Una vez tomado el poder en 1917, la clase obrera rusa comenzó el proceso de construcción del socialismo. Sin embargo, el asunto no era sencillo ni se desarrollaba en condiciones favorables. Había que afrontar la guerra frente a la contrarrevolución y el gobierno revolucionario debía ordenar el asunto a nivel interno. Eso implicaba reorganizar la economía y tomar decisiones difíciles.
Cuando estalló la guerra civil en 1918, el gobierno (Consejo de Comisarios del Pueblo) resolvió que todo debía orientarse a resolver el problema de la contrarrevolución, fortaleciendo el Ejército Rojo. Allí se fomentó una dura disciplina militar, necesaria para los tiempos que corrían. A su vez, fue creada la Cheka, una policía revolucionaria que debía combatir el sabotaje y la especulación, mediante la justicia sumaria y los arrestos. En el orden político, el Partido comenzó a tomar las decisiones de Estado. De este modo, el rol de los soviets fue subordinado a su dirección.
En la economía, sin embargo, primó el desorden y la paralización, lo cual no pudo ser revertido por la nacionalización bajo control obrero de los recursos, como los servicios, la banca, fábricas, tierra y minas. El colapso provocado por la guerra, el hambre, el desabastecimiento y el frío fue total. Las comunicaciones estaban interrumpidas por las huelgas de los trabajadores del ferrocarril bajo dirección de los mencheviques. El soviet de Petrogrado debió registrar almacenes y casas amenazando con fusilar a los especuladores.
De este modo, el gobierno debió tomar medidas severas. Lenin fue partidario de la disciplina y el orden. Los ferrocarriles fueron quitados del control obrero, militarizando el servicio. Asimismo, defendió el trabajo a destajo con el fin de aumentar la productividad, lo cual debió ser acompañado de una dirección unipersonal de la industria y de la colaboración de los sindicatos. La medida más dura fue, sin embargo, la incautación forzosa del grano excedente, por medio de la Cheka. Ello llevó a numerosos motines armados de campesinos. Las granjas colectivas creadas por la Revolución, por otra parte, no lograron solucionar el problema del abasto.
Asimismo, el salario comenzó a pagarse en especie y se aplicó el racionamiento, con asignaciones oficiales de stocks para las producciones y los trabajadores. El comercio y la industria privada fueron declarados ilegales, así como cualquier tipo de acumulación. Sin embargo, ello provocó que muchos migraran al campo, en busca de sustento. En paralelo, se fue desarrollando el mercado negro, vía trueque. En este cuadro de penurias y carencias, comenzó a generarse un marcado descontento. Se sucedieron revueltas campesinas e incluso en sectores de la clase obrera, que muchas veces el gobierno revolucionario tuvo que sofocar.
Como puede verse, era un cuadro complejo y de muchas penurias. Pero era la situación realmente existente. Los bolcheviques apostaron a una política económica que, si bien fue dura, estaba orientada a un objetivo urgente: asegurar la revolución frente al peligro de la contrarrevolución.
En el medio de ello, debieron continuar con una de las tareas centrales: la lucha ideológica.
Lenin comprendió que, una vez tomado el poder, la revolución no terminaba sino que daba sus primeros pasos. La clase obrera había aprendido a despreciar al país, al Estado y a las fábricas, porque no le pertenecían. Ahora debía comprender que todo era suyo y había que cuidarlo. De ello dependía no perder lo conquistado y, sorteando las penurias, avanzar en la construcción de una vida nueva.