Por Stella Grenat.
Grupo de Investigación de la Izquierda
Argentina – CEICS
La historia de los grupos armados que actuaron en la Argentina desde mediados de los años ´50 hasta bien entrados los ´70 permanece aún a la espera de ser conocida. La amplia definición de “guerrilla” con que se engloba a todos aquéllos que se valieron de la táctica armada para hacer política en esos años, y la aun más imprecisa tipificación con la que se las divide entre “peronistas” y “marxistas”, parece ser el grado más profundo al que ha llegado el saber académico contemporáneo. Poco es lo que se sabe hoy de sus programas y objetivos políticos concretos y de la manera en la que los desplegaron. Nuestra intención es echar luz sobre este último punto, partiendo de la convicción de que este es uno de los caminos necesarios para comprender las dificultades de la izquierda en la construcción de un partido revolucionario de masas en la Argentina.
Es sabido que estos grupos -unos más, otros menos- contemplaban en sus proyectos cambios a los que denominaban revolucionarios, y eran concientes de la necesidad de construir una herramienta política, algún tipo de organización, que los condujera hacia sus metas. Entre 1959 y 1969 se constituyó y consolidó un destacamento armado clandestino que, venido de una tradición trotskista (el MIR-Praxis de Silvio Frondizi) y seguro de esa necesidad, se lanzó a la constitución de sólo una parte de ese futuro partido: su destacamento técnico-militar. Este grupo, (que derivó posteriormente en las Fuerzas Armadas o Argentinas de Liberación), caracterizó la situación nacional y se fijó una prioridad que a su criterio era imprescindible: la formación de una organización armada que iba a esperar el momento de la explosión insurreccional de las masas para participar con su capacidad técnica. Para ello reunió y entrenó a un conjunto eficaz de cuadros militares y realizó acciones de acumulación armada y financiera. Entre ellas figuran, en junio del ´62, el vaciamiento de la sala de armas del Instituto Geográfico Militar, una serie de estafas con cheques a grandes multinacionales, el retiro de la totalidad de la caja de un banco en Liniers en 1968 y el ataque al Regimiento n° 1 de Campo de Mayo en 1969. Dada la planificación exacta de sus acciones, su extrema preocupación por la seguridad, una adecuada logística y su absoluta clandestinidad, jamás fueron descubiertos (salvo en el último hecho), nunca sufrieron bajas y evitaron la posibilidad de un enfrentamiento con las fuerzas represivas del Estado. Lógicamente, nunca realizaron una acción de propaganda armada tendiente a la concientización de las masas tal y como fuera tan frecuente en otras organizaciones. Su tarea era una tarea militar impulsada en abs- tracción de las necesidades concretas para la construcción de un partido revolucionario en aquellos años. De entre dichas tareas, la más acuciante, tal y como lo es hoy, era la de disputar la hegemonía política e ideológica que la clase dominante ejerce sobre las masas populares, en todos los frentes de lucha. En ese abandono, precisamente, se halla la fuente de su eficacia, pero también de su fracaso.
Al no asegurar primero la hegemonía política en el seno de las masas, los miembros de este grupo con tribuyeron a la pervivencia y a la fortaleza de la estrategia reformista en el seno de las masas, expresada fundamental pero no exclusivamente por el peronismo. El 5 de abril de 1969, cuando atacaron Campo de Mayo y comienza el fin de su organización, salió a la luz el fracaso de su programa. Porque los miembros dispersos, producto de la detención del último de sus primigenios cuadros de dirección, se vieron obligados a un reagrupa miento con otras organizaciones que, para esa época, hacían sus primeras apariciones públicas. Allí iniciaron un nuevo derrotero, en una realidad impactada por las grandes insurrecciones que se desatan en el interior, y en las que las nuevas organizaciones armadas parecen convencidas de que son ellas mismas el partido revolucionario necesario, aunque no dejen de poner el carro delante del caballo.
Nuestras investigaciones (Razón y Revolución nros. 10, 12 y 13) van confirmando lo que señalamos como la causa -importante pero no exclusiva de la ausencia de un partido revolucionario de masas en los años setenta: la pequeño burguesía que se lanzó a la lucha política luego de la caída del peronismo se negó en los ´60 a organizar un partido que dirigiera la lucha y se dedicó a sustituirlo, después del Cordobazo, con organizaciones militares.