Juan Manuel Tabaschek
La educación pública fue centralizada por el Estado desde sus comienzos. Hoy la burguesía, en medio de la descomposición del capitalismo, perdido su impulso progresista, busca ahorrar para mantener subsidios a capitalistas nacionales y extranjeros y seguir pagando la deuda. En consecuencia, la educación pública, en general y la educación artística en particular, sufren desde intentos de municipalización (ver El Aromo n° 9) y otros tipos de “autogestión”, hasta cierres de cursos y escuelas. Analizadas en conjunto y a largo plazo, demuestran que se trata de una política de clase que va más allá de éste o aquel gobierno. Mi conciencia de este proceso comenzó hace unos cinco años, en 1999, cuando tuve la “suerte” de poder abandonar un trabajo de 9 horas diarias y dormir durante cinco días en la vereda de la EMPA, luchando por una vacante para estudiar piano.
La Escuela de Música Popular de Avellaneda (EMPA) fue fundada en 1986 por músicos y luego adoptada por la provincia de Buenos Aires. La EMPA es la primera y única escuela de toda Latinoamérica en su tipo, una escuela pública y gratuita donde se enseña a ejecutar en diversos instrumentos géneros como el tango, el folklore y el jazz. Por esta razón, una gran cantidad de compañeros vienen a estudiar desde otras provincias y hasta otros países.
Los problemas de la EMPA son numerosos, pero arrancan con la cuestión edilicia: hacinamiento, electrificación de paredes y deterioro de instrumentos gracias a las goteras de los techos, además de la probabilidad de derrumbe que el mismo gobierno provincial había admitido. Petitorios, promesas y hasta la ‘prometedora visita’ del mismísimo Bordón, ministro de educación de la provincia, nos convencieron de la necesidad de la acción directa. Asambleas mediante, empezamos a cortar calles, adoptando –casi sin saberlo– los métodos del movimiento piquetero. Tomamos la escuela tres veces durante muchos días y cortamos repetidamente el Puente Pueyrredón. Gracias a estas largas luchas logramos que el Estado nos alquile un edificio en mejores condiciones para poder empezar el ciclo lectivo de 2003.
Aún así, los problemas edilicios continúan: aulas pequeñas, falta de aislamiento acústico y, otra vez, hacinamiento. Este año ya no entran los más de 1500 estudiantes matriculados, ni siquiera con los “anexos”, que no son más que un par de aulas prestadas. A pesar de lo que algunos creen, este problema de la falta de espacio ya existía antes de que logremos el ingreso irrestricto. Problema agravado por la poca previsión de la Dirección de la EMPA a sabiendas del crecimiento poblacional en marcha. A todo esto se suman docentes ad-honorem, bajos salarios, ausencia de cátedras paralelas y de oferta horaria de muchas materias, lo que impide a muchos trabajar y estudiar. Así se explica que egresen pocos alumnos, víctimas del desgaste y la desmoralización.
La crítica situación de la EMPA es muy similar a la de los conservatorios de música (ver El Aromo n° 11). La diferencia fundamental es que aquí los estudiantes contamos con una organización gremial que pelea por nuestros derechos, el Centro de Estudiantes de la Escuela de Música Popular de Avellaneda, con el que incluso hemos llegado a ganar la dirección de la Asociación Cooperadora, que perseguía a los alumnos para que paguen la cuota y vendía los cuadernillos de estudio a precios absurdos. Producto de la lucha, la inestabilidad política es norma en la EMPA: en cerca de veinte años de existencia ya han pasado más de cuatro directores, sin contar los interinos, a lo que se suma el reciente cambio del anterior director por uno nuevo, por su imposibilidad de resolver nada “favorablemente” y “puertas adentro”.
La historia de la EMPA es síntesis de varias historias: la de los problemas de una clase senil que se niega a morir, pero también la de la lucha por una educación gratuita y popular. Sólo en el marco de la acción revolucionaria será posible seguir avanzando. En eso, otra vez, los métodos piqueteros demuestran ser los únicos y los mejores.