En el claro de la luna
Por Eduardo Sartelli
Historiador y autor de La plaza es nuestra
Las últimas elecciones nacionales han arrojado resultados contradictorios, que conclusiones apresuradas simplifican remarcando algunos obvios trazos gruesos. Si bien dejaremos para el número próximo del El Aromo un análisis más detallado del proceso político nacional, no queremos dejar pasar la ocasión para examinar los resultados de la izquierda. Dada la magnitud exigua de votos que obtuvo el conjunto de los partidos que se disputan esa porción del arco ideológico argentino, más de uno estaría dispuesto a soslayar un balance necesario.
Quien adopta esa actitud, probablemente, está comprometido con alguna de las tres variantes acostumbradas ante estos temas: a) la izquierda no existe, todo balance no resulta en otra cosa que en disputa de camarillas insignificantes; b) cada uno tiene razón en sus argumentos y la consideración de los mismos varía según uno mire los resultados; c) estas elecciones no demuestran nada, no son síntoma de ningún proceso que valga la pena examinar. Si la primera opción esconde un derrotismo irrecuperable, la segunda intenta un balance “centrista” de modo de conformar a todo el mundo, mientras la tercera prefiere invalidar cualquier conclusión por “falta de datos”. Es obvio que cualquiera de estas variantes está al servicio de escaparle a las consecuencias políticas de las decisiones tomadas por cada una de las fuerzas que se presentaron a la compulsa. Precisamente, esa actitud es la que hay que rechazar: todo militante serio está obligado a sacar las conclusiones políticas necesarias y ajustar las cuentas con su propia organización, si cupiera el caso. Cualquier otra actitud es indigna de un revolucionario y más propia de un fanático de fútbol, que apoya a su equipo no importa cuál sea la situación. Si se tratara de un problema de camisetas y sentimientos, no dejaría de ser una actitud simpática. Tratándose de problemas de estrategia revolucionaria, el asunto bordea lo criminal.
Tres estrategias, tres
La estrategia electoral es una parte (menor o mayor según se mire) de la estrategia general de todo partido revolucionario. Ya lo dijimos: un partido que se niega a darse una estrategia electoral en nombre de “principios revolucionarios”, en realidad, tiene como principio entregarle la dirección de la política electoral a la burguesía. Las elecciones tienen su valor y, según sea el caso, la participación (o no) puede resultar más o menos necesaria, pero nunca puede soslayarse. Todo partido que tiene una estrategia electoral, entonces, traduce en ella el espíritu de su estrategia general. Se han mostrado, en la última elección, tres estrategias: a) frente con fracciones burguesas; b) frente “de principios”; c) frente de luchadores. La primera traduce, en este contexto político nacional, la claudicación ante la tarea de construir la independencia de clase del proletariado. La segunda expresa el polo opuesto, la incapacidad de esas organizaciones de colocarse en el campo de la lucha real, con una actitud de auto- proclamación vacía de contenido político concreto. La tercera expresa la voluntad de ofrecerse como canal político de quienes encarnan lo más avanzado de la lucha. Antes de referirnos a las nomenclaturas que ocupan estas posiciones, examinemos un problema más general, el de la muerte de los partidos “tradicionales”, el peronismo y el radicalismo.
De ciegos y sordos…
La gran novedad de las elecciones es la defunción del peronismo. Que en la provincia peronista por excelencia, se imponga (por paliza) una candidata cuyos propagandistas declaran a voz en cuello que los partidarios del Coronel de los Trabajadores se metan “la marchita en el culo”, es todo un síntoma. Que en la otrora “capital del peronismo”, Rosario, gane (por paliza) un representante del partido más gorila de la historia argentina, el del socialista Binner, es otro síntoma. No hacía falta esperar, sin embargo, a que sucediera lo que sucedió, para darse cuenta de cómo venía la mano. En efecto, el fracaso del duhaldismo, tal vez la mayor expresión de la liturgia tradicional del peronismo, era un hecho cantado que no vio el que no quiso ver. Que el peronismo hace rato que no es un hecho vivo en las masas, que ningún peronista que se vanaglorie de tal ha encabezado ninguna lucha popular importante desde hace por lo menos dos décadas (salvo que se cuente por tal la pelea entre Moyano y Cavallieri por la cuota sindical de los empleados de comercio), es algo también muy visible. Ya van dos generaciones de jóvenes trabajadores que, o no han vivido ninguna experiencia peronista rescatable, o han vivido las peores experiencias posibles con el peronismo: Isabel (y López Rega) y Menem. De modo tal que pretender que un continente político siga vivo, aunque ya no contenga nada sustantivo en su interior, no sólo es una tontería sino, peor, un caso de ceguera voluntaria. Una novedad no menor, aunque menos sonora, es la desaparición del radicalismo, algo más previsible desde la caída de De la Rúa. Probablemente sus votos emigraron hacia Kirchner en la mayoría de los casos, aunque el alma radical que persiste detrás de Carrió y López Murphy se encuentra fatalmente dividida y desestructurada, una división que efectiviza las dos almas que, en otras condiciones, pudieron convivir en el mismo pecho (como Alfonsín y De la Rúa) aunque no siempre (como Balbín y Frondizi). En los dos casos, la crisis de ambos partidos expresa la crisis de las condiciones que crearon dos alianzas históricas, ambas encabezadas por diferentes fracciones de la burguesía, unidas a diferentes bases sociales: el proletariado (peronismo) y la pequeña burguesía (radicalismo). Ambas alianzas se forjaron en momentos en que un capitalismo en expansión podía asegurar la reproducción ampliada de las condiciones de existencia de esas clases y fracciones que aparecían como furgón de cola de la política burguesa. En los momentos en que esa reproducción ampliada entraba en cuestión, ambas alianzas sufrían desgranamientos por izquierda, expresando incipientes tendencias a la independencia política de esos socios menores. Lo característico del proceso social de los últimos veinte años es la desaparición casi completa de esas posibilidades de reproducción ampliada.
A mal puerto vas por leña
Todos los que apostaron al radicalismo o al peronismo perdieron. Efectivamente, el PC, que intentó por enésima vez reclutar a los caídos de la Alianza, mostrándose como un envase mejor para una vieja política, fue el que peor resultados obtuvo. El MST, por su parte, demostrando que teme a cualquier cosa menos al ridículo, hizo una elección desastrosa por más que agitara su fetiche peronista, Mario Cafiero. Ni hablemos del oportunista Castells, que por más agachadas que hizo no pudo superar el 0,20% de los votos. En efecto, todos los que tocaron campana de difuntos, tuvieron que acudir al entierro. Por dos razones, una coyuntural y otra más de fondo. La coyuntural: si algo se cae del radicalismo o del peronismo, es decir, se desglosa de su estructura sin romper políticamente con su programa, tiene muchas mejores opciones para vender su pase que lo que pueden ofrecer partidos incapaces de asegurar canonjía alguna.
Si algún político burgués tiene algún aparato respetable, no se lo va a vender al PC, a Castells o al MST, precisamente. Mejor para eso está el propio Kirchner y, si no cabe, Carrió o algún otro por el estilo. La de fondo: quienes rompen, ya no con las estructuras de esos partidos, sino con sus programas, lo que buscan es un continente que no reproduzca, precisamente, los programas con los cuales están rompiendo. En particular, porque han ganado una independencia de clase como producto de la ruptura de las relaciones que los unían a la burguesía a través de esos aparatos. Concluyendo: la estrategia de los ex socios de IU y Castells, se basó en pretender comprar algo cuyo precio no podían pagar e intentar venderlo a quien ya no quería comprarlo. El peronismo y el radicalismo, como aparatos que articulaban las alianzas entre fracciones de la burguesía y de las clases subalternas, están muertos. Sus programas, sin embargo, pueden renacer dentro de otras estructuras, pero la realidad es que las condiciones generales en las que opera el capitalismo argentino, desde hace al menos 30 años, tornan inviable la aparición de continentes capaces de contener un líquido cada vez más caliente.
El voto piquetero
Sin que pueda decirse que se trata, por su volumen, de una votación excepcional, el resultado del Partido Obrero merece analizarse con respeto. En general, el PO ha recibido el respaldo de luchadores, que fueron a las urnas a hacer lo que sostuvimos en números anteriores de El Aromo: defender a los militantes de la tenaza “democrática” que se cierne sobre ellos (que no bastó mucho para que diera comienzo la tarea de “apriete”, lo ilustran claramente el procesamiento a la interna del Garrahan y los ataques a Quebracho y al propio PO por los sucesos de Haedo). La excelente elección en Salta y la no menos importante en Santa Cruz demuestran que el Argentinazo no pasó en vano. Un balance menos optimista (aunque no negativo) merece la elección en provincia de Buenos Aires. Verdaderas luces de alarma, sin embargo, debieran (de una buena vez) prenderse por el desastre en la capital del país. Pero aún así, la votación de PO muestra que si se quiere contener a los que luchan y rompen con los programas de los partidos patronales, la única estrategia lógica es la mayor intransigencia con el personal político repudiado, de aparatos en ruinas, de programas condenados ya por la historia. Algo que también pudo verse en la votación al PTS-MAS en Neuquén (es una pena que su vocación de cabeza de ratón les impida a estos compañeros una política más audaz).
Un poco más de luz
Un cambio profundo se agita en el seno de la clase obrera argentina. Lo venimos sosteniendo desde hace años. Está surgiendo el enterrador del peronismo y, aunque con lentitud, ese proceso ya empieza a manifestarse incluso en la política electoral. El que se desilusione por las magnitudes en lugar de alegrarse por la calidad de la tendencia, no entendió el mensaje de esta elección para la izquierda argentina. No estamos caminando bajo los calientes rayos de una soleada mañana de verano, es cierto. Falta (y mucho). Pero en el claro de la luna, una silueta potente viene asomando.