El poder del falo. Acerca de «No daré hijos, daré versos», de Marianella Morena
Las mujeres estamos viviendo una época difícil en cuanto a las luchas de género. La violencia va in crescendo y a cada paso vemos diferentes estrategias de lucha que no necesariamente son efectivas. Uno de los campos de esa lucha es el ideológico, por eso la obra que aquí examinada y cuya protagonista es Delmira Agustini es de suma utilidad para pensar el siguiente problema: ¿qué batallas y con qué estrategias se lucha hoy en el campo del arte y del feminismo?
Rosana López Rodríguez
Grupo de Investigación de Género-CEICS
“Hay guerras que son de un hombre y una mujer. Y hay guerras que son de una sola persona.”
(Marianella Morena)
Delmira Agustini nació en Montevideo en 1886 y fue asesinada por su amante y ex marido en una pieza de alquiler en 1914. Era hija de una familia acomodada que siempre promovió su desarrollo intelectual (tomó clases de francés, de piano, de arte). Todo en su casa, como era usual para las mujeres de esa época. A los 10 años escribió sus primeros poemas y sus primeras publicaciones las hizo con apenas 16. Se editaron tres libros suyos antes de su muerte y por ellos ha sido considerada una de las figuras clave del modernismo, a tal punto que Rubén Darío elogió calurosamente su escritura en “Pórtico”, presentación a Los cálices vacíos (1913), tercer poemario de la uruguaya.
Contrajo matrimonio con Enrique Job Reyes en 1913 y apenas pasado un mes y medio de la boda, se separaron (el divorcio llegaría casi un año después) a pedido de ella. Luego de ese episodio, Delmira regresó a la casa de sus padres. También a pedido de ella, según los biógrafos de la poetisa, la relación entre ambos continuó. Fueron amantes hasta julio de 1914, cuando durante uno de los encuentros, Reyes le disparó dos veces y la mató. Cuando llegó la prensa, la gente de la pensión y la policía, encontraron el cadáver de Delmira y a Reyes, agonizante. Murió poco después.
¿Qué batallas libró Delmira Agustini? O, mejor dicho, considerando que su personalidad resulta hoy estar en el eje de problemáticas sociales que no se acallan, ¿qué batallas y contra quiénes se lucha hoy en el campo del arte y del feminismo? De eso se trata lo que sigue.
Elige tu propia Delmira
“La historia no tiene una sola verdad; el teatro, tampoco. Ya no.”
(Marianella Morena)1
“Por una vez en la vida, aportá algo que no sea exceso de realismo.”
(El personaje de Delmira a su futuro marido Enrique)
En este texto no nos ocuparemos de abundar acerca de la semblanza de Agustini, sino que examinaremos la obra No daré hijos, daré versos2, de la dramaturga uruguaya Marianella Morena. Tampoco confrontaremos la versión que Morena tiene de la protagonista con la del referente real. Fundamentalmente, porque la veracidad histórica (o lo que es lo mismo, cuánto apego tiene determinada producción a los hechos acaecidos) no es, en modo alguno, un requisito para abordar y evaluar una obra de arte.
Iniciamos, sin embargo, con una breve biografía porque, significativamente, la historia de la poetisa modernista está plagada de silencios, rumores, hipótesis no confirmadas, hiatos que no han hecho más que alimentar el mito Delmira. Los datos certeros del ámbito de la vida privada (ya que sus poemarios hablan públicamente) expuestos por todos los biógrafos, e incluso por la propia Morena, son poco más que los que destacamos al comienzo.
Una historia como esta es ideal para realizar una reconstrucción estética. De esa estetización brotará entonces un programa particular para el arte y otro, habida cuenta de las características de la protagonista, para el género. Vamos por el primero.
La obra tiene una estructura en tres actos, formalmente diferentes entre sí. En el primer acto, tres parejas se intercambian y vuelven a armar, tres versiones de la pareja que se dispersa y se vuelve a unir, enfocando la relación entre Delmira y su esposo. Se muestra la dinámica de los cuerpos en la crisis, la pasión y la violencia, por parte de ambos. Una relación en la cual tanto el lenguaje del cuerpo como el verbal muestran que ella pretende de su marido algo que él no puede o no quiere darle. A la inversa, el esposo quisiera que su mujer fuera como todas las mujeres casadas: recatada, devota del hogar y que quisiera tener hijos, otros hijos que no fueran los del papel. Él es, sin duda, un varón conservador y simplón, su prosaica ocupación se opone a la vida poética de Delmira: es rematador. Ella pretende de su esposo un macho cabrío, algo que no podrá obtener. La obra reconstruye lo que podría haber sido la intimidad de dos a partir de unos cuantos rasgos públicos. El desencuentro es mutuo; la batalla, entre dos y de cada uno consigo mismo. Donde los muertos son dos, la guerra tiene como resultado un empate trágico.
El segundo acto pone en escena la necesidad de contextualizar a Delmira. Partiendo del presupuesto de que el realismo es la forma que encaja con esa reconstrucción de época, Morena propone una escena con aires chejovianos de familia acomodada del novecientos. Pero en clave de parodia y de ironía. La autora invierte los términos en esta escena que, a diferencia de la primera, es humorística, no reconstruye ni la familia ni la situación, sino que exhibe los mecanismos de teatralización, las técnicas. Los actores se distancian de sus criaturas para burlarse de ellas. Salvo Delmira, los otros personajes están ridiculizados e hiperbolizados: la madre, la sirvienta, el padre, el hermano y el pretendiente. Un detalle no menor es que los más ridículos o desubicados son los varones. El padre grita desmesuradamente para avergonzar a su hijo por no ser lo suficientemente varón. El hermano es un infeliz que no tiene temperamento para nada, mientras el pretendiente es humillado ya desde ese momento (y no solamente por la novia). Hasta la futura familia política se burla de él.
El último acto, es el testimonio de seis “personas” que compraron en una subasta algunos de los objetos personales de la poeta. Delmira podrá tener una nueva vida en un nuevo siglo que se puede vislumbrar a partir de su escritura. Más adelante volveremos sobre ello.
Entonces, cada uno de los actos plantea tres abordajes estéticos diversos porque cada uno de ellos expone una posibilidad de lectura del mito Delmira. Teniendo en cuenta que la autora cree que no solo el arte, sino la Historia, son nada más que relatos o discursos y, por lo tanto, dependen exclusivamente de la subjetividad que los produce (o los interpreta) y no pueden transmitir certeza alguna, se explica fácilmente el particular ensañamiento paródico contra el realismo que se produce en el segundo acto. Entrevistada, la dramaturga desarrolla explícitamente su posición relativista y posmoderna: “yo no creo en la reconstrucción de época, es inviable. (Cuando se hace) los diálogos son contemporáneos, las actuaciones son contemporáneas, o sea, es un juego ficcionado de lo que es la historia. (Esos tres lenguajes de los tres actos son tan distintos) porque ofrecen la posibilidad al espectador de ver al menos tres diferentes puntos de vista, aunque podría haber infinitos.”3
Una posmodernidad del discurso que viene como anillo al dedo para una historia llena de silencios, de episodios privados cuyo contenido es imposible de reponer, y con un personaje protagónico que resulta ser lo suficientemente plástico como para adaptarse a los tiempos que corren. Tanto es así, que la autora busca “que el otro que está en la platea sienta que puede elaborar su propio relato sobre una biografía y volver a pensar el cómo, el para qué y el por qué.”4
Muerta por varón
Las mujeres estamos atravesando una época muy difícil. A despecho de todos los logros civiles obtenidos no sin lucha, hoy vivimos más en riesgo que nunca. La violencia contra las mujeres es un fenómeno que ha tomado estado público sencillamente porque recrudece cada día. El grado sumo de todas las violencias se convirtió en nuestra noticia de cada día: los femicidios son cotidianos y cada vez, como si ello fuera posible, son cometidos con mayor saña o perversidad. Como reflejo de un hecho penosamente cierto, se ha desarrollado una sensibilidad aguda, al menos entre las mujeres, sobre el tema. Por esa razón, cada vez que una mujer muere a manos de un hombre, lo primero que se piensa, lo primero que se siente, es que se trata de un femicidio. Valiosa e indispensable, esa sensibilidad nueva, sin embargo, no siempre permite pensar con más detalle el contenido de un concepto imprescindible.
Por ejemplo, el poder del patriarcado que se expresa con esa violencia extrema no utiliza solamente las manos y las cabezas de varones para asesinar mujeres. También hay mujeres femicidas. Así como tampoco todo asesino de una mujer es un femicida. Para decirlo brevemente, un femicidio es un crimen cometido por razones de género (u orientación). Pues bien, hace apenas unos días, una madre mató a su hija a puñaladas porque no aceptaba que fuera lesbiana. El patriarcado encarna tanto en mujeres como en varones. Como contrapartida, ¿podríamos afirmar que en el caso de una mujer que estuviera, por ejemplo, realizando un robo a mano armada, y muere a manos de un varón (policía o civil, da lo mismo), estamos frente a un femicidio? Por supuesto que no. Será homicidio en cualquiera de sus grados, abuso de autoridad, gatillo fácil, defensa propia o cualquier otra figura, pero no femicidio.
Sucede que el caso de Delmira Agustini ha sido tomado como un ejemplo de la violencia de género y que, desde ese punto de vista, puede funcionar para reflexionar acerca de ese fenómeno tan actual. De hecho, cuando se cumplió el centenario de su asesinato, se inauguró una placa homenaje en la dirección donde estaba ubicada la pensión de su último día. La placa tiene la siguiente leyenda: “En memoria de todas las víctimas de violencia de género, este rosal crece donde Delmira Agustini amó por última vez.”
Como hemos dicho al comienzo no vamos a examinar a la Agustini histórica, sino a la de ficción. De allí que la pregunta que le hagamos sea: ¿es la Delmira de No daré hijos, daré versos una víctima de femicidio, como la obra plantea? Veamos primero cómo es esta mujer de la ficción.
La familia de Delmira no era retrógrada, ni siquiera conservadora. Siempre la estimuló intelectualmente y allí recibió apoyo, tanto antes de su matrimonio con Reyes (a quien todos criticaban) como después, cuando volvió ya separada. Nunca la presionaron para que contrajera matrimonio, ni con Reyes ni con nadie, ni se casó para escapar de la prisión familiar. Ella era la niña mimada de la familia, la protagonista de la vida familiar. El padre hacía copias de los poemas de la joven y ella confiesa haber tenido relaciones íntimas con su hermano, aparentemente, a instancias suyas. La familia no la juzga, ni la quiere madre y ama de casa. La madre es una tilinga que no sabe hacer nada. Delmira le propone a Reyes que se separen para continuar viéndose como amantes, vale decir, ella puede romper con las costumbres y realizar su deseo de ejercer la sexualidad en igualdad de condiciones con el varón por fuera de la estructura del matrimonio. Ni la familia ni la sociedad la juzgaron. Disponía de una posición económica acomodada y no dependía de varón alguno para sobrevivir. Era una niña bien halagada por la crema y nata del mundo poético americano. Incluso se conoce la correspondencia que tuvo con Manuel Ugarte, quien (se supone) fue su amante. Ama y señora de su vida y de la de los demás, se constituye, (ya veremos por qué vía) en una representante del patriarcado. Este vínculo de subordinación, independientemente de la mutua relación violenta, se reproduce con Reyes. Ella lo provoca en su hombría, lo insulta, lo humilla. Casados, le recuerda permanentemente que no la satisface sexualmente. Una vez finalizada la formalidad de la unión, lo “obliga” a mantener una relación que, a todas luces, es una afrenta para Reyes.
A estas alturas se empiezan a acumular los interrogantes. ¿Por qué se casó Delmira? ¿Por qué con Reyes, un pedestre rematador que no estaba a su altura, ni social ni intelectual? ¿Por qué siendo una mujer liberada, divorciada, con amantes, decidió seguir encontrándose con él si lo tenía en la consideración de “poco hombre”? ¿Por qué continuar con una relación que, al no ser ni material ni ideológicamente necesaria, se presenta como perversa?
En suma, ¿fue Delmira Agustini una víctima del patriarcado? O lo que es lo mismo, ¿fue asesinada por su condición de mujer? Examinada la presentación que se hace de la situación y de la historia de Delmira en No daré hijos…, queda claro que de ninguna manera es un femicidio. No solamente porque ella subordina al varón en esa relación, sino también porque ella, como veremos, es un agente del patriarcado.
Es coherente con esta conclusión el que Reyes esboce la hipótesis de que su mujer lo usa, de que él es una marioneta más, un personaje que ella utiliza para producir poesía. Independientemente de la veracidad de esta explicación, la obra muestra que esas vivencias construyeron esa Delmira autora de esos poemas eróticos. Esto nos lleva a analizar el otro elemento clave de la obra: la hipótesis del feminismo de Delmira.
La poética de la sexualidad
“No hay tormento más agudo que una cama sin hombre.”
(Delmira Agustini)
Uno de los temas expuestos es que el 900 es una época de progresos. La protagonista, sin embargo, se siente la única en condiciones de ostentar el título de adelantada: “Acá todo el mundo habla de adelantos, es un abuso del lenguaje.”, dice, ofendida al verse rodeada de mediocridad. Ella, que no abusa del lenguaje, invierte en su poética las formas clásicas del erotismo y su estetización del tópico de la mujer como objeto y el hombre como sujeto (mujer: castillo, muralla, plaza que debe tomarse, ganarse, símbolo de resistencia, etc.; varón: caballero en batalla, que lleva a cabo “acción agresiva contra”, que tiene algo para ganar…).
Delmira insiste con que quiere tener la misma libertad sexual que un varón. Y realiza ese ejercicio libremente. Sus poemas van en el mismo sentido, presentándose entonces en ambos campos, el de la vida y el de la producción como un paradigma de la lucha por la igualdad. Cuando Morena la compara con las mujeres de la actualidad, considera que, siendo Delmira una precursora de las luchas feministas, nos ha allanado el camino: “Ella era una transgresora. Ser feminista hoy es fácil, cuestionar lo establecido, los paradigmas, los sistemas morales […]. Una adelantada a su tiempo […] escribe poesía erótica siendo virgen [¡!] No me interesa ponerlo a él como el malo de la película, quiero correrlo de ese sitio, porque cuento el gran desencuentro amoroso entre ellos. […] Él no comprende lo que a ella le pasa, pero se quieren, se desean. [Cuando se divorcia] vuelve con su familia que la apoya muchísimo.”5
Es imposible dejar pasar sin crítica la idea de Morena de que ser feminista hoy es fácil, sobre todo en una sociedad como la actual en la cual ya es difícil ser mujer, así como también la postura que señala que la familia (burguesa) la apoya (aunque tanto ayer como hoy lo difícil es ser obrera). Por otra parte, no parece tener claro qué vinculación tiene el supuesto feminismo de Agustini con la relación de desencuentros con Reyes, porque una cosa es un marido violento y otra bien distinta es una mujer que se involucra deliberadamente en una relación perversa. En todo caso, ¿qué clase de feminismo pone en práctica Agustini con su vida y con su escritura? Examinaremos brevemente un par de conceptos que nos ayudarán a responder este interrogante.
El primero es el de androcentrismo. La sociedad se asienta en la centralidad del varón; los intereses y la posición masculina son los dominantes en todos los aspectos de la vida social. El patriarcado se fundamenta y se sostiene sobre la base de esa superioridad social masculina. Pues bien, ¿en qué afectaba esta superioridad a Delmira? Por lo que pudimos ver, en casi nada. Solamente en un aspecto de su vida social la joven reclamaba la igualdad y la liberación: en el ejercicio de la sexualidad, más precisamente, en la genitalidad. Ella no se manifiesta como víctima del androcentrismo porque su pertenencia de clase (privilegiada), su particular posición en esa familia y el hecho de que se dedicara a una tarea socialmente considerada propia de individuos especiales, más allá de lo común, la convierten en un personaje individualista y hedonista que no tiene que dar explicaciones de su conducta. A esto, al libre ejercicio de la genitalidad, se lo pretende hacer pasar por vanguardia feminista.
No quiero decir que ello carezca de valor, sino que no puede reducirse la gigantesca problemática de la opresión de la mujer a un tema menor. Si ampliamos la mirada a ese conjunto mayor, por la misma época y en el mismo país, hay ejemplos mucho más interesantes. Significativamente, mientras se retrata a esta Delmira con estas preocupaciones, el movimiento sufragista feminista se estaba desplegando con fuerza en Uruguay, de la mano, entre otras, de mujeres como Paulina Luisi (1875-1949). Luisi fue la primera mujer en graduarse en su país como doctora en Medicina. Nacida en una familia trabajadora, gracias a la batalla que libró junto a otras mujeres, logró que se implementara el voto femenino en 1938. Su profesión de ginecóloga y su afán militante la convirtieron en una pionera en la docencia y prevención de ETS en las mujeres. Creó y editó Acción femenina y fue una de las fundadoras del Partido Socialista Uruguayo. En fin, no abundaremos en una personalidad que, solamente con estos datos, revela que, en la misma época, en el mismo lugar, aunque con otros intereses, había mujeres que batallaban por todas las demás, que desarrollaban una tarea social y feminista.
Las de Luisi son batallas contra el androcentrismo y el patriarcado. Con relación a la sexualidad, y a diferencia de Agustini, Luisi apuntaba a que las mujeres ejercieran la potestad de sus cuerpos. En cambio, en No daré hijos…, la sexualidad de la protagonista se orienta y gira en torno al falo. Su energía erótica femenina, su libido, está concentrada allí. El sexo femenino no existe, a no ser por la centralidad del falo. Avancemos solo un paso más: se desea aquello de lo que se carece. De allí que se le otorgue semejante poder. Es sin dudas, una construcción simbólica (social) del poder del varón sobre la mujer, que obliga a los varones a detentar ese poder, so pena de perder toda virilidad, de convertirse en un inservible. O se es macho, o se es nada. La protagonista acusa un grave cuadro de falocentrismo.
La transgresión de Delmira consiste en quitar del contenido del falocentrismo dos de los tres elementos que implica: el macho preñador y el macho proveedor, manteniendo solamente la tarea de macho complaciente y lujurioso. Se descarta la maternidad y la dependencia económica, solo porque ella proviene de una familia acomodada. Este feminismo tiene poco de revolucionario, o siquiera de adelantado. La tarea que conserva para ella es la de subordinar su deseo y su realización a una sola forma: a la actividad del macho. Su pasividad es notoria; Reyes le repite varias veces que no lo toca, que lo mira impasible. Ella provoca con la palabra, humilla, se echa y espera.
En última instancia, ¿cuál es el poder liberador para el género que tiene el libre ejercicio de la genitalidad? Ciertamente, uno muy limitado. Si vemos los indicios y contextualizamos lo que se ve en la obra, en realidad, esta Delmira no es más que una niña caprichosa y consentida que quiere salirse con la suya y cree que humillando a un varón, puede lograr su liberación. Considerar que esa actitud es propia de un feminismo avant lalettre es un salto lógico que no puede justificarse. ¿Es Agustini una mujer libre que es asesinada por eso? Pues no, Reyes no la mata porque no pueda poseerla ni porque quiere evitar su genitalidad desatada.
Nos queda solamente el campo de la escritura, el producto de esa vida contradictoria y apasionada, ¿puede ser considerado liberador?
La poética de la revuelta
“Delmira irrumpe en el 900 con un pensamiento y una actitud frente al lenguaje totalmente contemporáneos. Piensa su palabra, piensa su cuerpo.”6
(Marianella Morena)
Partiendo del estructuralismo y del psicoanálisis lacaniano, Julia Kristeva sostiene que somos seres vital y socialmente aislados cuyos sentimientos, sensaciones y pensamientos no provienen de una experiencia social ni de una participación de lo humano. Las experiencias son únicas, particulares. El hiato entre individuos puede ser salvado por la palabra: hablarse y hablar con el otro es el remedio, el lenguaje es el único punto común y funciona como una nueva religión: creo e intento sentir empatía con lo que se me dice, sencillamente porque viene envuelto en palabras. El amor es el amor dicho. No hay acciones que lo revelen, sino una aceptación de lo dicho, aun cuando no se comprenda. El decir del hecho hará que el prójimo deba creer inmediatamente en mi dolor. La subjetividad se impone como principio de objetividad. El compromiso con la palabra es la herramienta que nos salva de la soledad más absoluta y se manifiesta en tres actividades: el amor, el psicoanálisis y la poesía. La poesía, en tanto actividad que se ubica en el campo semiótico de la metáfora, ofrece (como el psicoanálisis) siempre una resistencia a la interpretación. La palabra es la clave de la revuelta.
En esta línea, las balas silencian la poesía de Agustini, una poesía con destino de revuelta. Solo por ser poesía. Y por ser poesía de mujer, más aún. El abismo entre Agustini y Reyes no puede salvarse ni siquiera con la palabra de ella. En el tercer acto, las investigadoras cuentan que compraron en el remate la correspondencia entre Delmira y Ugarte, después de leer algunas cartas dicen haberse negado a entregar ese material a un museo, porque eso sería abandonar a Delmira a un campo burocrático quitándole, de ese modo, el espacio disruptivo que supo construir. Es la reivindicación de la revolución por la escritura.
Solo el idealismo posmoderno de la deconstrucción puede considerar que la escritura poética es el campo de la transformación. Solo una de las formas que adopta el feminismo burgués (que en el siglo XXI ya no tiene ni siquiera este reclamo) puede entender como progresivos los reclamos sexuales de Agustini. Esa liberación es aparente, no es transformadora porque las mujeres no se apropian de su cuerpo como individuos, sino socialmente. Y no por la palabra sino por la acción. De otro modo lo pierden, reforzando con ello el poder del patriarcado.
Notas
1Soto, Ivana, “Formas de reconstruir el pasado”, en http://www.revistaenie.clarin.com/escenarios/No-dare-hijos-versos-Francisco-Lumerman-Marianella-Morena_0_1589241233.html
2Dirigida por Francisco Lumerman puede verse en Timbre 4. Formó parte de la segunda edición del Festival Internacional de Dramaturgia Europa + América.
3https://www.youtube.com/watch?v=buOw7afJd1A
4Soto, Ivanna: “Doble versión: No daré hijos, daré versos”, en http://www.revistaenie.clarin.com/escenarios/No-dare-hijos-versos-Morena-Lumerman_0_1664833539.html
5https://www.youtube.com/watch?v=buOw7afJd1A
6http://www.teatroateatro.com/cartelera-teatro/no-dare-hijos-dare-versos/espectaculo/24372/