Rafael Padial
Transiçao Socialista (Brasil)
A diferencia de lo que dice la “izquierda”, el gobierno de Bolsonaro no es fascista, ni es más autoritario que los anteriores. Solo se trata de un nuevo gobierno burgués del actual (y fallido) régimen democrático, tal vez el más frágil de ellos. Por lo tanto, antes que el avance de la burguesía, Bolsonaro representa su parálisis, su confusión y su impotencia frente al proletariado. Solo puede ser explicado a partir de otro fenómeno, mucho más importante: la caída del PT.
Esa debacle fue producida por el conflicto objetivo entre la burguesía y el proletariado en Brasil, o sea, por la buena y vieja disputa por la plusvalía. Lo que generó la caída de un partido tan grande como el PT – eje de sustentación de la burguesía brasileña por muchos años –fue justamente el grado de explotación tan grande que impuso a la clase trabajadora brasileña.
El control que el PT impuso al proletariado brasileño -con sus poderosos sindicatos, especialmente fortalecidos por la vinculación directa con el Estado- se expresó en una ampliación jamás vista en la tasa de acumulación de la burguesía. En realidad, en la historia reciente brasileña, esa acumulación solo puede ser comparada al período llamado “milagro económico” (período que se extiende entre 1969-1973, época de mayor represión del régimen militar brasileño). En el caso del PT, como señalamos, eso se debió a la mayor sumisión de los principales sindicatos al Estado burgués.
En cuanto a la acumulación, se debe analizar la “productividad” del trabajador brasileño. “Productividad” es solo otro término que refiere al aumento del grado de explotación (tasa de plusvalía), o, lo que da lo mismo, la concentración cada vez mayor en capital constante, de un lado, y cada vez menor en capital variable, de otro. Los propios datos del FMI son reveladores en lo que refiere al aumento del grado de explotación en los años del PT. Véase, por ejemplo, el Gráfico 1.
Esa increíble acumulación, como dijimos, solo fue posible gracias al control social inédito que el PT impuso al proletariado, sobre todo al fabril. Ningún otro partido burgués fue capaz de ejercer ese tipo de control sobre la estructura fundamental de la política (he aquí por qué el PT fue el partido burgués más importante del régimen actual). Esa acumulación alcanza su ápice entre 2011 y 2012, y, en seguida, patina, se mantiene en un “punto muerto”, con capitales circulando en torno del mismo valor, antes del estallido de la crisis (fin del 2014, inicio de 2015).
Todo ese proceso de acumulación llevó a una caída general del desempleo, de acuerdo con Gráfico 2.
En ese momento, como sabemos (y como lo exhibieron todos los diarios), Dilma y el PT proclamaron ingenuamente un “Pleno Empleo” en Brasil. La alegría duró poco. El nivel elevado de concentración, como suele suceder, tuvo como resultado una ampliación de los salarios, lo que a su vez paralizó la tasa de acumulación e hizo estallar la crisis. Véase el Gráfico 3.
Vale destacar que la disminución en el desempleo y el aumento en el salario no tiene absolutamente nada que ver con la buena voluntad del PT en mejorar la vida de las masas, y son solamente características normales de un ciclo económico (impulsado, está claro, por las capacidades únicas del PT en el control del proletariado).
Frente a la mayor tasa de acumulación de capital y al mayor grado de explotación de los obreros en la historia brasileña reciente, la respuesta del proletariado no fue pequeña: las mayores marchas en la historia (junio de 2013), con millones de personas en las calles, rodeando las sedes de gobierno, con defecciones en las policías, etc. Sin partido revolucionario -y con la mayoría de la izquierda siendo expulsada de las calles, por parecerse al PT-, tales manifestaciones no superaron su carácter espontáneo y no fueron a ningún lugar. La burguesía comenzó a descargar su crisis sobre las espaldas del proletariado, con dimisiones en masa y reducción de los salarios – la mayor crisis económica en la historia brasileña desde 1929.
Aún hoy, la fractura social creada en junio del 2013, que condenó al PT históricamente, no fue revertida. Véase el gráfico 4.
Dilma y el PT pasaron a ser (correctamente) asociados a la peor crisis económica de la histórica brasileña. Para retomar la tasa de acumulación de la economía brasileña, además de los propios mecanismos naturales de la economía capitalista (dimisiones, fortalecimiento del ejército de reserva para presionar a los activos), era necesario consolidar o legitimar políticamente un grado nuevo, superior, de explotación de la fuerza de trabajo brasileña. Para este propósito, Dilma y el PT planearon dos reformas fundamentales: la laboral y la jubilatoria. La primera buscaba reducir significativamente los derechos laborales, permitiendo la ampliación de las horas de trabajo, la tercerización, las formas de trabajo precarias, etc. La segunda tenía como objetivo presionar al trabajador para que dependa por más tiempo del mercado de trabajo (ampliado la competencia entre trabajadores), lo que tendría como resultado la caída de los salarios.
Para aplicar tales medidas, Dilma buscó primero a Paulo Guedes (actual Ministro de Economía de Bolsonaro). Después, a pedido de Lula, a Henrique Meirelles (Ministro de Economía de Temer), pero finalmente terminó por convocar al chicago boy Joaquim Levy (amigo de Guedes, y que hoy ocupa un cargo destacado en el gobierno de Bolsonaro). Desde entonces – desde el inicio de 2015, cuando Dilma fue reelecta – la política brasileña gira en torno de la necesidad de aprobación de esos paquetes burgueses, sin los cuales el grado de acumulación capitalista parece no poder ser reestablecido lo suficiente (para la burguesía). Hace tres años, por lo tanto, la burguesía brasileña está prácticamente paralizada en términos políticos, sin lograr avanzar mucho, conquistando terrenos lentamente, gracias a la suerte más que a la estabilidad en la dominación política.
Temer logró aprobar la reforma laboral por dos motivos. Primero, porque la población brasileña le dio una tregua a la política burguesa después de voltear a Dilma. Era una pequeña luna de miel con Temer. La burguesía era consiente de esa posibilidad, como revelan los audios de los grandes peemedebistas de la época (que revelan algo como: “volteemos a Dilma y las masas se calman, nosotros nos salvamos, se salva Lula y se salva todo el mundo”). Como Dilma era el foco, como Temer era un desconocido, y como no había partido de izquierda para conducir la revuelta, todo se calmó momentáneamente y Temer consiguió, con pequeño margen, aprobar la reforma laboral. En segundo, fue fundamental el papel traidor de la CUT y demás centrales sindicales, que se negaron a convocar paralizaciones y huelgas contra Temer, sobre todo cuando este pendía de un hilo, frente al escándalo de corrupción que involucraba a JBS. El PT no quería voltear a Temer, puesto que quería que él aprobase las reformas antes de que posiblemente vuelva Lula, en la elección de 2018.
Pero Temer, envuelto en corrupción y odiado en seguida por la por la mayoría de la población, evidentemente, no logró aprobar la segunda reforma, la jubilatoria. Este papel le tocó (y le toca ahora) a Bolsonaro, el nuevo presidente burgués en el cargo.
Con Bolsonaro ahora se da algo parecido a lo que hubo con Temer. Bolsonaro fue electo por ser el único capaz de aparecer como “anti-PT”. En los años que siguieron al 2013, ninguna alternativa de izquierda al PT fue creada. La “izquierda” brasileña – que, como mucho, es centrista – no tuvo el coraje de posicionarse contra el PT; no tuvo coraje de defender la caída de Dilma o, después, la prisión de Lula. En la mejor de las hipótesis, se lavó las manos, como el PSTU brasileño. Eso dejó un vacío político, en el cual se instalaron y crecieron con gran facilidad conocidos grupos de “derecha”, absolutamente incompetentes. Curiosamente, tales grupos, formados a veces por adolescentes, aparecían como más coherentes que la “izquierda”; lograban callar a sus representantes en cualquier simple debate. Así, se creó la base que desembocó en Bolsonaro.
La mayoría de la población brasileña no concuerda con las posiciones lunáticas y violentas de Bolsonaro (autoritarismo, machismo, homofobia, armamento, etc.). Aun así, al final de todo el proceso, él apareció como el “mal menor”, el único capaz de derrotar al PT. Era común, inclusive, oír entre la población trabajadora algo más o menos así: “si Bolsonaro comienza con sus locuras, nosotros también lo sacamos del poder, como hicimos con Dilma”. La caída de Dilma, curiosamente, legitimó entre las masas cierta lógica “proto-soviética” (con muchas comillas, claro), que consiste en voltear a los representantes que no atiendan la voluntad popular.
La actual luna de miel popular de Bolsonaro debería durar poco. Los casos de corrupción ya se propagan y la burguesía ya comienza a desconfiar. Como revelan todos los analistas burgueses, no hubo gobierno inicialmente tan débil en el régimen democrático burgués. Y ahora él tiene que implementar la odiada medida de la reforma jubilatoria, la misma (con mínimas diferencias) presentada por Dilma. De lo contrario, condenará a su gobierno frente al capital.
Los discursos violentos de Bolsonaro, sus ataques al “marxismo”, su oscurantismo, su propalación de odio, son solo formas en las que aparece la desesperación y el miedo de la burguesía, paralizada y en crisis de dominación desde 2013. Bolsonaro es el último hilo de sustentación del fallido régimen democrático-burgués, cuyo fiel de la balanza siempre fue el PT (desde los años 1980) por controlar al proletariado. He aquí por qué los militares comienzan cada vez más a ocupar puestos en el gobierno: todo el sistema político se desmoronó. Aun así, también los militares, asociándose a este régimen fallido y a sus partidos corruptos, preparan su desmoralización histórica. No hay claque militar que resuelva la gigantesca crisis política y social que atraviesa Brasil.
Bolsonaro y sus aventureros en poco tiempo serán odiados por la nación, no solo por casos de corrupción, sino también por sus propuestas (como la reforma jubilatoria), que cada día hacen que se asemeje más al PT. Así, todo el discurso desesperado de la burguesía contra el “comunismo”, el “socialismo” y el “marxismo” terminarán por generar el efecto contrario. En poco tiempo, la mayoría de la población – sobre todo las nuevas generaciones – se preguntará: “Si este sujeto estúpido combate tanto a ese ‘comunismo’ ¿No será que eso es algo bueno?”. La caída histórica del PT -de la cual la elección de Bolsonaro es solo un aspecto – producirá la reorganización revolucionaria del proletariado tras las banderas del marxismo.