Capitalismo desde abajo
Por Silvina Pascucci
Grupo de Investigación de la Clase Obrera Argentina – CEICS
El fenómeno de las fábricas ocupadas se ha convertido en uno de los hechos más notorios y populares durante los últimos años. Ya desde mediados de la década del ’90, pero sobre todo luego de la insurrección de diciembre de 2001, miles de trabajadores ocupan fábricas abandonadas por el capital, las reabren, las ponen a producir, y sostienen, aunque con obstáculos, su funcionamiento. ¿Estamos frente a un fenómeno que dará por tierra con la propiedad privada? ¿Qué significa que los obreros controlen, gestionen, se apropien, recuperen, expropien la producción? ¿Qué diferencias hay entre estos términos? Se han escrito toneladas de libros, artículos y más libros que intentan responder estas preguntas. Las variadas opiniones al respecto, están estrechamente vinculadas con las distintas posturas políticas de quienes escriben. En efecto, reforma o revolución podría ser, en última instancia, el problema que se esconde detrás del debate sobre las fábricas ocupadas. En este marco, Julián Rebón ingresa a la polémica con su libro Desobedeciendo al desempleo. La experiencia de las empresas recuperadas1, que nos ocuparemos de reseñar en estas líneas. A la luz del debate político que hemos planteado, intentaremos desentrañar cuál es la salida que nos ofrece Rebón frente a la crisis capitalista. Adelantamos que, una vez más, la solución parece ser más capitalismo, pero desde abajo.
Una cuestión de actitud
Antes de entrar de lleno al texto, conviene hacer un breve comentario respecto de la metodología utilizada por Rebón. Toda su estructura argumental está construida en base a una vasta serie de entrevistas realizadas a los trabajadores de varias fábricas ocupadas. A partir de un exhaustivo trabajo de cruzamiento de datos y análisis de las respuestas obtenidas, se intenta establecer la caracterización del hecho, sus causas determinantes y sus consecuencias sobre el avance de la conciencia de clase. Encontramos aquí un primer elemento a criticar: el enfoque es subjetivista ya que se construye a partir de lo que “los sujetos opinan”, y no a partir de un análisis objetivo de la situación. Si bien en una sección del libro Rebón se dedica estudiar (mal) la crisis económica2, este elemento aparece como secundario en la explicación, mientras que lo predominante es el resultado de las encuestas realizadas. Vayamos, ahora sí, al corazón del argumento.
Ya desde el título del libro, podemos avizorar una primer diferencia: Rebón no habla de ocupación de fábricas, sino de recuperación. Se trata, entonces, de recuperar algo que era propio y fue perdido. Dado que la gran mayoría de los entrevistados opinan que participaron del proceso para “recuperar una fuente de trabajo”,Rebón asegura que las recuperaciones tienen por objeto defender una “identidad del trabajo”, expropiada por el capital3. Desde su punto de vista, el avance de la desocupación crearía “nuevas identidades”, como los desocupados, subocupados, o los trabajadores flexibilizados.
El autor asegura que, en este contexto, las recuperaciones “tienen una direccionalidad hacia la defensa de una identidad construida sobre el trabajo y para el trabajo y, junto con esta identidad, las posibilidades materiales de su reproducción” (p.42). Sabemos que el salario es el único medio que el obrero tiene para reproducirse (él y su familia). Por consiguiente, no es difícil imaginar que ante la evidencia de la pérdida de dicho salario por el cierre de la empresa, el obrero busque desesperadamente defender esa fuente de dinero. Plantear que las recuperaciones se realizan en defensa de una “identidad”, y darle prioridad a este elemento por sobre el material, es pecar de un subjetivismo abstracto. En efecto, Rebón otorga una importancia central al concepto de identidad como elemento de explicación. De este modo, el autor desconoce el carácter material de la lucha de clases y vuelve a caer, por esta vía, en un argumento subjetivista. Resulta claro, incluso a partir de las entrevistas que expone en sus páginas, que los obreros quieren recuperar una fuente de trabajo, es decir el medio que les permite reproducir sus vidas. Nada más concreto y material que el hambre. El planteo subjetivista vuelve a repetirse en su análisis del proceso que hizo posible las tomas de fábricas, es decir, la conformación de una alianza social. Compartimos su explícita defensa de los marcos conceptuales “injustamente olvidados en los estudios actuales” (p.24), como los conceptos de fuerza social y alianza social. Sin embargo, en ninguna parte del libro encontramos un análisis serio y acabado acerca de cómo se forma esta alianza, qué fracciones y clases la integran, quién la dirige y con qué intereses. Según Rebón, esta alianza está formada (otra vez) por varias identidades y su articulación está dada por “el modo en que la crisis del orden social desestructura las distintas identidades sociales que dan soporte al proceso”(p. 31). ¿Cuáles son esas identidades? ¿Qué pertenencia de clase tienen? ¿Qué es lo que se desestructura y con qué intereses se articula la alianza? Nada nos dice al respecto. No está de más aclarar que el libro de Rebón pertenece a un proyecto de investigación dirigido por Juan Carlos Marín, quien ha sabido estudiar con mérito la lucha de clases argentina como miembro del colectivo CICSO y hoy ha abandonado los fundamentos básicos del materialismo dialéctico, para sumarse al subjetivismo posmoderno reinante4.
Por último, podemos mencionar como parte de su argumento subjetivista la referencia a una supuesta autonomización de los sujetos, provocada por la crisis del sistema de representación formal, que otorgaría mayor grado de libertad a las personas para “desobedecer” los mandatos del capital. En este sentido, las acciones de la clase vuelven a estar ligadas a condiciones subjetivas, favorecidas por un “clima de desobediencia e inconformidad que va a nutrir la posibilidad de desobedecer la determinación capitalista de abandonar la producción” (p. 47).
Sujetos que, en defensa de una identidad, se lanzan a desobedecer al capital; sujetos heterogéneos que en nombre de identidades heterogéneas, realizan una alianza para dar una respuesta no capitalista a la crisis. Este parece ser el panorama imaginado por Rebón, desde el cual, estas acciones engendran en sí mismas la posibilidad de cambiar la organización de la sociedad. La revolución sería entonces, una cuestión de “identidades que se sienten convocadas al proceso” y se liberan del yugo capitalista, levantando cooperativas y construyendo nuevos movimientos sociales. Sigamos su argumento y desentrañemos hacia donde conducen realmente estas posiciones.
Combativos reformistas
El planteo de Rebón no sólo peca, como ya explicamos, de subjetivista. Se lo puede acusar también de populista. Es decir, busca en las acciones de los obreros, la vía de transformación que él considera más correcta y deposita en ella una confianza ciega y absoluta. Incluso cuando los resultados de sus encuestas parecen afirmar que los obreros no son siempre tan “políticamente correctos”, abandona el esfuerzo por explicar el hecho, bajo la misma muletilla de siempre: la nunca y bien ponderada heterogeneidad. Todo es tan variado y extraño, que es imposible de explicar como totalidad. Rebón caracteriza las recuperaciones como una respuesta no capitalista ante la crisis, como un acto de desobediencia ante el mandato del capital. Así, el autor le otorga al hecho un carácter en sí mismo “revolucionario”, portador de la transformación social. Nada dice de los diferentes caminos que puede recorrer la experiencia, desde la expropiación bajo control obrero hasta la formación de una cooperativa capitalista. En efecto, las distintas opciones legales tienen importantes consecuencias sobre el destino político de las fábricas ocupadas. Rebón no considera estas problemáticas. Por el contrario, responsabiliza a los partidos de izquierda, que buscaban la salida más avanzada (la expropiación), de no querer constituir una “cobertura legal transitoria”. Aclaremos que la mayoría de las veces, dicha cobertura legal no es otra cosa que una trampa fraudulenta para los obreros, que los condena a pagar al dueño de la empresa o a los acreedores por los activos, incluso luego de que éstos se valoricen con el relanzamiento de la producción. Rebón supone que una empresa recuperada crea necesariamente relaciones sociales no capitalistas, que no están basadas en la búsqueda de ganancia sino en el beneficio común de todos los trabajadores. Sin embargo, para que una empresa (recuperada o no) subsista en este mundo, tiene que adecuarse a las leyes rectoras del mercado capitalista. Entonces, mientras haya capitalismo, no existe experiencia que tenga continuidad en el tiempo y que no responda a dichas leyes. Una empresa busca reducir permanente los costos, con el objetivo de abaratar las mercancías producidas y aumentar sus ventas. Para ello, la mecanización del proceso de trabajo resulta central: cuantas más máquinas se tengan, más barata es la producción, mayor productividad se alcanza, y más se vende. Pero para incorporar maquinaria, es necesario contar con cierta capacidad financiera que no es accesible a cualquier empresa de pequeño tamaño. El mismo Rebón hace referencia al proceso de concentración y centralización del capital, característico de los últimos 30 años, a partir del cual las grandes empresas logran una producción cada vez más mecanizada y a mayor escala, mientras que las pequeñas tienden a desaparecer. Sin embargo, parece desconocer esta realidad cuando asegura que las empresas recuperadas tienen una mayor rentabilidad, y confía en ellas como “estrategia activa de reconstrucción del aparato productivo del país” (p.104). Nos acercamos aquí al nudo del planteo: Rebón apuesta a la recuperación del aparato productivo (capitalista), a partir de la multiplicación de las empresas recuperadas. No hace falta aclarar que recuperar no es hacer una revolución. Recuperar, no es destruir las relaciones existentes (capitalistas) y crear nuevas (socialistas), a partir de un enfrentamiento de clases a nivel político. Rebón no quiere la revolución. Está pensando en recuperar un capitalismo que ya ha dado muestras de descomposición. Recuperar un capitalismo productivo, que dé trabajo a todos y aumente la producción nacional. El autor se opone, no a las relaciones
sociales capitalistas, sino al capitalismo concentrado y “financiero”, en donde algunas grandes empresas manejan la economía, se llenan los bolsillos y obligan a millones de personas a la miseria más absoluta. El problema es que éste es el único capitalismo posible, con todas sus contradicciones. 200 años de historia deberían ser suficientes para agotar estas ilusiones recurrentes. Vemos así, que el planteo de Rebón resulta ser una estafa política para la clase obrera. Por último, Rebón muestra la hilacha cuando apela al Estado como impulsor de esta recuperación productiva: si el Estado Nacional tomara como política la recuperación “lo que hoy conocemos del proceso podría convertirse en su acumulación originaria, la construcción de una forma social, que luego en condiciones sociales diferentes a su génesis, adquiere su pleno desarrollo” (p. 104). Entonces, no hace falta enfrentase a un Estado burgués, cuya política hacia las ocupaciones de fábrica siempre osciló entre el desalojo violento y la represión, y su clausura como experiencia de lucha, a partir de trampas legales. No es necesario construir una alternativa política opuesta a la máxima organización de la clase enemiga (el Estado). Rebón nos aconseja, por el contrario, que le pidamos a este Estado que desarrolle políticas favorables a la “recuperación del aparato productivo”5. Ilusiones de ilusiones, Rebón le pide al Estado capitalista que sostenga la “acumulación originaria” de relaciones sociales enemigas. Queda claro ahora, si volvemos a leer el libro a la luz de este debate político, cuál es la salida que propone Rebón. El autor se suma a la horda de intelectuales que, desde un discurso “combativo”, populista y “del lado de los obreros”, no son otra cosa que reformistas. Reformistas que no aprendieron nada del fracaso del peronismo y que tampoco quieren aceptar el evidente fracaso de este kichnerismo que, después de tanta alharaca, ya ha demostrado a qué intereses responde.
Notas
1Rebón, Julián: Desobedeciendo al desempleo. La experiencia de las empresas recuperadas, Bs. As., Ediciones PICASO / La Rosa Blindada, 2004.
2Rebón adscribe a la teoría de la desindustrialización y explica a partir de ella la crisis económica. No nos detendremos aquí en este asunto, que ya hemos criticado en varias oportunidades. Ver, Sartelli, E.: “Génesis, desarrollo y descomposición de un sistema social”, en La plaza es nuestra, ediciones ryr, Bs. As., 2005.
3Vale aclarar que el concepto de “fábricas recuperadas” tiene una acepción política más profunda, vinculada con la idea de recuperar la empresa para la producción nacional. Aunque Rebón asegura que utiliza dicho término porque la mayoría de los trabajadores (60 %) lo entienden como “recuperar la fuente de trabajo”, creemos que su elección es a la vez solidaria con esta concepción más general. Si bien no lo dice explícitamente, se desprende, como veremos, de su propio argumento.
4Este abandono de la tradición científica queda reflejada en el prólogo que Marín escribe al libro reseñado: al caracterizar el proceso abierto en 2001 como un fenómeno original, asegura que “no es aconsejable, adecuado ni conveniente realizar un ejercicio especulativo en función de la prolongación de un supuesto conocimiento del pasado” (p. 13).
5Cabe aclarar que existe una gran diferencia entre reclamar al Estado beneficios para las fábricas ocupadas, conquistados a partir de la lucha de los trabajadores, y confiar en que el Estado va a impulsar por sí mismo políticas que favorezcan estas experiencias. La iniciativa que Rebón pone en el Estado funciona como negación de la lucha de la clase obrera.