Nos acercamos al CCN verdadero hacedor en la difusión del cine independiente y alternativo, siempre excluido del circuito de salas importantes de la Capital, «copadas» por uno o dos productos de fuerte impacto comercial y con un respaldo multimillonario atrás. Uno de los motivos de nuestra visita fue que en este año se conmemora el 50 aniversario de su creación, gracias a la iniciativa de Salvador Samaritano, hoy acompañado por su hijo Alejandro. El CCN pasó por todas las vicisitudes propias de un proyecto que carece de un soporte material importante y permanente. La «aventura» de exhibir películas que, si no fuese por esta vía, estaríamos imposibilitados de ver, comenzó con funciones en embajadas en donde una sábana colgada de una pared oficiaba de precario telón. Gracias al aporte de los primeros socios, la infraestructura mejora considerablemente: los cines Arte, Lorraine, IFT, Maxi (que cierra a mediados de los noventa: ésa fue su mejor época pues contaba con 1800 socios) hasta llegar a su sede actual, son algunos mojones de su extensa biografía.
Las distintas coyunturas políticas dictatoriales sumaron – como era de esperar – nuevos obstáculos para su normal funcionamiento. El CCN tuvo así que «azuzar» el ingenio. Excursiones de fin de semana a Colonia en la época del Onganiato, funciones «encubiertas» y carentes de publicidad durante la tiranía del célebre censor Tato – en las cuales los socios ingresaban sin saber lo que iban a ver y en más de una ocasión fueron sorprendidos por grupos de policias que los esperaban al final de la sala – conforman parte del anecdotario de aquellos momentos.
La función de «socialización» que el CCN – como también el cine Cosmos – viene realizando desde hace medio siglo, luchando contra circuitos de comercialización y distribución que privilegian el cine-industria y las mega producciones; no se agota en el propio material fílmico. La creación de Tiempo de Cine, revista especializada que brindaba una importante información en relación a directores y realizadores, junto a un cuidadoso diseño gráfico – Quino comenzó dibujando allí, entre otros artistas – abrió una senda que publicaciones posteriores siguieron transitando. La llegada a nuestro país de filmes del bloque soviético no fue uno de los logros menores del CCN – Ocho y Medio y el mejor Bergman se exhibieron primero allí – pues se creó un ámbito de «culto» para un público que crecía asiduamente. “Casualmente leía los otros días – nos cuenta Alejandro Samaritano – los comentarios de un director ruso que decía que ellos que habían luchado contra la censura comunista hoy no podían filmar nada por falta de créditos, aún haciendo películas de acción como los norteamericanos, pues las pocas que habían realizado no las iba a ver nadie. Fijense que contradicción: hoy que tienen la libertad para filmar no pueden filmar. Conocieron de esa manera la famosa libertad de mercado».
El 2003 – tras medio siglo ininterrumpido – encuentra al CCN en su persistente tarea: brindarnos la posibilidad de acceder al cine que no vende y al cual se empeñan (monopolios de distribución mediante) en que no miremos.