Invitamos al lector a reflexionar un poco: ¿podemos decir que el trabajo nos realiza, que es un disfrute? ¿Si o no? Pensemos un poco. Viajamos como ganado para llegar al trabajo. Allí pasamos la mayor parte de nuestro tiempo, esperando salir para mirar un partido, leer, o estar con nuestros hijos. Solo paramos para comer, porque claro, los recreos no institucionalizados son penalizados (desde mirar el celular, hasta distraerse cinco minutos para ver a quién convocó Sampaoli…). Incluso el día más esperado es el viernes, y el más deprimente el domingo a la noche. Peor aún, podemos estar horas y horas del fin de semana resolviendo problemas laborales en nuestras casas, estresados y enfermos por la exigencia de cumplir. ¿Cuándo nos dedicamos al ocio “puro”? Cuando el patrón lo reglamenta, claro: quince días al año…
Evidentemente se nos va la vida en el trabajo. Vivimos para trabajar. Organizamos nuestras vidas acorde a las ganancias de unos pocos, que son los dueños de todo lo necesario para producir. Eso les otorga el derecho de exigir jornadas largas e intensas, puntualidad, productividad, “compromiso”… El producto es adivinable: no nos reconocemos en nuestro trabajo. El fruto de nuestro trabajo se nos aparece como algo “ajeno”. Estamos alienados de nuestra propia labor, de nosotros mismos. Para revertir esa sensación, nos enchufan cursitos de capacitación, regalitos con mensajes moralizantes o hasta charlas con gurúes de todo tipo. Se habla incluso del “espíritu colectivo” y de la “cultura del trabajo”. Todas ridiculeces.
Pero organizar una vida diferente es posible. En efecto, con el nivel de desarrollo productivo alcanzado hasta hoy, bastaría con reducir la jornada laboral a una ínfima parte y repartir las horas de trabajo entre el conjunto de la sociedad. ¿Cómo es eso posible? Sencillo. La tecnología permite disminuir en gran medida la cantidad de trabajo humano vivo necesario para producir. Así, las máquinas simplifican el trabajo y lo reducen a una parte mínima. Llegado un punto, prácticamente podremos esperar que trabajen las máquinas, que para algo las inventamos. Pero, a diferencia del capitalismo, las máquinas estarán puestas al servicio de la sociedad y sus necesidades. Claro, aquellos que no quieren hacer esto, porque afectaría sus ganancias, ya no van a estar. Naturalmente, para eso habría que expropiarlos y abolir la propiedad privada.
¿Le dijeron que el socialismo obliga a la gente ser pobre? Nada más alejado. Una sociedad tal cual está planteada conllevaría la socialización de las riquezas, no de la miseria. Una sociedad de este tipo garantizaría el acceso a cualquier necesidad elemental: la salud, la educación, la cultura, la informática. Todo estaría cubierto. Lo que ahora nos parece un lujo, será algo elemental que todos tendremos.
Imaginemos un día de esa vida. ¿A qué hora le gusta levantarse? ¿8 am? ¿A esa hora le suena el despertador porque le gusta dormir media hora más? Bueno, pongamos que se despierta a las 9 am. Unos mates con su compañera, mientras lee el diario o escucha las noticias. Recuerde que estamos en una sociedad que ya no se organiza por la ganancia, así que olvídese de escuchar la noticia sobre el edificio que se derrumbó por haber ahorrado en materiales o ese incendio que causó tantas muertes porque no había dispositivos de seguridad.
Al ratito se entra a duchar, se viste y a las 10 y algo se va para el trabajo. Caminando, obvio, porque es cerca de su casa. Basta de viajar horas enteras. 10.30 llega, pone en marcha las máquinas y las prepara para que trabajen. Mientras, se embronca con su compañero de trabajo, que le refriega el resultado del partido de ayer. Se viene el almuerzo, repasemos las máquinas, y a casa. Y a casa, sí.
¿Y ahora? Son las 2 de la tarde y tiene delante suyo todo el día. ¿Una sensación extraña, no? El tiempo es suyo. ¿Sabe por qué? Porque una organización socialista de este tipo, humaniza el trabajo y libera tiempo para el ocio.
¿Quiere tener la posibilidad de dedicarte a la actuación, la música o la Historia? ¿Quiere disponer de tiempo para estudiar, algo que le interese de verdad, ir al cine o pescar? Hágalo. Ya no hay que trabajar 8 horas al día, no estas agotado, ni al borde del colapso nervioso.
Parece un sueño, pero una sociedad de este tipo es posible. La vida así se convertiría en un fin en sí mismo. Sería realmente nuestra. No habría que esperar a enero para relajarse dos semanitas. Y el trabajo seria el fiel reflejo de la potencialidad individual y social. En definitiva, estaríamos presenciando un acto de liberación humana general. Construyámoslo desde ahora.