Para nadie es primicia que España atraviesa una crisis política y económica profunda. Lo que sí resultó una novedad es que la burguesía catalana impulsó un referéndum independentista. El reclamo en sí mismo no es nuevo, pero fue cobrando importancia a medida que se profundizaba la crisis. Inmediatamente el resultado positivo de la votación y las grandes movilizaciones callejeras, generaron un clima triunfal. Pero, ¿realmente estamos ante una situación favorable a la clase obrera? Examinemos el asunto más de cerca.
Cataluña concentra uno de los sectores industriales más importantes de España. Representa el 20% de las exportaciones del país y el 20% de los ingresos fiscales. El desempleo se encuentra actualmente en el 13%, mientras que el promedio total del país alcanza el 17%. En suma, la región es uno de los principales sostenes del capitalismo español. Sin embargo, Cataluña no puede existir por sí misma. El 50% de las exportaciones de la región tiene como destino el resto de España y el 30% Europa.
Por eso mismo, la burguesía catalana está dividida. Así como algunas cámaras patronales impulsan el reclamo independentista (empresas metalúrgicas, comerciales, constructores, alimenticias, etc.), otras tantas se oponen (bancos, industria farmacéutica, etc). La mayor preocupación de estos últimos reside en la pérdida del mercado español y los costos aduaneros para el comercio con Europa.
Por otro lado, el avance del independentismo profundizó aún más la crisis política nacional. El presidente Rajoy detuvo a funcionarios catalanes, abrió causas penales a las cabezas del estado catalán, cortó la financiación estatal, salió a la caza de urnas y boletas y reprimió en varios colegios electorales.
¿Qué resultados arrojó el referéndum? Según los datos del gobierno catalán, el “sí” obtuvo el 90% de los votos, mientras que el “no” casi un 8%. Aunque los votos positivos fueron importantes, hay un dato que pasó desapercibido: solo el 30% de la población catalana fue a votar. Además, no se hizo ningún control en el referéndum, por lo que hay lugares donde las personas votaron más de una vez.
Con todo, es evidente que un sector importante de los trabajadores, ganado por el nacionalismo, apoyó el reclamo. Sin embargo, un avance hacia la independencia catalana no significa un panorama mejor para nuestros compañeros. Liberarse del Estado español solo dejará a Cataluña en manos de los capitales alemanes. A ellos deberán subordinarse para sobrevivir a la competencia capitalista. Con esta perspectiva, los trabajadores de la región no pueden esperar más que desempleo y un nuevo espiral de degradación de la vida.
El Estado español ya descargó la crisis sobre las espaldas de los trabajadores, a través de diversos planes de ajuste y recorte salarial. Lo seguirá haciendo a medida que la crisis avance. Es la falta de una organización propia, la que lleva a los trabajadores a salidas desesperadas, como es el nacionalismo. Tal como ocurrió con el Brexit y con el triunfo de Trump.
La clase obrera catalana tiene reclamos genuinos: empleo, salarios, salud, educación. En fin, una vida mejor. Eso que el nacionalismo promete pero no va a dar. Para conseguirlo, hay que dejar de mirar a los explotadores y unirse al resto de la clase. Ahí están los verdaderos aliados.
Los revolucionarios no alentamos la unidad entre explotadores y explotados, en nombre de particularismos inútiles y reaccionarios. Con la burguesía no nos une una lengua común, nos divide la explotación. Las naciones son un invento de ellos para reivindicar su derecho a explotarnos. La única unidad que nos preocupa es la de la clase obrera, en todas sus expresiones, contra sus explotadores en una perspectiva revolucionaria. El proletariado no tiene patria, y es momento de que lo digamos abiertamente.