Recientemente, el caso de las protestas mapuches de Chubut, pusieron sobre el tapete un problema complejo que aparece frecuentemente: la cuestión de los indígenas en Argentina. Efectivamente, ya bajo el gobierno de los Kirchner, la represión había estado a la orden del día. Seguramente el lector recuerda el caso de los qom. Varias ideas comunes afloraban entonces y lo hacen ahora. Todas ellas apuntan a señalar que en la Argentina hay -desde tiempos inmemoriales- comunidades aborígenes con derechos ancestrales que viven de sus tierras. Sin poner en cuestión nuestro rechazo a la represión del Estado en los casos mencionados, tenemos que detenernos sobre este último punto. ¿Estamos pensando bien el problema? ¿Estamos ante un sujeto “indígena” diferente del resto de los explotados bajo el capitalismo? ¿Es correcta la política indigenista?
Bien, atendamos a varias cuestiones. ¿En qué criterio se basan aquellos que hablan de “indígenas”? En una cuestión “subjetiva”: si el sujeto se define como tal, es indiscutiblemente un indígena. Así, por ejemplo, en los Censos del 2001 o la Encuesta Complementaria sobre Indígenas del 2004 se declaraba la existencia de 600 mil personas que se reconocían como “indígenas” o descendientes de tales. Es común también escuchar antropólogos que hablan de un patrón cultural indígena, en lo que hace al aspecto lingüístico. De esa manera, apuntan la existencia de “naciones” diferentes. Para peor: esas naciones son pensadas a menudo como grupos armónicos.
Pero, como sabemos, un análisis marxista no puede ni debe abordar las cuestiones de esta manera. Por el contrario, tenemos que enfocarnos en aquello que explica la existencia de clases sociales. El lector lo sabe bien: las relaciones de producción. Por eso, hagamos algunas aclaraciones.
En primer lugar, si buscáramos un común denominador cultural entre todas las comunidades indígenas, nos encontraríamos ante un serio problema: hay posiblemente tantas lenguas como comunidades. Por lo tanto, no existe el sujeto “indígena” a secas, salvo que asumamos un criterio abiertamente racista. Estimamos entonces que el lector preferiría evitar una idea semejante.
Descartado entonces este aspecto, pasemos al siguiente: la existencia de “naciones” indígenas. Al respecto, ya se ha demostrado seriamente que las naciones no se definen por el problema de la lengua, sino por ser producto de la revolución burguesa. Para que hablemos de “naciones” indígenas, deberíamos poder demostrar la existencia de varias burguesías indígenas con pretensiones de acumulación capitalista en un espacio propio separado del argentino. ¿Le suena ridículo? Porque lo es. Conclusión: tampoco hay naciones indígenas.
Tercero: los indígenas jamás constituyeron grupos armónicos. Hay varios estudios que han demostrado científicamente que en el mundo indígena precolombino coexistían sociedades cazadoras-recolectoras con grandes imperios, entrelazados por fuertes divisiones de clase. Y ello se potenció en el mundo colonial. Por ejemplo, los curacas de los ayllus bolivianos que cobraban el tributo indígena para la Corona, no conformaban la misma clase que los campesinos que expoliaban.
También se habla de “campesinos indígenas”, apuntando su relación con la tierra. Pero lo que evidencian los censos es que el 70% de esos “indígenas” argentinos, habitan las ciudades y sufren los mismos problemas que cualquier obrero: las condiciones laborales, los salarios, la desocupación, la vivienda. Por otra parte, aquellos que viven en tierras marginales, no pueden garantizar ninguna reproducción con sus tierras. Por eso, no hay aquí tampoco ningún “modelo productivo” alternativo al capitalismo, como cree más de un trasnochado. Al contrario, estos “campesinos” viven en la miseria, solo asistidos por el Estado con magros planes sociales, que este pone a disposición de punteros… que también se reclaman indígenas.
Como vemos, no estamos ante indígenas ni campesinos. Estamos ante obreros que forman parte de la “sobrepoblación relativa”. ¿Recuerda que lo explicamos en LHS nº 4? Recordemos: cuando el capitalismo avanza y se desarrolla, expulsa población que al capital sencillamente le sobra, no la puede emplear productivamente. Por eso es “relativa”: sobra en relación al capital, no en términos absolutos. En el caso de las ciudades, esta sobrepoblación se encuentra en el pasaje de lo que se denomina “latente” a “estancada”. Es población con trabajos muy precarios, donde los salarios son miserables, al punto de no llegar a cubrir su subsistencia. En los ámbitos rurales, estamos ante un “pauperismo consolidado”: es la capa más pobre y urgida de asistencia del Estado.
Una política para esta fracción de la clase obrera requiere entonces de un conocimiento más o menos serio del asunto. Nuestra política debe partir por organizarlos como obreros, tomando con ello todos los reclamos propios de su clase. Lo contrario sería tomar un camino errado, que profundiza la división de los trabajadores, en lugar de construir su unidad. Perderse en particularismos “culturales” inventados es entregar a estos compañeros a los punteros de la burguesía o hasta a la misma Iglesia.