(Sobre la muestra de Carlos Alonso Hay que comer, Museo de la Universidad Nacional de Tres de Febrero, Valentín Gómez 4838, Caseros, Pcia. De Bs. As. Hasta el 30 de junio)
La editorial de El Aromo 10, define lo siniestro como el máximo punto del horror, que no es otra cosa que el retorno al plano de lo cotidiano de aquello que fue reprimido. Que ese choque entre lo que es familiar y al mismo tiempo extraño, resulta en una violencia paralizante. Qué cosa más cotidiana -aparentemente- que comer. Qué cosa más cotidiana para la clase obrera que, para poder comer, deba trabajar largas horas de su vida entregadas al capital. Qué cosa más cotidiana entonces que el trabajo alienado y la explotación capitalista, para poder cumplir con la necesidad vital, cotidiana, a partir de la cual se desarrollan todas las demás facultades humanas: el esparcimiento, la creación, el amor -cotidianas para unos, lejanas e intermitentes para la mayoría-. Pero cuando las contradicciones del capital se tensan sucede que, para que coman unos, dejarán de comer otros. Ahí entonces lo “oculto” cotidiano se muestra a la luz: la lucha de clases antagónicas bajo el sistema capitalista.
Es en este sentido en que la obra de Alonso se nos presenta también como aquel “retorno de lo reprimido”. Decía Carlos Alonso acerca de su muestra sobre Van Gogh en 1974: “Para mí una de las claves que explican la vida de Van Gogh es que él (tal vez todo pintor lo es) se convirtió en el síntoma de una sociedad. El pintor pone al descubierto las zonas que la sociedad se ha obstinado en disimular”. Como le ocurriera a Van Gogh, Alonso va preanunciando lo que sería la manifestación de la lucha de clases en Argentina en la década del ‘70, y la relación de fuerzas de los bandos en pugna. Al decir del catálogo, la muestra incluye “casi tres lustros de labor a través de sesenta obras que incluyen dibujos, tintas, grabados y pinturas en donde la simbiosis vaca-hombre es el eje temático de la muestra.”. El imperativo “hay que comer” puede ser enunciado universalmente desde distintos sujetos, clases. El “pueblo” debe literalmente comer: y ahí vemos, como una contrapartida, la figura del carnicero como clase trabajadora, realizando su faena, acarreando en sus hombros la res: dos collages del ‘68, de la época en que Alonso ilustra El Matadero de Esteban Echeverría. Deja parte de su vida todos los días porque él y, seguramente su familia, quieren y deben comer. Tres niños panzones cual Biafra santiagueña, avanzan en fila, descalzos, pintura de 1968. El primero de ellos con un cuchillo en la mano, el del medio mira al espectador como diciendo “nosotros también queremos comer”. Un estanciero posa junto con su ganado, su objeto-riqueza, lo ostenta abierto en la res destripada mientras la familia de su peón observa desde afuera la escena: no se duda que el estanciero come, ¿y los otros?. El “pueblo” quiere comer, y mucho más también. Por eso trabaja, se organiza, lucha, se enfrenta. El oligarca que posa fumando ante las reses colgadas, pareciera decir al espectador “qué se le va a hacer, hay que comer, je je”. También se enfrenta, organizado desde el poder que ostenta históricamente.
En esta nueva versión del 2004 este imperativo resume, metáfora mediante, las clases sociales que se enfrentaron cuerpo a cuerpo en la década del 70, en pleno auge de una situación revolucionaria. Una debía ser comida por otra, así es la guerra. Alonso en su obra describe el horror y la tortura como medio que ejerce la clase en el poder para seguir teniéndolo. No es más –ni menos- que el plan sistemático de exterminio físico que esta clase se dio para devorar a la clase obrera que le disputó el poder. Una clase deglute a otra, porque son antagónicas en un momento histórico en que esta característica se torna harto evidente. Dice Alonso: “reses mezcladas con hombres, como si previera cierto espectáculo que ocurrió en algunos períodos de la vida argentina. Por un lado está la frecuentación de la sangre que Echeverría describe en El Matadero, y por otro, una forma de ejercer la violencia sobre las personas, que como un estigma nacional, va consagrando maneras de imponer las cosas. Los militares del Proceso decían que éste era un país enfermo y hablaban de hacer una cirugía profunda: estos “enfermeros” empiezan a aparecer en mi obra con el tema de la carne”.
Resume así el sentido de la muestra la foto de una instalación de 1976, censurada y perdida finalmente: un allanamiento en una casa, en donde su dueño yace cadáver tapado en el piso, pierna colgada de un gancho a la manera de res. La figura impune de un personaje de torso invisible, de sólo piernas y brazos sentado satisfecho en un sillón. Con la arrogancia, la tranquilidad del que viene a cerciorar que el trabajo sucio se haya hecho “correctamente”sin que nada manche sus manos. Para esa tarea está el militar y el “servicio”, (de espaldas). Sólo está de frente el militar: la fuerza del Estado como cara visible de la clase a la que responde: la burguesía agrícolo-ganadera, quien desde su campo ya ve en el horizonte el presagio: Tormenta en la pampa, mixta sobre papel de 1975.
Pero comerse a aquel que está a punto de devorarnos implica conocer al enemigo. No sea cosa que algo de él nos intoxique. Desde la remozada Lección de Anatomía de Rembrandt, donde el Che es diseccionado y un nuevo “doctor Tulp” da clase acerca de los tendones que mueven sus brazos a la acción y comprender la dirección de la circulación de su sangre. Como referencia a la sistematicidad del plan de exterminio físico y moral que utilizó la dictadura, Alonso llena su obra de metáforas de análisis para realizar aquella “cirugía profunda” a este país “enfermo”: gráficos-mapas-esquemas de cortes de carne donde se describe minuciosamente dónde mandar el cuchillo, qué partes diseccionar, separar, clasificar. Vuelve lo siniestro cuando al lado de un trozo de vaca, cuelga una pierna o cuerpos de hombres y mujeres mutilados. Vuelve la metáfora cuando al lado de ellos cuelgan entrañas, órganos vitales. También coloca grilla en la cara del estanciero: es posible medirlo, ubicarlo en coordenadas.
Coordenadas que es necesario también ubicar hoy. El imperativo hay que comer sigue estando a la orden del día. Porque sigue vigente el mismo sistema bajo el cual las mismas clases se siguen enfrentando: luego del Argentinazo, la burguesía debe comerse la vanguardia de la clase obrera en la figura del Bloque Piquetero Nacional y la ANT, si no quiere perder el poder. En la era K, la masacre de reses humanas mutiladas es “cosa del pasado”, por eso la entrega de la ESMA. Pero hoy cuelgan Kosteki, Santillán, Choque, Verón, Teresa Rodríguez, de ganchos con forma de democracia burguesa. Con mapas-esquemas de corte más sutiles busca diseccionar-aislar al movimiento piquetero. Así como el pintor pone al descubierto las zonas que la sociedad se ha obstinado en disimular, la burguesía hoy disimula su presente descubriendo parte de su pasado. Porque lo “siniestro” le vuelve a la cara en forma de gomas quemadas, y hay que comer sigue siendo el imperativo de la lucha de clases.