Héctor Löbbe
Lic. en Historia – Universidad
Nacional de Luján
La polémica respuesta de Castillo al artículo de Daniel De Santis sobre la presencia y actuación del PRT dentro de la clase obrera durante los ’70, reabre una discusión política-historiográfica: la verdadera participación e incidencia de la izquierda revolucionaria en ese período de nuestra historia reciente. Trataremos en este breve artículo de adelantar algunas conclusiones que forman parte de nuestro trabajo de investigación de próxima aparición, La guerrilla fabril. Clase obrera e izquierda en la Coordinadora Fabril de Zona Norte: 1975-1976, editado por Ediciones ryr.
Que nos dicen los hechos…
En nuestra investigación, pudimos comprobar que un conjunto de distintas organizaciones (de lo que suele denominarse como “nueva izquierda”) se lanzaron decididamente a ganar las fracciones de vanguardia del proletariado bonaerense. Esfuerzo que, luego de por lo menos cinco años de laborioso trabajo, le permitió a este heterogéneo conjunto organizativo, dirigir el pico máximo de movilización proletaria en junio-julio de 1975. En nuestra zona de estudio (los municipios suburbanos bonaerenses de Vicente López, San Isidro, San Fernando y Tigre), la Coordinadora Interfabril fue la efectiva conducción y orientadora de dicho movimiento. A pesar de lo que sostiene de manera simplificadora Castillo, la presencia de militantes de organizaciones como el PRT, la OCPO (Organización Comunista Poder Obrero) y, especialmente de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP-Montoneros) era no solamente extendida a nivel de Comisiones Internas y Cuerpos de Delegados, sino también en la dirección de la Coordinadora. Así, podemos mencionar a la Agrupación “José María Alessio” de la JTP (en la práctica, la conducción reconocida por fuera del sindicato de los navales de Tigre y San Fernando), la Comisión de Reclamos de la Ford (General Pacheco) y la Comisión Interna de los laboratorios Squibb (San Isidro), entre los ejemplos más destacados de dicha presencia. Pero también, como pudimos comprobar por múltiples testimonios, la presencia e influencia de cada organización quedaba parcialmente desdibujada de su real magnitud, como resultado de la política de semi-clandestinidad aplicada por esas organizaciones para eludir los zarpazos represivos del Estado, la patronal y las bandas fascistas y de la burocracia sindical.1
Si bien en un artículo anterior, Castillo intentaba un abordaje promisorio de los ’70,2 en su “Respuesta” aparecida en el número anterior de El Aromo, fuerza el análisis de los hechos, en su afán de refutar a De Santis. En ese sentido, pretende reducir a su mínima expresión el accionar del PRT dentro de ese proceso, pero “arroja al niño junto con el agua sucia”. La discusión deriva, entonces, en si esa organización tenía o no “línea” en la coyuntura de la huelga general de junio-julio de 1975; si era una versión de “reformismo armado”, subordinada al
PC y, de última, a su estrategia “frentepopulis-
ta”. Lejos de responder (o preguntarse) cómo tal engendro pudo alcanzar un importante nivel de inserción en la clase obrera, le achaca una responsabilidad central en la derrota del “ensayo revolucionario”. Lo hace, además, fragmentando los argumentos y “cerrando” todo en una caprichosa construcción, donde se presentan a diferentes ex militantes como si todos hubiesen tenido la misma actitud en el pasado y además estuvieran unidos en el presente por un proyecto común. Se esperaba más de un dirigente que afirma no recurrir al agravio.
Las carencias del “cuarto relato”
A nuestro juicio, al intento de Castillo de presentar un “cuarto relato” le falta carnadura y creemos que esto se debe no sólo a una cuestión metodológica (no bucear a fondo en documentos y testimonios), sino también en una perspectiva errónea del autor al considerar la coyuntura, describiendo sin matices la situación, sobrevalorando ciertos aspectos y no tomando en cuenta otros. En primer lugar, no registra la ausencia de una fuerza política hegemónica dentro del campo de la izquierda revolucionaria. Todos lo testimonios recabados coinciden en que cada organización tenía una porción variable de influencia sobre dichas fracciones obreras y esa dispersión y diversidad le impidió a las distintas Coordinadoras Interfabriles disponer de un eje político absolutamente definido en la coyuntura. Por otra parte, tal heterogeneidad ideológica fue, paradójicamente, una de las claves de su exitosa intervención, al convertirse en un espacio de convergencia en tensión de las distintas orientaciones ideológicas que anidaban en el seno de la clase, aun (y sobre todo) aquellas esperanzas depositadas en el proyecto reformista del peronismo.3 Ese carácter transformó a las Coordinadoras, hasta marzo de 1976, en referente y conducción real en las luchas obreras (ante la claudicación de la burocracia sindical). Pero, seguramente, disminuyó el ritmo y la intensidad que les podría haber impreso una organización mucho más homogénea. En este punto, nos falta elaborar una profunda reflexión que dé cuenta de la incapacidad de síntesis de una propuesta programática socialista y no exorcizar al fantasma de la derrota, con la condena a un método o a una práctica.
El segundo punto es de una naturaleza analítica más sutil, hasta el punto que sigue siendo un obstáculo para interpretar el proceso hasta nuestros días. En efecto, el hecho central que caracteriza el alza de masas que puso contra las cuerdas al gobierno peronista en 1975 fue el de ser protagonizado mayoritariamente por las fracciones de vanguardia del proletariado. La izquierda revolucionaria (marxista y peronista, armada y no armada) había logrado insertarse y ganarse el reconocimiento de los contingentes obreros más importantes de la clase trabajadora fabril, en términos de ingresos salariales, ramas industriales que los empleaban y nivel de conciencia.4 Es decir, la fracción de vanguardia. Esta condición era así doblemente contradictoria: expresaba lo más avanzado de
la clase, pero al mismo
tiempo, sólo una fracción (todavía) cuantitativamente menor de la misma. Todas las organizaciones revolucionarias se orientaron hacia este sector, en una decisión por demás razonable. Pero el éxito de su inserción y reconocimiento les impidió comprender que tal situación no reflejaba necesariamente y en su totalidad el estado de disposición a la lucha del resto de la clase trabajadora. Por otra parte, y justamente por esa condición de vanguardia, dichas fracciones fueron las que mantuvieron
hasta el golpe militar un alto nivel de movilización (como describimos en nuestra obra), ocultando el progresivo retraimiento del resto de la clase ante la desilusión con el gobierno peronista, la barbarie fascista de la Triple A y la represión de las Fuerzas Armadas y policiales.5 Al igual que otros autores como Daniel James y Juan Carlos Torre6, Castillo no establece una diferenciación analítica de la clase (más allá de su común condición de explotada) y, por lo tanto, no puede dar respuesta al problema de por qué la acción militante de la izquierda pudo permear en ciertos sectores de la clase y en qué magnitud.
Sobre estas dos cuestiones, la pretensión de Castillo de fundar un “cuarto relato” queda huérfana. Sin ser los únicos, estos problemas forman parte del esfuerzo de reflexión y producción de conocimiento del colectivo de Razón y Revolución y del CEICS para responder a la pregunta ¿Por qué perdimos? Dejamos, por respeto a la magnitud de la temática, para otra oportunidad la discusión sobre la política de alianza (política y sindical) desarrollada por cada una de las organizaciones de izquierda revolucionaria y la estrategia ante el derrumbe del peronismo y el golpe de 1976. También esperamos con interés la obra que anuncia Castillo, ya que nos sentimos integrantes de un mismo campo (a pesar de las diferencias) y conocemos y valoramos el esfuerzo por construir conocimiento a “contracorriente” del sistema y su Academia.
Conclusiones (muy provisorias y abiertas) e invitación
En síntesis, creemos que Castillo aborda desde una perspectiva muy sesgada y parcial el estudio del ciclo peronista de los ’70 y el papel jugado por la izquierda revolucionaria, en especial en su relación con la clase obrera. En su intento por descalificar la estrategia que denomina “guerrillera”, simplifica al extremo la experiencia de organizaciones que, si bien practicaban la lucha armada, también desarrollaron en paralelo (en algunos casos, en una magnitud superior) un trabajo exitoso y
reconocido de construcción de células fabri-
les, agrupaciones, tendencias y aun llegaron a codirigir las Coordinadoras Interfabriles. Esta presencia perturbadora dentro de la clase obrera, al igual que el de otras organizaciones revolucionarias no armadas de izquierda, provocó la respuesta aniquiladora de la clase dominante, antes aun de que se instaurara la dictadura militar en 1976. La expresión “guerrilla fabril”, acuñada por la burguesía para estigmatizar a los militantes y obreros revolucionarios (y que da nombre a nuestro libro), es también la imagen que sugestivamente empleaban políticos y voceros de la burguesía y que emplean, en nuestros días, sus herederos: los autores del “primer” y “segundo” relato sobre los ’70, que cuestiona Castillo. Invitamos a él y a los demás lectores de El Aromo a asomarse sin preconceptos a nuestra obra de investigación, que intenta describir y analizar en su complejidad el proceso protagonizado por las fracciones de vanguardia del proletariado y las organizaciones de izquierda que militaron dentro de la clase obrera, como contribución a las tareas pendientes que nos quedan de los ’70.
Notas
1Löbbe, Héctor: La guerrilla fabril. Clase obrera e izquierda en la Coordinadora Interfabril de Zona Norte (1975-1976), Ediciones ryr, Buenos Aires, 2006, cap. 1 y 2.
2Castillo, Christian: “Elementos para un ‘cuarto relato’ sobre el proceso revolucionario de los ‘70”, en Lucha de clases, nº 4, noviembre de 2004. Edición digital.
3Löbbe, Héctor: op. cit., cap. 3 y 4.
4Idem, Introducción.
5Ibidem, cap. 3.
6James, Daniel: Resistencia e integración. El peronismo y la clase trabajadora argentina. 1946-1976, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1999; Torre, Juan Carlos: Los sindicatos en el gobierno.19731976, CEAL, Buenos Aires, 1983. Sin embargo, los dos autores nombrados minimizan o desvalorizan el papel jugado por la izquierda revolucionaria dentro de la clase obrera, lo que por extensión, implica asignarle una total impotencia para romper el
proyecto reformista peronista.