Ciencia y sudor – Por Rosana López Rodriguez

en El Aromo n° 44

Ciencia y sudor. A propósito de la respuesta de Rocco Carbone

Rosana López Rodriguez
Grupo de Investigación de Literatura Popular – CEICS

La ciencia y su discurso

Y ahora resulta que hemos malinterpretado un texto crítico, a tal punto que lo hemos entendido exacta- mente al revés. Sucede que, como ya hemos dicho, el libro de Carbone no da con el estilo adecuado a un discurso científico. No nos estamos refiriendo a errores superficiales (una letra por otra, un error de ortografía o una errata). Si uno descubre algo, la me- jor manera de comunicarlo es siendo claro y preciso, de modo tal que cualquier especialista de la propia disciplina (al menos) pueda comprender cuáles son los nuevos resultados a los que se ha llegado. No es el caso del texto de Carbone, plagado de contradiccio- nes y ambigüedades, inútilmente barroco. Ese uso impreciso del lenguaje posibilita, por consiguiente, cualquier tipo de “malentendido”. Esto puede sig- nificar o bien que Carbone considera que cualquier forma puede ser vehículo de cualquier contenido, o bien que la crítica literaria no pertenece al ámbito de la ciencia. Más allá de que ambas opciones son in- válidas, Carbone no se está planteando el problema como científico, pues considera que “los hechos ha- blanporsísolos”. No, los hechosnohablanporsíso- los, hay que interpretarlos; de lo contrario, la ciencia sería imposible e innecesaria.

De este empirismo superficial, se deduce la consi- deración de que el sujeto que investiga es un sujeto pasivo. Por eso, Carbone afirma que no defiende ni ataca a nadie, cuando en realidad lo hace (inevita- blemente) aunque lo niegue: referirse elogiosamente a la producción de un autor y a su postura política es defenderlo (enparticular delas “malas” interpretacio- nes), y mencionar las limitaciones de la escritura y la política (poco realistas, pietistas, populistas) de otros autores, no es sino atacarlos. Contradictoriamente, mientras afirma que los hechos debieran tener “esa brillante capacidad de hablar por sí mismos”, el ven- trílocuo les brinda una voz marcadamente subjetiva: Imperio de las obsesiones es una exposición de un yo omnipresente, ese yo “amigo” de “Roberto”, que in- venta, incluso documentos que no existen.

Rocco Carbone pretende que su tesis es un juicio es- tético a partir del cual se proyecta hacia lo ideológico y lo político, invirtiendo los términos de lo que he- mos dicho (salvo que “muy al revés” signifique otra cosa). Cuando menos desde Bourdieu a esta parte1, el gusto (la subjetividad) no sale de la inmanencia del sujeto, sino que se construye gracias a las relaciones objetivas, de las cuales la más importante es la de cla- se. Esto quiere decir que el gusto se construye a partir de las determinaciones de clase y por lo tanto de los intereses que la representan: primero, la clase (y por lo tanto una postura política con respecto a esos in- tereses); luego, el gusto. Cuando se prefiere negar lo que se dice y lo que se hace, nada mejor que inver- tir el proceso, por la vía de ignorar de dónde se sacó el gusto estético. De todos modos, parta de dónde parta, la triple identificación entre Arlt y Carbone en los planos ideológico, estético y político es reconoci- da por él mismo.

 

Impertinencia y erudición reciente

A falta de argumentos, Carbone expone su auto- defensa por medio de insultos. ¿Podrá objetar que se sintió insultado por alguna caracterización polí- tica vertida en nuestro artículo anterior? Decir de alguien que es anarquista, liberal, o que tiene un programa pequeño burgués, no es insulto, salvo que uno no se anime a parecer lo que es. Nosotros

solamente extrajimos conclusiones políticas de su texto. Ahora bien, ¿de dónde saca Carbone la im- pertinencia que nos adjudica? ¿Con qué argumen- tos nos acusa de ignorancia y de pereza intelectual? Tal vez desconoce que el tema de mi tesis de doc- torado es la narrativa de circulación periódica bajo el yrigoyenismo, aunque siendo lector de El Aromo y de RyR ya debiera saberlo. Tal vez, simplemente, somos más respetuosos del trabajo ajeno.

No podemos ignorar el texto de Salama habiendo leído el libro de Carbone, quepresentasuanálisis po- lítico-ideológico in extenso en las páginas 318 y 319. Ahora bien, ¿en qué consiste el anacronismo imper- tinente de Salama? En ser la voz que habla por el Partido Comunista Argentino, en cuya publicación oficial se considera en forma condenatoria a la pro- ducción arltiana. De allí que una crítica realizada por un stalinista de los ’50 a un escritor “realista y pro- gresista” de los ’20 y ’30, constituya, según Carbone, undesfasaje temporal. Nadamáslejanodelahistoria concreta. El fascismo era un peligro real en las déca- das en las que Arlt escribe; la Liga Patriótica, tam- bién; Lugonessehabíaconvertidoyaenunpeligroso ideólogo; ni hablemos de Uriburu, que no salió de la nada en 1930. El problema es si Salama tiene razón o no. Con respecto a este punto, Carbone nada tiene para decir. Insistimos, Salama ha dado en la tecla y no importa si era miembro del PCA o no. ¿Si Stalin hubiera dicho que la tierra gira alrededor del sol, de- beríamos reivindicar el sistema tolemaico?

Carbone nos acusa de “repetir” a Salama, en nombre de una investigación sudorosamente original. Pero, en realidad, él mismo repite a Viñas con el argumen- to del fracaso del proyecto inmigratorio como sus- trato del grotesco; interpreta el período a partir de David Rocky “compra” aunpreciomuyaltolacate- goría de inmigrante, repitiendo un lugar común que se remonta, al menos, a Fray Mocho. Su interpreta- ción de Arlt no es nueva. Lo que es peor, su intento de reivindicación/defensa fracasa dado que comete losmismoserroresdesus intelectuales decabecera. Si efectivamente queremos “poner en su contexto” a los personajes de Arlt y hacer de ellos la caracterización política quecorresponde, nohaydudadequesonre- presentantes de los intereses e ilusiones de la pequeña burguesía. El mismo lugar que asume abiertamente Carbone, preguntándose muy suelto de cuerpo qué tiene de malo ser contrarrevolucionario, ayer y hoy. Dijimos que se pega innecesariamente a su defendido porque un intelectual que se pretende progresista, no está eligiendo los amigos correctos cuando defiende ese programa político y esos intereses de clase. Esa contradicciónmíaessóloaparente, puesestádestina- da a señalar la de Carbone: un intelectual que se pre- senta como progresista de izquierda y que reivindica, al mismo tiempo, un discurso filofascistoide.

Un poco de historia y Boedo

Sobre la caracterización que Carbone hace del perío- do yrigoyenista: que la UCR dijera aceptarlo todo es una cosa, que lo hiciera distaba mucho de ello. En esta cuestión, Carbone se autocita en dos oca- siones: en una dice que el radicalismo “no es re- fractario a ningún interés” y en la otra parece que- rer indicar que la clase obrera ha quedado afuera de ese “todo”. ¿En qué eje debe situarse, entonces, la caracterización de la política del período? ¿Es la primera afirmación o la segunda la que vale? Sere- mos muy obtusos y tal vez no sepamos de teore- mas matemáticos, pero todo es todo y todo menos una parte, no es todo. Algo sobre la cuestión judía: esos “judíos del Once” (más bien Villa Crespo, se- gún la bibliografía que el mismo Carbone mane- ja) no pertenecen a la misma clase expulsada de la totalidad yrigoyenista. A saber, los fusilados de la

Patagonia eran obreros, los judíos progromizados por la Liga Patriótica, pequeño burgueses. Habría que sudar un poco más en el conocimiento histó- rico antes de decir algunas cosas.

Tampoco hay nada nuevo en la caracterización que Carbone hace de Boedo: simplemente la copia de Juan Carlos Portantiero. Tal vez lo original consista en que mutila el texto y cita sólo lo que le conviene. Portantiero, que también es del PCA, reconoce mé- ritos y valores en la literatura boedista, con sus limi- taciones, pero valores al fin. Que el boedismo haya postulado la literatura social como eje de sus produc- ciones y de su militancia estética, es un logro para Portantiero:

 

“Boedo fue el primer impacto en nuestra narrativa de la revolución contemporánea; la primeramanifes- tación, relacionada con la propia evolución interna de nuestra literatura, de la nueva etapa cultural abier- ta enelmundoporlaextensióndelateoríaylapraxis socialista. Este primer dato es suficiente para valorar la importancia del movimiento y para desmentir a quienes sólo se detienen en sus limitaciones desde el punto de vista de la asepsia literaria. Culturalmente, Boedo tiene una importancia tan grande que toda la literatura de izquierda en la Argentina (es decir todo el cuerpo vivo de la narrativa argentina) está marca- da por su sello. Incluso sus limitaciones nacen del boedismo (..)”2

 

Carbone recoge las críticas pero se olvida de los elo- gios. Se olvida también de que Portantiero incluye entre los boedistas a Roberto Arlt. Copia incluso la simplificación a la que Portantiero, cuyo texto, dicho sea de paso, es francamente superficial, reduce la ex- periencia boedista: todo Boedo es Castelnuovo. Los de Boedo escriben literatura de tesis y son pietistas, “de sensiblería barata, de individualismo sentimen- tal, de manera que la expresión artística derivada es plañidera”. ¿Y? Hay buenas y malas novelas policia- les, hay buenas y malas películas de ciencia ficción, hay buenos y malos cuadros expresionistas. Hay, por lo tanto, buenas y malas obras de “tesis”. “Literatura de tesis” es pecado de lesa forma artística, nada más que para aquellos que consideran que no debe ha- cerse explícita (o lo que es lo mismo, consciente) la postura política del autor y lo que pretende que el receptor entienda. Pareciera que cuanto menos se entiende,  mejor:  más  inconsciente,  más  artístico; más confuso, más sutil3. Por otra parte, ¿quién po- dría decir que no son parte de la buena literatura los textos de Brecht, Gorki, Zola, Ibsen o nuestro más autóctono Payró? Dicho sea de paso, lo que sí que- da claro es que Carbone no leyó La madre, a la que también acusa de pietista, va de suyo que “de tesis” y de “situar el bien en el fracaso”, cuando en realidad la obra se centra en el proceso que lleva a la conciencia de clase a la protagonista. Según Carbone, las lágri- masnodejanverelmundo. Lafórmulaarbitraria “Si hay llanto no hay acción”, proviene de una matriz de pensamiento reproductivista, pero también de cier- tas confusiones teóricas.

 

Esto que siento, esto que hago

Tampoco somos unos recién llegados en este otro ám- bito que Carbone pretende criticar tan defectuosa- mente. La narrativa sentimental popular es, precisa- mente, nuestro tema de tesis. Los sentimientos no son sino manifestaciones de ciertos intereses y ex- periencias de clase, y en los períodos de plena hege- monía, los sentimientos que dominan son los de la clase dominante. En períodos de crisis social, cuan- do la lucha de clases se agudiza, los sentimientos y su expresión no son ajenos a ello, sino que expresan más abiertamente la contradicción y la lucha. Por lo

tanto, considerar de manera abstracta (es decir, sin tener en cuenta el estado de la lucha de clases y el estado de la conciencia de la clase obrera en el perío- do analizado) que el sentimiento de piedad es pasi- vo, pesimista, de “sentimentalidad individual” es un error. Confundir sentimiento con impulso, otro. Ya hemos desarrollado en otros textos la diferencia entre sufrimiento y dolor a partir de la distinción elabora- da por Agnes Heller en su Teoría de los sentimientos. El primero es pasivo; el segundo, activo. Dialéctica- mente hablando, el sujeto que lee (o que conoce) no es un receptor pasivo: construye con lo que lee una experiencia, un aprendizaje y una interpretación vi- tal. En los períodos en que la conciencia de clase es más aguda, la experiencia de lectura (aunque el final sea desgraciado o pesimista) promueve la acción; el dolor de la bronca moviliza. Esa “sensiblería barata” que Carbone denosta con suficiencia pequeño bur- guesa, es el material popular para la experiencia del dolor, experiencia necesaria para cualquier “movili- zación”. Carbone debiera sudar un poco más la ca- miseta teórica. O leer, de nuestra editorial, Lecciones de batalla, autobiografía en la que un legendario diri- gente sindical guevarista explica cómo llega a la con- ciencia de clase y a la lucha, leyendo las novelas de Manuel Gálvez…

 

Y por último…

Y sí, el grotesco del que habla nuestro crítico tiene una filiación artística histórica que él mismo se en- carga de señalar. Pero que la historia del “grotexto” arltiano tenga su origen en el cambalache descendi- do de los barcos, da cuenta de la superficialidad de un modo de análisis centrado en la ficción del “in- migrante”, que Carbone ha reproducido sin mucha audacia. Superficialidad que entiende a la sociedad argentina comounproductodelamescolanzaétnica ynodelasfigurastípicas de la produccióncapitalista. Estamiradafenoménicanopuedeobservarlasdeter- minaciones sociales más profundas, no puede inter- pretar adecuadamente los fenómenos sociales que se producen en una sociedad capitalista, en la que hay explotación, burgueses, obreros y lucha de clases.

 

Notas

1Más allá de las limitaciones reproductivistas que podrían señalarse a laperspectiva de Bourdieu, su libro Ladistinción es un ataque contundentemente materialista contra toda forma idealista-subjetivista.

2Portantiero, Juan Carlos: Realismo y realidad en la narrati- va argentina, Editorial Procyón, 1961, p.  107-8.

3Esta tendencia está hoy muy de moda, Carbone no in-

venta nada. En todo caso, comete el anacronismo de leer posmodernamente el pasado literario de un país que co- noce poco.

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