Gonzalo Sanz Cerbino
Grupo de Investigación de Crímenes Sociales – CEICS
En la Ñ del 29 de diciembre de 2007, la socióloga Maristella Svampa publicó un artículo en el que analizaba el fenómeno Cromañón desde una perspectiva que no es común. Señalaba allí que no podemos hablar de “tragedia”, ya que el concepto remite a un hecho fortuito e inevitable, pero que tampoco estamos frente a una masacre, que implica la intencionalidad de los responsables. Para Svampa, Cromañón constituye un “hecho criminal” producto de las “relaciones sociales” que estructuran la sociedad. Estamos de acuerdo con esta caracterización. Pero no es nueva. El grupo de investigación sobre crímenes sociales del CEICS, que integro, ha sostenido, desarrollado y defendido públicamente una conceptualización similar desde hace tres años. Hemos publicado más de 30 artículos sobre el tema en El Aromo y en el Anuario CEICS, y defendido ponencias en varios congresos de historia y de sociología. Quizás estemos pecando de megalomanía, pero resulta curioso que Svampa utilice incluso los mismos hechos que nuestro grupo ha investigado (LAPA, la muerte de los mineros de Río Turbio) para ejemplificar lo que hemos denominado crímenes sociales. Nuestras intervenciones han motivado un intenso debate con los dirigentes del movimiento, de modo que sería extraño que alguien que se ocupa del tema no las conozca, más aún cuando están disponibles en la web. Si Svampa conoce nuestra caracterización, debió habernos citado, como corresponde. Si no la conoce, debiera conocerla. Lo primero que hace todo científico es asimilar aquello que ya se sabe sobre el tema que investiga.
Los crímenes del capitalismo
Sin embargo, la caracterización que hace Svampa sobre Cromañón no es exactamente la nuestra. Señala que la “precariedad” de las relaciones sociales que produjo Cromañón, es propia del capitalismo “flexible y neoliberal” instaurado en los `90. Pero la argumentación de Svampa hace agua en cuanto la contrastamos con los hechos. Lo sucedido el 30 de diciembre de 2004 es producto de la naturaleza misma del capitalismo. Un empresario que concientemente recortó gastos en seguridad para maximizar sus ganancias es, en realidad, la punta de un iceberg: el de la conducta normal de todo empresario capitalista. Ni Ibarra ni Chabán son distintos al resto de su clase: la burguesía. El capitalismo requiere necesariamente la maximización de la ganancia y una permanente reducción de costos. La competencia lo obliga. Los crímenes sociales, por ende, son producto del capitalismo y no de una de las políticas circunstanciales que éste puede utilizar. Por eso los incendios en locales comerciales, los accidentes aéreos o viales, la contaminación y otros tantos crímenes por el estilo, son una realidad mundial. No es casual que el concepto de crimen social haya sido definido por Federico Engels hace más de 150 años. Veamos algunos ejemplos. Francia, 1970: lejos de cualquier sospecha de “neoliberalismo”. El 1 de noviembre se incendia la discoteca CinqSept de Saint-Laurent-du-Pont. Fallecieron allí 146 personas y sólo 10 salieron con vida. La enorme proporción de muertes fue producto de los materiales inflamables que aceleraron la combustión: el techo de poliéster y el revestimiento plástico en muros y sillones. Decorar el lugar con materiales ignífugos era, por supuesto, una inversión más cara. La evacuación no pudo realizarse a tiempo por las enormes puertas de emergencia, perfectamente diseñadas para que ningún “colado” pudiera ingresar, y que nadie pudo abrir.1 Un caso similar se produjo en Madrid, España, el 17 de diciembre de 1983. En esa fecha se incendió la discoteca Alcalá 20, donde murieron 82 personas y otras 24 resultaron heridas. La discoteca no contaba con las salidas de emergencia en regla (una de ellas se encontraba trabada), las escaleras presentaban serias deficiencias y los cierres de las puertas no eran los reglamentarios. El hecho causó un escándalo en su momento, y derivó en un juicio por el que sus cuatro propietarios fueron condenados en 1994 y fue procesado el funcionario responsable de controlar la seguridad en los locales de la ciudad.2 La lista sigue: en Estados Unidos, Holanda e Irlanda, entre otros países, se han producido casos similares.3 Idénticos a Cromañón.
Cromañón a la luz del Argentinazo
El artículo de Svampa ha sido respondido por Ricardo Righi, padre de una de las víctimas fatales del siniestro.4 Righi intenta rebatir otro de los puntos polémicos de Svampa: su caracterización del movimiento Cromañón como “movimiento piquetero”. Svampa sostiene que gran parte de la sociedad dio la espalda a las víctimas de Cromañón por sus métodos de acción. Sus acciones fueron produciendo rechazos, y, paralelamente, el carácter criminal del hecho se fue desdibujando. La violencia, especialmente en los “escraches” a Estela Carlotto y Omar Chabán, y la amenaza de hacer justicia por mano propia, son la causa de la indiferencia y el distanciamiento del resto de la sociedad. La respuesta de Righi discute este punto pero no da en el clavo: desconoce la existencia de un “movimiento” y justifica las “agresiones” como reacción individual de ciertos padres ante la ausencia de justicia. Desde ya que la inexistencia de un movimiento es falsa: que Righi no se considere parte de él no implica que no exista. Actualmente funcionan seis grupos que juntan a padres de víctimas y sobrevivientes, cuatro de los cuales se reúnen regularmente en una “articulación” en la que planean acciones, organizan las marchas mensuales y consensúan un documento que es leído en esas marchas. Pero el punto no es ese, si no por qué la sociedad no acompaña masivamente el reclamo de las víctimas de Cromañón. Y aquí, ni Righi ni Svampa dan una explicación correcta. En primer lugar, es falso que el reclamo de las víctimas de Cromañón produzca el rechazo del conjunto de la sociedad. Es cierto que es- tas marchas han mermado en su convocatoria, pero en la Argentina actual no hay movilizaciones masivas detrás de ningún reclamo. Así y todo, una de las marchas más importantes sigue siendo la de cada 30 de diciembre. También es cierto que el principal responsable político ha sido elegido diputado porteño, pero sacó un porcentaje mucho menor de votos, tercero y muy lejos del entonces candidato estrella del progresismo, que le ganaba a Macri y era el eje necesario de cualquier alianza centro-izquierdista en Capital. Ninguna movilización masiva impidió su destitución en 2006 y su archienemigo es hoy uno de los políticos más votados del país. Svampa señala un problema donde no lo hay, partiendo de una impresión subjetiva que no es respaldada por hechos. El verdadero problema no es el supuesto rechazo que genera el caso Cromañón sino por qué su lucha, y el resto de las luchas que apuntan al corazón del capitalismo argentino, no gozan hoy de la masividad que tenían durante el 2001. ¿Por qué los escraches de HIJOS o los cortes de ruta de los piqueteros, tan o más violentos que las acciones del Movimiento Cromañón eran aprobados por la sociedad antes del 2001 y ahora no lo son? Esa es la pregunta clave. No es por el “método”: todos, incluso varias fracciones burguesas, lo usaron entre 1999 y 2001. Es por la política que contiene el movimiento Cromañón, solidaria con el “que se vayan todos”. Es su impugnación general de la política burguesa la que molesta, porque buena parte de quienes la impugnaban tres o cuatro años atrás, han dejado de hacerlo. Svampa acierta al incluir a las luchas de Cromañón en el ciclo iniciado a finales de los ‘90, que alcanzó su punto más alto en diciembre de 2001. Eso explica la diferencia entre Cromañón y Kheyvis: las marchas masivas y la existencia de un movimiento que logró la destitución de Ibarra. La lucha de clases en la Argentina ha entrado en un reflujo desde mediados de 2002. Esa es la clave de la cuestión y eso es lo que Svampa percibe pero no sabe explicar. No fueron los métodos piqueteros los que generaron la reacción negativa de “la gente”, sino la reconstitución de la hegemonía burguesa, recuperación económica mediante. La burguesía Argentina ha conseguido, con la devaluación y un contexto internacional favorable, reconstruir las condiciones de la acumulación de capital. La economía crece. Es- tas condiciones permitieron a los gobiernos de turno descomprimir una situación social explosiva, realizando ciertas concesiones con las que se obtuvo el apoyo de amplios sectores de la clase obrera y de la pequeño burguesía. En este marco, las protestas ya no son bien recibidas por una parte de la población, que ha retrocedido políticamente. El Movimiento Cromañón no escapa a este fenómeno general. Ibarra es un representante del “progresismo porteño”, que aún tiene esperanzas en el gobierno de Kirchner y que prefiere mirar para otro lado cuando la gendarmería reprime en Santa Cruz o cuando se paga la deuda externa. Es lógico entonces que estos sectores no acompañen este reclamo. Que el movimiento piquetero haya “saludado” la asunción de Cristina con marchas masivas organizadas por el supuestamente muerto Bloque Piquetero Nacional, y que el movimiento Cromañón mantenga su capacidad de convocatoria cada aniversario, aunque disminuida, son indicadores de que el reflujo de las luchas tiene un carácter relativo y que el Argentinazo aún está latente. El argumento de los “métodos” es el que enarboló la burguesía para “despolitizar”, es decir, cambiar el contenido político del Argentinazo, a fin de expropiarlo a las masas. Transformar a las víctimas de Cromañón en culpables de la impunidad que rodea el caso, es parte de esa estrategia de dominación, sólo que aureolada con los fantásticos atavíos de la “sociología” burguesa.
Notas
1 Debord, Guy: “Sobre el incendio de Saint-Laurent-du-Pont”, www.lavaca.org.
2 Yahoo Noticias, 31/12/04; www.yahoo.com.ar; Clarín, 21/12/93.
3 Clarín, 21/12/93; www.quenoserepita.com.ar.
4 Ñ, 12/1/08.