Una reseña del libro ‘Experiencias subterráneas. Trabajo, organización gremial e ideas políticas de los trabajadores de subte’, del Colectivo Encuesta Obrera, Ediciones IPS, Buenos Aires, 2007
Por Fabián Harari – Este año, el Colectivo Encuesta Obrera editó un trabajo, producto de sus investigaciones en el IPS. El libro trabaja sobre una encuesta realizada a un universo de entre 100 y 170 trabajadores de subte, en el año 2004. Se trata de una compilación de seis artículos, dirigidos por Christian Castillo, a lo que se agrega una introducción del mismo. En ella, realiza una serie de consideraciones teóricas en las que defiende la centralidad de la clase obrera como actor político y describe, según sus hipótesis, las “reconfiguraciones” de la clase obrera a nivel mundial, luego de la década de 1990. Para ello, recurre a las afirmaciones de Ricardo Antúnez, a las que toma como verdaderas sin someterlas a crítica alguna.1 Su conclusión, que anticipa la del libro, es que se observa un abandono de la identificación con el peronismo hacia la noción de “apoliticidad”, a lo que se agregaría cierta “identidad” de izquierda. Sin embargo, esto no redundaría en el desarrollo de una conciencia clasista, debido a que aún amplias capas del universo encuestado habrían respondido considerarse “clase media”.
El primer artículo intenta analizar “las características que dan forma a una nueva militancia sindical”.2 Se pregunta allí a los trabajadores sus consideraciones acerca de los sindicatos, su opinión sobre lo sucedido el 19 y 20 de diciembre de 2001. En el segundo artículo, se hace eje en la “crisis de legitmidad”, del 2001 y su impacto en los trabajadores. Así, las preguntas se refieren a la “autodefinición política”, la tendencia de sus padres y a quién había votado en las elecciones del 2003. Luego se les pregunta qué partidos creen que representan a la clase trabajadora, si es necesario un partido propio de la clase trabajadora, si creen que el capitalismo es justo y si les parece posible un sistema alternativo. En el tercer artículo se analizan las transformaciones que se habrían producido en la organización del trabajo luego de la privatización. El cuarto trabajo busca realizar un análisis de los últimos 30 años de luchas en el subte, desde la organización de la Interlíneas, en 1975, hasta la actual lucha por las 6 horas. Introduce, por primera y única vez en el libro, la acción de los partidos. Pero se limita al PST, en los ’70, y al MAS, en los ’80. Por último, dos trabajos que están presentados como anexos metodológicos.
Ciencia vs. categorías burguesas
Lo primero que quisiéramos remarcar en el trabajo es la ausencia de delimitación de un objeto de estudio claro. No se explica qué se va a investigar, qué no, cómo y para qué. En principio uno tendería a creer que quiere examinarse la conciencia de la clase obrera. No obstante, la compilación no se refiere a la conciencia, sino a las “identidades” y “representaciones”, conceptos ambiguos propios del pensamiento burgués. La primera refiere a la expresión subjetiva del alineamiento en torno a un programa de clase, más allá de lo que el individuo diga de sí. Expresión que debe constatarse en la práctica. Las últimas son las formas en que el individuo se representa a sí mismo. Es, por lo tanto, una categoría propia del empirismo.
La segunda cuestión tiene que ver con el estudio de la conciencia. Ésta no puede estudiarse solamente a través de lo que el trabajador dice de sí mismo. En primer lugar, lo importante no es lo que la clase dice, sino lo que ella efectivamente hace. En ese sentido, un estudio de la conciencia debe comenzar por una sistematización de las diferentes acciones y un relevo de los pronunciamientos. Lo que se dice, en todo caso, tiene un peso más relevante cuando se manifiesta como parte de un enfrentamiento (volantes, periódicos, petitorios, consignas). En segundo lugar, no pueden oficiar como concluyentes declaraciones hechas durante un año. Para que esa encuesta tuviera algo de significación, habría que haberla hecho en el año 1997, en el 2000 y este año. Así, podría verse la evolución de esas opiniones y extraer algunas conclusiones más fundamentadas. Ahora bien, cuando se pregunta de dónde extrae la ganancia la empresa o si cree que el capitalismo es justo, el resultado deja de ser serio.
El tercer problema que presenta el libro es el uso de categorías burguesas con las que se intenta reemplazar al marxismo. Ya nos referimos a “Ideas y representaciones”. Éstas están acompañadas con otras no menos discutibles: “trabajadores de servicios”, “taylorismo y fordismo” o “crisis de legitimidad”. El primero es utilizado por Christian Castillo que sigue religiosamente a Antúnez para referirse a la “reconfiguración” de los trabajadores en los ’90. Ahora, bien, se trata de un concepto que no explica el problema. La división no es entre “manufacturas” y “servicios”, sino entre trabajadores productivos e improductivos. Es decir, aquellos que produces plusvalía y aquellos que se garantizan su valorización. Un camionero produce plusvalía, porque el transporte es parte de la producción. Un cajero, entonces, sí es un trabajador improductivo. No agrega valor, sólo se ocupa del cambio de manos. El trabajador de subte produce una mercancía: el transporte, además de la reparación de los vagones. No así el boletero. Mucho de lo que se llama “servicios” son simplemente formas manufactureras. Todo el problema se facilitaría si Castillo lo planteara en términos de relaciones entre clases en el proceso de producción.
Sobre “taylorismo”, ya hay bastante material escrito desde hace más de siete años, como para que todavía se insista en ello: tres tesis de Licenciatura y tres libros en la calle.3 Por último, recitando a Antúnez, Castillo explica que una de las variaciones en los ’90 es “la reducción del proletariado manual, fabril, estable…”.4 Pues bien, la introducción general de una obra debe ser muy cuidadosa en el trato de los conceptos, porque posibilita al lector la clave de interpretación de los trabajos presentados. Decimos esto, porque no se le escapa a ningún principiante que un proletariado manual nunca puede ser fabril. Las propias manos como instrumento central son propias del período manufacturero, es decir, del taller. La fábrica es un taller operado con máquinas, Marx dixit. Luego, por definición, el obrero fabril no puede ser manual.
El cuarto punto que debemos marcar es una afirmación que no surge de las encuestas, pero que es reiteradamente repetida como credo: la lucha eleva a los trabajadores a la conciencia política. Veamos. Dice Christian Castillo:
“A su vez, sus luchas tienden a transformarse rápidamente en políticas, ya que ‘obligan’ a plantear demandas para ganarse el favor de los usuarios y frecuentemente ponen en cuestión la propiedad, la función social y el rol del Estado en los servicios que hoy explotan las empresas privadas5”
Esta afirmación no está demostrada. Al contrario, el 44% de los trabajadores cree que Kirchner está haciendo un buen gobierno y el 40% de los trabajadores de subte lo votó en 2003, cuando el candidato sacó el mísero 23%. Hay aún una afirmación menos prudente:
“La incipiente recuperación de la democracia directa en el lugar de trabajo [por el cuerpo de delegados] llevó a los trabajadores a una confrontación de fuerzas entre clases con intereses antagónicos, haciendo explícito el elemento constitutivo del sistema capitalista: la lucha entre el salario y la ganancia”.6
En primer lugar, no se trata de un problema de democracia contra burocracia. El delegado combativo es también un “burócrata”, sólo que al servicio de las condiciones de vida de los trabajadores. Como contrapartida, formas democráticas pueden dar lugar a decisiones favorables a las patronales. Desde 1996 hasta el año 2000, el cuerpo de delegados, elegido por la base, estaba conformado por 20 delegados de la UTA y uno sólo de izquierda (véase nuestro trabajo en este mismo suplemento). Ahora bien, si los elementos constitutivos del capitalismo pueden entenderse vivenciando una huelga, entonces, Marx perdió años de su precioso tiempo: le hubiera bastado sumarse a una de las tantas que se hubo en Londres, en esos años. Ahora bien, la lucha en la fábrica no permite al trabajador comprender el enfrentamiento de clase, porque se lucha por los términos de la explotación. La comprensión de las “fuerzas entre clases” sólo puede darse afuera del lugar de trabajo y es tarea del partido político. Por último, el “elemento constitutivo” no son el “salario” y la “ganancia”. Éstas son categorías burguesas que niegan la explotación. Supongo que no hace falta que se explique. Sinceramente, hubiera preferido no tener que hacer este señalamiento.
Quería dejar para el final la crítica más importante: la ausencia del factor político. En primer lugar, catalogar a la insurrección como “crisis de legitimidad” supone que lo que estaba en juego era un problema puramente institucional (la forma política) desestimando la lucha de clases. En segundo lugar, en ningún momento aparece la acción de los partidos. Puede pensarse que no están, pero nuestro estudio demuestra que son una fuerza creciente. En el texto, los trabajadores parecen crear sus organizaciones. La conciencia parece brotar, entonces, en forma autónoma. O a partir de la “experiencia”, con lo que suponen que los trabajadores tienen la facultad de procesarla en un sentido progresivo, sin la acción de nadie. En ningún momento se señala el factor de dirección. Si esto es así, si las luchas pueden remitirse a las fábricas, ¿para qué necesita un partido la clase?
El caso de las seis horas es un ejemplo, porque las discusiones comienzan en 1997, a partir de la acción de un delegado: Carlos Pérez. En un artículo se lo cita y se utilizan sus testimonios. Sin embargo, en ningún momento se explicita su militancia (es miembro del Partido Obrero). El proyecto fue presentado por el entonces legislador Jorge Altamira (véase también nuestro trabajo). De hecho, para describir las luchas, toman a Prensa Obrera. Al relatar la influencia del 2001, nombran a Zanón como factor de influencia (Brukman y las asambleas populares son posteriores). Dejan afuera el fenómeno político que protagonizó la rebelión: el movimiento piquetero. No hacen ninguna mención de los meses anteriores a diciembre cuando el país estaba en vilo por los cortes de ruta nacionales. El mismo problema lo repiten con las movilizaciones a la legislatura: decir que estuvieron las asambleas populares, Zanón y Brukman es faltarle el respeto al resto de las organizaciones políticas y sindicales que nutrieron las marchas. De hecho, Pérez (que no era de Brukman ni Zanón, sino del cuerpo de delegados) fue golpeado hasta sufrir un ataque de epilepsia.7 Este hecho también formó parte de esa “experiencia” obrera. Pero, claro, era uno de “la contra”. El PTS no quiere nombrar al movimiento piquetero ni a los partidos rivales (PO y MST). En afán de una disputa faccional, despliega una mezquindad que le impide desarrollar un conocimiento serio.
Notas
1Véase Antúnez, Ricardo: ¿Adiós al trabajo? Ensayo sobre las metamorfosis y el rol central del mundo del trabajo, Editorial Antídoto, Buenos Aires, 1999.
2Colectivo Encuesta Obrera: Experiencias subterráneas. Trabajo, organización gremial e ideas políticas de los trabajadores de subte, del Colectivo Encuesta Obrera, Ediciones IPS, Buenos Aires, 2007, p. 19.
3Véase Kabat, Marina: Del taller a la fábrica, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2005; Pascucci, Silvina: Costureras, monjas y anarquistas, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2007; Bil, Damián: Descalificados, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2007. En particular, véanse dos artículos: Kabat, Marina: “Lo que vendrá. Una crítica a Braverman a propósito de Marx y la investigación empírica” y Sartelli, Eduardo: “Para comer una hamburguesa. El estudio de los procesos de trabajo, el debate Braverman y el fast food en Argentina”, ambos en Razón y Revolución n° 7, verano 2001
4Colectivo Encuesta Obrera: op. cit, p. 12.
5Idem, p. 9.
6Ibidem, p. 41.
7http://www.clarin.com/diario/2002/10/25/s-04301.htm.