Una respuesta para Daniel de Santis. Sobre la estrategia revolucionaria en los ‘70

en El Aromo n° 30

Por Christian Castillo* – Hemos señalado, más de una vez, la necesidad de realizar un balance sobre nuestra derrota en los años ’70. En abril, Daniel De Santis, dirigente del PRT, sentó su posición. Aquí Christian Castillo, del PTS, responde a sus acusaciones. En próximas entregas, el lector tendrá, entre otros, nuestro balance de la discusión, que queda, no obstante, abierta a todos los que quieran escribir.

Tiene su dificultad tratar de debatir con quien recurre desde el vamos al agravio gratuito y a la descalificación en vez de a argumentos. En el artículo “Guerra de clases” publicado en El Aromo Nº 27, de abril de 2006, comentando un artículo que publiqué en La Verdad Obrera, De Santis se refiere a mi persona en la siguiente forma:

“¿Castillo será consciente de lo que escribió? Lo peor es que sospechamos que sí, ya que está en consonancia con las opiniones vertidas por su Partido, el PTS, en reiteradas oportunidades […] Es la opinión de un hombre formado en la canalla morenista (por Nahuel Moreno) derrotada teóricamente en el IV Congreso del PRT en febrero de 1968 y en la práctica por las masas movilizadas del período. Estas masas rechazaron la línea pusilánime del morenismo y optaron por la línea revolucionaria de Mario Roberto Santucho y de los revolucionarios en general”.

No vamos, sin embargo, a responder de la misma forma: “ni reír ni llorar, comprender”, decía Spinoza.

De Santis se enoja porque planteo que, en la visión que realizan muchos antiguos miembros de las organizaciones guerrilleras sobre el período ’69-’76, existe una enorme subestimación de las grandes acciones protagonizadas por la clase obrera y de las tendencias a la radicalización existentes en la misma.

Aunque con diferencias entre sí, lo que he llamado el “tercer relato” se ha repetido en distintos trabajos que se han publicado sobre el período, entre los que abundan las referencias autobiográficas, donde el desafío revolucionario a la clase dominante tiende a reducirse a las acciones protagonizadas por la guerrilla. He sostenido que esta lectura, con el mérito de reivindicar la militancia revolucionaria, abona sin embargo a la visión que lo que existió fue principalmente un enfrentamiento entre la guerrilla y las fuerzas represivas y no un profundo proceso de insubordinación social revolucionaria protagonizado por la clase obrera y otros sectores populares. Por ello, he sostenido la necesidad de plantear una interpretación alternativa, que metafóricamente he llamado “cuarto relato”, no sólo porque opino que el proceso es ininteligible sin poner en el centro el gran protagonismo de la clase obrera sino porque construir un partido revolucionario, enraizado en ella, sigue siendo la tarea que tenemos por delante.

La prueba de las jornadas de junio y julio de 1975

El “cuarto relato” implica una crítica a la estrategia guerrillerista. De Santis, por el contrario, reivindica acríticamente lo esencial de la estrategia sostenida por el PRT-ERP. Obviamente tiene todo el derecho a hacerlo. Pero no lo tiene para impugnar toda crítica, y menos con el argumento que mi posición -que iguala falsamente a la de Nahuel Moreno- habría sido “derrotada teóricamente en el IV Congreso del PRT, en febrero de 1968 y en la práctica por las masas movilizadas del período”. Mal que le pese a De Santis, cualquier análisis objetivo muestra que la guerrilla, aunque de conjunto logró una importante influencia entre la vanguardia obrera y juvenil, no llegó nunca en el proceso revolucionario argentino a ser una opción compartida por la mayoría de las “masas movilizadas”. Más aún, grandes acciones de masas protagonizadas por la clase obrera se dieron a contramano de la orientación central definida por la guerrilla. Por sólo tomar un ejemplo, señalemos que el mismo De Santis reconoce esto de hecho, cuando cuenta su experiencia durante las cruciales movilizaciones que se dieron en las jornadas de junio-julio de 1975. Allí, relatando la gran jornada de lucha convocada por la Coordinadora de La Plata, Berisso y Ensenada el 3 de julio de 1975 -que culminará en enfrentamientos con las fuerzas represivas y la burocracia sindical frente a la sede de la CGT platense-, señala: “Antes de salir les pregunté a mis compañeros ‘¿qué planteo?’ […] el responsable, me dijo: ‘y, si te apuran mucho planteá las elecciones’. El Partido Revolucionario de los Trabajadores […] no tenía propuesta para la coyuntura”.1 Y en una nota al pie agrega que “Santucho desde hacía un tiempo se encontraba en el Monte tucumano. A su regreso va a dotar al Partido de la línea de la Asamblea constituyente libre y soberana, pero ya pasado el pico de las movilizaciones”.

Es decir, que en el proceso que el propio De Santis define justamente como “el punto más alto de organización e independencia de clase del proletariado argentino”2, el PRT-ERP estaba “sin propuesta para la coyuntura”, con su principal dirigente “en el Monte tucumano”, a pesar que las masivas movilizaciones obreras contra el gobierno de Isabel se venían dando desde casi un mes antes.

Esto no fue un error circunstancial, sino que estaba inscripto en la estrategia guerrillerista practicada por el PRT-ERP, que implicaba una subestimación del potencial revolucionario de la clase obrera y de la necesidad que esta ponga en pie durante el proceso revolucionario su propio partido revolucionario y organismos de doble poder del tipo de lo que fueron los soviets (consejos obreros) en la revolución rusa. De ahí que si bien los militantes de la JTP/Montoneros y del PRT-ERP participaron e impulsaron las coordinadoras (pero no sólo ellos, ya que el PST, la organización morenista, también tuvo un activo protagonismo en las mismas3), estas nunca fueron concebidas por ellos como el embrión de organismos de tipo soviético. Para el PRT lo central de su estrategia de poder era la construcción del ERP, y a esto subordinaba todo el resto de su intervención política.4 Por eso, para el PRT-ERP, la delimitación entre reformistas y revolucionarios no pasaba por sostener una estrategia y un programa basados en la independencia política del proletariado, sino por si se optaba o no por la estrategia guerrillera. Así, los Montoneros, aunque fueron parte del gobierno de Cámpora y del de Perón hasta su muerte, eran vistos como revolucionarios, mientras el PST o Política Obrera eran tildados de reformistas.

El embellecimiento de los regímenes stalinistas

El PRT-ERP, además, fue crecientemente rompiendo con toda referencia al trotskismo y adoptando posiciones acríticas de diversos regímenes stalinistas y de los partidos comunistas que los encabezaban, como el PC cubano, el Partido del Trabajo de Vietnam o el partido liderado por Kim Il Sung en Corea del Norte. El posterior pase con armas y bagajes de Mattini al “stalinismo soviético”, que De Santis critica en el libro antes mencionado, no cayó del cielo sino que fue producto de este derrotero, inverso en realidad al que realizó el “Che” Guevara, cuya experiencia revolucionaria lo fue llevando a una crítica cada vez más dura del stalinismo del Kremlin y de las propias tendencias burocráticas que se iban asentando en el proceso cubano, aunque sin llegar nunca a una teoría abarcadora del fenómeno de la burocratización, como la que formulara Trotsky respecto a la URSS, ni tampoco a una estrategia revolucionaria centrada en la clase obrera.

Este corrimiento del PRT-ERP se expresó también en la política nacional, con una búsqueda persistente de tener al PC como interlocutor privilegiado (a pesar de la condena macartista que este hacía de las acciones guerrilleras), y la adopción de una política cada vez más inequívocamente “frentepopulista”, como los llamados hechos en 1975 a formar un “frente democrático o patriótico” dirigido, entre otros, a fuerzas defensoras del orden capitalista como el PI, el sector alfonsinista del radicalismo o el ala de la democracia cristiana liderada por Sueldo.5

Pasado y presente

Digamos, finalmente, que una prueba adicional de la subestimación del papel revolucionario de la clase obrera y la necesidad de construir un partido centrado en ella, que implicó la estrategia guerrillerista, está en ver el derrotero político de quienes fueron los principales dirigentes y cuadros destacados del PRT-ERP que continuaron actuando en política: no sólo Luis Mattini, a quien De Santis critica en su libro, sino también Gorriarán6 (que encabezó la fracción del PRT que integró De Santis tras la división de 1978) sostienen por igual que estamos en una sociedad “pos-industrial” donde la clase obrera ha perdido centralidad y potencialidad revolucionaria…; por no hablar de Tumini y quienes lo acompañan como funcionarios del gobierno de Kirchner. Por el contrario, es entre quienes nos situamos en el trotskismo que tanto denosta De Santis que nos contamos quienes seguimos bregando por construir un partido revolucionario de la clase trabajadora y quienes venimos participando de su actual proceso de recomposición, retomando no sólo las mejores tradiciones del clasismo (de las que Zanon y el sindicato ceramista han sido uno de sus mejores intérpretes) sino forjando una nueva camada de dirigentes y cuadros obreros, estudiantiles e intelectuales revolucionarios que aporten a la formación de tal partido en el terreno nacional e internacional.

La organización a la que pertenezco, el PTS, hace años que rompió con el morenismo (al que caracterizamos como “centrista”), fundamentalmente con su “teoría” de la “revolución democrática” y con la ausencia en sus planteos de lo que denominamos “estrategia soviética”, sin que esto implique no tratar de rescatar lo que creemos fue correcto de lo hecho por Moreno y por los dirigentes y militantes de su corriente (y de otras vertientes del movimiento trotskista).

Como marxistas revolucionarios, la discusión sobre el “ensayo general revolucionario” del período mayo 1969-marzo 1976 no responde para nosotros a un interés académico sino a la necesidad de sacar lecciones revolucionarias de tales acontecimientos para afilar las herramientas estratégicas y programáticas en los hechos por venir. Por ello, publicaremos próximamente un trabajo centrado en el proceso de junio-julio de 1975 y el desarrollo de las coordinadoras, que incluye un análisis crítico de las posiciones sostenidas en ese proceso tanto por el PRT-ERP como por el PST. Este último, a nuestro juicio, tuvo en esa coyuntura crucial una política “democratizante”, sin plantear desde un comienzo la necesidad de la caída revolucionaria del gobierno de Isabel, ausencia común en ese momento a los planteos de las diferentes corrientes de la izquierda.7

Una última cuestión: frente a tanto quebradaje y ataque contra toda perspectiva revolucionaria comprendo, aunque no la comparta, la defensa acrítica que hace De Santis de la tradición militante en la que participó y en la que muchos abnegados y honestos militantes dejaron sus vidas luchando por sus convicciones. Sin embargo, si de lo que se trata es de construir hoy un partido revolucionario de la clase obrera, una crítica profunda de esa experiencia es indispensable. El PTS viene realizando desde sus inicios un balance superador de la experiencia morenista. De Daniel De Santis no podemos decir que, hasta el momento, haya hecho lo mismo con la trayectoria “guevarista” del PRT-ERP. Esperemos que la respuesta, si es que la hay, no sean nuevos agravios de quien ha reemplazado con la ofuscación la ausencia de argumentos.


Notas

* Dirigente nacional del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS).

1 De Santis, Daniel: Entre tupas y perros, Ediciones ryr, Buenos Aires, 2005, p. 151 (las cursivas son mías).

2 Idem, p. 155.

3 Basta mencionar su papel con delegados y activistas en Hilandería Olmos (Petroquímica Sudamericana); en Del Carlo; en distintas fábricas del SMATA; en Propulsora; Astilleros Astarsa; Rigolleau; Mattarazo; Standard Eléctric; Astilleros Río Santiago; por sólo tomar unos pocos de varias decenas de ejemplos posibles.

4 Por eso el planteo de Eduardo Sartelli, y otros miembros de Razón y Revolución, de considerar en forma halagüeña la experiencia del PRT-ERP, pero decir que se equivocó en no priorizar la construcción del partido en vez de poner al centro la construcción del ejército, es un sinsentido.

5 A tal punto Santucho va a decir que no hay diferencias antagónicas entre la propuesta del PRT-ERP de llamar a una “Asamblea Constituyente libre y soberana”, la de los Montoneros de que renuncie Isabel y se convoquen a elecciones generales en 60 días y la del Partido Comunista que proponía un “Gobierno de Amplia Coalición Democrática cívico-militar”.

6 Dice Gorrarán en sus Memorias…: “Nos encontramos frente a una situación inédita, totalmente distintas de la que existía en tiempos no lejanos (…) Hoy podemos concluir que la lucha entre el proletariado y la burguesía terminó con ‘el hundimiento conjunto de las clases en pugna’”.

7 Ni hablar de la política del Partido Comunista Revolucionario, que directamente se opuso a aquellas movilizaciones, emblocado junto al gobierno de Isabel y López Rega.

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