El efecto de la eliminación de las retenciones en el sector agropecuario
Contrariamente a lo que mucha gente cree, la eliminación de las retenciones no solo perjudica a los sectores no agrarios de la economía nacional, sino que tienen un efecto negativo para un porcentaje nada despreciable de la agroindustria. Un análisis superficial demuestra que dentro del mismo sector agrario existen ramas productivas que no sobrevivirían sin la apropiación de una parte de la renta diferencial que producen los cereales y las oleaginosas.
Por Nicolás Davite y Camilo Robin (OME-CEICS)
Qué hacer con las retenciones a las exportaciones agrarias es una pregunta que parece tener hoy, en el discurso de los candidatos, una respuesta fácil. Se viene, entonces, el fin de la “discriminación” al campo, en beneficio de los sectores no agrarios, aunque los asesores económicos de los candidatos que quedan en carrera hayan relativizado las expresiones más estridentes. En efecto, tanto Bein (asesor económico de Scioli)[1] como el propio Macri[2] le bajaron el tono a la apuesta y en sendos casos se baraja eliminar este impuesto a todos los cultivos exceptuando la soja, a la que se la dejaría en el 25%. Buena parte de la ilusión detrás de la reducción de las retenciones a la soja es la creencia en que la burguesía rural vendería lo que hoy está en silos, aceitando la economía con dólares frescos.
Lo que no parecen tener en cuenta estas propuestas son los efectos “positivos” (para la acumulación, se entiende) que tiene el desacople del precio internacional que ejerce la alícuota con respecto al mercado interno, y la incidencia que esta diferencia de precios tiene en los “complejos” maicero, sojero, harinero, lechero y cárnico.
Vacas, gallinas y precio mundial…
En el caso de la producción de carnes (vacunas y aviares), el feedlot y el galpón demandan una alimentación a base de maíz y soja. Pero también la industria aceitera requiere de soja barata. El grano de soja paga 35% de derechos de exportación, mientras que sus principales derivados, el aceite y las harinas, 32%. En el caso del poroto en bruto, esto permite a sus industrias derivadas gozar de un precio interno protegido, lo que redunda en mejoras de competitividad. Gracias a esto y a las ventajas productivas tradicionales del agro pampeano, el sector es uno de los principales exportadores mundiales de aceite y harina de soja, jugando siempre en las primeras posiciones junto a Brasil y EE.UU. en cuanto al volumen de producción.[3]
Este diferencial de precios no solo beneficia a las aceiteras. En los últimos diez años la producción/exportación de carne aviar experimentó un crecimiento que va casi en paralelo con las primeras. O sea, la alícuota sobre el poroto permite a los molinos tener una ventaja al procesarlo internamente, al tiempo que las retenciones sobre aquello que estos producen (aceites, biodiésel y harinas de consumo animal) redunda en un subsidio indirecto a las actividades que demandan estos productos, desde la industria procesadora de alimentos, energéticas y la producción de aves, vacunos y demás. El fenómeno se hace más importante cuando al lado de la soja ubicamos al maíz, cuyo impacto en la actividad lechera es muy sustantivo, igual que en la industria de golosinas, bebidas y toda una gama de alimentos que utiliza jarabe de maíz. Demás está decir, que el precio del maíz también tiene su impacto en los aceites comestibles.
…en un contexto de crisis
Todas estas actividades, recuerde lo que hemos escrito sobre Cresta Roja en el último número de El Aromo, ya están en crisis, de modo que la situación puede empeorar con las medidas previstas. En efecto, si la baja de retenciones y la eliminación de los ROES (propuesta por los dos candidatos a presidente de la nación) también afectará a la situación de muchos tambos, puesto que dicha medida tendrá como consecuencia la suba de los precios del maíz, este es solo uno de los tantos factores que perjudican a la actividad. La producción tambera, además se ve afectada, por otros condicionantes:
* El derrumbe del precio internacional de la leche en polvo (que ahora oscila entre los U$S 2.500 y U$S 2.900 por tonelada, pero que tuvo picos de U$S 5.000 hace un año y medio)
* Mercado interno sobrestockeado.
* Precio de la leche cruda por debajo de los $ 2,50, casi un peso menos que hace 6 meses.
* Conflictos interburgueses en torno al precio de la leche.
* Altos costos en el transporte, por el precio del petróleo, uno de los más altos de la región.
* Inicio de la temporada “baja” (el calor reduce entre un 20% y un 25% la producción de leche).
* El precio de los arrendamientos, que compiten con la soja.[4]
Desde hace 20 años que el sector viene protagonizando un proceso agudo de concentración y centralización. Se entiende, entonces, que se hable de la desaparición de nuevas camadas de tamberos.
Lo mismo de siempre
No se trata entonces, de una simple “liberación” de la producción del peso “opresivo” del Estado, como felizmente parecen creer los candidatos. La crisis de la economía argentina es mucho más que eso. Es un nuevo choque contra los límites históricos de un país cuyo único mecanismo de compensación importante al retraso de la productividad del trabajo es la renta diferencial. Cuando esta se agota, el sistema comienza una contracción evidente, no sólo en los sectores no agrarios sino en lo que se supone que es la proyección lógica de la producción agraria, la agro-industria.
No obstante, no alcanza con señalar este punto ya que aún en su mejor momento, en los años de oro del kirchnerismo, la renta solo alcanzó para devolver al país a un equilibrio no demasiado alejado de los años ’90. La renta ha perdido, aun en su nivel más alto, su carácter compensatorio para transformarse en un simple paliativo temporal. Se acabaron las épocas en las que la simple apropiación de la renta podía pensar la reconstrucción del conjunto de la economía nacional. Hoy lo que está en juego es la misma experiencia nacional, a menos que se piense como parte de un continente mayor.
[4]Información tomada de http://goo.gl/OxI76K; http://goo.gl/ZNhlbf y http://goo.gl/jGOMWD