Recientemente estrenada, Paco… se centra en la historia de Francisco Blank (Tomás Fonzi), un físico cuántico, hijo de una senadora nacional (Ingrid Blank, personificada por Esther Goris), que se hace adicto a esa droga y empieza a conocer el mundo que la rodea. No es casual que el nombre de la película sea el mismo que el título de un estudio realizado por el ARI, en septiembre de 2006. En efecto, el director, Daniel Rafecas, sostuvo en entrevistas a los medios que utilizó un “excelente informe sobre el Paco presentado por Lilita Carrió”.1 La película se estructura en dos relatos temporales que se entrecruzan. Uno de ellos muestra el momento del estallido de una cocina de cocaína en una villa porteña, donde el protagonista es detenido por la policía de manera inmediata; el otro detalla los acontecimientos que llevan a Francisco (apodado Paco) a la adicción y el hecho por el cual decide colocar una bomba en la cocina.
De visita en la Casa Rosada, y al no poder conversar con su madre quien se encuentra realizando entrevistas en pleno contexto electoral, Paco estrecha un vínculo afectivo con Nora (Charo Bogarín), una empleada de limpieza. Es ella quien lo lleva a su casa, ubicada en una villa porteña y frente a una cocina, y por quien conoce el paco. El suicidio es el desenlace de Nora luego de llegar a una situación degradante en la cual se prostituye para conseguir nuevas dosis. Francisco, por su parte, organiza su venganza y coloca una bomba en la cocina, conseguida a partir de su intercambio por ladrillos de cocaína en la ciudad de Johannesburgo (Sudáfrica). Por este motivo, es acusado en los medios de pertenecer a una guerra entre narcos y encarcelado. La senadora utiliza su poder político para sacarlo de la cárcel e internarlo en un centro de rehabilitación, a cargo de Nina y Juanjo (Norma Aleandro y Luis Luque). En el internado conviven adictos a diferentes drogas y se establecen reuniones grupales para hablar sobre las posibles causas que los llevaron a su consumo. Pasado un tiempo en el cual ya no son visibles las necesidades de consumo, los ahora ex adictos comienzan una nueva etapa, la ambulatoria, por la que se reinsertan en la sociedad. En ese contexto, Francisco decide declararse culpable de la explosión. Si bien la película plantea la vinculación de la policía y la política en las redes de narcotráfico, no lo desarrolla de manera sustancial. Su objetivo es mostrar el mundo del paco y el problema de las adicciones en un sentido más general, con el propósito de identificar a los responsables y presentar una solución.
Todos somos culpables (excepto la burguesía)
El film presenta al paco como un problema de adicción que afecta a todas las clases. Tanto Francisco, un chico de clase media, como Nora, obrera, son adictos. Esta condición los iguala de algún modo en tanto consumidores. Sin embargo, se pone en evidencia que se trata de la droga de los más pobres en la medida en que su producción y venta se identifica con la villa. Al mismo tiempo, Nora es quien “lo lleva” a Francisco a su casa y le hace conocer el paco. Sorprendida al conocer este mundo, la senadora le dice a su asesor que el paco es “una droga de exterminio, diseñada claramente para terminar con una clase social con la que no se sabe qué hacer”. Es decir, se presenta el problema en un primer momento bajo la forma de la conspiración de alguien que no se sabe bien quién es. Posteriormente, y de manera descarada, gira su argumento culpabilizando a los consumidores. Pues Raúl (Gabriel Corrado) le contesta que “mientras haya consumidores va a haber narcotráfico”. De este modo, acuerdan que la lucha debe realizarse contra la drogadicción para prevenir y no contra el narcotráfico. Desde esta perspectiva, la demanda de droga sería la que genera su propia oferta. En consecuencia, la película propone una idea burda que tiende a invertir la lógica del capital y, por lo tanto, a desplazar el papel que la burguesía tiene como inversora en la producción de una mercancía, en este caso, el paco, negándole así toda responsabilidad.
El problema de las adicciones, según el film, sólo puede ser resuelto por uno mismo. Esta visión la personifica el cura Julián (Lalo Pasik) al señalar que “el hombre debe conocerse así mismo” y para hacerlo “cada uno de nosotros debe encontrar su manera, su camino”. Al mismo tiempo, el director propone una mirada posmoderna de la realidad en la medida en que la realidad no existiría por fuera del hombre. Esto se evidencia en la escena en la que Francisco sostiene que “la física cuántica dice que el átomo no tiene sustancia, (…) que es el observador el que decide y el que fija o modifica la realidad con su observación (…). El observador crea lo que ve. No existe lo que llamamos materia”. A pesar de que Pedro, el rockero, lo interrumpe mostrando cierto grado de materialismo al imputarle que “si viene un bondi te corrés”, la película no parece prestarle demasiada atención. La resolución del debate la posee el cura puesto que más allá de las teorías y los libros, la divinidad “se siente acá”, golpeándose el pecho. Se elige, de este modo, el peor camino para identificar y enfrentar los problemas: la negación de las determinaciones materiales. Lo que somos no tiene nada que ver con la sociedad actual y las relaciones que le dan un orden. Siguiendo con esta línea argumentativa, los obreros, los pobres, los enfermos, los desgraciados, los solos, los tristes, son lo que son simplemente porque así lo eligieron (o no eligieron el camino adecuado).
Carrió y la revolución moral
La mirada que plantea la película acerca de cómo prevenir las adicciones presenta una serie de supuestas limitaciones propias de la actualidad, puesto que las instituciones en general y del Estado en particular no ayudarían en nada a la solución del problema. El Estado por su ausencia, las instituciones por corruptas. Dicho abandono es reflejado en las granjas de rehabilitación dependientes del ámbito estatal. En efecto, dos miembros pertenecientes a una de ellas se habían escapado debido a que uno de ellos era golpeado por una banda interna. La escena se caracteriza por la inexistencia de personal ya sea de seguridad, limpieza, psicólogos o coordinadores. Por su parte, el mismo centro de rehabilitación al que asisten luego los adictos, una ONG, es presentado por la película como corrompido. Juanjo, presionado por una integrante para que no informe a su padre que había consumido un porro en una de sus oportunas salidas, se deja realizar sexo oral por ella. Cuando este conflicto estalla y Nina se entera no lo sanciona puesto que, bajo ningún aspecto, quebrantaría esa asociación casi “familiar”. Ahora bien, si el Estado y las instituciones sociales no ayudan, ¿cómo se resuelve el problema?
Todo dependerá de la ética del individuo. En este sentido, la película corporiza en algunos personajes el modelo de moral a seguir. Francisco asume la responsabilidad por las víctimas de su atentado, en una actitud casi heroica, y decide declararse culpable. Su madre, la senadora, bajo ningún aspecto le niega esta posibilidad a sabiendas de que podría significar su muerte política, en una coyuntura electoral. Por el contrario, le pide que retrase su testimonio para estar un día con él. Por su parte, Nina, quien fuera una ex adicta, entiende que ha logrado satisfacer su deuda moral ayudando a personas adictas. Sin embargo, otros no tuvieron igual suerte, como Nora, que habría elegido quitarse la vida. En consecuencia, todo queda librado a la decisión y moral propia. Se deduce, de este modo, que la política corrupta carente de ética debe dejar lugar a otra que siga el bien moral. Así, el carácter místico y ético que propone la película para encontrar el camino y la solución a los problemas se condicen con dos aspectos fuertemente vinculados al discurso de Carrió.
Una caracterización falsa, una solución burguesa
Si el problema es de uno mismo, la solución recaerá en uno mismo. Ese es el mensaje de la película. Esta causalidad individual niega el carácter social y, por ende, su determinación real: la crisis del capitalismo y, consecuentemente, la tendencia a la descomposición social. Por este motivo, la razón por la cual los más pobres consumen paco aparece en un primer momento en la película bajo la forma de una teoría conspirativa. Sin embargo, la crisis económica es la que no propone un horizonte provechoso para estas fracciones de la sociedad y, por lo tanto, tampoco hace falta mantenerlos física y mentalmente sanos. Probablemente por ello, el consumo de paco se haya masificado a partir del 2001, sobre todo en niños y adolescentes, provenientes del pauperismo consolidado. Algo que ha generado una gran preocupación para sus padres, como lo demuestra un grupo de madres residentes en la zona de Villa Lugano, quienes se dedican a escrachar a los vendedores de la droga.2 A su vez, la solución propuesta por el film remite a la recuperación de la moral individual, en primer lugar, de la sociedad misma; en segundo, de los políticos. No hay razón para pensar en un cambio social, sino sólo recuperar la ética individual existente, aunque olvidada en la actualidad. Anticipándose a las elecciones del 2011, la película propone un voto a la Coalición Cívica.
NOTAS
1 Reporter, 10/03/2010.
2 Diario Clarín, 07/11/2004.