Hace dos meses afirmábamos que el reloj de la crisis política corría más rápido que el de la crisis económica, que parecía haber un desfasaje relativo de los dos planos. Ese desfasaje relativo, marcábamos, se expresaba en que la burguesía buscaba el recambio político de un gobierno que daba muestras de su agotamiento antes de que la crisis económica se desplegara por completo. Las elecciones pasadas son el fenómeno que muestra como se digiere un proceso de este tipo. O de otra manera, cómo la crisis económica se transforma en crisis política.
La derrota de los Kirchner ha abierto una crisis política nacional. Si el gobierno ganaba con cierta holgura en Buenos Aires y no hacía un papel tan malo en el resto de los distritos, podía regimentar al PJ y, desde allí, negociar con las distintas fracciones burguesas que se encuentran ahora en la oposición. Pero fracasó estrepitosamente y apenas finalizados los comicios las tertulias no se hicieron esperar. Luego de la renuncia de Néstor Kirchner a la presidencia del PJ, Scioli se hizo con el problema más significativo: ¿qué hacer con el justicialismo? Daniel no dejó pasar el tiempo y ya recibió a Moyano y al gobernador de Chubut, Mario Das Neves. Desde Santa Fe recibió un mal mensaje por parte de Reutemann, aunque otros peronistas exigen también su paso al costado, como Puerta, Solá y Romero. La jugada de evitar una rebelión interna y renunciar por anticipado puede resultar otro tiro por la culata y agravar la crisis.
Las diversas fracciones burguesas juegan su propio partido. La cúpula de la UIA ya designó al secretario de la Unión Industrial, José Ignacio de Mendiguren, para armar una agenda de encuentros con funcionarios nacionales, gobernadores, legisladores y dirigentes de otros sectores empresarios. De Mendiguren señaló: “A veces hay que tomar alguna medida dura pero beneficiosa en el largo plazo”. También pidieron que se convoque al Consejo Económico y social para fijar objetivos y le pidieron al campo que se sume. Este último, por su parte, se prepara para movilizarse. Las grandes empresas, en particular grupos como Techint, ya han pasado a la oposición hace rato. El fracaso de la estrategia kirchnerista en las últimas elecciones ha acentuado su aislamiento.
Ese aislamiento se hace mayor en relación al movimiento obrero. La fidelidad de la CGT fue comprada sacrificando a la CTA, pero hasta el propio Moyano criticó al gobierno, aunque después lo negó. Barrionuevo, envalentonado, ya empezó a moverse para recuperar espacio, pidiendo la renuncia del jefe de los camioneros. La propia CTA es responsable de la catástrofe oficialista en Buenos Aires, con su exitosa apuesta a Pino Solanas.
El gobierno, dejando en claro que no existía un plan b, todavía no sabe qué rumbo tomar. En estos momentos parece haber comenzado un tsunami en el gabinete, con rumores de renuncia de personajes clave: De Vido, Jaime, Moreno, Maza. Lo que es cierto es que Cristina y Néstor se encuentran en la obligación ineludible de elegir alianzas, tanto entre la burguesía como en el proletariado. La situación es difícil y de persistir en el aislamiento o de realizar alguna jugada que profundice el mal humor popular, no está descartada la caída del gobierno.
En esta situación de descomposición parece volver al primer plano el mismo cuadro político que protagonizó los ’90. Por un lado, la Alianza. La victoria de Cobos en Mendoza, la de Juez en Córdoba, el segundo puesto de Pino Solanas y Roberto Giustiniani, en capital y en Santa Fe, parecieran renovar el movimiento que llevó al FREPASO primero y a De la Rúa después. Por el otro lado, Reutemann, Macri, De Narváez y Solá indudablemente caminan por la senda menemista. De esta forma, el resultado de las elecciones inaugura una crisis que reedita la descomposición del régimen político en la Argentina, bajo la aparente reconstitución del escenario pre-Argentinazo. Es en este contexto en el cual tenemos que analizar los resultados de la izquierda.
Más allá del llanto de los seudo-izquierdistas, la evolución histórica del electorado de los partidos revolucionarios (PO, PTS, MAS y, en algún lado hay que colocarlo, el MST) en las elecciones parlamentarias de los últimos veinte años dice algo interesante. En las elecciones del 28 de junio, la izquierda obtuvo un resultado de 541.796 votos. Esto demuestra, por un lado, una merma importante si comparamos con las legislativas de 2001, con 857.356, pero una estabilización frente a las de 2005, con 542.285. Estas cifras están muy lejos de los ’90: las elecciones de 1997, por ejemplo, arrimaron apenas 176.602 electores, las del ’93, 81.389 y las del ’91, 296.677. Dicho de otra manera, la izquierda revolucionaria, al menos electoralmente, triplicó su tamaño promedio de los ’90. Por otra parte, asistimos a la debacle de las fracciones más oportunistas (el MST perdió más de 100.000 votos, castigado por su “chacarerismo”), así como a la nacionalización de las organizaciones, que alcanzaron a presentarse en todo el país. Dicho de otra manera, el 2001 dejó a esta fracción de la izquierda argentina en una posición más ventajosa para enfrentar la próxima crisis. El Argentinazo significó eso: una siembra nacional de militantes de izquierda que no desapareció frente al retorno del fraude zamorista y a la neoilusión centroizquiedista de Pino Solanas. A su desarrollo y florecimiento apostamos, en una cosecha que no ha de hacerse esperar.