Durante la década que pasó, la clase obrera comenzó un despertar en América Latina, luego de haber sufrido ataques durante 20 años. Ese despertar se expresó en un crecimiento de su organización y su fuerza, que puso un límite al avance de la burguesía sobre sus condiciones. En algunos países, se produjo un empate que dio lugar a regímenes bonapartistas, cuyo objetivo era encauzar el proceso de ruptura en los marcos del sistema. Este último año, asistimos a la crisis de esos regímenes, producto de su agotamiento. Es decir, esos empates comienzan a romperse y la burguesía comienza a salir de esa posición necesaria pero incómoda que le otorga el bonapartismo. Tuvimos un anticipo en Honduras, en 2009. Ahora, le tocó a Paraguay. Lugo no es precisamente un revolucionario, ni su gobierno representa los intereses de los trabajadores (recordemos que lo que detona el juicio político es una masacre a las masas rurales). No obstante, sí es la expresión de una crisis política que se llevó puesta a los partidos burgueses tradicionales y un personaje que porta aspiraciones de las masas. Su destitución es, entonces, un intento de normalizar la hegemonía en aquel país. Paraguay no constituye un escenario de peso para el continente, ni su proceso parecía demasiado avanzado, pero sí puede decirse que representa un laboratorio en pequeña escala. En Venezuela, la oposición al chavismo parece cobrar fuerza y capacidad para disputar las elecciones. En Bolivia, el motín policial, si bien por un aumento de salario, amenazó con gatillar otra vez un proceso de características golpistas.
La conclusión más importante de este proceso es que la crisis de estos regímenes es el producto de su propia naturaleza. Extraen su fuerza de la crisis, pero su función es evitar el desarrollo de la revolución. Si cumplen con su objetivo, tarde o temprano serán desplazados o deberán mudar de contenido. Esta vez, no estamos ante cruentos golpes acompañados de intensas persecuciones, sino de simples procedimientos legislativos o electorales. Las formas que están asumiendo estos recambios muestran que durante estos años los gobiernos de Evo, Chávez y Correa han hecho retroceder las tendencias revolucionarias. Para que vuelva a avanzar no hay que esconder la lucha detrás de ninguna consigna democrática ni, mucho menos, detrás de estos liderazgos. Las masas deben tomar lo que es suyo. Eso significa que hay que organizarse, simplemente, para el socialismo.
En Argentina, esa tarea de bloqueo de las tendencias revolucionarias quedó en manos del kirchnerismo. También aquí, la cuestión principal se concentra en la delicada tarea de dar un cierre definitivo a la crisis política y en desarmar lo que queda del Argentinazo. Las relaciones que se tejieron al calor de la década pasada y le dieron sustento al bonapartismo están en la mira del gobierno. Eso es lo que viene a liquidar el ajuste (entendido como “sintonía fina”). Los ritmos no son los que Cristina proyectó, sino los que impuso la relación de fuerzas. No obstante, detrás de la ruptura con Moyano y con Scioli (y tal vez con algunos gobernadores) acecha la necesidad de esa reestructuración. Asistimos a un nuevo escenario político y no es extraño que esos movimientos provoquen tensiones en la provincia de Buenos Aires y en la CGT. El bonapartismo desesperado de Cristina la lleva a emplear las mismas tácticas de golpismo contra sus aliados que le endilga a la derecha, comprobando, una vez más, que ni aquí ni en Paraguay se trata de una puja entre democracia y dictadura, sino de un enfrentamiento entre alianzas burguesas.
La provincia de Buenos Aires constituye la mejor plataforma para construir una fuerza política en el corazón del capitalismo argentino. Es el distrito que mayores recursos aporta al Estado Nacional, que son los que permiten que el poder central financie a las provincias más pobres. En momentos de crisis, el fortalecimiento del poder central depende de quitar recursos a la provincia. Sin embargo, Buenos Aires es también el núcleo poblacional más fuerte y el principal distrito electoral. Jugar con la provincia puede ser un arma de doble filo. Es por ello que el kirchnerismo intenta ceder recursos directamente a los intendentes. No obstante, la salud y la educación dependen de La Plata y un municipio sin estos dos servicios puede pasar ciertas incomodidades.
Scioli, por su parte, deberá arreglarse sin los recursos de Nación. Es por ello que intenta aprobar una Ley de Emergencia Económica, que implica reducción de personal, cierre de organismos y jubilaciones anticipadas. El fallo judicial, que obliga a pagar los aguinaldos en un solo pago, trajo de paseo el fantasma de los patacones. La crisis recién empieza, pero debe tomarse nota que la suma de ajustes (nacional y provincial) y las disputas políticas pueden terminar, en el mediano plazo, prendiendo fuego el corazón de la rebelión popular del 2001.
La división de la CGT expresa una primera ruptura importante en el kirchnerismo: la de la fracción de la clase obrera ocupada en blanco con el gobierno. Ya habíamos asistido a un primer quiebre de este tipo en la crisis de la CTA. Ahora, ese fenómeno se repite en una escala mayor. El bajo mínimo no imponible y el tope a las asignaciones familiares son dos medidas que afectan a los trabajadores en blanco en forma creciente, debido al efecto de la inflación. Moyano buscó acaudillar a toda la fracción de la clase en su movilización. Obviamente, no a toda la clase: no dijo nada de los obreros en negro, ni de los obreros desocupados. A su vez, intentó integrar al empresariado (“todos somos trabajadores”) y diluir la identidad de clase. Es aún prematuro aventurar el futuro de su alianza con Scioli (que puede obedecer a factores coyunturales). Scioli mismo está buscando su propio espacio.
Lo cierto es que la CGT quedó partida en tres: la que obedece a Moyano, la Azul y Blanca (Barrionuevo) y la “oficial” (Caló, Pignanelli, Viviani y los “gordos”). Esta última contiene a los mismos dirigentes que lideraron la central durante el menemismo. Ya anticiparon su voluntad “combativa” cuando Pignanelli (SMATA) dijo que no iban a reclamar por el impuesto a las ganancias ni por ninguna medida mientras “no le den las fuerzas”. Es decir, van a ser quienes administren el ajuste.
Estamos ante una crisis de la dirección sindical de envergadura. Por un lado, es la expresión de esta misma dirección de representar al conjunto de la clase obrera y de esta misma de defenderse en forma unificada. Es decir, estamos también ante una crisis en la conciencia del proletariado que no puede darse una organización única en el plano corporativo. La fragmentación de la clase obrera argentina tiene un correlato en la conciencia y una expresión política en este problema. No obstante, también estamos ante una crisis en la relación con el gobierno. El kirchenrismo podrá jactarse que, ante el ajuste, tendrá una clase obrera más atomizada, pero también debería reconocer que ya no tiene el apoyo de toda la clase obrera sindicalizada. Su relación con las masas tiene una fortaleza mucho menor que cuando arrasó con el 54%. Le queda, eso sí, todo un conjunto de población sobrante que vive del aparato asistencial y que, tal vez, componga el potencial más explosivo.
Esta fragmentación y esta crisis de las direcciones obreras deberían ser capitalizadas por la izquierda. Hoy tiene la oportunidad de dar un verdadero paso adelante. Frente a la dispersión de la burocracia, los revolucionarios deberíamos poder exhibir la capacidad de una intervención sólida y homogénea. Frente a la atomización de los reclamos, poder unificar las demandas del conjunto de la clase. Frente a la crisis del peronismo, mostrar el camino al socialismo.
Hasta ahora no fue así. Y no fue así porque en su momento, en lugar de conformar un frente de intervención política, se pactó un frente electoral. No se inició ninguna discusión programática con vistas a ningún proceso que implicara un salto político real, es decir, la unificación partidaria. Para evitar discutir cuestiones políticas, se diagramó una campaña meramente sindical, haciendo seguidismo a la conciencia kirchnerista. Por eso, en el momento en que una parte de la clase comenzó a romper con esa conciencia, el frente se partió en dos: el PO y el PTS realizaron una intervención conjunta e IS se diluyó en el moyanismo.
Al respecto, Altamira dijo que el FIT corre el riesgo de transformarse (si ya no lo ha hecho) en un frente meramente electoral, mientras en las elecciones se comportó como un frente de izquierda. En realidad, él sabe que no es verdad. O miente, o ha perdido su capacidad de ver los datos más elementales de la realidad. El horizonte puramente electoral es lo único que explica que el PO y el PTS hayan aceptado cuanto chantaje le impusiera IS. El FIT no pudo criticar a Plataforma 2012 como frente porque IS estaba en desacuerdo. El FIT no pudo intervenir en el acto de Moyano como frente porque IS estaba en desacuerdo. La discusión programática no prosperó porque IS estaba en desacuerdo. Pero para las elecciones, el FIT sí intervino como frente y va a intervenir el año que viene, como frente, porque en eso están todos de acuerdo. Y seguramente va a volver a festejar el 2,5%…
La responsabilidad de lo que sucedió en el frente es del PO y del PTS. La expulsión de IS hubiera provocado una crisis en la conciencia de los compañeros más blandos. Permitirles imponer su programa al FIT, provocó, en cambio, una crisis con los compañeros más consecuentes. Por intentar profundizar la discusión programática, RyR fue expulsada de la Asamblea de Intelectuales. Una asamblea que se perfilaba como un espacio que podía procesar los debates necesarios para llegar a un verdadero congreso. Una asamblea que expresaba el único órgano vivo del frente, y que fue vaciada y destruida por el PO. Un frente es la herramienta para que los revolucionarios desplacen a los conciliadores. Por el contrario, en el FIT, los conciliadores se impusieron a los revolucionarios. Y no es porque sean más inteligentes o más fuertes. El PO y el PTS son partidos más grandes. La razón es que predominó el cálculo electoral. Por lo tanto, en vez de protestar ante lo evidente, hay que asumir las responsabilidades con honestidad y trazar las tareas que corresponden. Hoy la crisis demanda un Partido Revolucionario. Para ganar, hay que tener verdadera vocación de poder.