Presentamos aquí uno de los pocos estudios sobre una de las luchas más relevantes en el agro argentino: las ligas agrarias. Este trabajo de Jorge Roze es un excelente acercamiento al llamado problema “campesino” en la Argentina. Una lectura más que necesaria para entender los conflictos en el agro ayer y hoy.
Gonzalo Sanz Cerbino
Las Ligas Agrarias
El surgimiento de las Ligas Agrarias está íntimamente vinculado a una serie de transformaciones productivas que afectaron al agro argentino en la década de 1960, y que incidieron fuertemente en la actividad y en la estructura de las provincias en que su acción fue más profunda: Chaco, Formosa y Misiones.
En Chaco y Formosa las transformaciones fueron, en buena medida, el resultado de la crisis de la producción algodonera. Diversos factores se conjugaron ocasionando una fuerte caída en los precios del producto, que trastocaron la estructura agraria. En primer lugar, el período de expansión del cultivo de comienzos de los ’60 terminó derivando en una crisis de sobreproducción, con una oferta de fibra que resultaba de un 30% a 40% superior a la demanda. Por otro lado, la difusión de los tejidos sintéticos comenzó a desplazar al algodón, que no podía competir por sus costos. Y finalmente, la baja calidad dificultaba la colocación en los mercados externos. Los tres factores operaron para desatar la crisis, que se manifestó con una abrupta caída de los precios y la quiebra de gran cantidad de pequeños productores. Para afrontar la crisis la actividad se mecanizó y se concentró, y se produjo una reconversión productiva hacia actividades de origen pampeano: ganadería bovina y, posteriormente, cultivo de soja. La crisis se manifestó fundamentalmente en la expulsión de población y la urbanización: en Chaco, la población rural disminuyó un 25% entre 1947 y 1970.
La región algodonera (que incluía el norte de Santa Fe), presentaba diferencias estructurales, por lo que la crisis no golpeó en todos lados de la misma manera. En el norte santafesino primaban los productores más grandes, que explotaban mano de obra asalariada, estacional y permanente, y diversificaban su producción con graníferas. En el Chaco el mayor peso lo tenían los productores medios, con menor cantidad de hectáreas y menor necesidad de recurrir a mano de obra asalariada, que utilizaban sólo para tareas estacionales. En ambos casos, estamos frente a diferentes capas de la burguesía rural. Finalmente, tenemos el caso de Formosa, con una preeminencia de las explotaciones más chicas, en manos de un semiproletariado (obreros que complementan sus ingresos con la explotación de pequeñas parcelas) o de productores de subsistencia (pequeña burguesía no explotadora o asalariados con tierra), siempre al borde de la expropiación y la proletarización. Aquí resultó más significativa la expulsión de los productores, y por lo tanto, la lucha para impedirla. En el caso de los productores medianos y grandes de las otras provincias, la crisis se manifestó mayormente como imposibilidad de capitalización y endeudamiento, sobrevolando sobre ellos también el fantasma de la proletarización.
Las Ligas Agrarias Chaqueñas fueron de las primeras en organizarse, y colocaron su eje en la defensa del precio del algodón y el enfrentamiento con las estructuras de comercialización (los “monopolios”). La Unión de las Ligas Campesinas Formoseñas tuvo un peso mayor de semiproletarios y productores de subsistencia, muchos de ellos asentados de forma precaria sobre tierras fiscales, que enfrentaban presiones para su expulsión por la expansión de la actividad ganadera desplazada de la Región Pampeana por la “agriculturización”. En este caso, a los reclamos tradicionales respecto a la regulación estatal de los precios o la denuncia de las estructuras de comercialización, se agregó el reclamo de tierras o la denuncia de las expulsiones, y los llevó a acciones cualitativamente distintas, como la toma de terrenos en reclamo por su adjudicación. Una actuación menos virulenta se observaba en la Unión de Ligas Agrarias de Santa Fe. Esto puede explicarse fácilmente por las capas que la integraban: se trataba de productores de mayores recursos, con propiedades de unas 80 ha. en promedio, muy superiores a las 15 ha. de los productores formoseños, o las de sus pares chaqueños. Estas capas de la burguesía algodonera, con más resto, pudieron sortear la crisis diversificándose hacia otros cultivos.
En Misiones la lucha estuvo vinculada a las recurrentes crisis de la producción yerbatera. Al igual que casi todos los cultivos regionales, la producción de yerba mate se encontraba regulada por el Estado, que intervenía para mantener precios y limitar la producción, buscando evitar la crisis de sobreproducción. Esta situación mantuvo a una serie de pequeños productores, escasamente mecanizados y fuertemente ineficientes, siempre amenazados por los procesos de concentración y centralización latentes. A pesar de la intervención estatal, la producción entró regularmente en crisis durante estas décadas. Una de las más importantes se extendió desde comienzos de los ’60, y llevó a tomar medidas drásticas como la limitación de las cosechas de 1964 y 1965, y la inédita prohibición de la zafra de 1966. También fueron fuertemente limitadas las cosechas de 1969 y 1971, tras lo cual se encauzó la oferta, logrando la disminución gradual de las restricciones entre 1972 y 1976. La crisis de sobreproducción, y la diversificación hacia otros cultivos regionales de alto rendimiento (té, tung), fue acompañada de una serie de transformaciones estructurales que empujaron a ciertas capas de la pequeña burguesía y la burguesía media de la región a un proceso de movilización del que surgió el Movimiento Agrario Misionero (MAM). La tendencia se orientó hacia la progresiva eliminación de la pequeña explotación y la concentración de la producción en mano de empresas integradas. La resistencia contra esta tendencia se manifestó en una permanente diversificación hacia productos de altos rendimientos por hectáreas y a un uso intensivo de la pequeña explotación. A pesar de estos intentos, muchos pequeños productores desaparecieron, y como contracara, aumentó la superficie de los más grandes. Sin embargo, el elemento central del MAM no fue la lucha contra la proletarización, sino la movilización de los productores medios y grandes para defender los precios, exigir créditos y evitar la descapitalización.
En síntesis, las Ligas Agrarias agruparon a un espectro bastante grande de clases, capas y fracciones, desde semiproletarios y pequeño burgueses expulsados de sus campos a burguesía agraria mediana y grande. Todos se vieron afectados de distinta manera por un mismo proceso: la crisis de sobreproducción y la caída de precios de los cultivos comerciales de alto rendimiento, que llevó a un proceso de concentración y centralización, con expulsión de las capas más débiles del entramado productivo. En estos casos la crisis se manifestó como proletarización, y en las capas medias como imposibilidad de capitalización, endeudamiento, reconversión o expulsión de los hijos hacia las ciudades. Esta heterogeneidad dio lugar a múltiples líneas de intervención, que fueron de la demanda de tierras y la resistencia a los desalojos, allí donde primaron las capas más débiles, a demandas por mejores precios, regulación estatal, créditos y apoyo, en donde primaron las capas medias y grandes.
¿Revolucionarias?
Evidentemente, el accionar de las ligas no puede explicarse fuera de este contexto. Sin embargo, cabe hacerse una pregunta: ¿Actuaban las Ligas Agrarias bajo la impronta de un programa revolucionario? Ferrara en su estudio responde que sí1. Las ligas habrían emprendido una lucha contra los “monopolios” comercializadores, contra el latifundio, mediante acciones radicales, expresando una lucha contra el imperialismo que los colocaba en el bando revolucionario. Roze, superando las impresiones “revolucionarias” que generaba el discurso elaborado por los dirigentes de las ligas, avanzó sobre sus demandas concretas. Nos encontramos aquí con reclamos hacia el Estado para que intervenga en el proceso de comercialización, limitando la acción de los “monopolios”, fijando precios y otorgando créditos, y, en el mejor de los casos, demandando el acceso a la tierra en aquellas regiones en donde las presiones hacia la expulsión eran más fuertes. En suma, reivindicaciones que difícilmente superen los marcos de un programa reformista.
Sin embargo, el recurso a la acción directa y su enfrentamiento al régimen los llevaba a confluir con el resto de las fracciones que, también en forma confusa, cuestionaban la dominación social. Es decir, que por lo menos entre 1970 y la reapertura democrática las ligas formaron parte de la alianza revolucionaria. Eran los componentes ideológicamente más débiles de esa fuerza, ya que sus planteos y sus reclamos podían encauzarse, como finalmente sucedió, al reestructurase la alianza peronista. Compartieron esta característica con Montoneros (que como partido intervino en las ligas), cuyo programa los terminó colocando como pilares de una democracia que asumía las tareas de la contrarrevolución. Así, el año ’73 vio a las ligas alejarse de la fuerza revolucionaria para integrarse al régimen democrático. La profundización de la crisis hacia 1975, y la consiguiente polarización social, devolvió algunas de sus fracciones a la alianza revolucionaria (al igual que Montoneros). Sin embargo, no hubo un pasaje de conjunto al campo de la revolución. La composición social de estas organizaciones, con un peso importante de burguesía rural, expulsó algunos sectores hacia la derecha, a la alianza contrarrevolucionaria que impulsó el golpe. La vanguardia de la salida golpista la constituyeron diferentes capas de la burguesía rural, en particular la pampeana, que enfrentaron al régimen democrático en una serie de “paros agrarios”. Algunas fracciones de las ligas, en particular una división del MAM que nucleó a los sectores burgueses, confluyeron en estas acciones, impulsándolas en sus provincias con los mismos reclamos que CARBAP, Sociedad Rural y Federación Agraria.
Campesinos ayer y hoy
El libro que presentamos es un excelente acercamiento al problema “campesino” en la Argentina. A lo largo de sus páginas podremos observar, en primer lugar, los límites del concepto para explicar la realidad. Las ligas agrarias expresaron una alianza de diferentes fracciones de clase en el agro del norte argentino: desde semiproletarios hasta burgueses medios, pasando por pequeña burguesía en vías de proletarización. Esta reconstrucción muestra entonces los límites de un concepto que abarca mucho y revela poco, sobre todo porque es incapaz de explicar los alineamientos, los límites de las demandas y las rupturas (por izquierda y derecha) cuando la crisis revolucionaria se profundizó. Da cuenta a su vez de las tendencias que hicieron que, si algo llamado campesinado existió alguna vez aquí, terminó desapareciendo. Es decir, muestra la génesis de la situación actual en el nordeste argentino: un mar de semiproletarios y proletarios con tierra a los que se interpela y organiza, equivocadamente, como “campesinos”. Muestra también la historia de su organización, su lucha y su derrota: una excelente lección para la organización actual del proletariado rural en la región.
NOTAS
1 Francisco Ferrara: Qué son las Ligas Agrarias, Siglo XXI, 1973.