Hablar de Derechos Humanos es abordar un asunto espinoso. Para gran parte de la sociedad, es hablar de derechos intocables y organismos impolutos (Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, por caso). Otros dicen que fue una “conquista” del kirchnerismo (algo que ya desmentimos en el número 7). Otros denuncian –y con razón– que varios organismos traicionaron la lucha y perdieron su independencia cuando se subordinaron al anterior gobierno (Hebe y Carlotto, por ejemplo). Como se ve, es una expresión con fuertes disputas. Conviene entonces aclarar los tantos.
Ante todo, hay que decir que la lucha por los DDHH tuvo alcances importantes. Pensemos solamente que la pelea de varios organismos (pero no todos) ayudó a visibilizar y denunciar actos represivos que en cualquier parte del mundo son llevados adelante sin mayor oposición. Y eso lógicamente contribuyó a poner un límite a la capacidad del Estado para golpear de frente a la clase obrera. Por algo el gobierno K tuvo que machacar con ese mito de la no represión de la protesta social durante tanto tiempo.
Sin embargo, esta lucha siempre tuvo sus límites. Para entender esto, seamos más precisos: ¿qué son los DDHH? Básicamente, es una expresión que apunta la existencia de un derecho por encima de toda realidad de clase, un derecho universal. Es decir, según esta idea, no importa si somos obreros o burgueses, todos tendríamos un derecho garantizado por formar parte de una misma especie.
Hay que decir además que esta expresión no es una novedad del siglo XX. En realidad, tiene su origen en la Revolución Francesa, cuando la burguesía tenía algo progresivo para ofrecer al mundo. ¿Cómo se llamaba uno de sus escritos más importantes? La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Allí se consagraba la “igualdad”, la “libertad”, la “fraternidad” entre los hombres, así como el derecho inviolable de la “propiedad”. Claro que eso nunca implicó cuestionar que en los hechos, unos son propietarios de las riquezas necesarias para producir (y por lo tanto, son más “libres”), mientras otros no disponen de nada (y por lo tanto, trabajan para vivir y viven para trabajar). Por eso mismo los cientos de niños mueren por desnutrición no aparecen como violación a los “derechos humanos”. Tampoco supuso cuestionar que el Estado se encuentra al servicio de los primeros (la burguesía) contra los segundos (la clase obrera) y que por lo tanto, por necesidad, todo el sistema se ampara en cuotas importantes de violencia estatal.
En ese sentido, hablar de “Derechos Humanos” a secas, es hablar de un reclamo que se mantiene dentro de los límites propuestos por la burguesía. Pensemos en los juicios a los militares. El derecho argentino habla de “crímenes de lesa humanidad”. ¿Pero cómo comprende los hechos? ¿Se plantea acaso que en los ’70 una contrarrevolución mató a militantes políticos que querían cambiar este mundo? ¿Se señala que la función de la dictadura fue mantener en pie al capitalismo argentino? No. Al contrario: los asesinos son “individuos” (los militares), los “militantes” son “inocentes”, la “contrarrevolución” es “genocidio”, y los principales beneficiarios (la burguesía) son exculpados. Incluso la lucha obrera y socialista conformaría uno de los “errores” o “excesos” del pasado. Bajo estas coordenadas, la lucha consiguió algunos logros (¿quién no quiere ver a Astiz o Etchecolatz pudrirse en la cárcel?), pero no logró cuestionar al capitalismo de raíz.
También es posible que haya activistas de los DDHH que no muevan un dedo si entienden que la violencia del Estado es “legítima”, o “acorde a la ley”. Así, para estos organismos, la represión “legal” en democracia no merece castigo alguno y solo podrían condenarse a los represores del ayer. Salvo, claro, que hubiera algún que otro “exceso” actual que les parezca “conveniente” denunciar (porque, por razones mezquinas, no todos son denunciados). Consideran, en definitiva, una diferencia sustantiva entre democracia y dictadura, diferencia que no es tal, como ya lo hemos explicado en varias oportunidades.
Una posición semejante tiene graves consecuencias: se aísla de luchas obreras presentes, haciendo que el reclamo por los DDHH pierda perspectiva política y tienda a desaparecer cuando muera el último represor. Es común así que estos organismos terminen siendo cooptados por cualquier sector capitalista a cambio de migajas. Y en muchos casos, entren en un proceso de descomposición desenfrenada (otra vez, como Hebe y Carlotto).
Por eso, la tarea de la izquierda es vincularse a los diferentes organismos que se reclamen independientes. De esta manera, los mismos pueden unirse a las luchas presentes de la clase obrera. ¿Qué función podrían cumplir? Básicamente, defenderla de los ataques del Estado y de cualquier institución que esté en manos de la burguesía. Incluso, eso permite construir un puente entre los organismos y la lucha socialista, ya que los derechos más elementales de los trabajadores e incluso la vida misma no puede garantizarse plenamente en esta sociedad capitalista.
Solo de este modo la lucha por los “derechos humanos” se vuelve concreta y cambia de contenido: deja de batallar por los derechos de la “humanidad” y pasa a tomar en sus manos la única lucha legítimamente violenta, la lucha revolucionaria de la clase obrera. Quizás recién allí hablaremos de verdaderos derechos humanos: el derecho a no ser explotado y a la liberación humana en general.