Una idea muy difundida en el universo “progre”, es aquella que señala que la culpa del mal funcionamiento del país es de los monopolios. El gobierno anterior ha hecho de esto una campaña: “el problema son los monopolios”, “el monopolio (Clarín) contra la democracia”, etc. Los monopolios serían entidades todopoderosas capaces de quedarse con todo por disponer de una fuerza superior: estarían en la industria, en las comunicaciones, en el agro, en los servicios y podrían doblegar a cualquier gobierno, si quisieran.
Además, los monopolios llevarían a que la Argentina sea atrasada, haciendo que el excedente fluya de las periferias a las metrópolis. ¿Por qué? Porque el monopolio invalidaría la competencia y fijaría precios a gusto, así no cae la tasa de ganancia. De este modo, no hace falta la tecnología, no hace falta el avance productivo ni producir más en menos tiempo. Se produciría así un estancamiento y un capitalismo con “deformaciones”. Esta noción no es usada solo por el peronismo, sino también por la izquierda que la ha adoptado como propia sin cuestionarla. Sin embargo, no sirve para entender el capitalismo argentino ni abona perspectivas revolucionarias.
En realidad, el capitalismo requiere todo el tiempo de competencia. Como explicamos en LHS nº 6, todos los capitales viven compitiendo, incentivados por conseguir ganancias extraordinarias y ese mismo funcionamiento es lo que lleva a la crisis. A través de la competencia, unos pierden (y se funden) y otros se mantienen, se juntan y crecen a costa de los que se funden, y por lo tanto, avanza la concentración con nueva tecnología en varias ramas de la industria.
Hay entonces un sector muy interesado en querer vendernos que el problema son los “monopolios”. Efectivamente, este discurso no puede ser otra cosa que el disfraz de los capitales más chicos que patalean contra la concentración. Y si consideramos que Argentina está lleno de estos pequeños capitalistas ineficientes que pujan para sobrevivir suplicando compensaciones al Estado, es lógico suponer que este discurso tenga muchos voceros de todo tipo y color. Es, en definitiva, el llano de los capitalistas más ineficientes y más explotadores (recuerde lo que explicamos sobre el trabajo en negro en LHS nº 4).
En la Argentina no hay un capitalismo “monopólico”. Lo que funciona para el mundo, funciona para la Argentina. No hay ningún registro de precios fijados a conveniencia por empresarios superpoderosos que sea duradero. Cualquier estudio más o menos serio sobre la producción permite corroborar que ha habido avances tecnológicos en los procesos productivos. Precisamente, porque allí los capitalistas tuvieron que competir.
Tampoco hay ramas de la industria argentina que pueda decirse que son monopolizadas. Incluso el agro, el caso con el que se inventan estereotipos de todo pelaje, tiene un nivel de concentración bajo en relación a otras ramas de la industria, por varias razones que no vienen al caso explicar ahora. Por ejemplo, para 2008, el grueso de la producción sojera estaba en manos de un 20% de los productores, lo que daba un total de 10 mil productores. ¿Qué concentración hay en una rama donde hay 10 mil capitales compitiendo?
Como se ve, la crítica antimonopólica corre el eje. En lugar de combatir al capitalismo y su normal funcionamiento, que nos lleva a la miseria y la degradación, apunta contra “una forma” de empresa capitalista a la que maldice por ganar en la competencia. De este modo, colabora para reconstruir un pequeño capital fundido que resulta nocivo para los intereses obreros. Todo el discurso antimonopolista no es mas que una defensa del capital. Los socialistas enfrentamos al capitalismo, sin adjetivos.
Excelente!