Pampa violenta – Por Juan Flores

en El Aromo nº 80

Burns_latigo_BYNCoacción y trabajo asalariado en el Río de la Plata tardocolonial

¿Qué función cumple, en la Pampa colonial, la coacción? Mediante ella no se extrae renta feudal, sino que se atrae a los peones a una relación que comprendería a propietarios de medios de producción y de vida (una burguesía en ciernes) y a los peones que pueden ostentar diferentes grados de desposesión (un proletariado incipiente).

Por Juan Flores (Grupo de Investigación de la Revolución de Mayo-CEICS)

Una nutrida vertiente de la historiografía agraria argentina asegura que a lo largo del siglo XIX predominaron en el Río de la Plata colonial tardío grandes latifundios, improductivos, que abrigaban relaciones feudales. Esta fue la tesis central del Partido Comunista Argentino (Rodolfo Puiggrós, Leonardo Paso) y del Partido Comunista Revolucionario (Eduardo Azcuy Ameghino). Es menester señalar que, mientras que los viejos historiadores del PC no pasaron del mero ensayismo, Azcuy Ameghino y los historiadores, vinculados al PCR, intentaron probar sus hipótesis empíricamente, con un programa de investigación serio y sistemático. No obstante, veremos que, lejos de cerrar el problema, sus pruebas son débiles y dejan de lado elementos fundamentales para comprender las relaciones sociales de producción del agro rioplatense.

El peonaje obligatorio

Eduardo Azcuy Ameghino considera que, hacia 1810, predominaba en el Río de la Plata una sociedad feudal, de bajo nivel de vida material, conformada por grandes hacendados terratenientes que extraían plustrabajo a los campesinos.1 Los campesinos se instalaban en tierras realengas, o bien en tierras de algún hacendado, como arrendatarios o agregados para cultivar en el tiempo que no eran requeridos. El mecanismo de extracción de ese plustrabajo era, según su análisis, extraeconómico por hallarse amparado en los mecanismos de violencia del Estado.

Una de estas formas de extracción era el peonaje obligatorio, al que le dedica su atención Gabriela Martínez Dougnac. En este trabajo, se analiza la justicia colonial como un resorte del terrateniente para aprovisionarse de brazos de manera compulsiva, a partir del análisis de los expedientes criminales abiertos por acusaciones por robo de ganado, vagancia o juego, y que dan cuenta de la persecución a quienes no se conchababan. En esta perspectiva, los principales actores de esta justicia colonial serían los alcaldes “de hermandad”, que no eran otra cosa que hacendados.

Mediante estos testimonios, Martínez Dougnac señala que la justicia colonial sancionaría un “deber ser” como forma de compulsión asumida por el Estado para lograr obtener mano de obra, en un contexto de falta de mercado de fuerza de trabajo. En este sentido, la coacción sería moral y no necesariamente física, dado que se sancionaban ciertas conductas que conllevaban a que los peones se conchabaran en las estancias cuando esto fuera necesario. Pese a que la hipótesis es atendible, veamos los problemas que consideramos conlleva una mirada de este tipo, y una hipótesis alternativa superadora.

Feudalismo y coacción

El primer elemento que debe señalarse es que, en análisis como el que hemos presentado, aparecen como equivalentes dos conceptos diferentes: coacción y feudalismo. En efecto, aunque en apariencia puedan confundirse, uno no implica necesariamente al otro. Veamos.

La sociedad feudal poseía una estructura de clases compuesta, fundamentalmente, por señores propietarios de tierras que imponían rentas a campesinos mediante el ejercicio de ciertos derechos y privilegios. Por otro lado, los campesinos accedían al usufructo de las tierras del señor lo que posibilitaba realizar el trabajo excedente y el trabajo necesario para vivir. Allí, la coacción era el método de extracción directa de dicho excedente, evitando que el trabajo excedente se realice en otras condiciones. Dicha coacción era entonces el único método posible por el cual el terrateniente feudal obtenía trabajo o, para precisar, plustrabajo en forma de renta. En el feudalismo clásico además, el campesino se hallaba forzado a adscribirse –fijarse- a la tierra por medio de la legislación. Esa legislación discriminaba explícitamente entre señores y siervos, fijando las clases. Esa fijación prescribía así derechos de los señores y obligaciones de los campesinos.

Sin embargo, la coacción excede el marco del tipo de sociedad que acabamos de resumir, en tanto toda sociedad de clase posee elementos coactivos: el Estado, por ejemplo, es garante político de una relación social como la capitalista en la sociedad contemporánea, y para ello, puede apelar a la violencia y a la coacción. La necesidad de la burguesía de fijar determinadas conductas consideradas aceptables es inherente a cualquier sociedad de clase.

En este sentido, la coacción estatal al trabajo contribuyó, incluso, al desarrollo del capitalismo. En la Inglaterra del siglo XIX, por citar un caso paradigmático, se desarrollaron leyes contra la “vagancia”, que obligaban a los migrantes rurales a acudir a las fábricas. No obstante, no podríamos decir que aquí estemos ante relaciones de servidumbre. La famosa “papeleta de conchavo” tuvo su emulación en la Francia napoleónica, en la llamada livret, pero a nadie se le ocurriría pensar en la instauración de relaciones feudales. La violencia, en estos casos, aparece como un mecanismo para crear nuevas relaciones sociales capitalistas o para expandirlas, cuando ya existen (expropiación de los productores directos en la llamada acumulación primitiva).

Finalmente, tampoco parece que la coacción fije, en el Río de la Plata, peones a las estancias. Algunos estudios basados en contabilidades demuestran que los peones entraban y salían de la estancia con relativa “libertad”.2 Veamos, entonces, otros casos tratados por Martínez Dougnac, que evidencian claramente el significado de la coacción en la campaña tardo-colonial.

La violencia originaria

Para comprender la utilidad de la categoría coacción debemos comenzar por comprender algunos elementos nodales de la campaña porteña. En primer lugar, que buena parte de su población estaba constituida por desposeídos, parcial o completamente. Y no faltan pruebas de esto: en mayo de 1780, desde Montes, el Sargento Mayor Sebastián de la Calle señalaba que “ayer día 21 del que sigue condujeron a esta Guardia en cinco Carretas ocho familias”. Dicho traslado aconteció durante los planes del Virrey Vértiz para poblar la frontera alrededor de los nuevos fortines de la campaña porteña. El Sargento se mostraba preocupado sobre qué hacer con estas familias, porque “vienen sin ranchos y aquí no se les puede aliviar pues no hay maderas para ellos, y también estimare me diga V.E. con que los he de mantener, pues son sumamente pobres y no traen nada”.3 Podía no ser esta aún la realidad de todos los explotados de la campaña –algunos podían acceder a una pequeña parcela- pero claramente marcaba un horizonte para su vida social.

Atendamos a otra variable fundamental de la campaña: la debilidad demográfica. Aunque en crecimiento, la población no resultaba lo suficientemente abundante como para garantizar hombres para la cosecha en los meses veraniegos. Una cosecha de 100 mil fanegas requería 15 mil individuos, lo cual es una demanda muy alta en relación a la población de la campaña, calculada en 25 mil personas para fines del siglo XVIII, sumando a mujeres, niños y ancianos.4

Por ello, no es de extrañar que el Cabildo de Buenos Aires, en tiempos de cosecha, obligase a cerrar las tiendas y talleres para proveer de mano de obra a la campaña. En enero de 1811, la Sala Capitular solicitó un bando para que se cerrasen todas las obras en la ciudad o que se continuasen solamente con esclavos, para que los peones pudiesen acudir a la cosecha de granos.5 Enrique Sierra, alcalde de Arrecifes, había dispuesto que los negros libres e indios del partido debían trabajar o sufrirían la pena de cincuenta azotes y una condena a trabajar en las obras públicas.6

¿Qué función cumple, entonces, en este escenario, la coacción? Mediante ella no se extrae renta feudal, sino que se atrae a los peones a una relación que comprendería a propietarios de medios de producción y de vida (una burguesía en ciernes) y a los peones que pueden ostentar diferentes grados de desposesión (un proletariado incipiente). Incluso, se observa que no se estaría forzando a los peones a “trabajar” en general, sino que se los estaría obligando a trabajar en determinada unidad productiva, y no en otra. Es decir, esta coacción sería más bien un instrumento de competencia entre diferentes hacendados por una mano de obra escasa, con el objetivo de obtener una ganancia, fruto del proceso productivo.

Así parece probarlo el caso de Pedro Quiñones, uno de los tantos peones de la campaña rioplatense colonial. Para la ley, era un “ocioso, vago, malentretenido, jugador”. Para el alcalde de hermandad -como para todos los hacendados- no era otra cosa que mano de obra potencial para levantar la cosecha o para marcar el ganado. Quizás por eso, luego de trabajar cuatro meses encadenado en las obras de la catedral, su suerte fue la de un peón conchabado para un hombre que lo sacó de la cárcel. En Arroyo del Medio, otro “ocioso”, Bernardino Correa, fue entregado como peón a don José Aguilar, luego de que éste se lo pidiera por escrito. Seguramente, habrá mediado una combinación de cadenas y azotes, que anunciaban los brazos del poder del Estado en la campaña.

En definitiva, podemos ver que violencia y coacción son compatibles con diversas relaciones, entre ellas, las nacientes capitalistas. Su presencia en la campaña colonial no implicaba una relación feudal entre hacendados y peones. Muy por el contrario, el análisis empírico de los casos citados parece mostrar que se requirió de varias dosis de violencia para atraer a esta peonada con cierta regularidad a un mercado de trabajo en formación. En ese sentido, los hacendados rioplatenses, no fueron los herederos de Luis XVI, sino los antepasados de Monsanto y Grobocopatel.

Notas

1Azcuy Ameghino, Eduardo: El latifundio y la gran propiedad colonial rioplatense, FG Cambeiro, Buenos Aires, 1995 y Martínez Dougnac, Gabriela: “Justicia colonial, orden social y peonaje obligatorio”, en AAVV: Poder Terrateniente, relaciones de producción y orden colonial. García Cambeiro Ed., Buenos Aires, 1996.

2Gelman, Jorge: Campesinos y estancieros. Una región del Río de la Plata a fines de la época colonial, Ediciones Libros del Riel, Buenos Aires, 1998, pp.194-198. Salvatore, Ricardo y Brown, Jonathan: “Trade and proletarianization in Late Colonial Banda Oriental: Evidence from the Estancia de las Vacas, 1791-1805”, en Hispanic American Historical Review, 67:3, 1987, pp. 431-459.

3Sánchez Zinny, E. F, La guardia de San Miguel del Monte (1580-1830), Monte, Municipalidad, 1979 [1939], p.59.

4Garavaglia, Juan Carlos: Pastores y labradores de Buenos Aires. Una historia agraria de la campaña bonaerense (1700-1830), Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1998, p.195.

5AECBA, Serie IV, Tomo IV, p. 344.

6AGN IX, 19-4-1.

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