal envergadura que no puede achacarse a las invasiones. Si este hubiera sido el único fenómeno disruptivo, luego de la expulsión habríamos asistido a la restitución de las antiguas normas y autoridades. No fue así.
El 13 de agosto el gobierno estaba acéfalo. Un testigo de la época define muy bien la coyuntura: “La victoria fue la única autoridad que se encontró en Buenos Aires el día de la reconquista”. Las autoridades coloniales intentaron volver las cosas a la normalidad: reponer a Sobremonte hasta que desde Madrid enviaran un nuevo virrey. Entre tanto, el Estado debía recuperar el control de la violencia y quitarles las armas a los vecinos. Para lograrlo se convocó a un Cabildo Abierto con 98 vecinos invitados, la mayoría funcionarios coloniales, como correspondía por ley. Sólo 20 eran criollos.
Pero la realidad se presentó en forma muy distinta. El pueblo armado irrumpió y se impuso, tal como nos relata el testigo Ignacio Nuñez: “Y sin embarazarse ni con los respetos ni con las formas, se agolparon a las puertas de la sala del Congreso y pidieron de una manera clamorosa que, antes de disolverse se determinase en quién quedaba depositada la autoridad militar”.
Los manifestantes impusieron a Liniers con la acción directa. Esta intervención violó cuatro normas sacrosantas del sistema político: la facultad metropolitana de destituir al virrey, la facultad de nombrar uno nuevo, la prohibición de un extranjero de ocupar el cargo (Liniers era francés) y la debida obediencia a las disposiciones de las autoridades locales.
Con el nombramiento de Liniers no se acabaron las amenazas al sistema. La población se resistió a entregar el mando militar a un comando único y hubo que armar regimientos por región. Nacen así las milicias de gallegos, andaluces, catalanes, arribeños (provincianos), patricios (originarios de Buenos Aires) y las de negros, pardos y mulatos.
Las leyes coloniales eran muy claras respecto de los nombramientos: los oficiales se elegían de arriba para abajo. Sin embargo, otra vez se atentó contra el orden establecido y los jefes de las milicias se eligieron en asambleas.
¿Puede una precaria ocupación extranjera ser la causante principal de tamaña conmoción social? Evidentemente, las relaciones en la colonia ya estaban en crisis y se estaba gestando a sus sepultureros. Pero la historia oficial prefiere ocultar estos hechos revolucionarios para resaltar una batalla donde todos parecen unidos.
Decir que las relaciones coloniales estaban en crisis no implica asegurar que todo estaba resuelto en 1806. Un historiador tan importante como Tulio Halperín Donghi afirma que, para esa fecha, la suerte estaba echada. Sin embargo, los criollos no fueron los únicos en armarse, también lo hicieron los peninsulares en varias milicias españolas y allí donde pudieron, impidieron la elección de los altos cargos y nombraron a los suyos. Mientras 5.209 milicianos se hallaban bajo la dirección de un peninsular, 3.067 estaban bajo las órdenes de criollos.
De 1806 a 1810, la sociedad careció de un comando único y permaneció dividida en dos bandos: la burguesía criolla que apostaba por la revolución y los comerciantes monopolistas ligados a las casas de Cádiz, que intentaron recomponer la autoridad virreinal por la fuerza. Esos intereses se entrometieron en el interior de las milicias que sufrieron enfrentamientos internos. El más importante aconteció en el Cuerpo de Patricios: Domingo de Urién, comerciante monopolista, dispuso de todo su batallón para asesinar al comandante Cornelio Saavedra, un propietario de tierras y ganado. Esta división de la sociedad se superó cuando uno de los bandos aniquiló al otro: los cuerpos revolucionarios confiscaron a los reaccionarios mediante la acción directa.
Para cambiar las relaciones opresivas del régimen colonial tuvieron que vulnerar las condiciones y métodos que esas relaciones imponían al conjunto de la población con el fin de perpetuarse. Para nacer, para construir una nueva sociedad, nuestra burguesía tuvo que lesionar los intereses de sus enemigos, apelar a la ley de la necesidad e imponerse. Tuvo, en fin, que hacerse piquetera. Hoy es esa misma clase la que intenta detener el movimiento con argumentos que, en su momento, hizo bien en no contemplar.
* Investigador del Centro de Estudios e Investigaciones en Ciencias Sociales. Su último libro es La Contra. Los enemigos de la Revolución de Mayo, ayer y hoy (Ediciones ryr, 2006).