Por Mariano Schlez,
Grupo de Coyuntura de la Educación-
CEICS
El último trabajo de Luis Alberto Romero, junto a Hilda Sábato y Luciano de Privitellio La Argentina en la escuela. La idea de Nación en los textos escolares, es realmente revelador. ¿Qué nos muestra este libro? El fracaso de la historia social-demócrata. ¿Y cuál es la causa de su derrota? El querer hacer una historia sin fundamento en la realidad.
El trabajo analiza la relación entre los libros escolares y el “sentido común” de “los argentinos”, el estudio de las diferentes fuentes para observar su construcción (los manuales escolares de historia, cívica y geografía), los cambios producidos a partir de 1983 y un balance que plantea las necesidades del momento en cuanto a política educativa. Partiendo de que existe un “sentido común de los argentinos” expresado en la idea de la “eternidad” de la Nación, los autores defienden la idea de que la historia Argentina fue “construida” por un“conjunto de decisiones voluntarias, tomadas por el Estado”: la generación de 1837, que proclamó a Mayo de 1810 como el momento fundador de la nacionalidad; la generación de 1880, que con Sarmiento y Mitre dio un nivel científico a ese mismo relato; la Nueva Escuela Histórica, de Ravignani y Levene, que se preocupó por refinar- lo. Esta producción fue combatida, desde mediados del siglo XX, por el nacionalismo militar y católico y por el “revisionismo” histórico. Unos y otros produjeron manuales escolares que forjaron la imagen de nación que tiene hoy la población argentina. En la visión de los autores, la sociedad “democrática” actual necesita nuevos manuales escolares. Los “viejos” han caducado y propagandizan una conciencia ya perimida. La idea de una Nación preexistente, eterna, naturalizada, lleva al autoritarismo, a la desconfianza frente a los países “vecinos”, a la soberbia argentina de “solos podemos” y “somos los mejores en todo”, a convicciones ingenuas tales como que “nuestro” territorio es rico en recursos y que podemos llegar a ser potencia mundial. Ahora se debe predicar la “tolerancia” y el “pluralismo”, el “pensamiento crítico” y la “diversidad”. Y para eso necesitamos nuevos manuales, acordes a los tiempos que corren, y que acerquen al alumno los últimos avances de la historiografía académica profesional.
Lo que debemos preguntarnos es si esta “nueva” propuesta no está ya caduca. Romero es el principal historiador de un proyecto ya experimentado por la “sociedad argentina”: el alfonsinismo. Todos fuimos testigos de lo ocurrido: con “la democracia” ni se comió, ni se curó, ni se educó. La historia de los Romero, hegemónica en las universidades públicas nacionales, es hoy criticada por izquierda y derecha, por arriba y por abajo, porque es expresión de un proyecto social perimido. Le sirvió a la burguesía en el ’83 porque construía mitos necesarios para renovar la dominación capitalista: la “democracia” burguesa como cura de todos los males. El menemismo significó un duro golpe, pero tuvo su canto del cisne con la Alianza, dejándolos demasiado a la derecha para poder reciclarse con Kirchner, cuyos intelectuales (Pigna, Solanas -ver El Aromo n° 10) se ubican a su izquierda. Y quienes se encuentran a su derecha (la burguesía “rentista” a la que culpabilizan de todos los males de la Argentina) no los aceptan como sus intelectuales. Ni hablar de los trabajado- res y el pueblo. Una historia que dice que la política en las calles ha finalizado y que “… todo lo que ocurre, para bien o para mal, es fruto de diferentes posiciones, diferentes ideas, diferentes intereses, todos ellos legítimos” y que “… las cosas se hacen discutiendo, acordando, llegando a transacciones…” (Programa Foro 21, Canal 7, lunes 24 de mayo de 2004) no puede pretender representar al conjunto de los explotados. Podríamos preguntar- le a la Junta de Mayo por qué en vez de fusilar a Liniers no le explicó lo que era mejor “para todos” y por qué no “acordó” con los españoles. Interesante sería preguntarle al pueblo argentino por qué no “transó” con De la Rúa y esperó al fin de su mandato. Lamentablemente, para ellos, la historia es la historia de la lucha de clases. Y el pluralismo que defienden como la clave de la “nueva” manualística no es más que la defensa del statu quo, la persistencia de divisiones sociales (burgueses y proletarios, ricos y pobres, “inferiores” y “superiores”). Conservadores hasta la médula, niegan la necesidad de trascender el orden existente. Al contrario: “… como vivimos en democracia, necesitamos una Nación que sea plural”.
El libro publicado derriba uno de los grandes mitos de la historia argentina: la Nación existe desde siempre. Ese es un mérito del mejor momento de la historiografía “romerista”. Al mostrar que la nacionalidad es una construcción, estos intelectuales sentaron un peligroso precedente para el mantenimiento del orden social. Y Romero es conciente de esto: “La crítica al sentido común nacional parecía razonable, pero a partir de un cierto punto afloraba la duda o la resistencia (…): ¿entonces qué le digo a los chicos? (preguntan los docentes)” (p. 219). Y es aquí donde estos intelectuales se apuran a buscar la respuesta y no aciertan en ella: ¿cómo defender al capitalismo abandonando el mito de la eternidad de la Nación? Antes, en la época de Romero padre, se podía apelar al
dogma del ascenso social. Esa ilusión fracasó con el alfonsinismo y la Alianza. Por eso, a esta historiografía le queda sólo apelar al “pluralismo” y a la “tolerancia”: “Hemos aprendido que es bueno respetar al otro, que la verdad no está totalmente en ningún lado”. Pero el pluralismo y la tolerancia es lo que permite la explotación: sería autoritario e intolerante expropiar a Macri, Pérez Companc y Cía.. Habiendo comenzado la tarea de desmitificación, la raíz burguesa, conservadora, de la historiografía socialdemócrata, los obliga a convertirse al posmodernismo: la verdad no existe. Por eso Romero no puede decirle a los docentes: la nacionalidad argentina es un invento, es una mentira que “somos todos argentinos” y la única verdad es que sos un trabajador y debés unirte con tu clase para cambiar las cosas porque esto no da para más. Demasiado verdadera para ser ideológica, demasiado mentirosa para ser científica, la historiografía romerista se revela como lo que es: inútil. Quienes quieran salir de ese pantano, deberán mirar para otro lado. Sólo una historia piquetera puede explicar el pasado, el presente y ser, al mismo tiempo, un arma para el futuro.