¿Y la cobertura social? Los recortes del gasto social y las dificultades de la economía yanqui

en El Aromo nº 62

a62_supermanDamián Bil
OME-CEICS

Hace semanas, al estilo de la serie televisiva 24, se cerró otro capítulo de la crisis de EE.UU. Luego de un debate mediático entre los obamistas y la derecha republicana del Tea Party, y de una cuenta regresiva hacia el default, sobre la hora se logró un acuerdo. Una de las medidas claves es el aumento del tope de emisión de deuda hasta los 16,7 billones de dólares, que habilitó una inmediata emisión por 500 mil millones.1  Nuevamente, se pateó la pelota para adelante. Es decir, se postergó el problema sin resolverlo, mostrando que la crisis llegó a su momento estatal y promete recrudecer.2  Diversos elementos se encargaron de evidenciar esta endeblez. Uno de ellos fue que la calificadora Standard & Poor’s rebajó la nota de la deuda, lo que repercutió en la caída de las principales bolsas del mundo. Otro se vislumbra en la devaluación del dólar como forma de incentivar la industria local y de descargar el costo de la crisis sobre los trabajadores (como en Argentina) y en parte sobre los acreedores yanquis. Ello provocó la reacción de China, que sostiene virtualmente a los EE.UU. y es su principal acreedor con 1,2 billones de divisa en reservas, que amenazó con reducir su compra de bonos del Tesoro.3

El segundo basamento del pacto está en el déficit estatal. La “catastrófica claudicación de Obama”, como denominó Paul Krugman, implica un compromiso de fuerte reducción en áreas sensibles para la población.4  Durante la próxima década se deberá reducir como mínimo en 917 mil millones de dólares el déficit. Aunque un tercio de esos recortes serían en defensa, no se imponen límites a los gastos de ocupación de Afganistán e Irak. También se permitirían gastos de “emergencia”, lo que posibilita partidas discrecionales para la “seguridad nacional”.5 En cuanto al área social, si bien algunos medios señalan que se intentará mantener la partida de salud y previsional, otros afirman que el grueso de los recortes recaerá sobre esos sectores, incluidos el Medicare y el subsidio a la alimentación.6  Esto es particularmente grave: según la periodista Amy Goodman, uno de cada ocho norteamericanos depende de los cupones alimentarios del gobierno. Obama, meses antes del conflicto, había puesto manos a la obra y elevó la propuesta para podar 2.500 millones de dólares del Programa de Asistencia Energética a Hogares de Bajos Recursos, que brinda calefacción a un amplio sector de la población más necesitada.7

Los keynesianos, ofuscados, plantean como salida la expansión del gasto social a expensas de mayores impuestos a los millonarios. Lo llamativo es que un nutrido grupo de magnates también se habrían vuelto keynesianos y solicitaron un aumento de los impuestos a su patrimonio como “aporte patriótico”.8  Parece ser que todo es cuestión de buena voluntad. De hecho, se tendió a ver la decisión del recorte como una disputa entre el “progresismo” de Obama y el conservadurismo del establishment, sin ponderar que ambas partes del acuerdo son expresión de un problema en las bases económicas, con centro en el propio Estado. El problema no son los impuestos o la distribución, sino los frágiles cimientos de la economía norteamericana.

Una tijera de doble filo

La intervención del gobierno mediante el gasto social se incrementa de manera sostenida desde fines de la década de 1960. La seguridad social (que incluye jubilaciones y pensiones) y los programas de salud son los rubros que más crecieron desde los ‘70. El seguro al desempleo, históricamente sin relevancia, creció casi en un 200% en los últimos dos años, hasta los 139 mil millones de dólares. Esto es consecuencia del elevado desempleo que, desde 2008, se mantiene sobre el 9%, nivel solo superado en la crisis de comienzos de los ‘80. Otros programas vinculados, como la asistencia alimentaria, también se duplicaron en los últimos cuatro años. Estos rubros absorberían dos tercios del ajuste proyectado.

El motivo del incremento del gasto, que representa casi el 50% de los egresos del gobierno, no es fruto de la bondad de las sucesivas administraciones. En realidad, gran parte de las partidas gubernamentales tiene como objeto compensar el estancamiento de la tasa de ganancia del capital norteamericano desde inicios de los años ‘70 (solo interrumpida por un pico en 2006).9  Ese estancamiento fue acompañado por la depresión del salario real. El Estado, mediante el gasto social como forma de salario indirecto, se encargó de sostener cierto nivel de vida de la clase obrera, incluso de la sobrepoblación relativa. De esta manera, el incremento del gasto social dio aire al consumo, que benefició a sectores de la burguesía dándoles un cauce para la situación de sobreproducción. Esta se agudizó a partir de la crisis de mediados de la década de 1970. Más allá del gasto público, la estructura de consumo sustentada en el incremento del capital ficticio colapsó en 2008, sin lograr una recuperación de la competitividad. El proyectado recorte muestra nuevos ataques a la clase obrera para afrontar la crisis y, a su vez, la incapacidad de un estado quebrado para encauzar la economía sobre la misma lógica.

Eat the rich

Otro elemento que se utilizó desde Reagan para sanear la anemia de la acumulación fue el descenso de la carga impositiva sobre el capital. Pero esa vía tampoco resultó exitosa. Si bien la masa de ganancias tuvo un fuerte incremento a mediados de esta década, luego volvió a caer. Más importante aun es que la tasa de ganancia no ha logrado recuperarse de manera sostenida. El problema de fondo es que la industria de EE.UU. no consigue recuperar su competitividad incluso en su mercado interno, donde las mercancías asiáticas ganan cada vez más espacios. A pesar de los estímulos reseñados, la productividad no se recuperó e incluso aplazó su progreso. Por añadidura, los niveles de producción y la capacidad utilizada registraron caídas durante 2011.10  Se plantea como escenario el ingreso en una nueva recesión. La economía de los EE.UU. no puede recomponerse, a pesar de las burbujas que la tuvieron con respirador artificial durante las últimas décadas. La expresión de ello salta a la vista: endeudamiento, presiones devaluacionistas, deterioro de los indicadores sociales y la bancarrota de las políticas públicas (keynesianas o liberales) para revertir la situación.

Ante esto, los planteos redistribucionistas que piden impuestos para los “ricos” no tienen viabilidad para reestructurar la economía yanqui. Como sabemos, acá en Argentina, el ajuste y la reducción del déficit son una confesión de la gravedad de la crisis. El aumento de impuestos sobre una ganancia deprimida solo pondría en evidencia la recesión, sin ningún beneficio para la población trabajadora. Ante un rojo en la cuenta de gasto social del orden de los 300 mil millones de dólares anuales (casi el PBI de la Argentina), es ilusorio suponer que una mayor carga tributaria se destinaría a ese renglón. De hecho, fue el primero en ser sacrificado por el progresismo gringo.

En términos capitalistas, el problema de fondo no son los impuestos o el consumo, sino la dificultad de la economía norteamericana para recuperar niveles adecuados de rentabilidad en estas condiciones. Por eso, tanto demócratas como republicanos, con o sin impuestos, se aprestan a descargar nuevamente la crisis sobre la población trabajadora. Los recientes sucesos de Wisconsin ponen un manto de duda acerca del margen de maniobra de los chupasangres de siempre.

Notas
1 Ieco, 3/8/2011.
2 Un análisis de los mecanismos de la crisis en Kornblihtt, Juan: “Crisis general”, El Aromo, n° 38, 2007.
3 Ieco, 03/08/2011 y Wall Street Journal (WSJ), 05 y 08/08/2011. Para entender la relación China-EE.UU., véase el artículo de Bruno Magro.
4 The New York Times, 2/8/2011.
5 WSJ, 1/8/2011.
6 Ieco, 03/08/2011; La Arena 04/08/2011.
7 Rebelión, 18/2/2011; y Wabi TV-5, 15/08/2011.
8 Infobae, 22/8/2011.
9 Ver entre otros Moseley, Fred: “Teoría marxista de las crisis y la economía de posguerra de los EE.UU.”, en Razón y Revolución, n° 14, 2005; el debate sobre la crisis en Razón y Revolución, n° 15, 2006; Tapia Granados, J.: “Statistical evidence of falling profits as cause of recession: a short note”, Universidad de Michigan, marzo 2011.
10 Datos de la Federal Reserve Board, y en Kliman, A.: “Double-A-Plus Debt and the Double-Dip Recession Threat”, 16/8/2011.

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