Guillermo Cadenazzi
Observatorio Marxista de Estadística-CEICS
Desde los años ´70, hubo un continuo avance del área agrícola, crecimiento que se aceleró desde mediados de la década del ´90 convirtiéndose la soja en el cultivo más importante del país. Ésta expansión, que continúa desplazando a otros cultivos y a la ganadería y avanza sobre tierras hasta hace unos años no aptas para la producción agropecuaria, se asienta en tres pilares fundamentales. En primer lugar, innovaciones tecnológicas, que en algunos casos se aplicaron primero en Argentina o se expandieron más rápido aquí, generando una ganancia extraordinaria temporal. Segundo, el aumento de la demanda y del precio internacional, tanto absoluto como relativo a partir de la devaluación. Y en tercer lugar, una mayor rentabilidad, tanto a nivel interno en relación a otros cultivos y actividades como la ganadería, como a nivel internacional frente a países competidores, principalmente Brasil y Estados Unidos.
Productividad en ascenso
La historia de la soja en el país comienza en la década del ‘70 a través de la incorporación del doble cultivo trigo-soja de segunda. La soja, por ser un cultivo de fácil manejo y gran adaptabilidad, permitió la realización de una doble cosecha luego de la del trigo, reemplazando la clásica rotación agricultura-ganadería, por un uso más intensivo de la tierra. Al intensificarse las prácticas agrícolas, el laboreo más intenso y el abandono de la rotación y los períodos de descanso implicaron una mayor presión sobre los recursos naturales, provocando que hacia la década del ‘80 empezaran a caer los rendimientos por el desgaste y la erosión que sufrían los suelos. La solución a estos problemas, que posibilitó el despegue explosivo del cultivo de la soja en los ‘90, llegó de la mano del desarrollo de nuevas tecnologías que permitieron una combinación de aumento de los rendimientos y reducción de los costos. El nuevo paquete tecnológico consistía en una combinación de semillas transgénicas, nuevos métodos de trabajo de la tierra, como la siembra directa y la agricultura de precisión, y nuevos y mejores productos químicos (herbicidas, plaguicidas, fertilizantes). La primera semilla genéticamente modificada introducida en la Argentina fue la soja RR (RoundUp Ready), producida por Monsanto y aprobada para su uso en Argentina en 1996, casi al mismo tiempo que en EE.UU. Gracias a que no se pagaron royalities por su uso, se produjo una rápida expansión que colocó al país, el segundo con mayor área de cultivos transgénicos luego de Estados Unidos. La principal propiedad de la soja RR es su resistencia al glifosato, un herbicida total o de amplio espectro que acaba con todas las malezas en cualquier momento del ciclo sin afectar la planta de soja, lo cual implica una reducción importante de costos por la eliminación de las labores e insumos que requería la aplicación de herbicidas en las variedades convencionales. La otra innovación clave, que se desarrolló de la mano de la introducción de las semillas transgénicas, fue la siembra directa (SD): un sistema por el cual no se recurre al arado ni se remueve el suelo antes de la siembra. La SD comenzó a ganar importancia en la agricultura argentina a fines de la década de 1980, debido a que en muchas de las zonas más importantes de la región pampeana los efectos acumulativos de la erosión del suelo, resultante de la “agriculturalización” basada en prácticas tradicionales de laboreo, ya comenzaban a manifestarse negativamente en los rendimientos. Con la SD, el suelo se deja intacto antes de la siembra, que se realiza con máquinas preparadas especialmente a tal fin, colocando la semilla a la profundidad requerida con una remoción mínima de la tierra, eliminando el uso del arado y minimizando el laboreo. De esta manera el suelo queda cubierto por el rastrojo de la cosecha anterior, que lo protege de la erosión, conserva la humedad y sirve de abono, sin dejar de mencionar el ahorro en tiempo y trabajo que esto implica. Este sistema sería imposible de aplicar sin el complemento de la semilla resistente al glifosato, ya que la no remoción del rastrojo de la cosecha anterior provoca un aumento de la cantidad de maleza que crece junto a la planta de soja. La rápida difusión de estas tecnologías permitió aumentar el rendimiento y a la vez reducir los costos, ahorrando en mano de obra y haciendo un uso más eficiente de los insumos. Lejos de la imagen de un campo argentino atrasado y precapitalista que aún algunos partidos de izquierda nos quieren vender, estamos frente a la expresión del mayor desarrollo que la sociedad actual puede dar. Un aumento de la productividad no vendrá por dividir la tierra y retrotraer el desarrollo de las fuerzas productivas, sino por avanzar en la escala de acumulación y en la aplicación de tecnología. Tarea que para ser realmente eficiente debe venir de la mano de la clase obrera y la expropiación y socialización de la Pampa húmeda.