GRAMSCI, LA VIDA HISTÓRICA Y LOS PARTIDOS. EN BUSCA DE UNA TEORÍA MARXISTA DE LA POLÍTICA

en Revista RyR n˚ 4

Los autores forman parte del GIA, Grupo de investigación sobre la Izquierda Argentina. Este es el primer texto producido por el grupo, que intenta abordar la historia de la izquierda revolucionaria en la Argentina en los últimos 20 años.

Por Alejandro Barton, Fernando Castello, Mauricio Fau Ana Saladino, Eduardo Sartelli

1. ¿Por qué Gramsci?

Cuando formamos el Grupo de Investigación de la Izquierda Argentina, nos preocupamos por resistir a la moda que cree que los abordajes idealistas de la política son menos «reduccionistas» que el «marxismo». El proyecto intenta dar cuenta de la historia de la izquierda revolucionaria en la Argentina en los últimos veinte años, para responder a la pregunta siguiente: ¿por qué, en un país como la Argentina, sometido a enormes convulsiones sociales, políticas y culturales, la izquierda no ha logrado un desarrollo acorde a las posibilidades que la situación objetiva le brinda? Este interrogante puede ser abordado desde diferentes aspectos pero, el que aquí elegimos busca examinar cuál es el grado de responsabilidad de la izquierda en su suerte actual, entendiendo que el éxito o el fracaso no necesaria ni exclusivamente dependen de su actividad. También es cierto que la «izquierda» no es una totalidad homogénea sino que enormes diferencias separan a las distintas orientaciones en que se divide. Es convicción del GIA que la única forma de estudiar la historia de la izquierda en Argentina es basarse en una sólida teoría de la política y que tal teoría sólo puede salir de la matriz de pensamiento marxista. No menos sólida es la creencia en que los clásicos del marxismo son los mejores maestros a este respecto. No se trata de rendir culto a los ídolos sino de que se encuentran mejores herramientas de análisis en Gramsci, Trotsky, Lenin y Marx que en Sartori, Przeworski o Panebianco.

Por otra parte, pocas herencias tan disputadas como la de Gramsci. La reticencia comunista a reivindicar plenamente al revolucionario italiano permitió su «socialdemocratiza- ción». La operación fue sencilla: dar a luz sus obras de la cárcel mientras se echaba un gran cono de sombra sobre los textos previos. Aún así, todavía fue necesario embotar las frases demasiado filosas para interpretarlas como la base teórica de los «socialistas» arrepentidos que abrazan la «democracia universal»: Gramsci sería el teórico de la «primacía de la política» (Portantiero dixit) contra el economicismo vulgar del «marxismo» al que el italiano habría «superado». Peor, algunos supuestos «revolucionarios» compraron esta imagen «reformista» y han suscripto la especie socialdemócrata de que Gramsci es, precisamente, un socialdemócrata… Otros autores lo rescatan como revolucionario de gran imaginación y, tomando de sus escritos frases-guía, amenazan con escribir bajo su advocación para luego no darle ningún uso, con lo que la cita no pasa de una pleitesía folclórica.[1] Aquí buscamos tomar a Gramsci como punto de partida teórico de una reflexión sobre la vida política y sobre la naturaleza de los partidos, con la finalidad de construir un programa de investigación «gramsciano», porque en su obra se encuentra condensada buena parte de lo que el marxismo tiene para decir sobre estos temas. Gramsci no es un «pensador» aislado: sus preocupaciones remiten a una matriz común a otros intelectuales (Marx, Engels, Trotsky, Luxemburgo, Lenin) y sus conclusiones pueden recuperarse de los textos de cualquiera de ellos. Condensación quiere decir resumen de la corriente a la que el pensador italiano pertenece, de la que aprendió, a la que desarrolló y adscribió conciente y voluntariamente toda su vida: el marxismo.

2. Objetivos del presente texto

La necesidad de determinar conceptualmente la naturaleza de los partidos políticos, lleva a la búsqueda de una base teórica desde la cual interpretarlos como fenómenos particulares de una realidad más amplia. En este caso, tratamos de extraer de la obra gramsciana los elementos con los cuales el pensador italiano analiza la vida política y caracteriza a los partidos políticos.

En este sentido, el examen tiene una perspectiva completamente utilitaria con un objetivo claramente establecido: cómo concibe Gramsci a los partidos políticos como realidades histórico-sociales. Se descartan entonces otros posibles abordajes: a) no interesa saber si Gramsci redefinió en forma global su pensamiento entre los escritos previos a su reclusión y los de la cárcel (aunque sí en relación al partido político); b) no preocupan temáticas tales como hegemonía, guerra de posición o movimiento, bloque histórico, etc., más allá de lo que atañe a la noción de partido; c) no es objeto de este estudio ninguna preceptiva acerca del partido revolucionario: no se trata de saber qué propone Gramsci acerca de cómo debe ser el partido revolucionario sino de cómo tienden a ser los partidos en la realidad.

Desde este punto de vista, la obra de Gramsci no parece haber sido interrogada con frecuencia en tanto programa de investigación sobre la vida política y los partidos, sino más bien como preceptiva política: buena parte de la discusión pasa por saber si aprobaría o no una vía parlamentaria al poder o si la lucha «cultural» es más importante que la discusión por el poder del estado, más que por los parámetros a partir de los que piensa la vida política y sus componentes. Parece que el tema no ha despertado mucho interés entre los intelectuales que analizan a Gramsci: ni en Portelli, Pizzorno, Buci-Glucksman, Anderson, el tema del  partido (no como preceptiva sino como programa de investigación), aparece remarcado o es objeto de estudio especial. Incluso para quienes lo han intentado, no ha pasado de la cita canónica de que para estudiar a un partido es necesario estudiar al conjunto de la sociedad. Creemos que es posible inferir de la obra gramsciana un programa completo de investigación acerca de la vida política en general y los partidos en particular, por lo que, apelaciones como la citada representan una fuerte limitación en el uso de la obra del intelectual italiano. No obstante, conviene recordar que Gramsci no estructuró su obra con fin pedagógico sino político: su reflexión no es un «estudio sobre los partidos políticos» sino sobre el partido de la clase obrera. No es una teorización sobre partidos, aunque puede dar la matriz para pensarla. ¿Qué es para Gramsci un partido político? ¿Qué se puede extraer de Gramsci para el estudio de los partidos políticos, sobre todo para un partido político de izquierda o de la clase obrera?. Ese es el tema de este texto.

3. El punto de partida: la vida histórica

      «… ver bien, es decir, identificar con exactitud los elementos fundamentales y permanentes del proceso.»[2]

Gramsci dice, en un texto muy citado pero cuyas consecuencias no son siempre asumidas cabalmente:

“La historia de un partido, en suma no podrá ser menos que la historia de un determinado grupo social (…) Escribir la historia de un partido no significa otra cosa que escribir la historia general de un país desde un punto de vista monográfico, para subrayar un aspecto característico. Un partido habrá tenido mayor o menor significado y peso, justamente en la medida en que su actividad particular haya pesado más o menos en la determinación de la historia de un país.[3]

Correctamente leída, la frase no remite a la obvia recomendación metodológica de evitar no ver el bosque por estar pegado al árbol. En realidad, está expresando una concepción general acerca de la vida histórica en su conjunto. Hay en Gramsci una idea precisa acerca de cómo se mueve la sociedad y, en consecuencia, de como se produce la transformación de sus elementos constituyentes. Estudiar un partido político implica estudiar que tipo de transformaciones específicas sufre en medio del movimiento del conjunto de la sociedad a la que a su vez hace sufrir su propio desarrollo. Este es un elemento invariable en el pensamiento gramsciano en tanto puede encontrarse tanto en los Cuadernos de la Cárcel como en los escritos anteriores.

Esta concepción general se plasma en la distinción necesaria entre lo «orgánico» y lo «inorgánico».  La distinción orgánico-coyuntura, orgánico-accesorio, etc., cumple una función vital en el análisis gramsciano. Gramsci marca la distinción permanente entre fenómenos orgánicos y de coyuntura. Esta distinción se establece a propósito de varios órdenes de realidad. Por ejemplo:

a) La acción del condottiero como acción «inmediata» y por ende no «orgánica». El caso que tiene presente es el del nazismo y el fascismo como movimiento de recomposición de fuerzas importantes pero momentáneamente dispersas. La fuerza colectiva ya existe aunque desmembrada y dispersa y corre serio peligro.[4]

b) Partido en un sentido amplio (iglesia, revistas, diarios, etc.) y partido orgánico: distinción entre partidos «reformistas» (en el sentido en que se entiende como partidos cuyas diferencias son menores y superficiales y coinciden todos en cuestiones principales) y el partido «orgánico» en tanto totalidad con división del trabajo político interno, o aquel que se transforma en el «único» partido en los momentos de culminación de la confrontación política.[5]

c) Acciones orgánicas y ocasionales: aquellas que refieren a movimientos de la estructura y las que tienen carácter episódico en relación a esta estructura. Gramsci lo utiliza como forma de invalidar la crítica mezquina, chicanera, limitada al segundo tipo de fenómenos.[6]

Que algo sea «orgánico» significa que corresponde al movimiento profundo de la sociedad. Hay en Gramsci una concepción de la vida social que parece remitir a una metáfora de tipo geológico: capas de diferente densidad se superponen hasta subir a la superficie, desde lo importante a lo episódico. En cierto sentido, remite a la forma en que Marx establece la relación entre el valor y los precios. Remite también al tratamiento marxista del fetichismo y la diferencia entre esencia y apariencia. Es también el pasaje de lo objetivo a lo subjetivo, de la necesidad a la libertad y, probablemente, de lo inconsciente a la conciencia. Remite, por supuesto, a la problemática de la clase en sí y para sí. El nivel más profundo corresponde al movimiento casi material de la vida social, su aspecto más inercial, el marco de posibilidad del resto de la realidad. Los cambios a este nivel son lentos pero duraderos, orgánicos. A medida en que se asciende los fenómenos tienden a estar determinados por este nivel primordial, aunque no carecen de autonomía frente a él. Se explican por remisión a su propia historia pero, sobre todo, por remisión a su «substrato». La mejor expresión de esta concepción se encuentra en el análisis de las relaciones de fuerzas.

4. Las relaciones de fuerzas

En Gramsci, cada formación social tiene una determinada estructura económico-social de carácter objetivo, independiente de la conciencia de los sujetos acerca de las mismas. Sobre el grado de desarrollo de las fuerzas productivas materiales surgen los grupos sociales, ocupando diferentes posiciones. Por este nivel, el de las relaciones de fuerzas materiales entre clases, hay que comenzar para analizar si existen en una sociedad las posibilidades para su transformación, para examinar el grado de «realismo» de las diversas ideologías que nacieron de ella misma, «en el terreno de las contradicciones que generó durante su desarrollo.»

De estas relaciones de fuerzas objetivas sociales podemos derivar la relación de las fuerzas políticas, es decir de las fuerzas organizadas en partidos. Gramsci establece dos momentos iniciales de bajo desarrollo de la conciencia de tales relaciones objetivas: el momento económico-corporativo (unidad profesional) y de solidaridad de grupo social en un plano económico (donde todavía no hay lucha por el poder). La fase más directamente política, cuando el grupo corporativo supera sus intereses económicos inmediatos e intenta abarcar los «intereses de otros grupos subordinados», es la del

“… neto pasaje de la estructura a la esfera de las superestructuras … en la cual las ideologías ya existentes se transforman en «partido», se confrontan y entran en lucha hasta que una sola de ellas, o al menos una sola combinación de ellas tiende a prevalecer, a imponerse, a difundirse por todo el área social, determinando además de la unidad de los fines económicos y políticos, la unidad intelectual y moral … sobre un plano «universal» y creando así la hegemonía de un grupo social sobre una serie de grupos subordinados.”

El párrafo muestra muy bien otra de las invariantes en el pensamiento gramsciano (en tanto la frase casi textual puede encontrarse en Notas -p. 56-59- y en Escritos -p. 108-9): «el neto pasaje de la estructura a la esfera de las superestructuras». Significa que ese sistema de capas no es inmóvil y que, en su devenir, los estratos más profundos tienden a emerger, a irrumpir en la superficie, barriendo con las particularidades y los epifenómenos para mostrarse directamente. Equivale a decir que, en el desarrollo de la confrontación entre clases, «lo esencial es invisible a los ojos» sólo en forma temporaria, en tanto el propio movimiento tiende a hacer explícita su esencia. En ese momento, todos los elementos accesorios se reducirán a su aspecto orgánico o bien desaparecerán. Remite a una forma de pensamiento cara al Marx de Sobre la cuestión judía. Precisamente, ese manifestarse de lo orgánico significa la irrupción en el plano de la política inmediata de las contradicciones elementales de la vida social. El que los contrincantes ubicados en los extremos de esas relaciones de fuerza sean plenamente concientes o no y se hayan predispuesto adecuadamente o no, signará su suerte en el momento álgido del proceso: si las nuevas fuerzas logran vencer en el plano «militar», metáfora que remite a la confrontación directa y violenta entre clases y no a la forma en que se da esa confrontación (en grandes asaltos armados, en manifestaciones callejeras, etc., etc.), la irrupción de lo orgánico significa la imposición de una nueva realidad, de nuevas relaciones sociales y de un nuevo tipo de estado. La historia habrá saltado una etapa. Si las fuerzas resistentes llegan a la confrontación en mejores condiciones, lo orgánico volverá a sumergirse y todo volverá a comenzar otra vez a partir de una nueva relación de fuerzas pero entre los mismos términos. Lo importante es que cada nivel de manifestación de las relaciones de fuerza corresponde a un ámbito distinto de la realidad, ámbitos que mantienen entre sí una relación que excede la mera superposición. Un análisis detallado de todos los niveles es clave en la conformación de una estrategia política. La clave del triunfo de una de las fuerzas sobre la otra está en la conciencia de los objetivos de la fuerza adversaria: «… debido a esa conciencia, su «subjetividad» era de una calidad superior y más decisiva», porque al comprender los objetivos de la fuerza antagónica, lo que estaba comprendiendo era la esencia del conflicto, la tendencia orgánica fundamental. Podríamos replantear aquí el tan traído y llevado tema de la «autonomía» de la política en Gramsci: el movimiento histórico de la estructura crea la necesidad pero no la resuelve. Esto último corresponde a la lucha de clases. Véase el siguiente párrafo sobre los procesos revolucionarios:

“En el período de predominio económico y político de la clase burguesa el desarrollo real del proceso revolucionario se produce en forma subterránea, en la oscuridad de la fábrica y en la oscuridad de la conciencia de las multitudes enormes que el capitalismo ata a sus leyes: este proceso no es controlable ni documentable, lo será más adelante cuando los elementos que lo constituyen (los sentimientos, las pretensiones, las costumbres, los gérmenes de iniciativa y de hábitos) se hayan desarrollado y purificado con el desarrollo de la sociedad, con el desarrollo de la situación que la clase obrera viene a ocupar dentro del campo de la producción. Las organizaciones revolucionarias  (el partido político y el sindicato profesional) nacen en el campo de la libertad política, en el campo de la democracia burguesa, como afirmación y desarrollo de la libertad y de la democracia en general, en un campo en el que subsisten las relaciones de ciudadano a ciudadano; el proceso revolucionario se desarrolla en el campo de la producción, en la fábrica, donde las relaciones son de opresor a oprimido, de explotador a explotado, donde no existe libertad para el obrero, donde no existe democracia; el proceso revolucionario se realiza donde el obrero es nada y quiere convertirse en todo, donde el poder sobre el proletario es ilimitado, es poder de vida y de muerte sobre el obrero, sobre la mujer del obrero, sobre sus hijos.”[7]

Es posible definir, entonces, una situación revolucionaria, es decir, la irrupción definitiva de lo orgánico:

“¿Cuándo decimos que el proceso histórico de la revolución obrera, que es inmanente a la convivencia humana en el régimen capialista, que lleva sus leyes en sí mismo y se desarrolla necesariamente por la confluencia de una multiplicidad de acciones incontrolables porque están creadas por una situación no elegida por el obrero y que no es previsible para él, cuándo decimos que el proceso histórico de la revolución obrera ha salido a la luz, se ha vuelto incontrolable y documentable?

Decimos esto cuando toda la clase obrera se ha vuelto revolucionaria, no ya en el significado que ésta niega genéricamente de colaborar con las instituciones de gobierno de la clase burguesa, no ya en el sentido en que ésta representa una oposición en el campo de la democracia, sino en el sentido que toda la clase obrera, tal como se encuentra en una fábrica, inicia una acción que necesariamente debe desembocar en la fundación de un estado obrero, que debe necesariamente conducir a configurar la sociedad humana de una manera que es original en absoluto, de una manera universal, que abarque toda la Internacional obrera y en consecuencia toda la humanidad. Y decimos que el período actual es revolucionario porque constatamos que la clase obrera en todas las naciones, tiende a crear, tiende con todas sus energías -a pesar de los errores, las vacilaciones, los engorros propios de una clase oprimida, que no tiene experiencia histórica, que debe hacer todo nuevo- a crear en su seno instituciones nuevas en el campo obrero, instituciones con base representativa construidas dentro de un esquema industrial; decimos que el período actual es revolucionario porque la clase obrera trata con todas sus fuerzas, con toda su voluntad, de fundar su estado. Esta es la razón por la que afirmamos que el nacimiento de los consejos obreros de fábrica representa un gran hecho histórico, representa la iniciación de una nueva era en la historia del género humano: gracias a esto el proceso revolucionario ha salido a luz, entra en la etapa en la que puede ser controlado y documentado.”[8]

5. ¿Qué es un partido?

La política, por mucho que pueda descenderse hasta el examen de las actitudes de un individuo particular, es siempre un drama en el que los actores son las clases sociales. Este es el nivel del análisis «orgánico» de la política. En este marco, ¿qué es para Gramsci un partido político? Veamos una definición suelta al comienzo de Notas…:

“… un organismo elemento de la sociedad complejo en el cual comienza a concretarse una voluntad colectiva reconocida y afirmada parcialmente en la acción.» [Es] «la primera célula en la que se resumen los gérmenes de voluntad colectiva que tienden a devenir universales y totales.» [Un partido nace] «para dirigir las situaciones en momentos historicamente vitales para su clase.”[9]

Por otra parte, un partido puede ser visto de varias maneras:

a) En un sentido amplio: partido es no sólo una agrupación formal sino otro tipo de fenómenos como revistas, diarios, etc., que tienen sobre todo una tarea «cultural», como dirección política y moral general.[10]

b) Como élite dirigente cultural: dirigen un conjunto amplio de partidos (en realidad, fracciones de un partido orgánico). [p. 30]

c) Partido de masas: al igual que el anterior hacen «abstracción de la acción política inmediata». Son los partidos en los que la masa es simplemente de maniobra, manteniendo una función de «fidelidad genérica de tipo militar» a un centro político visible o invisible que no desea mostrarse a plena luz. [p. 30]

d) Partido orgánico: es  el partido que reúne los intereses centrales de una clase social, pero que sólo puede aparecer en determinados momentos de lucha, como cuando se da la irrupción o «neto pasaje» de la estructura a la esfera de las superestructuras complejas: momento en el cual las «ideologías» se transforman en «partido». [p. 57] Parece abonar esta última interpretación expresiones tales como que «cada clase tiene un partido único» [p. 38], la idea de la existencia de una «división del trabajo político» [p. 38] o que cada partido no es más que una nomenclatura de clase [p. 32] También la descripción de la situación de los partidos en los momentos de crisis orgánica, cuando «las masas de muchos partidos» se pasan «bajo la bandera de un partido único», fenómeno «orgánico y normal». [p. 63] «Representa la fusión de todo un grupo social bajo una dirección única considerada como la única capaz de resolver un grave problema existente y alejar un peligro mortal.» [p. 63]

e) Partido de nexo: o también partidos demagógicos, que no representan a una única gran clase sino a «un nexo entre clases altas y bajas», de allí sus permanentes apariciones y desapariciones. La clase baja asume la función de masa de maniobras. Es similar a Partido de masas. [p. 37]

f) Partido necesario: un partido se transforma en «necesario» cuando «las condiciones para su «triunfo», para su ineludible transformarse en Estado están al menos en vías de formación y dejan prever normalmente su desarrollo ulterior». [p. 32]

El análisis de Gramsci sirve para desestructurar las clasificaciones partidarias centralizando el foco en toda fuerza que exprese intereses políticos. Así, no sólo son partidos los «partidos» sino también los periódicos, revistas, la masonería, el Rotary Club, la Iglesia, la diplomacia (estos últimos son ejemplos de partidos políticos internacionales, como Gramsci lo explica en Notas, p. 58). Esto es claro cuando dice que «… los «partidos» pueden presentarse bajo los nombres más diversos, aún con el nombre de anti-partido y de la negación de «partidos»», como es el caso de los sindicalistas[11] y de los anarquistas (ver el sugestivo análisis de los partidos políticos italianos en las Tesis de Lyon, de 1926, en Escritos, p. 240). También la burocracia sindical es una «… superestructura que funciona como partido político…».[12] En este caos de denominaciones y categorías hay, indudablemente, repeticiones y generalizaciones no explicitadas, pero también limitaciones propias de la realidad que le tocó vivir. En general, Gramsci no vivió en una época que pudiera mostrar democracias burguesas parlamentarias más o menos estables, donde partidos que sólo son «episódicos», como los partidos «demagógicos» o de nexo son la realidad cotidiana más común. Vivió en una época de fuertes y claros alineamientos. A eso se debe que el instrumental para analizar este tipo de partidos parezca limitado. También constituiría un error suponer que en este listado desordenado se encuentra toda la aportación de Gramsci a la teoría de los partidos. En realidad, Gramsci establece vinculaciones estrechas entre los diferentes planos de la vida social y describe con cierta precisión la forma de su dinámica, pero siempre partiendo del presupuesto de que las relaciones sociales fundamentales constituyen el marco de necesidad y posibilidad en el que se mueve la vida política y que las clases sociales son los actores principales.

6. De la relación fundamental al partido orgánico

En toda estructura económico-social tenemos una relación social fundamental originada en las relaciones de producción. Esa relación social fundamental se da entre la clase social dominante y la clase productora del excedente social del que la primera se apropia. En el capitalismo, la burguesía y el proletariado. Gramsci establece una conexión orgánica entre las expresiones políticas de esta realidad social y las clases que la componen. La clase dominante dirigirá al resto de la sociedad a través de un partido «orgánico», el partido del orden, según la expresión de Marx, mientras que la clase dominada fundamental representará el polo opuesto, el partido del caos.

Ahora bien, la existencia concreta de un partido orgánico no coincide, por lo general, con la existencia nominal de los partidos políticos, porque los (dos) partidos orgánicos son expresión política de las relaciones sociales fundamentales mientras que los partidos nominales expresan conflictos parciales. Arriesgamos como hipótesis que, si nuestra apreciación acerca de como ve Gramsci moverse a la sociedad es correcta, esta oposición es sólo temporal: los partidos «nominales» sólo pueden tener existencia en momentos en que las contradicciones principales están «sumergidas». Su irrupción significa que, si alguno de esos partidos «nominales» ha hecho correctamente su tarea, encarnando los intereses más generales de una de esas clases y proponiendo formas de subsunción de los intereses del resto a los de esa clase, terminará convirtiéndose en el partido «orgánico» de su clase, en el momento en que la estructura «irrumpa» en la superestructura. De no ser así, los partidos que no representen este movimiento sufrirán la penalización de esa «irrrupción», como parece creer Gramsci al analizar al Partido Socialista italiano después de la guerra: antes de ella agrupaba a todos los elementos que buscaban una resolución de sus contradicciones parciales con la burguesía. A la salida de la guerra el partido se disuelve siguiendo líneas de clase: los campesinos hacia el Partido Popular, la pequeña burguesía con el fascismo y los obreros industriales con el Partido Comunista. La problemática planteada era: ¿podría el PC transformarse en el partido orgánico de la clase obrera y acaudillar desde allí a la pequeña burguesía y a los campesinos?. Si estos últimos habían abandonado al Partido Socialista no por eso habían encontrado una expresión orgánica en el PP o en el fascismo, en tanto ambos eran expresiones burguesas (de los terratenientes en el primer caso, de la gran burguesía industrial en el segundo) y, por lo tanto, el propio devenir del proceso los llevaba a ellos mismos a la crisis y la división, a menos que pudiera alguno de ellos transformarse en el partido orgánico de la burguesía y cooptar, desde allí a los otros elementos. Pequeña burguesía y campesinado no son clases «orgánicas», de modo que no pueden darse una representación de ese tipo, cayendo bien de un lado, bien de otro.

Así, por ejemplo, en el análisis de la Revolución Francesa Gramsci señala que «Napoleón representó, en última instancia, el triunfo de las fuerzas burguesas orgánicas contra las fuerzas pequeño-burguesas jacobinas…». De este modo, el partido orgánico es un organismo permanente que expresa los intereses históricos de un sola clase, pero que agrupa en su seno a distintos grupos subordinados ejerciendo esa clase la hegemonía. Debe quedar claro que, para Gramsci, aunque el partido ejerza una tutela sobre otras clases sociales, el partido orgánico es el partido «unico» de la clase que a través de él ejerce tal hegemonía. Se debe rechazar, entonces, «toda concepción que haga del partido una «sintesis» de elementos heterogéneos, en vez de sostener sin concesiones que él mismo es una parte del proletariado.»[13]. En esta expresión «parte de» está jugando su rol la idea de que un partido orgánico tiene una ligazón directa con su clase. Podría parecer que existe una confusión partido-clase, pero creemos que es necesario ver al partido como parte consciente de la clase. El partido se confunde con la clase no porque lo sea sino porque lo será. El partido es la expresión más pura de la conciencia de clase socialista (o capitalista): que trasciende lo económico y se proyecta más allá.

Un partido orgánico tiende a convertirse en Estado en tanto expresión de una clase que debe resolver la contradicción en la que se halla eliminando o subordinando a la clase enemiga o evitando que ella llegue a la misma situación. En este caso, cuando el desarrollo histórico empuja a un partido a desempeñar ese papel se puede hablar de partido «necesario». De ahí las alusiones a que cada clase tiene un sólo partido o al partido «único» de la clase. Es importante notar que esto no es una expresión de deseos o una preceptiva política sino algo que se verifica en la realidad, algo que verdaderamente sucede.

7. Del partido orgánico a los partidos «reformistas»

Los partidos orgánicos o «históricos» son bloques unitarios que expresan los intereses estratégicos de la clase dominante y la clase dominada, respectivamente, pero son «visibles» únicamente en momentos de cambios decisivos, es decir, en momentos de crisis orgánica, crisis de hegemonía, crisis del Estado en su conjunto. Por lo demás, lo «normal» es la «división del trabajo político entre diferentes partidos nominales, que expresan fracciones de alguno de los dos bloques o de otros no orgánicos socialmente hablando, como el Partido Popular (los campesinos) o el fascismo (la clase media). Se trata de partidos «independientes» porque en los momentos de crisis se unifican en torno a alguna de las tendencias orgánicas. Y son llamados por Gramsci «reformistas» en el sentido de que expresan cuestiones o problemáticas parciales, pero carecen del «espíritu estatal» necesario para encabezar una reforma intelectual y moral. Son «reformistas» en relación a los intereses más generales de su clase. De aquí parece desprenderse la observación de Gramsci de que «… en la construcción de partidos es necesario basarse sobre un carácter «monolítico» y no sobre cuestiones secundarias…»[14] expresión que no aludiría a cuestiones como democracia interna o estilo o forma de conducción sino a la necesidad de que el partido que pretende nuclear revolucionariamente a la clase obrera se base en lo orgánico y no en lo circunstancial o reformista en el sentido antes dicho. De allí que un partido orgánico busca devenir estado y «concepción del mundo»[15]. En 1921, analizando la situación italiana, Gramsci establece con claridad este punto:

“Políticamente, las grandes masas no existen sino encuadradas en los partidos políticos: los cambios de opinión que se verifican en las masas bajo el empuje de las fuerzas económicas determinantes son interpretadas por los partidos, que se dividen primero en tendencias y después en una multiplicidad de nuevos partidos orgánicos. A través de este proceso de desarticulación, de neoasociación, de fusión entre los homogéneos, se revela un profundo proceso interior de descomposición de la sociedad democrática, hasta llegar a la alineación definitiva de las clases en lucha por la conservación o la conquista del poder del Estado y del poder sobre el aparato de producción.»[16]

Gramsci pasa, entonces, del análisis del movimiento orgánico (al que corresponden los partidos orgánicos, abstracciones parciales pero realidades potenciales en el movimiento de la sociedad) al de los partidos «reformistas», es decir, la forma en que se manifiestan los partidos «orgánicos» en momentos de «normalidad». Así, es común encontrar una multiplicidad de partidos y expresiones partidarias, grupos sueltos que no tienen la menor ingerencia política y otros que ejercen una enorme influencia. Debido a que los partidos orgánicos y fundamentales se dividen en fracciones o «partidos», es posible que el mismo cuerpo del partido orgánico se encuentre desmembrado y que, por ejemplo, que el Estado Mayor intelectual del partido orgánico no pertenezca a ninguna de esas fracciones, actuando como si fuera una fuerza dirigente completamente independiente.[17] En estos casos, estos grupos hacen abstracción de la acción política inmediata, presentándose como una «elite de hombres de cultura», que «dirigen a un conjunto amplio de partidos … desde el punto de vista de la cultura, de la ideología general» o sea, en lo referente a la dirección intelectual y moral.

Otras veces, los partidos de «elite», como en el caso anterior, no se limitan a poseer una influencia intelectual y moral, sino que tienen también una masa de seguidores. Son lo que Gramsci denomina «partidos de masa», son los que utilizan a la masa como masa de «maniobra», fenómeno que llama «cadornismo» y «simboliza … el burocratismo o el autoritarismo de los dirigentes que consideraban como superfluo el trabajo de persuación de los «dirigidos» para obtener su adhesión voluntaria». Esta es una forma característica de partidos burgueses, aunque sus prácticas pueden penetrar en los partidos obreros. Sin embargo, cuando Gramsci se refiere al partido orgánico de la clase obrera como «partido de masas» lo hace en términos que no deben llevar a la confusión:

“… nuestro partido no sólo puede decirse de masas por la influencia que ejerce sobre amplios estratos de la clase obrera y de la masa campesina, sino porque ha adquirido en los elementos individuales que lo componen, una capacidad de análisis de la situación, de iniciativa política y de fuerza dirigente que le faltaban en el pasado y que constituyen la base de su capacidad de dirección colectiva.”[18]

Esta interpretación parecería abonada por el siguiente pasaje de Notas… donde Gramsci, criticando a Michels, establece una fase primitiva de los partidos de masas, fase de la manipulación de las masas, contrapuesta a una fase superior (sólo alcanzable por el partido orgánico de la clase obrera) donde las masas del partido son conscientes de sus intereses históricos:

“… el llamado «carisma», en el sentido utilizado por Michels, coincide siempre en el mundo moderno con una fase primitiva de los partidos de masa, fase en que la doctrina se presenta a las masas como algo nebuloso y no coherente, que necesita de un papa infalible para ser interpretada y adaptada a las circunstancias.. (p. 115)”

Frente a una crisis orgánica (aunque también frente a crisis coyunturales graves pero no orgánicas) la clase dirigente puede apelar, por su situación de debilidad, a un «jefe» que actúe como árbitro aparentemente imparcial, en función de los intereses del Estado burgués y no de la burguesía (cumpliendo la función del «capitalista colectivo ideal» del que hablaba Engels). En este caso, el terreno de los partidos se debilita, dando lugar al crecimiento de la influencia de los organismos relativamente independientes de la opinión pública, como es el caso de la burocracia civil y militar, las altas finanzas, la Iglesia, etc. El cesarismo, de él estamos hablando, puede ser ejercido no sólo por un personalidad sino también por un conjunto de partidos que se unen a tal fin en un gobierno de coalición.[19]

De todas formas, el tema del cesarismo nos interesa aquí sólo para referirnos a un tipo de partidos de los que Gramsci habla, estableciendo cierta vinculación con el cesarismo: los partidos demagógicos o carismáticos. Estos partidos pueden tener su origen en los partidos «radicales» (como los radicales ingleses, franceses e italianos), que representan un «nexo entre clases altas y bajas, y no una única gran clase». La base de maniobra, está dada por la clase baja, que luego puede pasar a ser la base de los partidos «demagógicos». Se trataría de partidos sin una concepción unitaria del mundo, inestables, improvisados, con ideologías o planteos difusos o, en todo caso, nunca arraigados en un enfoque clasista definido. Gramsci plantea que el carisma es un

“… fenómeno tanto más frecuente cuanto más el partido que nace y se forma lo hace no sobre la base de una concepción del mundo unitaria y rica en desarrollos, por ser expresión de una clase históricamente esencial y progresista, sino sobre la base de ideologías incoherentes y desordenas, alimentadas por sentimientos y emociones que no alcanzaron aún la disolución total porque las clases (o la clase) de las cuales son expresión, aunque desde un punto de vista histórico estén en trance de disolverse, tienen todavía una cierta base y apelan a las glorias del pasado para defenderse del porvenir.”

La fuerza de estos partidos, históricamente de la pequeña burguesía, los terratenientes o los campesinos, radica en la capacidad de movilizar emociones:

“Ser apasionados significa tener el don de apasionar a los demás. Es un estimulante formidable. Esta es la ventaja de los partidos carismáticos sobre los otros, basados en un programa bien definido y en los intereses de clase. Es cierto, sin embargo, que la duración de los partidos carismáticos está regulada con frecuencia por la duración de su impulso y de su entusiasmo, que tiene a veces una base muy frágil. De allí que veamos en los partidos carismáticos la tendencia a apoyar sus valores psicológicos sobre las organizaciones más duraderas de los intereses humanos.”[20]

De las citas precedentes, se podría interpretar lo siguiente: que los partidos demagógicos, de nexo, carismáticos o cesaristas son, en realidad, la institucionalización del cesarismo, la continuidad del cesarismo pasada la fase aguda de crisis, pero no lo suficiente como para que no sea necesaria la continuidad de la acción manipulatoria sobre las masas (precisamente porque éstas están movilizadas y activas). Así, la persistencia en el tiempo de los partidos carismáticos, aún después de la fase aguda de la crisis, podría interpretarse como un caso de lo que Weber llamaba «rutinización del carisma», es decir, la necesidad de dar una continuidad, una permanencia, a un fenómeno por naturaleza transitorio y «revolucionario». De las citas de las páginas 37 y 117 de las Notas, se puede interpretar que los «partidos nexo» son la continuación institucionalizada de los «partidos carismáticos», así como éstos sirven, durante cierto tiempo, a un líder carismático.

8. La crisis orgánica: de los partidos reformistas al partido orgánico

La crisis orgánica es la «crisis del Estado en su conjunto», una crisis de hegemonía, cuando «… los grupos sociales se separan de sus partidos tradicionales … que … ya no son reconocidos como expresión propia de su clase o de una fracción de ella.»[21] La crisis plantea tres posibles resoluciones: a) la clase dirigente retoma el control de la situación a partir de algunos sacrificios y promesas demagógicas; b) sin la fortaleza para lograr lo anterior, apela a un líder carismático o a un gobierno de coalición que unifica a la burguesía, olvidando temporalmente sus divisiones internas: «el mismo grupo conservador tiene necesidad de un jefe»; o c) el pasaje de las masas «de la pasividad a una cierta actividad (con) reivindicaciones que en su caótico conjunto constituyen una revolución», y también «el pasaje de las masas de muchos partidos bajo la bandera de un partido «único», que representa mejor y resume las necesidades de toda la clase…»[22] Notemos que el partido «único» no necesariamente se identifica con alguno de los partidos nominales existentes, sino con un bloque único, un realineamiento de fuerzas que derivan en un polo orgánico único, un «organismo complejo» (una «combinación» determinada) enfrentado al polo dominante. Esto coincide plenamente con el análisis que hace Marx en El 18 Brumario, planteando que en los momentos decisivos, los enfrentamientos parciales se esfuman, aflorando el conflicto estructural: «… examinando más de cerca la situación y los partidos, se esfuma esta apariencia superficial, que vela la lucha de clases…» (p. 48).

Sólo aquel partido o bloque de partidos que demuestre tener «espíritu estatal»[23] podrá superar el individualismo, el sectarismo, el impulso momentáneo y sabrá empalmar con el desarrollo histórico-estructural. Ese «espíritu de partido» es el elemento básico del Espíritu estatal, la cualidad que tiene el «nuevo príncipe», que «en cada momento dado … intente crear (y este fin está racional e históricamente fundado) un nuevo tipo de Estado»[24], es decir, implantar un nuevo bloque histórico, donde la superestructura se corresponda a la estructura. Justamente, lo que diferencia a un partido orgánico de uno reformista es que aquel se orienta siempre según los movimientos estructurales, a los que subordina la coyuntura, mientras que los reformistas se limitan a lo episódico. Ahora bien, la política orgánica de la clase hegemónica es, paradójicamente, «reformista», porque manteniendo la política en un nivel doméstico, la clase dirigente se garantiza la conservación del poder. Veamos cómo lo expresa Gramsci:

“Gran política y pequeña política. Gran política (alta política), pequeña política (política del día, política parlamentaria, de corredores, de intriga). La gran política comprende las cuestiones vinculadas con la función de nuevos Estados, con la lucha por la destrucción, la defensa, la conservación de determinadas estructuras orgánicas económico-sociales. La pequeña política comprende las cuestiones parciales y cotidianas que se plantean en el interior de una estructura ya establecida, debido a las luchas de preminencia entre las diversas fracciones de una misma clase política. Es, por lo tanto, una gran política la tentativa de excluir la gran política del ámbito interno de la vida estatal y de reducir todo a la política pequeña (Giolitti, rebajando el nivel de las luchas internas hacía gran política, pero sus víctimas eran objeto de una gran política, haciendo ellos una política pequeña). Es propio de diletantes, en cambio, plantear la cuestión de una manera tal que cada elemento de pequeña política deba necesariamente convertirse en problema de gran política, de reorganización radical del Estado.”[25]

Es en este contexto cuando el partido orgánico, originalmente dividido en fracciones pero existente en alguna combinación de ellas, se convierte en «partido necesario», en el partido de los objetivos «históricos». Un partido se vuelve «necesario» históricamente cuando «las condiciones para su triunfo, para su ineludible transformarse en Estado están al menos en vías de formación y dejan prever normalmente su desarrollo ulterior.»[26] El partido revolucionario

“… sustrae al aparato del Estado burgués la base democrática del consenso de los gobernados. Influye cada vez más a profundas masas populares y les asegura que el estado de disgusto en que se debaten no es una frivolidad, no es un malestar sin salida, sino que corresponde a una necesidad objetiva, es el momento ineluctable de un proceso dialéctico que debe desembocar en una laceración violenta, en una regeneración de la sociedad. He aquí que el partido se viene identificando así con la conciencia histórica de las masas…”[27]

La visión de Gramsci se separa por completo de todo economicismo, porque sólo «… la política crea la posibilidad de la maniobra y del movimiento»[28] y de todo voluntarismo, dado que la «estructura otorga la posibilidad histórica de creación de un nuevo bloque histórico.» Es importante rescatar este punto, porque es la política del partido la que demostrará, contra este fondo de necesidad, si está destinado a ser el partido orgánico o no. Esa política no parte de una elaboración intelectual a priori sino que surge del propio movimiento, para luego ser reelaborada. Esto se ve en la forma en que Gramsci piensa como debe ser la propaganda: «… partiendo no de los principios generales sino de las experiencias concretas de la fábrica misma, comunes a todas las maestranzas, y llegando de estas experiencias a la afirmación de los principios políticos y del programa del partido.»[29] Recomendaba también, la práctica llevada a cabo por el PC italiano en 1919-20:

“… entonces no se tomaba ninguna inciativa si no estaba comprobada con la realidad, si antes no se había sondeado, con medios múltiples, la opinión de los obreros. Por eso nuestras iniciativas tenían casi siempre éxito inmediato y amplio y aparecían como la interpretación de una necesidad sentida y difundida, jamás como la fría aplicación de un esquema intelectual.»[30]

Sólo así se cumple la «función de socialización» que el partido debe cumplir en la fase prerrevolucionaria, acoplando las condiciones subjetivas (ideología, cultura) a las objetivas (estructura económica). Es en este contexto donde se verifica si un partido está en el mismo cauce de las tendencias orgánicas, por el hecho de que produce -o evita que se produzcan- determinado tipo de acontecimientos. Ambos conceptos, organicidad y acontecimiento, adquieren el carácter de noción bisagra. Entonces, si el partido del caos no termina de asumir una forma es tanto porque la realidad no sanciona una estrategia concreta (y por ello todas las formulaciones pueden tener lugar) como porque quienes deberían concentrarse en las tendencias orgánicas se desvían hacia manifestaciones secundarias. Los partidos pueden crear oportunidades, propiciar acontecimientos, pero lo que no pueden es crear la oportunidad para crear oportunidades: si la situación objetiva no es propicia, ninguna táctica, por correcta que parezca podrá llevarse a la práctica con éxito. De allí que reducir el éxito o el fracaso de tal o cual orientación política a ella misma constituye una falacia de igual magnitud que la de atribuirla con exclusividad a las «circunstancias».

9. Descripción de los elementos que conforman un partido

Gramsci señala que en todo partido pueden distinguirse los siguientes elementos:

a) Los «Hombres Medios», la base de un partido, «elemento indefinido» que «ofrecen como participación su disciplina y su fidelidad, mas no el espíritu creador». Sin ellos «el partido no existiría» pero no podría exitir «solamente» con ellos. «Constituyen una fuerza en cuanto existen hombres que los centralizan, organizan y disciplinan».

b) «El elemento de cohesión principal», que «transforma en potente y eficiente a un conjunto de fuerzas que abandonadas a sí mismo serían cero o poco más.» «… un partido no podría estar formado solamente por este elemento, el cual sin embargo tiene más importancia que el primero para su constitución». Gramsci utiliza la metáfora militar para designarlos «capitanes».

c) Nexos: un «elemento medio» que articula los primeros con los segundos, la burocracia del partido.[31]

Para cada partido existen «proporciones definidas» que en su grado óptimo le dan al partido su mayor eficacia. Esta división interna permitiría hacer una periodización en la vida de un partido según unos y otros elementos se van reuniendo o no.  De modo que la tipología de partidos puede entenderse como exposición asistemática de situaciones históricas correspondientes a los resultados de la lucha de clases y la forma en que ellas se han comportado en función de sus activos. Explicar una situación determinada de un partido concreto depende de la situación de conjunto, tal como la relata en su preceptiva famosa, pero también establecería una forma de discernir los contenidos concretos y la forma que asumirían los partidos según se desarrolle el proceso histórico. Así parece decir Gramsci cuando señala que la trayectoria posible del partido orgánico del proletariado sería la siguiente:

“La verdad es que el partido no está nunca ni está nunca definido definitivamente. Sólo estará definido cuando sea la totalidad de la población, o sea, cuando el partido haya desaparecido. Hasta su desaparición por haber conseguido los objetivos máximos del comunismo, atravesará toda una serie de fases transitorias y absorberá sucesivamente elementos nuevos en las dos formas históricamente posibles: por adhesión individual o por adhesión de grupos más o menos grandes. (Escritos, p. 200)”

En este último sentido, los partidos obreros describirían una trayectoria que los llevaría desde la constitución del «elemento de cohesión principal» hasta la gestación de una base de elementos indefinidos («hombres medios») y los nexos de articulación. Este esquema serviría para periodizar su evolución y sus vicisitudes. Unido a la noción de «división del trabajo político» permitiría diseñar una posible trayectoria-tipo del partido orgánico: muchos «partidos reformistas» pugnarían por transformarse en partido orgánico desarrollándose como partidos a través de sus tres fases, mientras la agudización de los conflictos va seleccionando los candidatos según ellos demuestren mayor conexión con los movimientos orgánicos de la estructura. Cuando esta emerge al plano superestructural, el partido «reformista» que ha encauzado su acción en torno al movimiento orgánico es el que representará la unidad de la clase expresada en voluntad colectiva.

10. La función histórica del partido obrero: hegemonía y bloque histórico

Si el partido es la parte organizada de una clase en su devenir clase, que crea hegemonía, es decir, plantea una reforma intelectual y moral, lo que lleva a reforma económica, entonces, el partido es tanto creación como expresión e instrumento de esa hegemonía. El partido es un aparato cultural de reforma moral, la vanguardia de la clase que reeduca a la clase misma surgiendo de ella: «el partido es una organización que concilia lo sentimental  (mitos, símbolos) con lo racional (programa).» El partido utiliza los mitos y símbolos (elementos preconscientes de la clase) para movilizar voluntades y unir: ¿se queda aquí?. Si fuera así, no podría superar el «sorelismo» (irracionalismo). La diferencia con el líder carismático estaría aquí: en la utilización manipulativa frente a la tarea de «reforma moral». Por eso, toma los valores de la masa (la cual tiene elementos progresistas y reaccionarios) y, a partir de allí crea una cosmovisión, una verdad histórica. Y también, conecta la teoría con la masa, no como mediador sino como encarnación en la clase de esa teoría que ha surgido de la misma realidad que crea a la clase. El partido es instrumento para acoplar las condiciones subjetivas (ideología, cultura) a las objetivas (estructura económica), es decir que cumple una función de socialización.

El partido disputa con las formaciones ideológicas de la burguesía el «espacio social» transformándose en clase y ganando para la lucha a las otras aliadas potenciales. El partido se vuelve, entonces, a la vez que clase, soldadura de bloque entre clases: el bloque histórico es la conjunción del máximo poder social reunible en torno a intereses parcialmente compatibles y no antagónicos, total o parcialmente enfrentados a la clase dominante. El bloque hegemónico no es un bloque de clase ya que en él se incluyen partidos progresistas plurales, entre ellos capitalistas progresistas cooptados. El bloque contiene contradicciones varias de la sociedad civil (burguesía-proletariado, norte-sur, laicos-católicos, campesinos-terratenientes, urbano-rural) pero las unifica en una acción histórica concertada. La función del partido es, entonces, encarnar en su clase y oficiar de soldadura de bloque asegurando en él la hegemonía de los intereses de su clase.


Notas

[1] Ejemplos locales de la «socialdemocratización» de Gramsci abundan, como basta con leer las obras de Nun, Portantiero o Aricó. Horacio Tarcus (El marxismo olvidado en la Argentina, Imago Mundi, 1997) es de los que colocan folclóricamente citas que luego carecen de función, como aquella a la que aludimos más adelante. Por último, la más vergonzosa «compra» de la manipulación socialdemócrata puede verse en el texto de Jorge Milman y Pablo Oprinari: «El reformismo del discurso de Gramsci y su explotación por los socialdemócratas» (en En Clave Roja, nro. 4, la revista del PTS). Milman y Oprinari no sólo le creen al reformismo sino que copian su metodología: todo el artículo se basa en los Cuadernos de la Cárcel (leídos con una literalidad burda que asombra) y en el libro de Perry Anderson sobre la noción de hegemonía, ignorando los escritos anteriores a la cárcel. Es probable que desconozcan su existencia…

[2] Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado moderno, Nueva Visión, 1984, p. 48-49.

[3] Ibid. p. 30-31

[4] Ibid. p. 13

[5] Ibid. p. 30 y ss.

[6] Ibid. p. 53

[7] Escritos políticos (1917-1933), Siglo XXI, México, 1990, p. 109

[8] Escritos, p. 110

[9] Las dos primeras frases son de p. 12. La última es de p. 63. Las aclaraciones entre corchetes son nuestras.

[10] Notas, p. 28-29. A partir de aquí, en toda la enumeración que sigue, las páginas entre corchetes refieren a Notas..

[11] Notas, p. 40-41

[12] Escritos, p. 145

[13] Escritos, p. 247-8

[14] Notas, p. 38

[15] Notas, p. 176-77

[16] Escritos, p. 136

[17] Notas, p. 29

[18] Escritos, p. 265

[19] Notas, p. 29 y 71-72

[20] Notas, p. 115-16

[21] Notas, p. 62-63

[22] Notas, p. 63

[23] Notas, p. 27

[24] Ibid. p. 28

[25] Notas, p. 169. Ver también p. 53

[26] Notas, p. 32

[27] Escritos, p. 103

[28] Notas, p. 78

[29] Escritos, p. 147

[30] Escritos, p. 192

[31] Notas, p. 33

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