A propósito de la respuesta de Rocco Carbone
Rosana López Rodriguez (Grupo de Investigación de Literatura Popular – CEICS)
La ciencia y su discurso
Y ahora resulta que hemos malinterpretado un texto crítico, a tal punto que lo hemos entendido exactamente al revés. Sucede que, como ya hemos dicho, el libro de Carbone no da con el estilo adecuado a un discurso científico. No nos estamos refiriendo a errores superficiales (una letra por otra, un error de ortografía o una errata). Si uno descubre algo, la mejor manera de comunicarlo es siendo claro y preciso, de modo tal que cualquier especialista de la propia disciplina (al menos) pueda comprender cuáles son los nuevos resultados a los que se ha llegado. No es el caso del texto de Carbone, plagado de contradicciones y ambigüedades, inútilmente barroco. Ese uso impreciso del lenguaje posibilita, por consiguiente, cualquier tipo de “malentendido”. Esto puede significar o bien que Carbone considera que cualquier forma puede ser vehículo de cualquier contenido, o bien que la crítica literaria no pertenece al ámbito de la ciencia. Más allá de que ambas opciones son inválidas, Carbone no se está planteando el problema como científico, pues considera que “los hechos hablan por sí solos”. No, los hechos no hablan por sí solos, hay que interpretarlos; de lo contrario, la ciencia sería imposible e innecesaria.
De este empirismo superficial, se deduce la consideración de que el sujeto que investiga es un sujeto pasivo. Por eso, Carbone afirma que no defiende ni ataca a nadie, cuando en realidad lo hace (inevitablemente) aunque lo niegue: referirse elogiosamente a la producción de un autor y a su postura política es defenderlo (en particular de las “malas” interpretaciones), y mencionar las limitaciones de la escritura y la política (poco realistas, pietistas, populistas) de otros autores, no es sino atacarlos. Contradictoriamente, mientras afirma que los hechos debieran tener “esa brillante capacidad de hablar por sí mismos”, el ventrílocuo les brinda una voz marcadamente subjetiva: Imperio de las obsesiones es una exposición de un yo omnipresente, ese yo “amigo” de “Roberto”, que inventa, incluso documentos que no existen.
Rocco Carbone pretende que su tesis es un juicio estético a partir del cual se proyecta hacia lo ideológico y lo político, invirtiendo los términos de lo que hemos dicho (salvo que “muy al revés” signifique otra cosa). Cuando menos desde Bourdieu a esta parte1, el gusto (la subjetividad) no sale de la inmanencia del sujeto, sino que se construye gracias a las relaciones objetivas, de las cuales la más importante es la de clase. Esto quiere decir que el gusto se construye a partir de las determinaciones de clase y por lo tanto de los intereses que la representan: primero, la clase (y por lo tanto una postura política con respecto a esos intereses); luego, el gusto. Cuando se prefiere negar lo que se dice y lo que se hace, nada mejor que invertir el proceso, por la vía de ignorar de dónde se sacó el gusto estético. De todos modos, parta de dónde parta, la triple identificación entre Arlt y Carbone en los planos ideológico, estético y político es reconocida por él mismo.
Impertinencia y erudición reciente
A falta de argumentos, Carbone expone su autodefensa por medio de insultos. ¿Podrá objetar que se sintió insultado por alguna caracterización política vertida en nuestro artículo anterior? Decir de alguien que es anarquista, liberal, o que tiene un programa pequeño burgués, no es insulto, salvo que uno no se anime a parecer lo que es. Nosotros solamente extrajimos conclusiones políticas de su texto. Ahora bien, ¿de dónde saca Carbone la impertinencia que nos adjudica? ¿Con qué argumentos nos acusa de ignorancia y de pereza intelectual? Tal vez desconoce que el tema de mi tesis de doctorado es la narrativa de circulación periódica bajo el yrigoyenismo, aunque siendo lector de El Aromo y de RyR ya debiera saberlo. Tal vez, simplemente, somos más respetuosos del trabajo ajeno.
No podemos ignorar el texto de Salama habiendo leído el libro de Carbone, que presenta su análisis político-ideológico in extenso en las páginas 318 y 319. Ahora bien, ¿en qué consiste el anacronismo impertinente de Salama? En ser la voz que habla por el Partido Comunista Argentino, en cuya publicación oficial se considera en forma condenatoria a la producción arltiana. De allí que una crítica realizada por un stalinista de los ’50 a un escritor “realista y progresista” de los ’20 y ’30, constituya, según Carbone, un desfasaje temporal. Nada más lejano de la historia concreta. El fascismo era un peligro real en las décadas en las que Arlt escribe; la Liga Patriótica, también; Lugones se había convertido ya en un peligroso ideólogo; ni hablemos de Uriburu, que no salió de la nada en 1930. El problema es si Salama tiene razón o no. Con respecto a este punto, Carbone nada tiene para decir. Insistimos, Salama ha dado en la tecla y no importa si era miembro del PCA o no. ¿Si Stalin hubiera dicho que la tierra gira alrededor del sol, deberíamos reivindicar el sistema tolemaico?
Carbone nos acusa de “repetir” a Salama, en nombre de una investigación sudorosamente original. Pero, en realidad, él mismo repite a Viñas con el argumento del fracaso del proyecto inmigratorio como sustrato del grotesco; interpreta el período a partir de David Rock y “compra” a un precio muy alto la categoría de inmigrante, repitiendo un lugar común que se remonta, al menos, a Fray Mocho. Su interpretación de Arlt no es nueva. Lo que es peor, su intento de reivindicación/defensa fracasa dado que comete los mismos errores de sus intelectuales de cabecera. Si efectivamente queremos “poner en su contexto” a los personajes de Arlt y hacer de ellos la caracterización política que corresponde, no hay duda de que son representantes de los intereses e ilusiones de la pequeña burguesía. El mismo lugar que asume abiertamente Carbone, preguntándose muy suelto de cuerpo qué tiene de malo ser contrarrevolucionario, ayer y hoy. Dijimos que se pega innecesariamente a su defendido porque un intelectual que se pretende progresista, no está eligiendo los amigos correctos cuando defiende ese programa político y esos intereses de clase. Esa contradicción mía es sólo aparente, pues está destinada a señalar la de Carbone: un intelectual que se presenta como progresista de izquierda y que reivindica, al mismo tiempo, un discurso filofascistoide.
Un poco de historia y Boedo
Sobre la caracterización que Carbone hace del período yrigoyenista: que la UCR dijera aceptarlo todo es una cosa, que lo hiciera distaba mucho de ello. En esta cuestión, Carbone se autocita en dos ocasiones: en una dice que el radicalismo “no es refractario a ningún interés” y en la otra parece querer indicar que la clase obrera ha quedado afuera de ese “todo”. ¿En qué eje debe situarse, entonces, la caracterización de la política del período? ¿Es la primera afirmación o la segunda la que vale? Seremos muy obtusos y tal vez no sepamos de teoremas matemáticos, pero todo es todo y todo menos una parte, no es todo. Algo sobre la cuestión judía: esos “judíos del Once” (más bien Villa Crespo, según la bibliografía que el mismo Carbone maneja) no pertenecen a la misma clase expulsada de la totalidad yrigoyenista. A saber, los fusilados de la Patagonia eran obreros, los judíos progromizados por la Liga Patriótica, pequeño burgueses. Habría que sudar un poco más en el conocimiento histórico antes de decir algunas cosas.
Tampoco hay nada nuevo en la caracterización que Carbone hace de Boedo: simplemente la copia de Juan Carlos Portantiero. Tal vez lo original consista en que mutila el texto y cita sólo lo que le conviene. Portantiero, que también es del PCA, reconoce méritos y valores en la literatura boedista, con sus limitaciones, pero valores al fin. Que el boedismo haya postulado la literatura social como eje de sus producciones y de su militancia estética, es un logro para Portantiero:
“Boedo fue el primer impacto en nuestra narrativa de la revolución contemporánea; la primera manifestación, relacionada con la propia evolución interna de nuestra literatura, de la nueva etapa cultural abierta en el mundo por la extensión de la teoría y la praxis socialista. Este primer dato es suficiente para valorar la importancia del movimiento y para desmentir a quienes sólo se detienen en sus limitaciones desde el punto de vista de la asepsia literaria. Culturalmente, Boedo tiene una importancia tan grande que toda la literatura de izquierda en la Argentina (es decir todo el cuerpo vivo de la narrativa argentina) está marcada por su sello. Incluso sus limitaciones nacen del boedismo (…)”2
Carbone recoge las críticas pero se olvida de los elogios. Se olvida también de que Portantiero incluye entre los boedistas a Roberto Arlt. Copia incluso la simplificación a la que Portantiero, cuyo texto, dicho sea de paso, es francamente superficial, reduce la experiencia boedista: todo Boedo es Castelnuovo. Los de Boedo escriben literatura de tesis y son pietistas, “de sensiblería barata, de individualismo sentimental, de manera que la expresión artística derivada es plañidera”. ¿Y? Hay buenas y malas novelas policiales, hay buenas y malas películas de ciencia ficción, hay buenos y malos cuadros expresionistas. Hay, por lo tanto, buenas y malas obras de “tesis”. “Literatura de tesis” es pecado de lesa forma artística, nada más que para aquellos que consideran que no debe hacerse explícita (o lo que es lo mismo, consciente) la postura política del autor y lo que pretende que el receptor entienda. Pareciera que cuanto menos se entiende, mejor: más inconsciente, más artístico; más confuso, más sutil3 . Por otra parte, ¿quién podría decir que no son parte de la buena literatura los textos de Brecht, Gorki, Zola, Ibsen o nuestro más autóctono Payró? Dicho sea de paso, lo que sí queda claro es que Carbone no leyó La madre, a la que también acusa de pietista, va de suyo que “de tesis” y de “situar el bien en el fracaso”, cuando en realidad la obra se centra en el proceso que lleva a la conciencia de clase a la protagonista. Según Carbone, las lágrimas no dejan ver el mundo. La fórmula arbitraria “Si hay llanto no hay acción”, proviene de una matriz de pensamiento reproductivista, pero también de ciertas confusiones teóricas.
Esto que siento, esto que hago
Tampoco somos unos recién llegados en este otro ámbito que Carbone pretende criticar tan defectuosamente. La narrativa sentimental popular es, precisamente, nuestro tema de tesis. Los sentimientos no son sino manifestaciones de ciertos intereses y experiencias de clase, y en los períodos de plena hegemonía, los sentimientos que dominan son los de la clase dominante. En períodos de crisis social, cuando la lucha de clases se agudiza, los sentimientos y su expresión no son ajenos a ello, sino que expresan más abiertamente la contradicción y la lucha. Por lo tanto, considerar de manera abstracta (es decir, sin tener en cuenta el estado de la lucha de clases y el estado de la conciencia de la clase obrera en el período analizado) que el sentimiento de piedad es pasivo, pesimista, de “sentimentalidad individual” es un error. Confundir sentimiento con impulso, otro. Ya hemos desarrollado en otros textos la diferencia entre sufrimiento y dolor a partir de la distinción elaborada por Agnes Heller en su Teoría de los sentimientos. El primero es pasivo; el segundo, activo. Dialécticamente hablando, el sujeto que lee (o que conoce) no es un receptor pasivo: construye con lo que lee una experiencia, un aprendizaje y una interpretación vital. En los períodos en que la conciencia de clase es más aguda, la experiencia de lectura (aunque el final sea desgraciado o pesimista) promueve la acción; el dolor de la bronca moviliza. Esa “sensiblería barata” que Carbone denosta con suficiencia pequeño burguesa, es el material popular para la experiencia del dolor, experiencia necesaria para cualquier “movilización”. Carbone debiera sudar un poco más la camiseta teórica. O leer, de nuestra editorial, Lecciones de batalla, autobiografía en la que un legendario dirigente sindical guevarista explica cómo llega a la conciencia de clase y a la lucha, leyendo las novelas de Manuel Gálvez…
Y por último…
Y sí, el grotesco del que habla nuestro crítico tiene una filiación artística histórica que él mismo se encarga de señalar. Pero que la historia del “grotexto” arltiano tenga su origen en el cambalache descendido de los barcos, da cuenta de la superficialidad de un modo de análisis centrado en la ficción del “inmigrante”, que Carbone ha reproducido sin mucha audacia. Superficialidad que entiende a la sociedad argentina como un producto de la mescolanza étnica y no de las figuras típicas de la producción capitalista. Esta mirada fenoménica no puede observar las determinaciones sociales más profundas, no puede interpretar adecuadamente los fenómenos sociales que se producen en una sociedad capitalista, en la que hay explotación, burgueses, obreros y lucha de clases.
Notas
1 Más allá de las limitaciones reproductivistas que podrían señalarse a la perspectiva de Bourdieu, su libro La distinción es un ataque contundentemente materialista contra toda forma idealista-subjetivista.
2 Portantiero, Juan Carlos: Realismo y realidad en la narrativa argentina, Editorial Procyón, 1961, p. 107-8.
3 Esta tendencia está hoy muy de moda, Carbone no inventa nada. En todo caso, comete el anacronismo de leer posmodernamente el pasado literario de un país que conoce poco.