Por Juan Kornblihtt – Los “gordos” han vuelto a la acción. Luego de una amenaza de paro del transporte, Hugo Moyano consiguió la firma del Ministerio de Trabajo que le otorga un 19 % de aumento para sus afiliados. Situación que luego se reprodujo en similares convenios con otros sindicatos. El aumento es presentado por los sindicalistas como un triunfo que los muestra como los más capacitados para encarar la urgente lucha por la recuperación salarial. Por su parte, el gobierno plantea haber cumplido un doble objetivo: satisfacer a los trabajadores y haber puesto un techo a los aumentos que impida una escalada inflacionaria. Pero, como veremos, estos propósitos declarados no son más que la negación de los hechos. Los salarios no han subido desde el 2001 y la inflación no está bajo control. Por lo tanto, el techo salarial tiene por única función favorecer la ganancia de los capitalistas, sin traer ninguna ventaja a los obreros.
Subas que bajan
Para analizar el alcance del 19% de aumento logrado por la CGT, lo primero que se debe tomar en cuenta es cuánto representa en relación al costo de vida. No basta con analizar la cantidad de dinero recibido, sino cuánto se puede comprar con él. Si tomamos como punto de partida la devaluación del 2001, y sólo manejando datos oficiales del INDEC y el Ministerio de Economía, se ve que la canasta básica de alimentos (el mayor componente de los gastos obreros) sale un 117% más cara ahora que hace 5 años. Por su parte, los salarios en blanco habían subido hasta marzo de 2006 un 94,6%. Si se le suma el 19% logrado por Moyano se llegaría a una cifra casi similar a lo que subió el precio de la canasta básica, aunque todavía más de un 3% por debajo. El aumento, entonces, no es tal: en el mejor de los casos, se trata de mantener el poder adquisitivo del salario correspondiente a la mayor de las crisis económicas argentinas. Pero ni siquiera de esto se pueden vanagloriar: se ha pactado un “techo” salarial que no computa la inflación de este año, de modo que hacia diciembre no quedarán ni rastros de este 19%.
Con todo, estos no son los únicos límites del aumento prometido. Mientras los sueldos en blanco continúan retrasándose con respecto a la inflación, los de los trabajadores en negro pierden por goleada, igual que los empleados públicos. Los primeros recibieron desde el 2001 aumentos por un 37,3% y los segundos un mísero 25,8% (lo que muestra, de paso, lo insólito de la postura oficialista adoptada por ATE). Con estas cifras, el casi seguro aumento del 19% que recibirán los estatales y el seguramente menor que recibirán los trabajadores en negro, el grueso de los obreros argentinos ha perdido poder adquisitivo en más de un 50%.
Manta corta
Como vemos, los anuncios de aumento salarial no son más que la confirmación de que la clase obrera es la más perjudicada por la política K. Pero aunque el gobierno haya conseguido que la CGT y la CTA le den un cheque en blanco a cambio de migajas, su panorama económico está lejos de resolverse. El principal argumento que tiene el gobierno para poner un techo de 19% de aumento es el de no estimular la inflación y así, en teoría, resguardar el nivel de vida obrero. Sin embargo, el coto salarial no va a resolver el problema del alza de precios. Tampoco encontrará solución en los acuerdos de precios alcanzados con el sector ganadero o los supermercadistas. El problema al que se enfrenta Kirchner es mucho más profundo: la fuente del crecimiento económico, la devaluación, es la causa misma de los problemas.
La salida de la crisis del 2001 se sustentó en la devaluación de un 300% de la moneda frente al dólar. Gracias a ella, los capitalistas se encontraron con una fuerte rebaja salarial que les permitió compensar la caída de las ganancias en dólares provocada por la misma devaluación. Además, tuvieron una doble ventaja: aquellos capitalistas chicos dedicados al mercado interno se encontraron protegidos por el tipo de cambio que impide importar. Por su parte, los exportadores, en su mayoría ligados a la producción de mercancías agrarias, vieron favorecidas sus ventas en el extranjero gracias al abaratamiento de los costos internos. El gobierno, por supuesto, aprovechó también estas ventajas para sacar una porción de renta a los terratenientes al aplicar un 20% de retenciones a las exportaciones. Esta quita sólo es posible gracias a las ganancias extraordinarias de las que gozan los capitalistas agrarios, devaluación mediante.
Para sostener este cambio tan favorable a ciertas fracciones de la burguesía, el gobierno requiere de una permanente compra de dólares por parte del Banco Central. ¿Por qué? El tipo de cambio expresa la diferencia de productividad entre dos economías. En términos reales, la relación de productividad entre Estados Unidos y la Argentina no era la que planteaba el 1 a 1, pero tampoco la que sostiene el 3 a 1 actual. En realidad, hoy se trata de una subvaluación (la inversa del 1 a 1, que era una sobrevaluación), ya que, según cálculos del propio gobierno, el tipo de cambio debiera estar entre 2,2 y 2,6$.1 Si por la diferencia de productividad se debieran obtener 2 pesos por cada dólar, pero se obtienen 3, se realiza una transferencia de ingresos. Esa diferencia en pesos pagados por cada dólar no surge por arte de magia. Es el gobierno quien debe comprar los dólares más caros de lo que en realidad valen.
En principio, utiliza para esta compra parte de la masa de dólares obtenida de las retenciones a las exportaciones agrarias y el aumento de la recaudación fiscal fruto de la reactivación del mercado interno. Mientras la plata con la que se compran los dólares surge de la riqueza real, se trata de una simple redistribución de plusvalía que no afecta la relación entre los precios de los diferentes productos. Pero cuando el gobierno no compra con riqueza real, sino con moneda emitida sin fondos, la economía comienza a desajustarse y la relación entre los precios cambia. El gobierno está empecinado en sostener el 3 a 1, pero a medida que compra dólares más caros de lo que valen va destruyendo las ventajas obtenidas por el tipo de cambio.
Resumamos las consecuencias. Como decíamos, el 3 a 1 da costos bajos que permiten exportar. Como vimos, el hecho de que el Banco Central compre dólares a mayor precio que el real para sostener el 3 a 1, implica que aumenta la cantidad de pesos circulando en la economía. El aumento de la masa monetaria no respaldada por la producción de nueva riqueza provoca inflación. La inflación aumenta los costos de los capitalistas. ¿Qué harán, entonces? En defensa de su ganancia, los capitalistas subirán los precios. Así, lentamente, la inflación genera que todo lo que se había abaratado por la devaluación comience a estar más caro. Y si está más caro comienzan lentamente a revertirse las ventajas obtenidas por el 3 a 1. La inflación genera que con 1 dólar se puedan comprar menos bienes que antes. Eso se refleja en el aumento de costos. El gobierno por su parte no dejará de comprar dólares, porque debe seguir sosteniendo el 3 a 1. Suba de costos y permanente flujo de pesos en el mercado empujan todavía más la inflación. Esta espiral encuentra al gobierno ante un nuevo problema. Hasta ahora contuvo la exigencia de las empresas de servicios por el aumento de tarifas. En gran parte lo hizo a cambio de pagarle la deuda externa a sus dueños, los Estados de los países acreedores de la Argentina nucleados en el FMI. Otro mecanismo para frenar la actualización de las tarifas fue el otorgamiento de subsidios directos. Pero el aumento progresivo de precios colocará el aumento de tarifas otra vez sobre la mesa.2
El 3 a 1 aparecía como una manta adecuada para abrigar a la Argentina en el largo invierno posterior a 2001. Sin embargo, se empieza a ver que, aunque muy abrigada, resultó corta y que cuando tapa la cabeza deja al descubierto los pies.
Apuestan a la baja
Así lejos de ser generada por los salarios, la inflación aparece como consecuencia de la fuente de riqueza del gobierno K: su tipo de cambio subvaluado. Y como todo tipo de cambio responde a una realidad material asociada con la producción y ésta hace difícil sostener la compra de dólares por encima de su valor por mucho tiempo más, el desenlace de esta historia se acerca. La inflación va de a poco comiendo el 3 a 1, y aunque esto no significa que haya modificaciones inmediatas en las casas de cambio, sí las hay en la economía real. Los capitalistas, perdiendo las ventajas conseguidas por la devaluación, por supuesto, no se quedarán de brazos cruzados.
Además de subir los precios, buscarán sacar la mayor tajada posible al verdadero productor de riqueza, es decir, mantener los salarios lo más bajos posible. Así se comprende la política real del gobierno: se opone al ajuste salarial por medio de una inflación desordenada, prefiere centralizar la tarea, en la creencia de que de esa manera puede garantizar un “aterrizaje suave” de la economía. Cuenta para ello con la complicidad de la burocracia sindical. Pero a medida que la inflación avanza se hace imposible contener las demandas de los obreros, que ven sus bolsillos cada vez más vacíos. Se observa entonces, en el horizonte, la llegada de un nuevo invierno, y no parece que la economía esté preparada para soportarlo ni los obreros dispuestos a seguir perdiendo.
Notas
1 Ver: Ministerio de Economía: “Argentina. Indicadores económicos, abril de 2006”, en www.mecon.gov.ar.
2 De hecho el gobierno ya firmó un aumento de tarifas para las empresas que empezará a implementarse este año (por ejemplo, un 27% en el gas, 15% en la luz) y uno para los hogares (por ejemplo, del 17% en el gas, a partir del 2007).