El origen de un mito – Jonathan Bastida Bellot

en El Aromo nº 95

mitosEl origen de un mito. Una historia de las visiones sobre el capital extranjero en Argentina

El nacionalismo y sectores de la izquierda caracterizaron al capital extranjero como un factor de dependencia y atraso económico. Esta no es una posición estática, sino que surge a fines de los ’30 y coincide con problemas en la acumulación capitalista.

Jonathan Bastida Bellot

GIHECA-CEICS


En general, se relaciona el atraso de la Argentina a la presencia del capital extranjero. No solo el nacionalismo filo-peronista, sino también la izquierda levanta la idea de que este fenómeno, personificado en los monopolios internacionales y en sus socios internos, constituye una traba para el pleno desenvolvimiento del capitalismo. Noción cara a Lenin, quien planteaba que en la etapa imperialista la economía mundial estaría dominada por los monopolios, encargados de saquear a las naciones menos favorecidas.

Aquí, las diferentes corrientes que se reivindican marxistas retomaron estos argumentos (Milcíades Peña y Víctor Testa, Fuchs, Ciaffardini, Braun, entre otros).1 La consecuencia de pensar a la Argentina como un país cuyo desarrollo está trabado por las exacciones del capital monopolista extranjero lleva a estas corrientes a un mayor o menor grado de conciliación con la burguesía.

De todas formas, hasta los años ’30 esta no era la posición mayoritaria en el país. Veamos cómo surge la noción que asocia al capital extranjero con los límites de la acumulación en Argentina.

 Si quieren venir, que vengan

En el período de consolidación del Estado y de expansión del capitalismo local, la burguesía impulsó la llegada de capital en cualquiera de sus formas: dinero, equipos y sobre todo fuerza de trabajo. Uno de los representantes de la burguesía más influyentes en esta primera fase fue Alberdi. Fomentó el arribo de migrantes y de capitales europeos, atribuyéndoles un papel progresivo a nivel económico y político. Años después, el estímulo oficial y el consenso general a la entrada de inversiones (principalmente británicas) hasta las primeras décadas del siglo XX, dieron como resultado la construcción de una infraestructura productiva de ferrocarriles, usinas eléctricas, puertos, tranvías, frigoríficos, etc.; y permitieron dotar de maquinaria y equipos a la industria argentina, tanto la de base urbana como al agro pampeano. En gran medida, ese fenómeno estuvo detrás del gran impulso que tomó la economía nacional en este período, al calor de su ingreso al mercado mundial como productor agrario de peso.

Sin este ingreso de recursos (capitales británicos, franceses, belgas y norteamericanos, entre otros; obreros españoles e italianos), difícilmente se hubiera alcanzado la performance económica del período de preguerra. El capitalismo argentino crecía en extensión y profundidad, y la inversión extranjera era partícipe de ese proceso. Para dar algunas cifras de la evolución económica, la población se incrementó de un millón de habitantes en 1850 a 8 millones en 1914. El PBI creció en el mismo lapso diecinueve veces. Las líneas de ferrocarril pasaron de 2.500 kilómetros y un transporte de 773 mil toneladas en el año 1880 a 33.510 kilómetros con 33,5 millones de toneladas de carga en 1914. Asimismo, diversos capitales extranjeros encontraban un mercado atractivo como proveedores de modernas máquinas para la industria argentina. Por ejemplo, la americana USMCO instaló una sucursal de ventas en 1903 para proveer a los burgueses de la rama del calzado con la última tecnología disponible. Lo mismo hicieron los proveedores internacionales de equipos para la industria gráfica: varias casas importadoras distribuían las más variadas máquinas (incluso las inmensas rotativas para diarios) de reconocidos fabricantes alemanes, franceses, británicos y norteamericanos. A los industriales de maquinaria agrícola yanqui poco les importó que la producción cerealera argentina se tecnificara y compitiera con muchas ventajas a los capitalistas agrarios norteamericanos, y se dedicaron a vender alegremente los equipos para los burgueses pampeanos.. La IHC desde 1883, Case desde 1890 y Avery Sons en 1911 son algunos de los tantos fabricantes que proveían directamente o por agentes importadores al creciente mercado de implementos agrícolas argentinos.

Un informe de mediados de siglo de CEPAL señalaba que en 1914 las inversiones extranjeras representaban la mitad de las existencias del país.2 Los inversionistas británicos contaban con 80% del sistema ferroviario, la mayor parte del tranviario y servicios públicos, y algunas plantas de preparación de carnes.

En este contexto de euforia por la sensación de un “destino manifiesto” para la Argentina los analistas más lúcidos de la burguesía, como Alejandro Bunge, sostenían que la instalación del capital extranjero, bien orientada, podía contribuir al despegue de las fuerzas productivas y avanzar hacia una suerte de autonomía económica.3 Para este autor, la ley Mitre (que entre otras cosas garantizaba una ganancia mínima a las empresas ferroviarias) representaba “uno de los éxitos más grandes alcanzados por la legislación económica argentina”. Además, relacionado con el surgimiento de intereses industriales domésticos, consideraba que, si bien la relación complementaria con la economía británica había sido beneficiosa hasta la primera década del siglo XX, era necesaria una “nueva economía” centrada en la conquista del mercado interno. Es decir, se plantea un primer conflicto con la producción foránea. Para este período, en el pensamiento progresista o de “izquierda”, también se señalaba que la inversión extranjera había cumplido un rol progresivo en el plano económico al permitir el desarrollo de las fuerzas productivas, aunque a costa de reducir la independencia política (Juan B. Justo) o incluso de convertir al país en un apéndice de Inglaterra (Ingenieros).

Presencia no grata 

La Primera Guerra Mundial y luego la crisis del ’30 echaron un manto de dudas sobre la posibilidad de un crecimiento económico ininterrumpido. En ese contexto, todos los Estados tomaron medidas proteccionistas y se alteró el funcionamiento cotidiano del mercado mundial. La Argentina no fue la excepción. Así, se dieron las condiciones para la expansión de capitales industriales mercado-internistas, pequeños en términos internacionales. En el escenario de la crisis y con las primeras manifestaciones de los límites de la acumulación en el país, había que echarle la culpa a alguien. La primera crítica importante al capital extranjero en sus aspectos económicos provino en estos años de FORJA, fundada en 1935 y vinculada al radicalismo. Entre otros, la conformaban Arturo Jauretche, Homero Manzi, Oscar y Guillermo Meana, Gabriel del Mazo y el tristemente célebre General Dellepiane. Este grupo nacionalista acuñó la frase de “Estatuto del Coloniaje” para definir al sistema de medidas económicas y sociales tanto a nivel interno como externo impuestos durante la Década Infame. Entre ellos estaban el Pacto Roca-Runciman, por el cual el gobierno argentino consiguió mantener pequeñas cuotas de exportación de carne frente a la decisión del gobierno británico de dar preferencia a los países del Commonwealth, dando a cambio toda una serie de concesiones para los ingleses en el país. También se denunció la creación del Banco Central con representantes de bancos extranjeros y la organización de la Corporación de Transportes de Buenos Aires para garantizar la ganancia a las ferroviarias inglesas, entre otras. Para los forjistas, toda una batería de medidas que suponían la imposición de una tiranía económica para el capital extranjero y la oligarquía local aliada al mismo.4 Esta noción será desarrollada luego por Scalabrini Ortiz, quien sostenía que la presión del imperialismo británico se traducía en la incapacidad de superar la producción agraria, trabando el desarrollo industrial.5 Con algunos matices, lo mismo que piensa la gran parte de la izquierda, 80 años después.

Haciendo trencito con el capital

En los ’40, estas corrientes se plegaron al golpe militar de 1943 y luego se constituyeron como ideólogos de la doctrina peronista, como el propio Jauretche. Poco después, estos principios fueron las bases de programas como el de liberación nacional, enarbolado entre varios otros por la empresarial Confederación General Económica, que sostenía que el principal escollo para el desarrollo económico del país estaba en el imperialismo y en el extranjero. Es decir, asumía como antagonismo principal un interés supuestamente nacional contra el “mal exterior”, llamando a los trabajadores a colaborar con los empresarios locales y diluyendo el problema de clase.6 Estrategia que, por ejemplo, llevó a la derrota de 1976.

En definitiva, mientras el capitalismo argentino se expandía el grueso de la burguesía saludaba, aunque con matices, el ingreso de inversiones extranjeras. Pero una vez que asomó la crisis y la estructura mostró los primeros síntomas de agotamiento, los capitales más débiles, de carácter mercado-internista, reclamaron su lugar atacando al agente externo. En la disputa por recursos que se volvían escasos, la burguesía local señaló a los grandes capitales como responsables de su rezago productivo, arrastrando detrás suyo a los trabajadores en una cruzada “nacional” contra el imperialismo. Como veremos en próximas entregas, estos argumentos se perfeccionaron durante las décadas posteriores a medida que el capitalismo argentino entraba en su larga crisis orgánica.

La izquierda, que dice combatir estas experiencias, comparte el mismo punto de partida filosófico en su análisis. Aunque asegura rechazarlo con un argumento voluntarista (“la burguesía nacional va a traicionar”), en la práctica este punto de partida la empuja a constantes concesiones al nacionalismo. El problema no está en el origen del capital, en una supuesta pugna nacionales vs extranjeros. Por el contrario, ambos son socios en los escasos negocios rentables y en los muchos berretas de la Argentina, enriqueciéndose a costa del sudor obrero. El problema está en el límite estructural de la economía argentina, el cual ningún burgués local o extranjero está en condiciones de revertir. Es necesario abandonar las ilusiones nacionalistas, que solo llevan a los trabajadores de derrota en derrota.

Notas

1Una crítica a estas nociones en Kornblihtt, Juan: Crítica del marxismo liberal, Ediciones ryr, 2008.

2Las inversiones extranjeras en América Latina, CEPAL, 1955.

3Bunge, Alejandro: La economía argentina, Agencia Gral. De Publicaciones, 1930.

4Véase Jaramillo, Ana (Comp.): Cuadernos de FORJA, Ediciones UNLA, 2012.

5Scalabrini Ortiz, Raúl: Política británica en el Río de la Plata, AGEA, 2001.

6Sanz Cerbino, Gonzalo: “Remeras prestadas”, en El Aromo n° 94, 2017.

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