Irresponsable – Por Stella Grenat

en El Aromo nº 79

stella grenat image 79Reseña de ¿Por qué el Che fue a Bolivia? La estrategia revolucionaria de Ernesto Guevara, de Daniel De Santis

¿Leyó el último libro de Daniel De Santis? ¿Cree que la revolución en Argentina tiene que cumplir tareas burguesas y que, para ello, es necesario irse al monte a armar una guerrilla? Si responde afirmativamente, no se pierda esta nota donde saldamos cuentas con el guevarismo, de ayer y hoy.

Por Stella Grenat (Grupo de Investigación de la Lucha de Clases en los ’70-CEICS)

Editado recientemente, el último trabajo de Daniel De Santis, ¿Por qué el Che fue a Bolivia? pretende recuperar teórica y políticamente al guevarismo como estrategia revolucionaria vá­lida en la actualidad para toda Latinoamérica.1 A pesar de que este nuevo libro no suma nada nuevo a lo ya dicho por el autor en su trabajo anterior sobre el PRT-ERP, importa discutir su decisión de recortar, editar y propagandizar un programa (el nacionalismo) y una estrate­gia (el foquismo) que no se corresponden, ni se correspondieron en los ’70, a las necesida­des dictadas por nuestra realidad. Crítica que habilita el camino para debatir las responsabi­lidades que nos caben a los socialistas a la hora de defender objetivos y formas de lucha que en su despliegue ponen en juego aquello que más cuesta construir a la clase obrera: sus organiza­ciones y sus militantes.

El método de Doña Rosa

De Santis se propone abordar una enorme va­riedad de temas y problemas. El libro está di­vidido en dos partes. En los seis primeros ca­pítulos de la primera, se sientan posiciones políticas, económicas y hasta filosóficas del más diverso tipo: la evolución de la estrategia de poder en el marxismo, el derrotero marxista en América Latina, la historia de la Revolución Cubana, el socialismo y el hombre nuevo. In­cluso, el libro trata diversas experiencias guerri­lleras (el Congo, Colombia, Venezuela, Perú, Argentina) y dedica un capítulo a la Revolución boliviana de 1952. El hilo argumentativo que los unifica es la reivindicación de su vincu­lación con el Che. Una perspectiva que se acer­ca al absurdo en el caso del Congo, caso en el que concluye que, a pesar del desastre y la de­rrota del Che, habría que rescatar “sus ideas y su ejemplo” como puntapié inicial de la políti­ca internacionalista cubana que, con posterio­ridad, se mantuvo en África.2 Ahora, bien esa enorme cantidad de problemas no son aborda­dos con la debida profundidad teórica e histó­rica que, dada su significación, ameritan. En la segunda parte del libro, se reservan los nueve capítulos a la reconstrucción de la campaña del Che en Bolivia.

El error metodológico de De Santis descansa en la ingenuidad con la que aborda su observa­ble. Como buena parte de la historiografía que se reivindica “de izquierda”, tiende a creerle a las fuentes, lo que en este caso implica seguir a pie juntillas la interpretación que los propios militantes hicieron de los hechos que les tocó protagonizar. Siguiendo este camino, de Santis explica el carácter socialista del Movimiento 26 de Julio (M-26) y el proceso de concentración y centralización de la dirección político-militar en sus manos. Así, adopta el balance del pro­pio Fidel Castro, quien planteó que el carácter socialista de la revolución cubana se encontra­ba ya en el ataque al cuartel Moncada. En sep­tiembre de 1961, comienza a editarse la revis­ta Cuba socialista. En su primer número, Fidel titula su editorial “Cuba socialista”, y se señala que cuando en su discurso del 16 de abril de 1961, al calor de los bombardeos norteameri­canos a la isla,

“se proclamó el carácter socialista de la Revo­lución […] La Revolución no se hizo socialista ese día. Era socialista en su voluntad y en sus aspiraciones definidas, cuando el pueblo for­muló la Declaración de La Habana. Se hizo de­finitivamente socialista en las realizaciones, en los hechos económico-sociales cuando convir­tió en propiedad colectiva de todo el pueblo los centrales azucareros, las grandes fábricas, los grandes comercios, las minas, los transportes, los bancos, etc. El germen socialista de la Revo­lución se encontraba ya en el Movimiento del Moncada”.3

De Santis retoma esta caracterización políti­ca como cierta, y no la contrasta con la rea­lidad y con la historia. De hecho, sostiene su argumento con una prueba idealista: el M-26 fue socialista como resultado de la “evolución ideológica” (p. 129) de sus miembros ocurrida “en las montañas [donde] los guerrilleros fue­ron proletarizando su pensamiento en la lucha junto al campesino”. (p.128) Esta “transforma­ción ideológica” (p.135) acaecida en un grupo de “gente que ha leído a Marx […] que está luchando contra el imperialismo […] que está organizando una fuerza revolucionaria con el sector más pobre”, (p.128) explicaría además el carácter socialista del programa victorioso en 1959.

Es decir, la fuerza social se explica por la ideo­logía (o las “lecturas”) de algunos de sus diri­gentes, y no por la actividad política concreta­mente desplegada. Decimos “algunos” de sus dirigentes porque el propio De Santis se ve obligado a reconocer que el M-26 era un movi­miento policlasista “formado por gente de dis­tintas clases y sin unidad ideológica” (p.135), pero revolucionario porque “estuvo liderado por un hombre y dirigido por un equipo en su mayoría marxista” (p.135).

En ningún momento se realiza un estudio sis­temático de la realidad estructural de la isla, el contexto internacional de la Guerra Fría, la composición de clase del M-26 en particular, y de la sociedad cubana en general, las luchas entabladas entre las diferentes direcciones polí­ticas en el interior de la fuerza social revolucio­naria, ni la vinculación entre ellas y las masas. De Santis elude estos problemas como punto de partida para avanzar en la caracterización de la revolución cubana.

En síntesis, una de las debilidades más impor­tantes de este trabajo es su método: no esta­mos frente a una obra de investigación rigurosa de ningún tema en particular. No es tampoco un texto de descripción histórica completo, ni un tratado político o teórico sustentado. Por el contrario, se trata de un conjunto de ensayos dispersos, que amontonan problemas sin orden y describen superficialmente hechos y explica­ciones, ya conocidos.

Otra vez, ¿qué es el foquismo?

Si bien la obra en su conjunto es una oda a las virtudes del Che, quien habría poseído una “capacidad analítica […] ayudada por su valen­tía para pensar [que] lo llevó […] a constituir­se en, quizás, el principal teórico del socialismo del periodo en el que le tocó actuar.” (p.173), sobresale en el texto la defensa del foco como estrategia revolucionaria.

De Santis define “foco como catalizador de si­tuaciones dispersas, de grupos que intentan pero no logran consolidar la acción revolucio­naria, y como movilizador de las conciencias dormidas.” (p. 201) Según él, esto se habría ve­rificado en la práctica de las guerrillas en toda Latinoamérica incluyendo la Argentina.

En el caso argentino, es falso que la intervención de comandos armados urbanos haya actuado en tal sentido. Aquí, la acción insurreccional de masas, determinada por las características estructurales de nuestro país, no sucedió, sino que precedió al surgimiento y consolidación de las organizaciones político-militares. Y, ante cada crisis política de envergadura, es esta ac­ción de masas la que se presenta. Asimismo, no puede ser definido más que como un disparate afirmar que la organización sindical y política de nuestros trabajadores, y sus grandes gestas de lucha, hayan sido catalizas por Montone­ros y el PRT-ERP, por nombrar a las organiza­ciones más importantes. Que, hay que decirlo, no son las que reivindica De Santis, quien en este trabajo rescata el accionar del EGP y de las FARN del Vasco Bengoechea, cuyo impacto en la lucha de clases argentina fue nulo.

Está probado que el foco es una estrategia exi­tosa en la constitución de un Estado Mayor po­lítico-militar sólo en determinadas condiciones estructurales, a saber: en esos lugares en los que el partido revolucionario surgió y se consolidó en condiciones de guerra y clandestinidad, en el ámbito rural apoyado en masas campesinas, en condiciones de proscripción política y de­bilidad relativa del aparato estatal. De allí que, la acción militar en pos de la formación de un ejército popular a partir de formaciones mili­tares irregulares constituyera la forma de lucha principal, el núcleo a partir del cual se consoli­daría la dirección hegemónica del partido. En nuestro país, esta concepción lejos de potenciar el desarrollo de nuestras organizaciones, con­dujo a que su accionar se distanciara aún más de las necesidades objetivas del movimiento re­volucionario. Aquí, no había tareas militares inmediatas que cumplir. Al contrario, a partir de la crisis de 1969, se abrió una etapa en la cual la construcción de hegemonía en el inte­rior de la clase obrera y las masas constituyó la tarea primordial de los revolucionarios. Tarea que suponía una feroz batalla contra la ideolo­gía reformista burguesa (peronista) de la mayo­ría de la población.4

La cuestión programática: antiimperialis­mo, comunismo y socialismo

En el capitulo siete, “Táctica y estrategia de la Revolución Latinoamericana”, se encuentra el corazón del libro. Como ya nos hemos referido a las cuestiones estratégicas, nos dedicaremos aquí a señalar la debilidad programática de la propuesta guevarista para Argentina.

De Santis asegura que la Segunda Declaración de la Habana sería “la continuación del Mani­fiesto Comunista para América Latina” (p.159). Allí se estipula que en este continente estaban dadas las condiciones objetivas para una revo­lución de carácter antiimperialista. En térmi­nos tácticos, coincidiendo en ese aspecto tra­diciones comunistas y trotskistas (Milcíades Peña, Silvio Frondizi y, naturalmente, del pro­pio Guevara), afirma que las burguesías nacio­nales, por tratarse de clases aliadas al imperia­lismo, son incapaces de dirigir la lucha por la emancipación nacional (p.198). De modo que quedaría en manos de las masas explotadas, obreras y campesinas, culminar las tareas pen­dientes de una revolución democrático-bur­guesa fallida (o abortada, inconclusa, traiciona­da, dependiendo de cada línea historiográfica específica).

En ese marco, Bolivia era considerada por el Che (y De Santis) como la retaguardia de la es­trategia revolucionaria, según la cual el Cono Sur actuaría a su vez como vanguardia mundial de la lucha antiimperialista de Asia y África. En Bolivia en general (el eslabón más débil de la dominación imperialista) y Santa Cruz en par­ticular (el lugar en el que menos llegaba el con­trol del Estado boliviano), estarían además las condiciones de lucha de un pueblo cuya van­guardia, “el proletariado minero estaba espe­rando a su jefe, el Comandante Che Guevara” (p.353). Concretamente, el Che fue a Bolivia “a cumplir con el programa de la revolución la­tinoamericana expresado en la Segunda Decla­ración de la Habana” (p.187)

Semejante análisis nos plantea dos pregun­tas. Primero, ¿el programa antiimperialista es pertinente para toda América Latina, y espe­cíficamente para la Argentina? Segundo, Si el programa y la estrategia del Che Guevara y el guevarismo (representado por el PRT-ERP en Argentina), fueron correctos, ¿por qué la Revolución fue derrotada en Bolivia y en la Argentina?

Con respecto a la primera pregunta, y pese a los numerosos (y antiguos) debates existen­tes sobre el tema, De Santis no sólo no ofre­ce respuesta, sino que ni siquiera se plantea el interrogante. Naturaliza y convierte en senti­do común que América Latina debe privilegiar su lucha contra el imperialismo y llevar a buen puerto sus revoluciones burguesas.5

Ahora bien, respecto de la segunda cuestión, aunque De Santis ofrece sus hipótesis, ellas no pasan de ser elementos absolutamente meno­res, restringidos al ámbito de la táctica más su­perficial, en tanto considera que ni el Che, ni el PRT-ERP, cometieron errores de otro tipo. Con respecto a Bolivia, asegura que la derro­ta de la guerrilla del Che no se debió al total y absoluto aislamiento en el que efectivamente sucumbió, sino a “su desvinculación de las or­gánicas de los dos partidos comunistas, el pro chino y pro ruso”.

El capitulo 11 de la primer parte del libro “Re­seña sobre la Revolución Boliviana de 1952”, firmado por De Santis y Noel Pérez deberían aportar datos que prueben esta afirmación. Sin embargo, construido con los dichos de dos cla­ses dadas por Pérez en la Cátedra Che Guevara y un texto del mismo autor, es decir, siguiendo como método el “digo lo quiero”, solo se des­criben superficialmente algunos acontecimien­tos sin aportar al debate sobre una derrota en la que cumplieron un rol preponderante los 20 años subsiguientes al ’52, en los que la burgue­sía desarmó militarmente a los obreros y cam­pesinos y desbarató su alianza.6

Para el caso argentino, repite sin explayarse que la derrota se debió a “no haber caracterizado a tiempo el cambio de etapa que se consolidó [con el golpe del ’76]” (p.202). Pretende res­ponder con un hecho aquello que requiere la comprensión del devenir y los enfrentamien­tos de la fuerza social revolucionaria. Descono­ciendo los últimos avances sobre el tema, en los que se comprueba la debilidad subjetiva de dicha fuerza social y sus dificultades para avan­zar en su unificación político partidaria me­diante la asunción de un programa revolucionario, deja sin respuesta la pregunta principal (¿Por qué perdimos?) y termina confundiendo a las nuevas generaciones con argumentos vo­luntaristas. Porque abandonando la mejor he­rencia que nos dejó el PRT-ERP, su incansable lucha por la construcción de un sólido parti­do de masas, De Santis concluye que los ob­jetivos políticos de los revolucionarios de hoy se reducen a “reconstruir el imaginario socialis­ta” (p.187) en tanto “el partido revolucionario llegará antes o después, lo importante hoy es construir la identidad revolucionaria que cree­mos es el guevarismo.”(p.399).

Un acto de irresponsabilidad

El último trabajo de De Santis es, en definitiva, un texto desafortunado. Recupera lo peor del ensayismo, aborda superficialmente tal ampli­tud de temas y problemas que termina deva­luando la propuesta del libro, y no llega a con­clusión válida alguna. En este sentido, lo más peligroso del trabajo no es su debilidad teórica e histórica, sino la irresponsabilidad política de defender un programa y una estrategia equivo­cados para la revolución en la Argentina.

Hace más de una década, en plena contrarre­volución menemista, nos planteamos la tarea que la clase obrera necesitaba para su rearme: un balance correcto de la derrota de la década de 1970. Para ello, nos dimos las herramien­tas necesarias, compañeros dispuestos, un pro­grama de investigación y un método científico (que implicaba la elección de observables perti­nentes y un abordaje empírico correcto). Asu­mimos la tarea teniendo en cuenta su impor­tancia política y moral, en tanto implicaba un balance de lo actuado por los compañeros que dieron su vida por la revolución y, mal que nos pese, fueron derrotados.

Desde aquel entonces, vieron a la luz decenas de artículos y nutridas investigaciones sobre las principales fuerzas políticas de aquel enton­ces: las FAL, el MLN-Malena, Montoneros, OCPO, el PRT-ERP. Asimismo, hemos procu­rado llevar adelante esa discusión con aquellos compañeros que protagonizaron históricas ba­tallas, como el Goyo Flores, y con representan­tes de los estudios más avanzados sobre el pe­riodo, como lo fueron CICSO o el grupo de investigación de Inés Izaguirre.

Entre ellos se encontró, desde el principio, Da­niel De Santis, a quien le editamos artículos, entrevistas y hasta libros, y al que también in­vitamos a todo tipo de actividades y jornadas. Nuestra crítica a sus posiciones no es nueva, y Daniel las conoce. No obstante, actúa de for­ma mezquina e irresponsable. Mezquina por­que no recupera estos debates en sus trabajos. Es decir, no debate abiertamente con nosotros lo que implica un comportamiento poco rigu­roso y una deslealtad política. En su defensa de la estrategia del Che no atina a contrarrestar ninguna de las críticas que ya le hemos hecho, no retoma ninguno de nuestros trabajos y pare­ce actuar como Homero Simpson cuando cru­za la calle: “si no miro, no me pisan”. Pero la realidad no funciona de esa manera.

No molesta que se nos excluya del debate. El problema no es ese, sino que la arbitrariedad intelectual puede volverse un crimen, en tan­to su figura posee, como un destacado repre­sentante de la militancia setentista, un prestigio que lo obligan a realizar un balance correcto de aquella derrota. Hemos perdido. Miles de compañeros fueron masacrados. ¿Por qué pasó eso? ¿Qué tenemos que hacer para que no vuel­va a ocurrir y podamos ganar finalmente? Da­niel no se toma la tarea seriamente y actúa de manera completamente irresponsable, al con­tinuar defendiendo una estrategia y un pro­grama para la revolución que han sido palma­riamente derrotados por el enemigo. Incluso, sobre esto último Daniel estaría de acuerdo.

Invitado como tantas veces a nuestras activi­dades (a pesar de que él no siempre actúa de la misma forma), hace unos pocos días presen­tó su libro en nuestras jornadas. Debatió y le explicamos, frente a los compañeros, todo lo que aquí señalamos. Fundamentalmente, que el Che se había equivocado profundamente. Y Daniel reconoció que así fue. Que el Che se equivocó. Pero que su figura debía continuar siendo reivindicada, “porque fue valiente”.7

Ahí es donde la irresponsabilidad se convierte en un acto de ignorancia e irracionalismo cri­minal. Como le señaló Eduardo Sartelli en el debate, Hitler era valiente, pero no por eso de­bemos tomar de él cosa alguna. Lo que importa no es justificar el accionar político de una ge­neración, sino aprender de sus errores para no volver a cometerlos. ¿Para qué? Para no perder. Para ganar. Porque la diferencia entre lo prime­ro y lo segundo es la masacre o el socialismo. Ése es el mejor homenaje que podemos hacerle a los combatientes caídos.

Notas

1 De Santis, Daniel: ¿Por qué el Che fue a Boli­via? La estrategia revolucionaria de Ernesto Gue­vara, A formar filas, Buenos Aires, 2014. Las citas de página corresponden a este texto.

2 De Battista, Martín: “La campaña del Che en el Congo y la solidaridad cubana con África”, en De Santis, Daniel: ¿Por qué el Che fue a Bo­livia?…, op. cit., p. 227

3 Castro, Fidel: “Editorial: Cuba socialista”, en Cuba Socialista, Año 1, N° 1, septiembre de 1961, p. 3.

4 Grenat, Stella: “Armas y revolución en Ar­gentina”, Razón y Revolución, n° 19, Bs. As., 2° Semestre de 2009, p.181-197; Una espada sin cabeza. Las FAL y la construcción del partido revolucionario en los ’70, Ediciones ryr, Bs. As., 2010, “La revolución Vietnamita”, prólogo a AA.VV.: Los orígenes de la Revolución Vietnami­ta, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2013.

5 Remitimos al lector a las siguientes lecturas que demuestran que nuestro país es un capi­talismo plenamente desarrollado: Kornblihtt, Juan: Crítica del marxismo liberal, ediciones ryr, Bs. As., 2009; Harari, Fabián: Hacendados en armas, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2009; Schlez, Mariano: Dios, rey y monopolio, Edicio­nes ryr, Buenos Aires, 2010.

6 Grenat, Stella: “Las armas de la revolución La­tinoamericana”, prólogo a Lora, Guillermo: Revolución y foquismo. Balance de la discusión sobre la desviación guerrillerista, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2013.

7 Puede escucharse el audio del debate en nues­tra página web www.razonyrevolucion.org.

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