Grupo de Investigación de educación argentina – CEICS
En El Aromo pasado, presentamos una crítica a la política científica del gobierno. La réplica no tardó en llegar. Eduardo Montebello, miembro de Carta Abierta, nos envió su respuesta defendiendo todo lo actuado por el kirchnerismo. A continuación, nuestra respuesta.
El pasado 28 de abril, Eduardo Montebello, miembro de la Comisión de Desarrollo Tecnológico de Carta Abierta, nos hizo llegar su reflexión sobre nuestro artículo “Adiós a la ciencia”. ¿De qué se nos acusa? En primer lugar, de constituirnos como “meros fiscalizadores” que, pícaramente, decretamos la muerte de la ciencia. En segundo término, manifiesta su “perplejidad” al identificarse en nuestra nota a Dora Barrancos, miembro del Directorio del CONICET, con la administración del ajuste (traducido entre otras cosas en la expulsión de investigadores) y en señalarla como copartícipe necesaria de instancias de persecución ideológica y macartismo en el interior del organismo. No obstante, el corazón de las críticas se ubica en lo que para él resulta una virtud del nuevo Plan Nacional de Ciencia y Tecnología: el tener como finalidad la articulación entre “ciencia” y aparato productivo. Argumenta que esa conexión permite fortalecer la especialización de la economía con el socorro de la educación y de la tecnología. Vinculado a ese punto, sostiene que cometemos un error al desmerecer el concepto de aplicabilidad o aplicabilidad inmediata perseguido en el nuevo Plan. Más aún: afirma que, en tanto el Estado financia la investigación, debe exigirle criterios de aplicabilidad a todas las disciplinas, pretensión que nosotros rechazaríamos. Aduce también, mostrando poco conocimiento, que cuando el Estado le reclama aplicabilidad a las ciencias humanísticas promueve la satisfacción y reparación de las urgencias sociales. En suma, el autor esgrime como principal virtud del Plan el destinar el desarrollo científico a la “reconversión” de áreas productivas nodales, en tanto se trataría de un síntoma más de la recuperación, encarada desde 2003, de la soberanía otrora abdicada.
Veremos aquí cómo, detrás de las críticas, nuestro interlocutor propone una visión ideológica y ahistórica del Estado, cuya consecuencia es un encubrimiento de la explotación social y del rol del gobierno K en su sostén. Retomaremos, por último, lo que a nuestro entender constituye la discusión central, cuál es el futuro que el kirchnerismo le propone a la investigación científica. Como mostraremos, el posicionamiento de Montebello recuerda a la fábula de Esopo: grandes ruidos anuncian grandes catástrofes que se avecinan desde el monte. La población vive asustada hasta que un buen día, para su asombro, se enfrenta con una verdad bastante más pedestre.
Inconsciente colectivo
Montebello funda su crítica partiendo de una noción particular del Estado. Según él, éste podría ser ajeno y equidistante de las distintas clases vehiculizando la satisfacción de un bien común. La clave se encontraría en el tipo de personal político que se ubica en el Estado o bien en el tipo de régimen político: todo el problema se reduce a conseguir gobiernos “buenos”. Su concepción construye una noción esencialista y abstracta del Estado, que lo lleva a otorgarle una potencia de la que éste en sí mismo carece. Como no reconoce su naturaleza de clase, supone que el Estado podría fijar una agenda de investigaciones que trascienda el interés privado. Por ese motivo, distingue diferentes niveles de exigencia para la ciencia y tecnología financiada desde el ámbito público de aquella costeada desde ámbitos privados. Mientras lo que se hace desde el sector privado gozaría de la “libertad” individual de los emprendimientos particulares, donde “todo vale”, allí donde el financiamiento es social la autonomía debiera anularse. Por ese motivo, Montebello insiste sobre la exigencia de aplicabilidad.
El principal problema de nuestro crítico es que no comprende que el Estado no existe como ente abstraído de las relaciones sociales de producción. En tanto producto histórico de la división de la sociedad en clases expresa siempre un interés privado o particular de la clase que lo detenta. En nuestro caso, el Estado argentino como Estado capitalista canaliza siempre el interés particular de la burguesía, nacional o extranjera, que acumula en el espacio social llamado Argentina. Ello no implica que, en determinados momentos históricos, se expresen, con mayor fuerza, intereses secundarios de la clase obrera. Pero esa expresión está siempre supeditada a mantener incuestionable lo esencial: la propiedad privada de los medios de vida y de producción vertebradora de la vida social. Dicho sistema, por su propia naturaleza, se lleva de patadas con las “necesidades sociales”, en tanto la ganancia se ubica por encima de la vida misma.
Al obviar ese punto de partida se encadenan otra serie de problemas mal planteados en la crítica. Montebello sostiene que en tanto el Estado financia investigación con recursos públicos debe evitar el despilfarro priorizando áreas estratégicas (aquellas conectadas con la producción), revisar los criterios de incorporación de investigadores al aparato científico, etc. A decir suyo, esa intervención estatal aseguraría el buen uso de la riqueza social. Ignorante de las consecuencias de tal ingenuidad, Montebello brega porque el Estado capitalista adecue la producción científica a la producción de ganancia. En sentido similar, cuando clama por un mayor desarrollo y especialización de la economía promueve, entonces, incrementar la ganancia de la burguesía. El planteo convoca a toda la Nación a sacrificarse en favor de la burguesía, como si su suerte se encontrara atada necesariamente a un puñado de millonarios “productivos”. Esa forma de razonar supone, entonces, que el pueblo norteamericano es el más feliz del mundo, en tanto su burguesía es la más pujante del planeta. En suma, lo que la propuesta ofrece a la sociedad argentina es que se inmole en la construcción de expropiadores más eficientes.
Truco o trato
Montebello nos acusa de deducir consecuencias falsas del Plan producto de nuestra especulación fiscalizadora. También de no aceptar la determinación de una agenda de prioridades, particularmente para el área de ciencias sociales, que sería lo que, a decir suyo, está detrás del debate en torno a la “aplicabilidad”. Sin embargo, no se trata como él aduce, de que nosotros supongamos que las ciencias sociales no tienen aplicabilidad. En rigor de verdad todo tiene “aplicabilidad” en algún momento, con lo cual, ese no es el problema. Pero al igual que en el punto anterior, la aplicación está enmarcada en relaciones sociales. Por lo tanto, la aplicabilidad también debe entenderse en términos de clase. Mientras el Estado represente los intereses de la burguesía, la ciencia que aquel financia se encontrará al servicio de esa clase. Por ello, en buena medida el CONICET aparece como un espacio más preocupado en el reciclaje de intelectuales funcionales a la burguesía que en la producción de conocimiento científico capaz de develar el funcionamiento real de lo social. Ese es el motivo profundo de la persecución de todo lo que parezca salirse de los moldes pre-establecidos y por eso dejaron afuera a Fabián Harari.
En ese sentido, el Plan Nacional de Ciencia y Tecnología resulta bastante explícito en torno a las áreas que quedarán relegadas. No se trata de una especulación nuestra, basta con revisar el listado de prioridades. Desde la cartera de Ciencia y Técnica fueron bastante explícitos en torno a las ramas del conocimiento que se privilegiarían y qué se pretende de los científicos. En abril de 2012, el Ministro de C&T, Lino Barañao declaró: “Tenemos el compromiso de ser parte de este modelo y, desde allí, no apoyar a los científicos sino apoyarnos en los científicos para lograr el desarrollo del país (…) acoplar la generación de conocimiento a la generación de riqueza”. A los efectos de lograr tal fin, el Ministro sostuvo que el Estado debe oficiar como “gerenciador de nuevas cadenas productivas”. No hace falta ser muy suspicaz para captar el argumento. Tal como vemos, explícitamente se brega por que la ciencia se someta no sólo a las necesidades del aparato productivo, sino a la política kirchnerista (el “modelo”). Montebello lo comparte porque desde Carta Abierta se defiende tal iniciativa desde, por lo menos, 2008.
En diciembre de 2008, la Comisión de Desarrollo Tecnológico de Carta Abierta difundió un documento en su blog [1]. Allí, sostuvieron que un país fundado en un proyecto nacional y popular debe promover el desarrollo de sus fuerzas productivas concentrando la capacidad de decisión del Estado en las políticas productivas con redistribución de la riqueza. Por ello, uno de los desafíos de la etapa consistía en conformar un “empresariado nacional capaz de tomar iniciativa para la innovación” que junto al Estado planifiquen a mediano y largo plazo. En relación a ello, los desafíos de la etapa consistirían en generar mecanismos de ligazón entre la “libre investigación” que se desarrolla en el CONICET y en las universidades con las necesidades del desarrollo industrial. Y siendo el desarrollo industrial el que vertebrará los interrogantes, deberían buscarse formas para que el sistema educativo produzca los “saberes productivos necesarios”, las universidades formen los profesionales adecuados y el CONICET desarrolle líneas de investigación adecuadas al desarrollo industrial. Con una visión que traspase el interés cortoplacista, el Estado podría generar una burguesía “no prebendaria” y sentar las bases técnicas para el desarrollo de las fuerzas productiva que permitan la “reconstrucción del tejido industrial” incorporando los aportes sustantivos de ciencia y tecnología. Tal como vemos, el Estado como guardián de los intereses de la burguesía liga la producción científica al interés privado de los poseedores de los medios de producción y de vida.
Sin ti ya no hay nada…
Por último, Montebello sostiene que nosotros decretamos la muerte de la ciencia cuando titulamos nuestro artículo “adiós a la ciencia”. Aquí nuestro crítico prefiere enojarse con el cartero. No somos nosotros quienes colocamos a la ciencia en un punto terminal. En tal caso, es el gobierno quien, al reducir a la ciencia a su correlato con el aparato productivo, la disminuye, en el mejor de los casos, al lugar de soporte técnico de las necesidades de la acumulación de capital. De un capitalismo berreta que tiene un gobierno a su imagen y semejanza. No por casualidad, el modelo de Ciencia K lo constituye Tecnópolis: un rejunte de plasmas armados en las maquilas de Tierra del Fuego como ejemplo de la “reindustrialización”, al lado de un sifón y de una birome Bic, se constituyen en una “mega-muestra” tecnológica. Si en lo que refiere a la potencialidad productiva de la «ciencia» nac&pop Tecnópolis mueve a risa, qué decir de la “aplicabilidad” de la tecnología K…
En el caso de las ciencias sociales, el Plan oficial reduce a los cientistas al rol de “asistentes sociales” (trabajar con las urgencias) al mismo tiempo que los instaura como productores certificados de ideología. No se trata de negarnos a la aplicabilidad sino de ver hacia donde nos lleva el sendero. Nos preguntamos si será por eso que el CONICET, en materia social, financia hoy en día el estudio de problemas tan “urgentes” como los numerosos proyectos abocados al estudio de la construcción del discurso político K, al mismo tiempo que censura y expulsa a los verdaderamente peligrosos. El problema se hace visible cuando las comisiones, creyéndose completamente impunes, blanquean sus juicios políticos. Pero existen numerosas formas de censura y auto-censura. Bastaría con recopilar testimonios de becarios o jóvenes investigadores a los que sus directores han renunciado a dirigirlos por sus posiciones políticas, les han manifestado su enojo por verlos en movilizaciones, les han sugerido que eliminen en sus proyectos cualquier referencia al marxismo, etc., etc. Nosotros, en todo caso, fuimos uno de los primeros en sacar todo esto a la luz y exponernos a las consecuencias. Si Montebello no entiende a qué nos referimos, se debe a que no leyó ninguna de nuestras denuncias ni estuvo muy al tanto de lo que ocurre en Ciencia y Técnica desde diciembre de 2011 para acá. Lo invitamos a leer nuestra nota anterior. Que defienda a Barrancos es un síntoma de que desconoce su presente y su pasado.
En su defensa del Plan de Ciencia y Técnica, Montebello, igual que el gobierno que defiende, solo puede vendernos humo. Pretendiendo un espectáculo de magnitudes cósmicas, el escándalo sonoro que brota de los montes kirchneristas terminarán pariendo un inofensivo ratón.