Por Mariano Schlez, Grupo de Coyuntura Educacional – CEICS
El traspaso del conjunto del sistema educativo de la Nación a las provincias y de las provincias a los municipios es una clara expresión de las intenciones del estado argentino: ahorrar la mayor cantidad posible de dinero para pagar la deuda externa y sostener a los capitalistas nacionales. No han sido los gobiernos de Menem y De la Rúa los únicos que han aplicado estas medidas. Los intentos de descentralizar la educación datan de principios de los años ’60, continuados por los gobiernos de Onganía y Videla. Y el que gobiernos civiles y militares hayan colaborado para lograr la tan buscada “descentralización” nos deja justo en el lugar que pretendemos discutir: la cuestión de clase en la educación argentina. La escuela nace en nuestro país como la herramienta para “forjar al ciudadano”. Este proyecto y esta estrategia para la escuela surge desde el seno mismo de la clase burguesa. Su objetivo es homogeneizar culturalmente al pueblo, dotarlo de un sentimiento patriótico, una conciencia nacionalista, inculcando en los chicos los principales valores de la sociedad burguesa: amor a la patria y al traba- jo, bajo una férrea disciplina que les posibilitará “insertarse” en el mundo moderno. En estos momentos fundantes de la escuela argentina observamos un proyecto “centralizado” encarado por el estado para el conjunto de la Nación. Es la expresión de la potencia creadora de las relaciones sociales capitalistas en expansión. La escuela sigue siendo hoy un instrumento de propaganda y difusión de las ideas y los valores de los patrones y los empresarios, es decir, de la burguesía. Sin embargo, en medio de una tendencia hacia la disolución de las relaciones sociales capitalistas, esa capacidad de centralización y homogeneización cultural ha desaparecido. El estado argentino (la burguesía argentina) no puede asegurar hoy la reproducción del conjunto del sistema poniendo en juego la supervivencia del
conjunto del pueblo. Los intentos de descentraliación de la educación de los gobiernos de
Onganía, Videla, Menem, De la Rúa y Kirchner deben ser situados en ese marco. Es por eso importante no dejarse llevar por impresiones y campañas de prensa. ¿Qué nos dice el discurso oficial? Que la escuela vuelve a ser prioridad. Pero mientras Filmus afirma esto, los acuerdos con el FMI, principal impulsor junto con el Banco Mundial de la reforma educativa y la descentralización de la educación, continúan su marcha. Al mismo tiempo, el gobernador de la provincia de Bs. As. impone el retiro del estado y el traspaso a los municipios, con su “Nueva Escuela”. El doble discurso no se queda sólo en este aspecto. Ante un avance a nivel mundial de la burguesía sobre los sistemas educativos, expresándose ésta en un plan de la Organización Mundial de Comercio para la mercantilización de la educación superior, varios sectores socialdemócratas salieron en defensa de la “educación pública”. Ante esta situación el ministro Filmus afirmó sin tapujos: “la educación es un bien público y no una mercancía.” ¿Pero qué hace la misma persona que defiende a la “educación pública” ante el avance de la “mercantilización”?: un Consejo Económico y Social que participe en la confección de programas, contenidos y políticas educativas formado nada menos que por la UIA, la Sociedad Rural, la Bolsa de Comercio y la Fundación Telefónica, es decir, la burguesía argentina en vivo y en directo. Ellos nos dirán qué se tiene que enseñar, cómo y a qué costo. Pero éste no es un acto de esquizofrenia aguda, sino la necesidad de Kirchner de mostrarse ante la sociedad como “progresista” y ante el FMI, el Banco Mundial, los EEUU y el G7 como lo que verdaderamente es: un gobierno que está haciendo todo lo posible por pagar. Pero la municipalización no es sólo la expresión de la decadencia económica del capitalismo argentino. Es también la expresión de su decadencia ideológica. La burguesía renuncia a un comando centralizado de la lucha ideológica y “feudaliza” el sistema educativo, dejándolo en manos de las “fuerzas vivas” locales. Los denominados ECI (Espacios Curriculares Institucionales) son la expresión más clara se este proceso a nivel programático. Bajo una apariencia de democratización y atención a las necesidades y especificidades de una determinada región se implementan estos ECI, que son espacios vacíos cedidos por el estado para ser ocupados por los sectores de poder locales más influyentes, a saber, empresarios, iglesia y punteros políticos. Podemos leer sobre los ECI en el material bajado por el ministerio: “(en la elección de los contenidos y expectativas de logro) algo que no debe estar ausente es el relevamiento de las
necesidades de la comunidad y de la región en que se encuentra la escuela, lo que también permitirá considerar cuáles son las posibles salidas laborales y/o las instancias locales o cercanas de instituciones del nivel educativo superior.” Se trata de una obvia maniobra para la creación de mano de obra barata, disciplinada y especializada para las empresas dominantes en cada escuela. El rechazo de la municipalización es el rechazo a una nueva degradación de la escuela argentina. Sin embargo, la defensa de la centralización de la educación por el Estado, y la garantías de gratuidad e igualdad no puede ser el objetivo final de la lucha socialista en la escuela. Eso sólo nos lleva de vuelta a la infancia irrecuperable de un sistema social ya agotado. La educación, esté en manos del estado nacional, de las provincias, de los municipios o en manos privadas se encuentra al fin, en manos de la burguesía. Pero al mismo tiempo, la escuela nace con una contradicción en su seno: la burguesía no puede estar en cada aula ni destacar miembros de su clase a esa tarea. Debe, por lo tanto, dejar en manos de una fracción del proletariado, los docentes, la tarea de enseñar. Esos trabajadores no pueden no sufrir los mismos problemas que sus compañeros de clase, razón por la cual su fidelidad a la ideología burguesa que se supone deben vehiculizar, es cuestionada de hecho cada día. Esa es la base para transformar la escuela en un lugar de
combate y, a la postre, en un arma de la revolución. Es nuestra tarea dar la batalla en todas las instituciones educativas del país para ponerla al servicio del conjunto de los trabajadores. Y esto significa decidir qué queremos enseñar (contenidos), cómo (diseñando manuales y métodos pedagógicos revolucionarios) y con qué sustento (manejando las finanzas y decidiendo su utilización). Es la clase obrera, los trabajadores docentes, los que debemos conquistar la escuela para utilizarla como herramienta de construcción de un mundo nuevo y no para mantenerla como una pervivencia mítica del
viejo.