Este año se cumplen 100 años de la Revolución Rusa. Se trata de un acontecimiento que marcó una época histórica, que puso un límite a la dominación capitalista mundial y que mostró una primera versión -deformada y con errores, es cierto- de una sociedad socialista. Pero, ¿cómo se gestó? Lo interesante de esta y cualquier otra revolución es que requirió preparación y una dirección política: en definitiva, necesitó un partido revolucionario que organizara y dirigiera el curso de la lucha de la clase obrera.
Hacia fines del siglo XIX, Rusia era uno de los países más atrasados. Hasta hacía poco, era una economía principalmente agraria, donde la tierra era trabajada con tracción a sangre y los campesinos se encontraban bajo relaciones de servidumbre. Los últimos años del siglo había transitado un proceso de industrialización, lo que había dado nacimiento muy rápido a la clase obrera. La liberación del campesinado había sido solo formal, las deudas seguía subordinándolo a los señores y a la Iglesia. La realidad era de una miseria abrumadora, donde cientos de miles vivían en el hambre más extrema.
En este escenario, un pequeño grupo de intelectuales se planteó la necesidad de transformar de arriba abajo esa realidad. A partir de una serie de discusiones con otros integrantes de su partido político (el Partido Socialdemócrata ruso), Vladimir Lenin, en 1902, planteó una serie de tareas necesarias para la Revolución. Ellas fueron plasmadas en su escrito titulado ¿Qué hacer?
Básicamente, Lenin apuntó la necesidad de construir el partido revolucionario. Pero, ¿qué es un partido? Un partido es esencialmente un programa político. Toda vez que encontramos programas políticos diferentes, hablamos de partidos diferentes. En este caso, no hablamos de un programa más: Lenin proponía un programa socialista, es decir, uno que transformara la sociedad de raíz por vías revolucionarias, expresando los intereses históricos de la clase obrera y una alta conciencia del funcionamiento del sistema capitalista.
Pero, en un sentido real, el partido debía tener una estructura. Debía entonces nutrirse de un grupo de militantes más o menos profesionales, especializados en el arte de la revolución. Para eso, se necesitaba hombres con disponibilidad, recursos y la organización de una tarea efectiva, disciplinada y centralizada. Como el grueso de la clase obrera no podía disponer de estos cuadros de manera “espontánea”, los mismos debían provenir de otras clases sociales.
Recordemos que la clase obrera apenas podía leer y escribir. Allí es entonces donde entró a jugar la pequeño burguesía y la burguesía. Estudiantes, intelectuales, sectores relativamente acomodados de otras clases, se sintieron interpelados por el programa revolucionario. Es un momento muy importante de toda construcción partidaria: el programa debe arrastrar tras de sí, a sectores de toda la sociedad, no solamente obreros. ¿A qué se dedicarían? Algunos a desarrollar una teoría revolucionaria basada en el conocimiento científico de la realidad. Otros a divulgar. Y otros a agitar en todo espacio posible. Cada momento era tan importante como el otro. De este modo, al sugerir esta organización, Lenin puso orden en un partido que calificaba de inexperto e improvisado.
Otro gran aporte político suyo fue la concepción de la lucha política. Lenin sostenía que la clase obrera no podía arribar a la lucha política espontáneamente. En los hechos, cuando la clase obrera pedía mejores salarios y mejores condiciones de trabajo, apenas se limitaba a la lucha económica y sindical. Es decir, la pelea por vender mejor su fuerza de trabajo. Por eso, la tarea del partido tenía que ser doble.
Primero, tenía que poder condensar todas las injusticias, todas las opresiones y la misma explotación económica en una sola fórmula que explicara las culpas del capitalismo. No le faltaba razón: el problema no estaba solo en la fábrica, sino en cada recoveco de la sociedad. Segundo, el partido tenía que elevar la conciencia del proletariado y aportar las herramientas necesarias para conducirlo a la lucha política. En efecto, la “lucha política” venía de afuera. Venía del partido.
De este modo, cuando el régimen político ruso colapsó, entrando en una crisis de magnitudes revolucionarias, Lenin supo leer el problema y canalizar la lucha de la clase obrera por vías revolucionarias. La estructura partidaria que había propuesto quince años antes mostraba finalmente sus frutos. Inauguraba así una tradición política que a todas luces debe ser retomada. Hoy, a cien años de estos episodios, las enseñanzas de la Revolución Rusa mantienen toda su vigencia.