Con baja de la renta y sin deuda externa, la crisis aparece otra vez en escena
El Gobierno culpa a los buitres y la oposición patronal por la crisis actual. Pero lejos de algo coyuntural estamos frente al sinceramiento de los límites del capitalismo en el país. Se avizora una etapa de grandes convulsiones sociales.
Por Juan Kornblihtt (OME-CEICS)
Como repetimos desde hace tiempo en El Aromo, la apuesta del gobierno para dejar una transición ordenada e incluso ilusionarse con alguna victoria era volver a un ciclo de endeudamiento externo. No sólo en manos del Estado central, sino habilitar la toma de deuda por parte de las administraciones provinciales y municipales y, sobre todo, del sector privado, aprovechando las bajas tasas de interés disponibles en el mercado mundial. Sin embargo, lo que parecía encaminado con el acuerdo con el Club de París, Repsol y el CIADI se derrumbó como un castillo de naipes con el revés judicial en la corte de Nueva York. Sin que nadie le diese una mano. Por fuera de declaraciones de ocasión, ni el Gobierno de los EE.UU. anuló el fallo como hizo en otras ocasiones ni ningunos capitalistas apostaron a comprar la deuda argentina a los buitres para solucionar el problema, ni ningún organismo internacional ofreció ayuda a la Argentina para zafar del default.
Puede que alguna de estas dos últimas opciones reaparezca en el mediano plazo pero a medida que la economía colapsa, aun cuando se arreglase con algún prestamista particular (China, por ejemplo), es difícil que se consigan préstamos generalizados en la magnitud necesaria. Un proceso de endeudamiento se sostiene al menos en la apariencia de que la economía va a crecer y arrojar ganancias a quienes presten. El escenario actual de recesión y escasez de reservas muestra todo lo contrario. Combinado con la perspectiva de una caída del precio de la soja por la buena cosecha en los EE.UU., la recesión en Brasil y un 2015 con vencimientos de la deuda más alto que los años previos, la coyuntura actual muestra a la economía argentina desnuda con la reducción de dos de las tres fuentes de compensación (la deuda y la renta de la tierra) que le permitieron reproducirse a lo largo de su historia. Sólo le queda la baja salarial.
Expansión ficticia y caída real
La acumulación de capital en la Argentina se sostiene como en todo el mundo con la apropiación de plusvalía de sus trabajadores. La baja salarial aparece como una fuente segura de ingresos. Sin embargo, la caída del costo laboral en dólares por la devaluación de enero de 2014 y la posterior baja del salario real por la inflación no implicaron una suba en las ganancias de los capitalistas lo suficientemente alta como relanzar la acumulación. Como se observa en la nota de Mussi y Bastida en este mismo número de El Aromo, la rentabilidad industrial dejó de crecer hace unos años y empezó a caer en el último periodo. No cayó más, además de por la baja salarial, por la expansión del crédito que sostuvo el consumo. El crédito, como muestra esa misma nota, se motorizó a través del sistema bancario a costa de expandir a niveles récord la deuda pública interna. Se trata de una expansión de un capital sin una base real.
La otra fuente que sostuvo la rentabilidad fue la intervención del Estado a través de la expansión del gasto público, tanto a través del empleo (ver nota de Villanova en este número), como de las transferencias vía políticas sociales, así como de los subsidios directos a empresas. El creciente déficit fiscal muestra que dicha expansión sólo se sostiene sobre la base de emitir pesos. Plata sin respaldo que nutre los bonos destinados a los créditos bancarios y al consumo, el empleo estatal, los planes sociales, los subsidios entre muchas otras actividades sostenidas por el Estado. El capitalismo argentino se sostiene de las transferencias que el Estado le otorga, sea proveniente de la renta agraria o de la deuda externa. Cuando no hay base material los billetes entregados pierden valor en estallidos inflacionarios recurrentes.
El carácter ficticio de esta expansión se pone en evidencia cuando la fuentes reales de riqueza ya no alcanzan. En la época de oro del kirchnerismo (2004-2008), el mismo pudo sellar una fuerte alianza con el capital extranjero. Incluso él mismo se puso de su lado en la pelea del campo. Esto era lógico porque la alta rentabilidad podía efectivizarse a través de la remisión de utilidades al extranjero (ver gráfico). A esto se sumaba una capacidad de pagar la deuda con reservas (el desendeudamiento), cuando en los ‘70 y en los ‘90 se hacía con nuevos créditos. Todos estos dólares no provenían de la capacidad exportadora de dichas empresas, ya que salvo contadas excepciones, la mayor parte de su negocio se restringe al mercado interno o a lo sumo es intra Mercosur. Esos dólares surgían de la renta diferencial de la tierra proveniente sobre todo de las exportaciones sojeras apropiada por las retenciones primero, y luego en forma creciente por la sobrevaluación. Este último mecanismo, logrado a través de sostener la variación del tipo de cambio por detrás de la inflación, permitía al sector industrial importar barato sus insumos y a la vez comprar dólares barato para remitir sus ganancias al exterior. Pero esto se hacía a costa de los terratenientes, ya que los exportadores agrarios reciben menos pesos por cada dólar exportado y lo trasladan a los capitalistas agrarios, que a su vez lo trasladan a los arrendamientos.
La magnitud de dólares necesarios aumentó por el propio crecimiento de las importaciones para sostener una industria con insumos extranjeros, y a la vez creció el déficit energético porque la producción petrolera local no alcanzaba. Primero el cepo y luego la devaluación pusieron en evidencia que ya no había dólares para sostener la acumulación del ineficiente capital local. El resultado fue la contracción de la actividad industrial. La devaluación se muestra impotente para relanzar el ciclo porque, aunque aumentan las ganancias en relación al costo laboral, al no venir acompañada de una entrada masiva de dólares, no tiene una contraparte en capacidad importadora ni en posibilidad de remitir utilidades. Las empresas extranjeras empiezan a perder interés en las ventas internas y en la inversión, con el sector automotriz como principal exponente. Las suspensiones y los despidos e incluso las quiebras se hacen inevitables (ver nota de I. Harari de El Aromo pasado). No por una conspiración, sino porque lo que les importa a las empresas es ganar plata año a año. Acusarlos como hace el Gobierno de injustos por no valorar sus ganancias los años anteriores para seguir invirtiendo es ridículo: bienvenidos al capitalismo.
Crisis y ¿volver empezar?
Sin deuda y con el precio de la soja en caída no hay otra fuente de dólares. Una nueva devaluación se hace inevitable (el dólar de paridad se encuentra en torno a los 13 pesos) como ya lo muestra la suba del blue y el establecimiento del “dólar bolsa” (o “contado con liqui”) para las importaciones. Pero la devaluación no se trata de una medida para impulsar la economía por el aumento de la competitividad como se ilusiona la UIA. Es cierto que de trasladarse al dólar oficial estimularía la venta de granos que están siendo acopiados por los sojeros que se salieron con la suya en enero y esperan repetir la jugada. Esa entrada de dólares le dará algo de “realidad” a las políticas económicas, aunque menos que otras veces por la caída del precio de la soja. Pero para el resto de la economía, al encarecer las importaciones y al reducir la posibilidad de remitir ganancias, le implica un sinceramiento de una menor riqueza. Por eso, el efecto sería un estancamiento con inflación para intentar bajar los salarios y recuperar algo del valor de sus ganancias medidas en dólares. Como ya se vio en enero, sin ingreso de dólares nuevos, el establecer un nuevo valor del peso oficial no ayuda en nada. Encima, la situación ahora es peor porque se suma la baja del precio de la soja y la recesión en Brasil, principal socio comercial del sector industrial argentino. Además, que en 2015 los vencimientos deuda son mayores que otros años con cifras en torno a las 14 mil millones de dólares. Con lo cual, la escasez de divisas será aun mayor que este año.
Este escenario hace que aun resolviéndose parte del default (ya sea porque la justicia de los EE.UU. deje pagar los títulos en monedas diferentes al dólar o porque un sector de los bonistas acepte el cambio de sede de pago a París o Buenos Aires) el atractivo de Argentina como una plaza para colocar deuda se va perdiendo a medida que la contracción se hace más evidente. El Estado podrá conseguir algún salvataje a último momento como también lo tuvo De La Rúa con el Blindaje. Sin embargo, sin una garantía de negocios futuros, el nuevo ciclo de endeudamiento no tiene base para realizarse.
En el ‘76, el ciclo de deuda se hizo sobre la base del Rodrigazo de 1975 que realizó una baja del costo laboral en dólares y del salario real con la garantía de que se iba a sostener un aumento de la productividad vía represión y con la promesa de una apertura comercial que abriría nuevos negocios y la reducción del gasto público. Todo eso, en un contexto de disponibilidad de créditos por el efecto de la crisis a nivel mundial. La siguiente fase de endeudamiento masivo vino después de dos hiperinflaciones (una con Alfonsín en el ‘89 y otra en el ’90, no tan recordada, con Menem) y con la garantía de poner a disposición las privatizaciones de las empresas públicas. Ahora la situación es más complicada, ya no hay para ofrecer privatizaciones ni apertura comercial y, con la entrada de China, la baja salarial para ser atractiva debería ser incluso mayor que la de la Dictadura. La promesa de Vaca Muerta aparece como la única fuente. Aunque se trata de un negocio grande, requiere de una gran inversión inicial para una ganancia a futuro que depende del mantenimiento de los precios récord del barril y del desarrollo de nuevas tecnologías. A la vez, aunque se cumpliese el pronóstico de la EIA de los EE.UU. (el departamento de energía) sobre la magnitud del yacimiento, en principio alcanzaría para el autoabastecimiento interno y muy adelante para exportaciones.
En este escenario, lo único seguro es que el ajuste y la crisis será de una magnitud histórica. Como en el ‘75, en el ‘89 y en el 2001, la clase obrera se verá obligada a luchar para no perder sus condiciones de vida. A futuro, el nuevo ciclo de deuda podrá frenar un poco la debacle, pero salvo un nuevo boom del precio de las materias primas el ciclo no podrá relanzarse ya que sin eso no hay bases materiales para un endeudamiento masivo.
Con baja renta y sin mucha deuda, la ficción llamada Argentina comenzará a mostrar su cruda realidad, con la baja salarial y el ajuste como única fuente insuficiente de ganancias. No sólo en esta coyuntura de cambio de gobierno sino durante un plazo más largo. Se avizora una etapa de grandes convulsiones sociales, en el que la lucha de clases marcará el carácter cuantitativo y cualitativo de la salida.