Juan Kornblihtt[1]
En las últimas semanas el gobierno bombardeó los medios de comunicación con indicadores económicos positivos. Por un lado se anunció que la recaudación fue de 4000 millones de pesos en el primer trimestre del año superando tres veces lo pactado con el FMI, además se indicó que la actividad industrial creció un 18%. Con esta base aumentaron las partidas para seguridad y anunciaron un aumento de 50 pesos para las jubilaciones mínimas. Aunque ya con en estas medidas tan pobres se observa que las cifras no son tan buenas, es necesario analizar con más detalle la realidad de este crecimiento y de ser así cuál ser la fuente. Así podremos saber a la vez cuáles son sus limitaciones.
Se crece, pero poco
Lo primero que vemos al analizar las cifras de crecimiento es que estas esconden más de lo que muestran. En primer lugar, si analizamos las primeras cifras ofrecidas por el gobierno en cuanto a aumento de la actividad económica, observamos que recién se alcanzan en febrero de este año los niveles de enero de 2001, y esto sin tener en cuenta la devaluación ya que al medir el Indec utiliza como año base de los precios el 93. Además el anunciado crecimiento industrial del 18% anunciado días atrás tapa que la capacidad productiva ociosa es del 30% con picos del 65% en la industria automotriz, según el mismo Indec. Por lo tanto debemos preguntarnos si recién la economía está saliendo del pozo sin alcanzar niveles previos a la devaluación cuánto asidero tiene la propaganda oficial del crecimiento sostenido. Para eso debemos analizar las bases de la recuperación.
Mirar al mundo
Si algo caracteriza a los economistas es su provincialismo, la Argentina anda bien o mal en abstracción de la realidad mundial. Pero, la acumulación de capital es una realidad mundial. Así los capitales buscan en la Argentina obtener una tasa de ganancia media. Esto obliga a medir sus ganancias en dólares. Así durante el uno a uno, las empresas de servicios y las multinacionales remitían a sus casas matrices billetes verdes por el mismo monto que recibían en pesos al interior del país. La Argentina podía entonces mostrarse ante los inversores extranjeros proveyendo más ganancias que en otros países. Pero esta ganancias en dólares no surgían de la productividad que poseían las empresas locales, sino de la convertibilidad forzosa instaurada por Cavallo. En el número anterior del El Aromo, señalábamos que esta convertibilidad se basaba centralmente en el aumento permanente de la deuda externa. Y que al cortarse el flujo de capitales por parte de la banca extranjera ante la evidencia de que Argentina no podía pagar, se cayó la paridad peso-dólar. Y al caerse la convertibilidad, las ganancias de las empresas dejaron de medirse en billetes verdes. Allí comenzó la lucha por aumentar las tarifas.
Este cambio generó una disputa entre distintas fracciones de la burguesía. Por un lado las empresas de servicios vieron desaparecer de un día para el otro las remesas que enviaban para el extranjero. Aunque sus pérdidas no fueron tan grandes como se quejaban porque al mismo tiempo por la pesificación se licuaron sus deudas al pasar de estar en dólares a pesos dejaron de invertir. Fenómeno que se observa en la superficie con la crisis energética, pero que esconde una realidad que abarca a transporte y telecomunicaciones. Del lado de los ganadores con la devaluación se ubicaron los exportadores. Según señala un interesante estudio de los economistas de la CTA[2], YPF, Cargill, Techint y la Aceitera Dehesa fueron las principales empresas beneficiadas con la devaluación.
Con todo, el crecimiento de las exportaciones no fue todo lo que prometían los diferentes apologistas de la devaluación, como veremos en el siguiente acápite. Porque no basta con políticas monetarias para manejar la economía. Y esa ilusión comienza a contrastar con una realidad muy diferente.
Una república sojera
Lo primero que hay que observar es que para competir a escala mundial es necesario tener costos que estén al nivel medio internacional. Esto se logra por diferentes vías, ya sea por una productividad ampliada (es decir utilización de tecnología de punta) o y asea por los bajos costos internos (en gran medida baratura de la mano de obra). Durante los `90, la Argentina no sostuvo, como señalamos, sus ingresos en dólares por la productividad sino que la ganancia media se logró en base a reasignación de la deuda tomada a través de la convertibilidad. Así el crecimiento industrial y el desarrollo tecnológico no alcanzaron para competir en el mercado mundial, salvo en unas pocas excepciones donde se destacan Techint y Arcor. Entonces al devaluar, encontramos que sólo tienen tecnología para exportar unos pocos. Y en este sentido salta a la luz el boom sojero que implicó en el 2003 el 45,1% de las exportaciones agroindustriales. Por lo tanto son esos poco los que sostienen el ingreso de divisas y a través de diferentes vías fiscales: el superávit fiscal se logró en gran medida a partir de las retenciones a las exportaciones aplicadas por Duhalde en el 2002 que implican entre el 10 y el 12 por ciento de la recaudación total.
Las exportaciones de bienes primarios y primarios elaborados subieron desde la devaluación favorecidas no sólo por el cambio, sino por el aumento de la demanda mundial sobre todo de aceites derivados de la soja. En este sentido el principal comprador pasó a ser China quien en el 2003 se quedó con el 56,2% de semillas y frutos oleaginosos y el 29,3% de grasas y aceites vegetales[3]. El segundo rubro en importancia son los combustibles, entre los que se destaca el petróleo. Nuevamente no es el cambio el que favorece su inserción mundial sino su productividad y el alza de la demanda mundial a partir de la Guerra de Irak. Así el mayor número de las exportaciones se las llevan bienes de poca manufactura local. El “modelo agroexportador” vuelve a instalarse. Ahora bien, los apologistas de la devaluación decían que todos los sectores serían favorecidos por el boom exportador. Sin embargo al observar quiénes exportan, queda claro que son los que tienen una productividad alta en gran medida por las ventajas naturales y por el lugar que ocupan en el mercado. En cambio las exportaciones de mercancías de origen industrial (MOI) apenas están creciendo. Y encima estas no han aumentado su productividad con respecto a la convertibilidad, como se ve en la lento aumento de las importaciones de bienes de capital que no van dirigidos al agro. Todo su crecimiento se sostiene por tres factores. 1) utilizar lo que antes no se usaba: con la devaluación se frenó la producción, la reactivación consiste en muchos casos en volver a utilizar las máquinas. Sin embargo la capacidad instalada como dijimos llega en las sectores industrial en promedio al 50%. En un próximo articulo analizaremos el problema de la industria local. Pero sin incorporar máquinas se puede crecer un poco más dando cifras que oxigenen al gobierno, pero que al largo plazo necesitarán incorporar tecnología cuyo precio está en dólares. 2) el otro factor es la baja del salario lo que permite bajar costos. Pero la baja peso a lo terrible que fue aún no alcanza los niveles de los países del sudeste asiático y China, 3) por último la subvaluación del peso. Esto implica que la paridad hasta hace unos meses fijadas en 3 pesos implicaba una ventaja extra para exportar. Pero a estas dificultades para las exportaciones del sector industrial se suma la crisis congelada del Brasil. En las últimas semanas su riesgo país comenzó a crecer y su economía creció menos de lo esperado. Esto generó una reducción del consumo de productos industriales argentinos (sobre todo industriales) de un 10%.
Todos estos factores hacen que el crecimiento se sostenga sólo en base a unos poco sectores. Sectores muy volátiles como la venta de productos primarios, por lo que ante una cese en la demanda de China o un freno en la expansión de los EE UU que comienza a anunciarse con la suba de la tasa de interés anunciada por el Secretario del Tesoro o incluso una sequía (que ya generó una reducción de la productividad local[4]) implicarían un freno a la entrada de divisas.
¿Cerca del techo?
Así la expansión se sostiene con el ingreso de divisas provenientes del agro y en menor medida de un repunte en la producción. Ahora bien como dijimos el superávit fiscal depende en un 12% de la recaudación basada en retenciones al comercio exterior. Sin embargo el peso ha comenzado una lenta valorización frente al dólar llegando a 2,85 y según diferentes economistas esto alcanzaría a 2,75 para mitad de año. Esto implica que las ganancias en pesos de los productores agrarios se reducirán por lo que aumentará su lucha por reducir las retenciones que aplica el Estado. Otro elemento es que sectores que aún sin ser competitivos podían exportar favorecidos por la subvaluación del peso quedarán fuera de competencia y por lo tanto deberán limitarse al mercado interno. En definitiva a tener ganancias en pesos. Así, sin estímulos internacionales frenarán la poca inversión que han realizado. Pero además perderán competitividad por la falta de inversión en elementos estructurales como los son la energía. Si a esto se le suma el aumento de costos por la inflación, sólo les queda como opción una profunda reducción salarial. Que no parece ser la tendencia de estos meses.
Con esta información es prematura aún plantear una perspectiva a corto plazo, sin embargo las bases sobre la que se sostiene la expansión actual (subvaluación, bajos salarios y exportaciones agrarias) comienzan una a una a revertirse. En este sentido la lucha entre capitalistas por apropiarse de la ganancia reducida y contra la clase obrera comenzará a agudizarse.
1 En base a informe elaborado por Emiliano López y Sebastián del Grupo de Coyuntura Económica del CEICS-RyR
3 Monitoreo del comercio exterior argentino del Centro de Estudios para la Producción (CEP) del Ministerio de Economía, febrero 2004.
4 Informe Internacional del Departamento de Agricultura de los EE UU (USDA)-abril 2004.