Discrepancias. Nota bene a Rosana López Rodríguez
Rocco Carbone
Discrepo, Rosana. Antes que nada con las in- terpretaciones polarizadas, antagónicas que surgen de tu texto “¿Hay que defender a Ro- berto Arlt?” (Aromo, no. 43). Y discrepo con idéntica mesura, pero no por eso menos ca- tegóricamente, con ese título. Claro, no hay que defender a nadie. Y no porque nadie deba ser defendido, sino porque aquí hablamos de hechos que como tales pueden corroborarse y defenderse por sí solos, ya que poseen ese des- tello, esa brillante capacidad de hablar, por sí solos, sin que nadie medie por ellos. Digo, ha- blamos de textos. Entonces, no hay que defen- der ni a Arlt. Ni, menos, a Boedo. A la litera- tura social de Boedo. Ya que la finalidad de la crítica (literaria; y de toda crítica, en general) es la utilidad.
Para ir avanzando, mi estimada Rosana, dis- crepo con tu apreciación general de que hay en mi libro “no sólo una reivindicación de un autor, sino, sobre todo, de su ideología, desde la cual se proyecta un juicio estético general”. Muy al revés, compañera. Tu esquema resiste, pero sólo aparentemente, ya que donde enfa- tizo ideología, hay que ubicar estética; y a la inversa. Ése es el eje real donde hubieras de- bido situar tu discurso. De otro modo sólo se distorsiona el problema; sacándolo, justa- mente, de su eje. Y ni qué decir del “anarquis- mo pequeñoburgués” que reseñás al referirte a Arlt. A mí. Entiendo que ese anarquismo fue recientemente objeto de tus reflexiones en unas notas del Aromo y que en esa serie de co- sas quisiste situar la lectura de mi libro. For- zándola. La de Arlt. Por esa comodidad que implica la erudición reciente, tal vez, pero de manera harto arbitraria por su impertinencia y su incoherencia. Impertinencia, porque el trabajo intelectual, a mi juicio, es una práctica donde se pone el cuerpo y se suda; y en cuan- to tal, debería ser superadora de lo ya dicho; que en este caso es un ya dicho abundante- mente. Al respecto, justamente, recuerdo un texto de Roberto Salama (casi olvidado: tus apreciaciones lo confirman), aparecido en la publicación oficial del Partido Comunista Ar- gentino – Cuadernos de cultura democrática y popular – allá por el 52. Salama, en línea con el dogmatismo del realismo socialista, tildaba el “mensaje” de Arlt (el sentido de su obra) de “fascista”, a sus personajes de “anarquistas que se acercan a un paso del fascismo” y al mismo
Arlt de “feroz individualista”. De zambra va: de contrarrevolucionario. Por lo bajo, esta afir- mación me resulta estridente por anacrónica, en tanto decontextúa – de su marco histórico
– la designación de un proceso para aplicárse- lo, mecánicamente, a otro. Impertinencia, la de Salama, que es la tuya propia y que se trans- forma en una incoherencia abstracta – porque desconoce las situaciones particulares, con- cretas – cuando me achacás que me presento “personal y afiliado decididamente a la estética y la política de su [mi] defendido”. Ante esto, ni privilegios ni absolutos: como te dije, no defiendo a nadie: mi libro es un esfuerzo inte- lectual que busca devolver las cosas que trata a su contexto. Y a foco. Y luego, para agudizar el punto de mira, me detengo en las palabras que cierran tu texto, cuando afirmás que me “que- do pegado, innecesariamente, a una política que, estamos seguros, no es la suya”. Frente a esto, un par de preguntas. Por qué innecesaria- mente. Por qué estás segura. Soy un pequeño- burgués, y condenso todas las contradicciones de una clase social, pero, de nuevo, las pon- go en contexto, en foco, y formulo un ade- mán crítico; resistente, por ende. En este sen- tido, tus dos frases rayan en la incoherencia: antes quedo afiliado decididamente (suena a: con convicción) y después rematás con que me pego a algo que no me pertenece. Si enfatizás la cosa, sería deseable no incurrir en contra- dicciones. Y me limito a señalar algunas. Las que, bien visto, están a la vista:
Vuelvo a repetir lo que citás de mi texto: “La ideología radical puede considerarse como funcional a la categoría estética de lo grotes- co porque, dado que el radicalismo representa una alianza de clases, y ya que tiene un carác- ter coaligante y agregativo, lo acepta todo: no es refractario a ningún interés”. A mi extrac- tado, le agregás: “Habría que explicarle esto a los centenares de muertos obreros de la Pata- gonia, de la Semana Trágica, de La Forestal, de las huelgas pampeanas, a los perseguidos de la Liga Patriótica, a los encarcelados y a los judíos progromizados”. Tenés razón, compa- ñera. Qué duda cabe. De hecho, la clase que integran desde los obreros patagónicos hasta los judíos del Once a los que la Liga Patrióti- ca, en el mejor de los casos, les arrancaba las barbas, es expulsada por el radicalismo. Y, di- cho así, compañera, parecería ser una crítica impecable. Si no fuera que te olvidaste de leer (y de citar) lo que opera como una restricción propia de los teoremas matemáticos en cuanto a ese carácter coaligante y agregativo, y a ese lo
acepta todo. Palabras que decían ni más ni me- nos lo que viene. Vuelvo a citarme: “la UCR se definió en tanto movimiento de coalición, ya que condensa los elementos patricios que ha- bían fundado el partido con los sectores de clase media”. Volvemos a las exposiciones que dis- torsionan el problema, sacándolo del eje real donde debería situarse.
Y para terminar discrepando: Boedo. La litera- tura social de Boedo. Para poner en contexto: Boedo desciende de la así dicha ‘primera lite- ratura de izquierda’ en la Argentina (de modos naturalistas y anarquismo ideológico). Esa que empezó a manifestarse sobre 1900. De hecho, repite muchos de los modelos de esa literatura anarquista de principio de siglo. Y con esto no pretendo ni solapar ni, mucho menos, reducir la trascendencia o la calidad de (algunos de) sus integrantes: los hubo y no deben minimi- zarse. Tampoco quiero (puedo) obviar la rele- vancia de esa vasta problemática que el sistema de la literatura argentina incorporó gracias a Boedo. Hablo del intento de formular una li- teratura social y revolucionaria. Entonces, di- ciendo que al distribuir “dones y miserias […] la peor parte se la lleva Boedo”, no sospechás que con ello procuraba otorgar dramaticidad a las debilidades, y a las contradicciones ideo- lógicas, que padeció el boedismo. (¿O hacer- lo desmerece, o disminuye, a sus integrantes y sus apuestas estéticas?) De hecho, la literatura social de Boedo – textos en mano: Castelnuo- vo y Barletta principalmente; Beter, Yunque, Portogalo, en un plano menor; para poner al- gún nombre – es una literatura denuncialis- ta. De denuncia compasiva. Literatura social, de protesta, de nota acusatoria. Cuya tónica es de rebeldía contra las injusticias de las es- tructuras capitalistas. Recupero algunos tópi- cos: denuncia el dolor del pueblo, las llagas de la explotación, las desdichas, las tragedias provocadas por la miseria… Apela a la piedad (esa que me subrayás al mencionar que La ma- dre de Gorki hizo “llorar a millones de madres proletarias”). Piedad – cuya finalidad apunta a producir un impacto transformador en el uni- verso de los sentimientos del lector – que se trenza, es consabido, con una función proba- toria: la de Boedo es una literatura de tesis. Nexando pietismo y (la abstracción ideológica propia de la) literatura de tesis, se configura una retórica pesimista. Ésta pone en la super- ficie de los textos, estridentemente, la misera- ble condición del proletariado. Es así que al pretender conmover – por medio de un senti- mentalismo demasiado fácil y apelando a una
tesis ideológica desembozada – se convierte la situación del proletariado en un ámbito sin vía de escape ni solución ni salida – se ofrece una visión fatalista de la condición proletaria –, donde “no alumbra el más mínimo elemento de conciencia histórica” (Portantiero, en Rea- lismo y realidad en la narrativa argentina). La actitud piadosa conduce a la sensiblería bara- ta, al individualismo sentimental, de manera que la expresión artística derivada es plañide- ra. Por estas razones, y a pesar de su orienta- ción hacia lo social, la literatura de Boedo es negadora de cualquier realismo. Agudizando el punto de mira: es ese sentimentalismo, jus- tamente, el que le impide asumir una actitud eficaz que redunde en practicar una literatura realista; esto es, fundada estrictamente en los principios del materialismo histórico. Situar el bien en el fracaso (lo negativo, generalmente) es pertinente, pero circunscribirse a él impli- ca establecer relaciones carnales con una arti- culación comprensible sólo para la conciencia burguesa: la confusión entre ética y sentimen- talidad individual (categoría, esta última, en la que se inscriben los impulsos afectivos). Vi- sión burguesa propia de un orden burgués que Boedo – por medio de su literatura – preten- día transformar dentro de sus propias estructu- ras; de las estructuras de la sociedad burguesa. Postura que implica considerar, por lo menos, la revolución como una cuestión cuasi mági- ca. Que, como tal, implica(ría) poco tiem- po, buenos propósitos y, a lo sumo, valentía personal.
Rosana, señalo mis discrepancias con tu visión – revolucionaria – de la literatura boedista, que se acercó menos a la revolución que al refor- mismo, ya que fue menos la expresión de la lu- cha del proletariado (en sentido histórico) que la expresión de un inconformismo antibur- gués. También para subrayar que, finalmente, todo lo que me impugnás, en el contexto de mi libro, es meramente circunstancial. Porque el foco está en otro lado. De hecho, la idea que pretendés discutir – “la ‘inferioridad’ de la li- teratura ‘positiva’ (Boedo) frente a la ‘superio- ridad’ del anarquismo pequeñoburgués” –, en el marco de mi propuesta crítica, es cambiar de conversación. O, si querés, pegarle a la te- cla de al lado, como gustaba decir Conti. Tal como escribir “irigoyenista” por yrigoyenista. O “Brüeghel” por Bruegel, sosteniendo que el grotesco del cual hablo es derivado (derivable) de la “estética tardío medieval” y no de la in- migración europea al Río de la Plata.