Una relación de fuerzas
Editorial
Fabián Harari
Editor responsable
Este 25 de mayo, hemos asistido al mayor esfuerzo de la clase dominante por recuperar el protagonismo político en las calles, que perdió hace seis años. Néstor Kirchner sintetizó este objetivo con las palabras iniciales de su discurso: “Y un día volvimos a la Plaza de Mayo…”.
Aparentaba aludir a los militantes revolucionarios de los setenta, pero no hay que ser muy sagaz para darse cuenta que no se refiere aquienes hace dos meses marcharon en repudio al 30º aniversario del golpe.
No faltan los encandilados frente a la demostración de fuerza política burguesa más importante de los últimos diez años. Efectivamente, si tuvieramos que encontrar el antecedente más cercano de este tipo de manifestaciones de apoyo al elenco gobernante, deberíamos remontarnos a la menemista “Plaza del Sí”, de abril de 1990. Es por eso que el conjunto de los medios de comunicación machacan sobre el absoluto dominio del kirchnerismo, y no faltan quienes saludan la nueva vitalidad del peronismo. No hay dudas de que fue un acto masivo. A esta altura, ya resulta una obviedad afirmar que Kirchner conseguirá hacerse reelegir en el 2007, de no mediar una crisis. Pero antes de dar la batalla por perdida y salir a vociferar el entierro de la experiencia política más importante de la historia argentina que ha protagonizado el campo revolucionario (el Argentinazo), se debería hacer un examen más cuidadoso del peso y las potencialidades de uno y otro contendiente.
Con toda la carne (y algo más) en el asador
¿Qué ha hecho y qué ha logrado la burguesía? Vamos al primer punto: nuestro enemigo ha puesto toda la energía que dispone y ha realizado todos los acuerdos posibles para recuperar la plaza. El conjunto de los recursos materiales, políticos e ideológicos del Estado estuvieron a disposición del acto. Estamos frente a uno de los actos más caros, más amplios y con mayor preparación previa que recuerde la historia del régimen burgués. Se gastó, oficialmente, $7.028.000. Eso incluye el pago del sonido, el escenario, los micros, el dinero para las empresas de subte por el pasaje gratis y la publicidad oficial en televisión, radios, medios gráficos y vía pública durante un mes. Pero ese cálculo no contempla el dinero (que, según denuncian las organizaciones piqueteras, ronda los $30 por persona) y los alimentos informalmente ofrecidos para asistir al acto. Tampoco figuran allí el 1,4 millón de planes sociales en poder del Estado, ni los $3.500 millones de pesos que dispone Nadalich para asistencia social, que constituyen un contundente elemento de presión política sobre las capas más empobrecidas de la clase obrera. Por último, no se contemplan los gastos de los gobiernos provinciales y de las centrales sindicales. Alperovich (Tucumán), por ejemplo, puso 80 micros ida y vuelta y De la Sota, llevó 10.000 cordobeses.Pero también ha constituido un esfuerzo de reunir a sectores de los más variopintos. Salvo la derecha más recalcitrante, todo el arco político burgués fue convocado. La Iglesia, aunque con reservas, negoció el encuentro con Kirchner, en el Tedeum previo al acto. Tuvo el explícito apoyo de la UIA y de varias cámaras empresariales. Aunque la UCR se opuso oficialmente, tres de sus intendentes del gran Buenos Aires estuvieron presentes. Dos de sus gobernadores (Cobos, de Mendoza y Colombi, de Corrientes) no asistieron, pero apoyaron públicamente el acto y mandaron sendos contingentes. Dijeron presente las tres agrupaciones sindicales. La CGT de los “gordos”, con los ultramenemistas Martinez, Daer, Barrionuevo y Pedraza, ocupó los primeros lugares junto con la fracción de Moyano. Por último la CTA, más oculta, dio un muy tímido apoyo. Los ex–menemistas De la Sota y Jorge Obeid llegaron a sacarse una efusiva foto con el presidente. Por último, aunque Chiche Duhalde criticó el acto, el duhaldismo “puro” fue de la partida a través de Hugo Curto, Manuel Quindimil y el propio Juan José Álvarez. Dieron la cara, por todas estas figuras, numerosos artistas populares como Alejandro Lerner, Mercedes Sosa, Soledad, Víctor Heredia y Teresa Parodi.
Todos ellos debieron resignar algo para estar, pues su clase los convocaba. No obstante, en cuanto a resignación se refiere, el premio mayor se lo llevan las Madres y los movimientos de desocupados oficialistas. Las primeras demostraron no tener límites en la entrega de su causa. El 24 de marzo, intentaron boicotear la movilización, impidiendo que ésta se pronunciara contra el gobierno de la clase social que mató a sus hijos. Hoy, protagonizan un acto junto a quien acusaron de vender a sus nietos por unos pesos (Abuelas) y junto a los más siniestros personajes del menemismo, como Barrionuevo y Obeid. Pero hay más: en marzo del 2004, Hebe había dicho que no asistiría a un acto con los mandatarios provinciales “porque la mayoría de los gobernadores tortura y viola en las cárceles y comisarías”. El 25 de mayo, no tuvo empacho en juntarse con ellos. Madres de Plaza de Mayo ha perdido hasta la mínima compostura. Pero hay una entrega aún más escandalosa, más miserable (por qué no decirlo). Estuvieron en la plaza organizaciones de desocupados que sufrieron la represión del 26 de junio: Patria Libre, el MUP y muchos MTD. Estos últimos, fracciones de la organización en la que militaban Kosteki y Santillán. Estas agrupaciones no sólo acompañaron políticamente a la clase que mató a sus compañeros, no sólo compartieron el acto con los intendentes de la
Provincia de Buenos Aires y con Juanjo Álvarez (Secretario de Seguridad en aquel 2002), sino que desfilaron codo a codo (literalmente) con Felipe Solá (Gobernador de Buenos Aires durante la masacre) y con él entraron a la plaza. En definitiva, el régimen obligó a las organizaciones, que ya habían depuesto sus banderas, a escenas francamente vejatorias.
Magra cosecha
Y Bien. El gobierno ha gastado recursos, ha machacado ideológicamente, ha reunido a casi todo el espectro político y ha humillado a organizaciones otrora combativas en virtud de recuperar la calle. ¿Qué ha conseguido? Poco, en función de lo invertido. En primer lugar, poca cantidad. La cobertura televisiva intentó dar una imagen de hito histórico. Sin embargo los números dicen otra cosa. Los medios más prudentes aventuran 120.000 personas (La Nación) y los más entusiastas (Página/12), 175.000. El 24 de marzo, una marcha claramente opositora, llevó alrededor de 200.000 personas, sin todo ese aparataje. La izquierda, en el reflujo más profundo desde el 2002, ha llevado 20.000 el 1º de mayo. Puede parecer poco, pero se debe tener en cuenta que estamos hablando de una manifestación donde se concentró el núcleo de las simpatías revolucionarias, las que se asocian al socialismo. La comparación arroja resultados más prometedores si examinamos la calidad de la asistencia, es decir, el grado de conciencia y cohesión de sus protagonistas, lo que en la prensa leemos como “entusiasmo”. En este rubro aventajamos nosotros, claramente. El acto oficialista contó con grupos que asistieron por compromiso y a regañadientes. Los “gordos” y el duhaldismo se retiraron a las 15hs., antes del discurso presidencial. El acto estuvo dominado por la prudencia política. Kirchner habló solamente 15 minutos y lo hizo acompañado de Abuelas y Madres. Se trata del discurso presidencial más corto de la historia. Si nos atenemos a la variable temporal, el gobierno convocó, más bien, a un recital. No hubo ningún cántico multitudinario al presidente, ni consigna unificada. Todo esto después de tres años de crecimiento económico elevado e ininterrumpido. Por el contrario, la izquierda puede ostentar una creciente unidad, claridad en sus consignas, convicción de la fracción de la clase obrera que moviliza, victorias -contantes y sonantes- como resultado de procesos de lucha que encabezó y un número nada despreciable de adherentes, teniendo en cuenta los recursos con que cuenta y la coyuntura política en la que se desenvuelve. El movimiento piquetero no ha sido arrinconado y goza de buena salud.
Joaquín Morales Solá, en su columna de La Nación, alertaba la llegada del “viejo” peronismo, aquel de gran convocatoria, de fuerte estructura política y con un vasto espectro de organizaciones bajo su dominio. El peronismo, hasta los ’90, representó un movimiento genuinamente de masas, por el cual la clase obrera intentaba imponer una salida reformista. Hoy día, ya no suscita ninguna adhesión.
Se ha muerto como movimiento real. Queda una enorme estructura política vacía, que sólo puede esgrimir a su favor los recursos que brinda la coyuntura económica. No estamos ante un viejo ni un nuevo movimiento histórico. Tan sólo ante una pausa, una gran toma de aire de nuestro enemigo. La revolución, la vida misma, en cambio, sigue su curso y espera agazapada tomar el lugar que le corresponde. Porque la plaza es suya desde hace seis años.