Gabriel Falzetti
La situación que atraviesan en la actualidad los conservatorios y escuelas de música es crítica. No es más que la expresión de una cultura moribunda: la cultura burguesa. Es en las instituciones de formación artística donde mejor se observa este fenómeno.
Para empezar podemos mencionar la cuestión edilicia. Es una realidad que en los últimos años hubo un punto de contacto específico entre todos los conservatorios: las pésimas condiciones en que se encuentran los edificios. El caso del Conservatorio Provincial de San Martín no escapa a la regla: una casa chorizo que amontona un estudiantado que supera los mil individuos, más una especie de anexo con algunas aulas agregadas. Pero aún, ninguno de estos vergonzosos edificios pertenece al conservatorio: uno es alquilado y el otro es una donación que, por cuestiones burocráticas, no termina de concretarse. A esto le sumamos que un gran número de materias se dicta en una escuela primaria de la zona, hecho (no sé si gracioso o trágico) que nos tiene cursando en “sillitas” diseñadas para niños de seis años varias veces por semana. Sin contar que algunas puertas y algún que otro pedazo de escombro han caído sobre las cabezas de varios compañeros en plena clase. ¿Soluciones? Los directivos se han limitado a palear la situación utilizando la asociación cooperadora: no sólo se está renunciando a la lucha sino que además se le da una mano al gobierno. Además de dividir al estudiantado según recursos, ya que se implementó el uso de carnet para los socios de la cooperadora, que facilitaría a los mismos ciertas ventajas y privaría al resto del uso de los instrumentos, los libros, atriles y demás bienes adquiridos por este “órgano de bien común”.
Otra cuestión que no podemos olvidar es la generada por la reforma del plan de estudios propiciada por la Ley Federal de Educación. Aunque volveremos en el próximo Aromo sobre este punto, la sobrecarga de materias pedagógicas transforma a los conservatorios en formadores de docentes, en lugar de músicos. Para dar un ejemplo, en el primer año del ciclo superior, lo que sería el cuarto año de la carrera de profesorado de música, las materias a cursar son doce, lo que implica una cursada de veintiséis horas semanales, lo que en el Conservatorio de San Martín obliga a cursar los sábados a la mañana y hasta imposibilitar la cursada en una franja horaria fija (mañana, tarde o noche). Lo que quiere decir que no se puede trabajar y estudiar. A lo que se suma la falta de cátedras paralelas y un diagrama de correlatividades ridículo que une materias totalmente disímiles. Frente a esta realidad, los programas y a la calidad de los contenidos se degradan. Los primeros años encontramos aulas completamente llenas de gente que, por el mismo hacinamiento, abandona la carrera, algo que se refleja en la reducida cantidad de egresados.
La lucha estudiantil contra estas condiciones está en un impasse. Apenas implementado el nuevo plan de estudios hubo un breve período de lucha que desembocó en una autodefinida “autogestión de estudiantes” en el año 1999, que elaboró un petitorio exigiendo una prórroga del plan de estudio. Como todo grupo sin dirección (o con direcciones deficientes de la mano del PTS) perdió fuerza y se resintió después del Argentinazo, aún habiéndose conformado un centro de estudiantes, elecciones mediante, en el año 2001. Los pocos aciertos y los muchos errores del centro y su incapacidad para transformarse en una verdadera dirección estudiantil, lanzan hoy una consigna necesaria: recuperar la organización para reanudar la lucha.