Entre Rodolfo Walsh y Nostradamus
“Lo que nos pasó ya estaba escrito” dispara el afiche de Bialet Massé. Cien años después, la ópera prima de Sergio Iglesias. El documental busca “recuperar” la figura del célebre médico y contrastar la actualidad con el momento en que este español redactara su Informe sobre la situación de la clase obrera en el interior de la República. Para eso, reconstruye la historia del personaje y recorre las mismas provincias que aquél visitara a principios de siglo. La obra, no obstante, retoma la visión paternalista del Informe…: el obrero debe ser moralizado, pues cae en el vicio con facilidad. Cual, si fuera un niño, el Estado debe guiarlo, educarlo en el ahorro, ayudarlo a vivir de su trabajo, aunque se mantenga en la indigencia. El film muestra así su carácter reaccionario, que queda al desnudo en la escena que compara al Argentinazo con la doma de un caballo rebelde y en su retrato de General Mosconi sin organizaciones piqueteras.
Bialet Massé fue un liberal progresista, pero no un opositor al gobierno. Al presentarlo como tal, se magnifica su figura y se le atribuye un carácter combativo que nunca tuvo. Iglesias, para colmo, lo transforma en una suerte de Nostradamus, capaz de adivinar nuestro futuro.
Informo para la corona
Después de la campaña al desierto, y de reprimir la primera huelga general de 1902, Roca en su segunda presidencia le encarga a Bialet Massé un informe sobre la clase obrera y los indígenas. Como Napoleón, sabía que las bayonetas sirven para todo, menos para sentarse sobre ellas. No podía gobernar sólo a través del uso de la fuerza, debía también generar cierta aceptación entre aquellos a quienes había dominado: después del garrote, el dulce. Pero, para administrarlo con eficacia, se debía conocer las necesidades de la gente, de allí el porqué del informe. Massé podía creer que ofendería a muchos, pero eso no debe engañarnos: su informe fue encargado por el presidente. A él se dirige, considerándolo el cirujano capaz de resolver los problemas planteados. Errado (y mucho) resulta presentar su trabajo como un enemigo del poder. Comparar su informe con la Carta a la junta militar de Walsh, como propone Miguel Frías en Clarín (22/6), ya es un delirio.
Massé aconseja al príncipe medidas para favorecer el progreso y evitar una revuelta indígena y, según él, una probable y peligrosa revolución obrera. Recordemos que recién se terminaba la campaña contra los indios del Chaco y que, en 1904, se producía la segunda huelga general de la historia del movimiento obrero argentino. El informe, como la creación del Departamento Nacional de Trabajo y otras iniciativas similares, busca prevenir el conflicto social. Estas medidas no surgen de la filantropía espontánea, sino del miedo a la revolución social que no podía evitarse sólo mediante la represión. Por eso, aquellas medidas, junto con el Informe, son el complemento necesario de la política represiva de Roca y sus sucesores. Son la contracara de la Ley de Residencia y la construcción del presidio de Ushuaia.
Una mirada de clase
Bialet Masé dice ser objetivo. Probablemente, lo fue todo lo que pudo. Pero las personas miran desde su perspectiva de clase. Si uno opone este informe contra otros escritos por obreros, notará una gran diferencia. Ninguno de ellos halaga los ingenios, ni afirma que “allí, los obreros trabajaban felices”. El personaje mira viejas fotos del ingenio ya deteriorado. El contraste alcanza también a los trabajadores: en vez de obreros felices, Iglesias encuentra un grupo de cañeros contratados en negro, que trabajan largas jornadas bajo un sol agobiante. Cree a Massé a pie de juntillas e ignora que las condiciones de trabajo en los ingenios siempre fueron así, que los obreros felices de Massé difícilmente sonrieran más que los peones de hoy.
Más allá de errores puntuales, la mirada burguesa de Massé y de Iglesias se manifiesta en su forma de juzgar a los obreros. Una de las primeras escenas transcurre en un hospital, un primero de enero. Una pareja obrera se dispone a traer un hijo al mundo. Mientras la mujer está pariendo, se entrevista a su marido, que había bebido en los festejos. Difícilmente un empresario que en año nuevo acompañara a su mujer a la clínica estaría más sobrio que ese hombre, pero a Iglesias le interesa poner a la moral obrera en cuestión. El hombre que trabaja en el plan sigue hablando, pero ya no lo escuchamos, como si lo que él dice no tuviera importancia. En cambio, una voz, que hace las veces de Massé, opina sobre la ebriedad de los pobres. Se intercalan entrevistas a médicos que relatan cómo crece la sífilis. El parto se produce. Se congela la imagen en un primer plano del recién nacido. La voz aleccionadora de Massé diagnostica un futuro sin salida si el Estado no interviene. Sólo los gobernantes podrían rescatarlo del vicio y la inmoralidad. Si uno escapa a la mirada paternalista del film, esas escenas donde las personas quedan de fondo y Massé sermonea sin vergüenza alguna, resultan intolerables. ¿Cómo negarles a ese niño y a sus padres la posibilidad de construirse un futuro? ¿Quién moralizará al obrero?, pregunta Massé. El obrero mismo, respondemos, el obrero organizado. En los barrios más pobres los jóvenes tienen una única alternativa a la delincuencia y no es el Estado, sino el movimiento piquetero.
El burgués se atribuye el rol de padre. A sus ojos, el pobre requiere protección y tutela. El burgués juzga fácilmente. Dictamina rápido. Ni siquiera les recrimina nada, pues para él el pobre no es culpable. Porque no es responsable, como si no fuera adulto. Vemos ahora una pareja tucumana, la chica lleva su bebé en brazos. Massé habla antes que ellos: el obrero no ahorra. Como no tiene futuro ni proyectos, consume todo hoy, hace gastos superfluos. Aparece, entonces, un primer plano de la moto de la pareja. Ante la humildad del rancho, cualquiera prejuzga. Poco nos llegan a decir, pues Massé vuelve a sus exhortaciones. Alcanzamos a oír que tienen un proyecto: intentan comercializar artesanías para jardín. Quizás Iglesias no se preguntó si la moto no les sería indispensable para sus fines, viviendo en aquel pueblito alejado de todo. Pero, ¿por qué desperdiciar un golpe de efecto? De todos modos, no hay tiempo para pensar demasiado, la cámara ya se aleja.
En medio del viaje llegan a Mosconi, meca del desempleo. Como el rezo del rosario, Iglesias se vuelve repetitivo. Insiste con el problema del ahorro. En Mosconi todos ganaban buenos sueldos, nos cuenta un comerciante, pero no ahorraban, creían que YPF duraría por siempre y así les fue. Si bien Massé no es un observador imparcial, aun así, Iglesias le gana en prejuicios. El médico roquista registra las huelgas y conflictos recientes. En cambio, Iglesias pasea su cámara por Mosconi sin mencionar al movimiento piquetero. Los desocupados no hablan, quien sí lo hace es el párroco local. El director hace honor a su apellido (y a las asociaciones cristianas que premiaron su película) y presta su cámara a la curia por segunda vez: muestra un comedor jujeño de una escuela pública donde los chicos rezan antes de almorzar. ¿Dónde quedó la escuela laica? Iglesias no se inmuta. Es más, reproduce toda la oración, al tiempo que la imagen se eleva.
La doma
La película dispara su discurso patriotero, poniéndose a tono con los tiempos K: el capital extranjero resulta el principal enemigo. Los capitalistas locales estarían exentos de culpa y cargo. No creamos tampoco que el ataque a las empresas extranjeras es despiadado. Es justo que vengan y lleven sus ganancias, simplemente no debemos dejar que se abusen. Según el film, el progreso sólo puede venir del Estado. Massé es un precursor del derecho laboral. ¿Pero hubiera escrito este informe si Roca, asustado por el veloz crecimiento del movimiento obrero, no le hubiese encargado la obra? ¿Fueron los sabios reformistas o los trabajadores quienes impulsaron realmente la jornada de 8 horas y el descanso dominical? Los obreros son el sujeto activo de la historia, no esos objetos de conmiseración que pretende el film.
Quien no avanza, defiende el atraso. Así Iglesias reflota el pedido de ayuda a los telares norteños para sostener una “pobreza inteligente”. También, a pesar de haber observado la dureza del trabajo en el ingenio, cuestiona la cosechadora que podría suprimir ese sufrimiento. No ve que en otra sociedad ella sería instrumento de liberación. Es incapaz de imaginar ese futuro. El énfasis excesivo en las zonas rurales y el descuido de las ciudades del interior se relacionan con esta mirada que idealiza la pobreza provinciana.
¿Por qué Iglesias filma esta película? Podría decirse que por las mismas razones que Massé escribe su informe. Por miedo, por prevención, porque es necesario convencernos de que la única salida es el regreso a una pobreza inteligente (el pobre que se queda en el campo, con sus artesanías, no el que se amontona en las ciudades), de micro-emprendimientos, de caridad, de obreros tutelados. Para ello es necesario convencernos de que no hay alternativa posible. La escena del jinete cumple esa función. Un montaje combina escenas del Argentinazo y de una doma. El corcel rebelde, orgulloso, tras largos corcoveos aprende que resistirse es inútil y acepta que su vencedor lo domine y lo guíe. Comparación bastante burda, por cierto, donde el obrero no sólo es infantilizado, sino también animalizado. El burgués es su jinete. El indio no tiene mejor suerte: mientras nos cuentan cómo ha sido acosado, vemos a una gallinita tratando de escapar de sus perseguidores.
Los viejos miedos han vuelto a despertarse y es necesario conjurarlos. El peligro de esa revolución obrera se cierne nuevamente y esta película se suma al combate, recomendando prudencia y prevención a los gobernantes y mostrando la vía “razonable” a quienes puedan dudar sobre el camino correcto. Pero no todo es como entonces: Massé creía firmemente en el progreso. En cambio, Iglesias, ganado por el escepticismo, tiñe toda su obra de colores oscuros. Con ese estado de ánimo, no es extraño que nos crea víctimas de una profecía escrita 100 años atrás.