Suele creerse que el avance sobre nuestras condiciones de trabajo empezó en los ’90, de la mano del riojano patilludo. La flexibilización sería obra del “falso” peronismo de Menem. El original, el “peronismo de Perón”, representaba otra cosa. Otro mito, pues el General fue el “Primer flexibilizador”.
En 1952 se inició el segundo mandato del General, que se inauguró con el Segundo Plan Quinquenal. En medio de una crisis económica, el gobierno naturalmente pretendía descargarla sobre nuestras espaldas. Así fijó el congelamiento de los salarios por dos años. El paso siguiente se dio en 1954, cuando se convocó el Congreso de la Productividad. Con este, se pretendía avanzar sobre las condiciones laborales, como lo pedían las patronales. Básicamente se trataba de reducir el ausentismo, introducir salarios atados a la producción, disponer libremente de los trabajadores dentro de la fábrica, y reglamentar (y limitar) el poder de las comisiones internas. Un plan a la medida de la burguesía.
El intento, sin embargo, no llegó a buen puerto y no hubo medidas concretas al respecto. Esto puede llevar a pensar que los planes fracasaron. Sin embargo, si se leen los convenios colectivos de las diferentes ramas de la producción, encontramos que el panorama no fue tan desalentador para los burgueses. En algunos gremios, los trabajadores lograron poner un freno y obtener conquistas, pero en muchos otros no e incluso se produjeron retrocesos notables. De conjunto hubo efectivamente una avanzada de los intereses de los capitalistas.
El primer punto en el que se lograron avances patronales fue la jornada laboral. En la industria cervecera y en telefónicos, por ejemplo, se establecieron turnos rotativos. De este modo un trabajador tenía un día horario de mañana, otro día de tarde y otro día de noche. Una forma de trabajo agotadora que no solo afecta la salud (física y mental) sino que impide cualquier tipo de organización del hogar. En la industria láctea y en molinos se mantuvo, pese a los reclamos, el trabajo a jornal: cuando hay trabajo, los obreros trabajan y cobran, cuando no, no.
En segundo lugar, hubo avances en la “polifuncionalidad”. Con el objetivo de exprimirnos lo más posible, los patrones siempre buscan reducir los “tiempos muertos”. Una forma es asignándonos diferentes tareas. Un ejemplo de ello fueron los choferes, que “solo” trabajan frente al volante. Para evitar eso, se les pretendía fijar la tarea de carga y descarga de bultos. En varios convenios se comenzó a hablar de “tareas complementarias” y de “colaborar” en tareas que no eran las propias.
En tercer lugar, distintos convenios establecieron cláusulas que fijaban aumentos de productividad y obligaban a los obreros a aumentar la producción. En confección de lonas y toldos se impuso:
“1. Frente al derecho a trabajar, la obligación de producir; 2. Frente al derecho de la retribución justa, la obligación de compensar el salario con rendimiento”
Finalmente, también se buscó avanzar en la tercerización. En ferroviarios la patronal, es decir el Estado, quiso eliminar la obligación de efectivizar al personal que hubiera trabajado un año como provisorio y defendió que estos debían tener menos derechos sociales y laborales. No lo logró por la resistencia obrera.
Estos ejemplos, que podrían haber sido muchos más, ponen sobre la mesa el verdadero carácter del peronismo. Lejos de ser un representante de los intereses de los trabajadores, fue el gendarme de la ganancia de los capitalistas. Cuando estos necesitaron ajustar cinturones (los nuestros, claro), Perón no lo dudó y actuó: avanzó sobre las condiciones laborales para explotarnos más y mejor.