Prólogo a la reedición del libro Bolivia: la revolución derrotada, de Ediciones ryr
Publicada por primera vez en Argentina en 2007 (por nuestro sello), esta invaluable obra de Liborio Justo, sobre la revolución boliviana de 1952, agotó su tirada en poco tiempo. En breve, nuestra editorial pondrá a disposición de los lectores una reedición. Aquí, un extracto del nuevo prólogo.
Por Fabián Harari (LAP-CEICS)
Liborio Justo es uno de los fundadores de la izquierda revolucionaria argentina. Como intelectual revolucionario, rompió con su clase (la burguesía), se tomó el trabajo de comprender la sociedad en que vivía, organizó diferentes periódicos teóricos y de agitación y hasta desarrolló el trabajo sindical. Es decir, fue un constructor partidario. Especialmente, durante un período muy importante de la vida política argentina: aquella que va desde el ascenso de la clase obrera a mediados del ’30, hasta los inicios del peronismo. Se constituyó, además, como un factor determinante para que el trotskismo sea como es, en sus rasgos negativos y positivos: nacionalista y con una fuerte voluntad de formar partido.
En el Big Bang trotskista
Cuando Justo se acercó a la militancia, el trotskismo argentino (en ese entonces, pequeños grupos que no pasaban de una decena de miembros) se debatía en una disputa programática ciertamente fundante.1 Las primeras discusiones giraban en torno a la existencia o no de tareas inconclusas de la revolución burguesa. Es decir, del carácter de la revolución: enteramente socialista o democrático-burguesa en transición al socialismo.
Aunque pocos puedan creerlo, en sus comienzos, el trotskismo nació delimitándose del nacionalismo y proponiendo una política netamente socialista. El grupo de Antonio Gallo, Héctor Raurich y David Siburu, con sede en Rosario, que pregonaba que la Argentina ya había completado sus tareas nacionales y, por lo tanto, la revolución debía tomar un carácter netamente socialista. Se debía, por lo tanto, combatir al conjunto de la burguesía, ya sea nacional o extranjera. Editaron un periódico llamado Nueva Etapa, donde aparecieron sus principales posiciones. La preocupación de este grupo fue combatir la estrategia del Frente Popular del PC de la segunda mitad de la década de 1930 y, por ello, intentaba explicar el papel contrarrevolucionario de la burguesía nacional, aún la más chica. Paradójicamente, el grupo no dejó de caracterizar a la Argentina como país “semicolonial”, pero todas las descripciones que efectuaba en concreto se alejaban de aquella denominación:
“El movimiento de la independencia fue en la Argentina una revolución burguesa, a diferencia de otros países del continente, donde no tuvo características tan nítidas como el Perú, por ejemplo. En la República Argentina hay proletariado y capitalismo, beneficio y plusvalía, y por lo tanto lucha de clases y la estrategia del proletariado debe ser la de la revolución socialista…”.2
Es el propio Liborio Justo quien se encargó de llevar adelante una batalla contra las posiciones dominantes y de imprimirle al trotskismo su carácter más nacionalista y su aplicación a rajatabla y religiosa del Programa de Transición. Su idea rectora, por la que combatió en el seno del movimiento de izquierda, fue que la Argentina no ha completado sus tareas nacionales, que la revolución burguesa no pudo triunfar y, por lo tanto, la burguesía nacional tenía enfrentamientos con el imperialismo, lo que daba lugar a movimientos nacionales de carácter progresivo. Si bien la burguesía nacional no parecía portar un rol revolucionario, explicó, la clase obrera debía prepararse para completar la construcción burguesa del país. Más adelante, como veremos, profundizó estas posiciones hacia un nacionalismo más desembozado. En 1943, Justo abandonó la política y se retiró a las islas del Ibicuy.
En 1957, Justo publicó Estrategia revolucionaria, en la que estableció un balance del trotskismo. Allí remarca que el principal defecto es el haber intentado trasplantar un modelo europeo a una realidad “original” americana. En 1959, Justo acusó a Trotsky de ser un “agente de Wall Street”. Más adelante, propuso derribar las naciones para construir una nueva: Andesia. A partir de 1968, se dedica al estudio de la historia argentina y edita Nuestra patria vasalla. Historia del coloniaje argentina. Cinco tomos y un apéndice que termina de escribir en 1993. Allí afirmó que la Argentina nunca llegó a ser una nación y que, por lo tanto, el nacionalismo cumple un papel progresivo en la lucha de clases. En Pampas y lanzas (1962), detalló la acción de la burguesía terrateniente contra los indígenas en el proceso de formación nacional. Mientas, para él, el gaucho conformaba una especie de lumpenproletariado, incapaz de resistir a los estancieros, el indígena sería el verdadero sujeto portador de la resistencia al coloniaje y el portador de la identidad nacional. Masas y balas, editado en 1974, refleja la lucha del proletariado latinoamericano y norteamericano contra la burguesía. Justo nunca dejó de escribir ni de participar del combate por las ideas. Murió un 10 de agosto de 2003, a los 101 años.
La toma del poder en Bolivia
El libro que el lector tiene en sus manos fue escrito en 1967. Claramente, en una discusión con el guevarismo. Se intenta, aquí, realizar un balance de esa experiencia en Bolivia, y de ese fracaso. Curiosamente, se hace a través de un estudio de otra experiencia, mucho más ambiciosa y que ha dejado huellas más profundas: la revolución de 1952. Pero no sólo es una discusión con el guevarismo, sino también con las tendencias nacionalistas en la izquierda en general y en el trotskismo en particular. Esas mismas tendencias que él ayudó a consolidar.
Los primeros diez capítulos están destinados a reconstruir la historia de esa sociedad: desde su origen como reino preincaico hasta su conformación como república. Si bien no se ocupa exhaustivamente de cada período (Tawantisuyu, colonización, independencia, guerras civiles), sí ofrece un marco general para discutir los principales problemas. Aunque pueda parecer una larga digresión, se trata de una tarea imprescindible para un historiador que quiere hacer entender a un público muy amplio (bolivianos y no bolivianos) las grandes tendencias del desarrollo y las particularidades del caso boliviano. Esos capítulos le sirven a Justo para probar una primera idea contra el programa nacionalista y guevarista: la centralidad del proletariado, en especial, el minero. No son los campesinos (si los hubiese) quienes ocupan un lugar central a la hora de organizar y dirigir las fuerzas revolucionarias, sino la clase obrera. Es decir, en un análisis de las relaciones de fuerzas materiales, es el programa socialista el que sale indemne.
Esos señalamientos de las grandes líneas del desarrollo se particularizan a partir de la crisis de 1946, donde empieza el núcleo del libro. He ahí un primer balance con respecto a la experiencia guevarista. La primera pregunta que todo revolucionario debe hacerse antes de salir a la acción directa: ¿cuál es la relación de fuerzas políticas entre las clases? El libro responde: en el momento, la clase obrera está en retirada. Justo señala que el proceso iniciado en 1946 con un levantamiento popular y que continúa con la intervención organizada del proletariado en 1952, se cierra en 1965. Ese año, luego de un largo reflujo, la burguesía procede a terminar con los restos de la revolución mediante una feroz masacre. En ese contexto, cualquier intento de protagonizar una experiencia directamente militar constituía una aventura irresponsable.
La propia dinámica del proceso muestra la necesidad de una estrategia bolchevique para Bolivia. La crisis estalla en el centro del poder político y no en la periferia rural. El problema militar se presenta en la misma insurrección de abril, cuando la clase obrera se ve obligada a construir sus propias formaciones militares ante la impotencia de la dirigencia burguesa que buscaba solamente un golpe de mano. El triunfo de la insurrección lo decide la intervención de los mineros de Milluni y no alguna fracción de clase rural. El problema militar, por su parte, se resuelve sin mayores dificultades: para mayo de 1952, el ejército nacional no existe y la capacidad de coerción la ejercen las milicias obreras agrupadas en la Central Obrera Boliviana, que nace, curiosamente, no como un sindicato en términos estrictos, sino como un organismo de centralización política, como una emulación de los soviets. La quiebra del propio Estado, como consecuencia de la agudización del proceso revolucionario, es la que produce la situación revolucionaria, que se expresaba en el doble poder: el del Gobierno del MNR, por un lado, y la COB por el otro. Es decir, el problema, una vez desatado el proceso, no es cómo formar un ejército en la periferia, sino cómo convencer a las masas de la capital de tomar el poder, en vez de cederlo al MNR (el partido reformista que acaudilla la revolución). Esa tarea hubiese sido más sencilla con un partido revolucionario que hubiese ganado posiciones en el seno del proletariado.
Y hubo partidos que lo intentaron. Incluso, que lograron ganar amplias masas para su política. Más aún, uno de ellos se decía a sí mismo trotskista. El PC boliviano y el POR trotskista fueron importantes partidos en el seno de la clase obrera durante la década de 1940 (con mayor primacía el primero). Sin embargo, la izquierda (como aquí) se dedicó a educar a la clase obrera en el nacionalismo, en la idea de que era necesaria alguna alianza con la burguesía local más castigada por la “oligarquía” y el imperialismo. A la hora de tomar el poder, las direcciones de izquierda optaron por la estrategia del Partido Bolchevique antes de abril de 1917: apuntalar al bonapartismo (no otra cosa representaba el régimen del MNR, apoyado en las milicias obreras y en el poder del capital no expropiado) y presionar por mayores reformas. Sin haber formado cuadros en una estrategia correcta, la clase obrera se encontró con armas en la mano, pero desarmada frente a su enemigo. Resultado: quienes subieron por izquierda, quienes prometieron el combate a muerte al capital, terminaron reconstruyendo el Estado y la hegemonía burguesa con la sangre de aquellos que los pusieron en el poder (y de los que no también).
Todo revolucionario debe repasar atentamente lo que nuestro compañero Liborio tiene para decirnos. Todo aquel que alimentó alguna esperanza guevarista o cree que el nacionalismo es algo progresivo en América Latina, debería repasar estos hechos. El libro relata un proceso sumamente rico, complejo, pero cuyas líneas de desarrollo sobresalen en forma límpida y racional. En un país en el que podría llegar a discutirse la pertinencia de las tareas nacionales, la revolución asoma como obrera y el nacionalismo como su enemigo. Qué queda entonces para el resto…
Notas
1 Para mayores datos sobre este período, se sugiere consultar Coggiola, Osvaldo: Historia del trotskismo en Argentina y en América Latina, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2007.
2 Citado en Coggiola: op. cit., p. 49.